Albares de la Ribera - Leon

SOCIEDAD / Leoneses singulares
Bendito ‘loco’
El singular leonés Miguel ‘Yuma’ ha pasado varios meses en un poblado de Camerún levantando un hospital


Miguel ‘Yuma’ delante de un impresionante árbol en el poblado Rey Bouba de Camerún en el que pasó varios meses dirigiendo la construcción de un necesario hospital.
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Entre las mil iniciativas en las que el entrañable Miguel Yuma ha estado involucrado una esla dela creación del mito de Genarín y en la de bautizarlo con el nombre de ‘Bendito canalla’, muestra de su espíritu positivo.
Hoy, al hablar de su última aventura, habría que decir de este ancarés de asentamiento: “Bendito loco”. Porque es cierto que hay que estar un poco loco para, con casi 60 años, escuchar a otro ‘bendito loco’ (el pediatra Emilio Sastre Huerta) que le pedía ayuda para levantar un hospital el en el Lamidato Rey Bouba de Camerún. “Yo arquitecto no soy, ni creo que haga falta en Camerún, pero hacer casas sí sé porque, entre otras cosas, acabo de hacer la mía y llevo media vida en este mundillo con la recuperación de Villarbón ¿Porqué no ir? Y marché, Teje (su mujer), como siempre, no desenfundó la sartén y eso es todo”.
Así lo cuenta Yuma, como es él. El mismo que un día con 15 años marchó a recorrer España para buscar a una novia que había visto en un campamento de verano, el mismo que recorrió media Europa y fue a conocer el muro de Berlín antes de que lo tiraran, el mismo que abrió el primer mesón rural en la ciudad (El Caño Badillo), el mismo que reconstruyó las pallozas de Campo del Agua y el pueblo de Villarbón, el mismo que se enfrascó en una larga batalla para defender los derechos de la niña saharaui Aicha, el mismo que se fue a llevar libros a la República Dominicana, el mismo que escribió una preciosa guía de los Ancares...
Con motivo de su última aventura acababa el reportaje preguntándole: “¿Y lo próximo?”.
- Algo saldrá.
Y ha salido. Yuma escuchó al pediatra burgalés, Teje no desenfundó la sartén (a buenas horas) y... Y en noviembre el leonés ya estaba en el Lamidato Rey Bouba el frente de un grupo de obreros nativos. “Lo más duro es no entenderse, no hablar ni jota de su idioma, elfufuldé, con lo que a mí me gusta rajar. Todo a base de señas y dibujos, de un pequeño diccionario francés/español y, sobre todo, de una imaginación infinita”.
Eso era lo más duro, porque para Yuma todo lo demás no es extraño. Está acostumbrado a que a él le miren al biés y de las costumbres de aquella gente sólo dice que es su forma de ser. “Son así. Ellos, a su forma, construían razonablemente bien, a la nuestra nada. Pues tendría que amoldarme yo a ellos, admitir que viven día a día, que no tienen sentido del futuro, que el futuro no existe, que no le dan ningún valor a la linea recta y allí la pared que no está desplomada está desnivelada, pero no se cae. Y ¡cómo trabajan el barro!, pero con su ritmo de hacer las cosas, cada día construyen 20 centímetros y se van, porque tiene que secar, al material hay que darle su tiempo”.
Viven a otro ritmo. “Mi preocupación era que la obra, lenta como el discurrir del agua del propio río en época seca, no se estancase debido a razones surrealistas pero perfectamente válidas en África. Así, de repente, faltan trescientas puntas de treinta milímetros y no se puede continuar poniendo los plafones de los techos... Una semana de espera hasta que el camión con el avituallamiento llegue, pero ocurre que al día siguiente aparece un esqueleto (de mujer) en las excavaciones, porque la zona fue cementerio de mujeres (son musulmanes en su mayoría) y nadie se atreve a tocarlo ni de lejos. Consecuencia: paralización de los trabajos en ese sector hasta que el ‘Babá Nassara’ (el papá blanco), es decir yo, le eche dos güevos y recoja con mis manos los restos, los guarde y espere instrucciones para volver a enterrarlos donde le indiquen las personas competentes para ello”.
Allí, así, estuvo varios meses, acaba de regresar a su Ancares. Allí pasó la Navidad de otra manera. Allí entendió lo que le contaba el pediatra burgalés Emilio Sastre cuando le decía que era imprescindible levantar ese hospital. “Y es que es muy duro ver que una niña o un niño se pueden morir en brazos de un médico por desnutrición o de una enfermedad que aquí se cura en dos días... Es muy duro y muy cruel y muy injusto. Aquella gente, a las que hemos mostrado nuestra opulencia a través de la tele y de Internet, necesitan que se les cure de sus dolencias a un precio razonable para sus maltrechas (es un eufemismo) economías. Eso sí es solidaridad bien aprovechada, lo otro, lo de las grandes ONGs y los grandes titulares de prensa, es otra cosa, es para entendidos, no me voy a meter en esos temas que no me quiero poner estupendo”.
Curiosamente Miguel Yuma ha dicho prácticamente las mismas palabras que hace una semana nos trasladaba otro leonés singular, el joven médico Javier José Varela, que se ha ido a ayudar en Etiopía. “Ver cómo una niña de apenas 12 años se te muere en los brazos porque no tiene 20 euros para pagar un tratamiento es algoque resulta muy duro”. Y hablaba de la injusticia de ‘la novedad, de la noticia’. “Lo de Haití es muy duro, pero se irán los focos de los medios de comunicación y volverán a su miseria y seguirán en ella Etiopía, Sudán, Camerún...”.
Lo mismo que ahora dice Yuma. Cosas de benditos locos.
Miguel ya está en los Ancares, pero a pesar de lo que ha vivido tardará el olvidar los meses que ha pasado en el Lamidato Rey Bouba, allí donde dirigió una singular cuadrilla de trabajadores, gentes que (como también contaba Varela) levantaban los ladrillos con mucho cuidado pues debajo podría estar acechando un escorpión. “Pese a todo, pese a ir a la obra a las 7 de la mañana y regresar a las 7 de la tarde, pese a haber perdido 12 kilos, pese a desesperarme cuando no me entendía con aquella gente... decirte que fue una muy enriquecedora experiencia, que me dejó hecho polvo por el esfuerzo pero con la sensación de haber acertado de pleno al acudir a la llamada de Emilio”.
Y cuenta y cuenta historias de aquella gente. Personajes como Umoru, el herrero, que hacía potes de aluminio fundiendo trozos de tejado de este metal y lo vertía en moldes hechos de tierra blanda, una maravilla. Es maliense, (de Mali), de unos cincuenta y muchos años y ha recorrido toda África haciendo todos los trabajos imaginables. Ha recalado en Rey Bouba pero su deseo es ir a morir a Mali, su tierra. Tiene dos hijos pequeños y tiene muy complicado llegar a tiempo a su sepultura. “Cuando me lo contó cómo me jodió no ser rico para darle lo que necesitaba para cumplir su sueño”.
Yuma es así. Bendito loco.