Curillas - Leon

Para la fiesta se San Julián los hombres se vestían con las mejores ropas de invierno que tenían, si bien, para muchos no había mucha diferencia con las que utilizaban durante el verano. El colorido de las ropas no variaba mucho de unos a otros. Los que tenían suerte y aún conservaban el traje de la boda, pues, tan chulos que iban; los demás con unos pantalones de pana negros –o marrones- mas una chaqueta una chalina y unas galochas (madreñas), iban tan preparados para pasar los dos días de fiesta. Las mujeres prácticamente igual, con el echarpe negro, o la toquilla negra, o con el mantón, negro también para no desvariar, el cual soltaba un olor a neptalina que tiraba para atrás y te hacia estornudar. De esta guisa se empezaba el día yendo, como no, a la iglesia a la Santa Misa. Resulta curioso analizar la situación que se vivía en el pueblo. Es casi increíble saber que -esto pasa en casi todos los pueblos- de 80 vecinos que había entonces (es un suponer) la mitad no se hablaba con una cuarta parte, otra cuarta parte no se hablaba con un tercio que, a su vez, no se hablaba con la otra segunda parte de la primera mitad. Es decir, que de 80 vecinos que poblaban el pueblo, casi había 90 que no se hablaban con nadie. Esto es exagerado, pero realmente esto era lo que pasaba. Y todo era por un “quítame allá esas pajas”. Es decir, por cosas lo mas tontas y banales que uno se pueda imaginar; que si la linde del quiñon del Lueyo, que si las ovejas habían brincado para mi huerta, que si las tuyas entraron en mi viña, que si las tuyas comieron mis patatas, etc, etc, etc. Lo más problemático eran las lindes. Jope, que trabajo tenían con lo simple que era hacer una línea recta. Claro que, en los quiñones del monte como la línea de la linde no fuera muy recta, podía pasar que te metieras no solamente en el quiñon de al lado que no era tuyo, si no que pasara al que estaba pegado al del otro lado que tampoco lo era. En fin que por estos temas había más de uno con morro, más de dos mirando para otro lado y mas de tres haciéndose los suecos… A todos estos problemas había que añadir los generados por los “demócratas” que gozaban de una mente poco más amplia que la de un mosquito. Fieles seguidores de Franco, Sanjurjo y Jose Antonio, presumían de ser falangistas que no podían ni hablar, ni ver, a los fariseos defensores de la republica, la democracia, la monarquía o el comunismo y la anarquía; tanto los primeros como los segundos no tenían ni la menor idea científica de lo que estaban hablando, pero todos las defendían como si les fuera la vida en ello. Sin embargo, todos juntos iban a misa, todos juntos volvían de misa, todos juntos iban al baile y todos juntos bailaban. El caso es que, esto era lo bueno, ahí los teníamos a todos juntos, en la misma iglesia, a la misma hora, con las mismas canciones, las mismas letanías, rezando y alabando todos al mismo Dios… y si no era el mismo Dios daba igual, el caso era estar allí cumpliendo con la santidad del día.
Curioso era vez a las mujeres salir de misa corriendo para llegar a casa y ponerse hacer la comida… ¡¡Que digo comida, comilona!!. Raro era encontrar una casa en la que, para celebrar a San Julián, no cayesen un par de gallos y una gallina para el caldo…
Mientras las mujeres corrían para casa los hombres quedaban delante de la puerta de la iglesia echando un cigarro y hablando de “negocios”. Después a la cantina a echar un trago de vino y luego a comer. Por la tarde, nada más acabar de comer, los hombres volvían a la cantina a jugar a la brisca y a la subasta y mientras esto hacían fumaban un puro al tiempo que apuraban copas y copas de anís y de coñac en honor a San Julián…
A eso de las seis, o a si, comenzaba el baile. Los niños y la juventud pasábamos la tarde corriendo por entre los que bailaban. Las mamas, las abuelas, los abuelos y otros espectadores espontáneos, puestos en corro y bordeando la cruz, miraban a quien bailaba al tiempo que oían la flauta y el tambor. Algunos hasta se animaban y bailaban una jota castellana en círculo alrededor de la cruz y un par de bailes agarrados, todo ello bajo la atenta mirada de la torre de la iglesia y de la Cruz que hay en la puerta. Vamos, que todo era de lo más primitivo.
Al día siguiente (San Julianin) la fiesta decaía y los ánimos también. Se terminaba de comer los guisos del gallo, el caldo de la gallina y volvíamos a las sopas con patatas, a las patatas con sopas, a los garbanzos con patatas, a las patatas con judías, a las judías blancas, a las pintas, a las sopas de ajo con unto y al tocino con pan. ¡¡Que triste que lo bueno terminara tan pronto!!.
Con estos acontecimientos volvíamos a nuestros quehaceres diarios y, como dice la canción… “vuelve el rico a su riqueza, el pobre a su pobreza y el señor curas a sus misas…”