Por la tarde, no faltaba el concurso de bolos. Era una forma de obtener dinero para pagar los gastos que generaban las fiestas. En alguna de las fotos, habréis visto el bar, que se limitaba a un mostrador hecho con tablas.
Agudizando el ingenio, al menos dos o tres años se organizó el concurso de tiro al gallo. Eran gallos de corral que se enterraban dentro del plástico de un garrafón, de modo que de la tierra sólo sobresalía la tapa del garrafón y, por la boca, la cabeza del gallo. El concurso consistía en tirar a matar el gallo con piedras redondas traídas del río. El premio era llevarse el gallo y, !ala!, el siguiente gallo. Como en cualquier deporte y, a pesar del mejor árbitro, siempre hay jugadas polémicas y, en el caso del concurso, el problema era cuando alguien daba al gallo y no quedaba claro si estaba muerto o desmayado.
De aquello no tengo fotos y, si las tuviera, no las pondría.
Hoy día a nadie se le ocurriría plantearlo y, caso de hacerlo, nos denunciarían por crueldad y maltrato de animales. No fuimos los únicos. Santa Olaja copió la idea.
Eran otros tiempos.
Alberto