Coltán, el mineral que desangra al Congo.
Coltán - Se trata de un mineral imprescindible para la industria de aparatos eléctricos, las centrales atómicas y los teléfonos móviles; un “oro gris” que podría traer prosperidad a los congoleños. Sin embargo, guerrillas locales y empresas multinacionales han comenzado a disputarse su explotación sin importarles el coste humano.
De color azul metálico, “Coltán” es una palabra formada por la abreviatura de columbita-tantalita, un valiosísimo mineral del que se extrae el tantalio, un componente que presenta una gran resistencia al calor así como extraordinarias propiedades eléctricas. En la actualidad, el principal productor de coltan es Australia, pero si bien existen reservas probadas o en explotación en Brasil y Tailandia, la República Democrática del Congo posee cerca del 80% de las reservas mundiales estimadas. Según informes de agencias internacionales, la exportación de coltan ha financiado a varios bandos de la llamada Segunda Guerra del Congo, un conflicto con un balance de más de cuatro millones de muertos. Ruanda y Uganda exportan coltan robado en el Congo a diversos países, donde se utiliza en la fabricación de elementos de alta tecnología imprescindibles para teléfonos móviles, reproductores de DVD, consolas de videojuegos, ordenadores personales, estaciones espaciales, naves tripuladas que se lanzan al espacio y armas teledirigidas.
La columbita y, sobre todo, el tantalio están considerados metales altamente estratégicos. Por ello se entiende que exista en el Congo una guerra desde 1998, que sus vecinos, Ruanda y Uganda, ocuparan militarmente parte del territorio congoleño y que hayan muerto millones de personas. No hace falta tener muchos conocimientos de derecho internacional para afirmar que esta guerra constituye la mayor injusticia , a escala planetaria, que se está cometiendo contra un Estado soberano. La historia nos ha deparado muchos ejemplos de asalto y hasta de ocupación militar de un país independiente, pero lo que no se había hecho desde la invasión de países europeos por la Alemania de Hitler, era la ocupación pura y dura de un territorio con el fin de aniquilar a sus ciudadanos y explotar sus recursos minerales.
Según las naciones unidas, el ejército Patriótico Ruandés ha montado una estructura para supervisar la actividad minera en Congo y facilitar los contactos con los empresarios y clientes occidentales. Traslada en camiones el mineral a Ruanda donde es tratado antes de ser exportado. Los últimos destinatarios son Estados Unidos, Alemania, Holanda, Bélgica y Kazajistán. La Sociedad Minera de los Grandes Lagos tiene el monopolio en el sector y financia al movimiento rebelde Reagrupación Congoleña para la Democracia, que cuenta con unos 40.000 soldados, apoyados por Ruanda.
Coltan: el diamante de sangre Hace unos años ganaban unos 200.000 dólares al mes (135.000 €) con la venta de los famosos “diamantes de sangre”. Con el coltan ganan más de un millón en el mismo periodo de tiempo. Informaciones de las Naciones Unidas revelan que el tráfico lo organiza la hija del presidente kazajo, Nursultan Nazarbayev, casada con el director general de una empresa que extrae y refina uranio, coltan y otros minerales estratégicos en el continente negro. Este negocio internacional está empobreciendo a los ciudadanos de uno de los países más ricos de la Tierra, por lo que el Servicio de Información para la Paz Internacional ha realizado un estudio sobre las vinculaciones de empresas occidentales con el coltan y, por tanto, con la financiación de la guerra en la República Democrática de Congo.
Alcatel, Compaq, Dell, Ericsson, HP, IBM, Lucent, Motorola, Nokia, Siemens y otras compañías punteras utilizan condensadores y componentes que contienen tántalo; también lo hacen las compañías que fabrican estos componentes, como
AMD, AVX, Epcos, Hitachi, Intel, Kemet o NEC. Ellos son, en primera instancia, los culpables de una guerra no por olvidada menos dramática, con el agravante de que se teme que sobre la República Democrática de Congo pese la amenaza de la división en varios estados, lo que facilitaría la explotación de sus recursos.
Ya lo denunció en su día
Monseñor Christophe Munzihirwa, arzobispo de Bukavu. Y por esas simples declaraciones fue asesinado por el ejército ruandés.