EL EQUIPO MEDICO-QUIRÚRGICO-VETERINARIO Hola: En Acebedo como en tantos otros lugares alejados de los grandes núcleos de población y en un tiempo en el que los particulares carecían de medios de locomoción, la única forma de resolver ciertas “urgencias” de las personas y de los animales era la "especialización" de algunos de sus vecinos en diferentes ramas de la “medicina” la “cirugía” y la “veterinaria”. En varias de las contestaciones de los "foreros" al mensaje sobre "tiendas, bares, fondas...", se cita a alguna de estas personas que de forma altruista colaboraban en Acebedo a superar algunas dificultades relacionadas con la salud. Aunque estoy seguro de olvidarme de más de uno de estos “especialistas”, voy a tratar de relacionar a aquellos que yo recuerdo que en algún momento prestaron estos servicios. El equipo especialista en poner inyecciones era de los más demandados. Por este motivo era el más numeroso y contaba con representantes en casi todos los barrios: Epifania, Bautista, Araceli, Pedro Piñán, Carmen (la mujer de Vicente Reguera), Antonio el panadero, Adela, ... y alguno mas que se me olvida, eran los encargados de “pinchar” con maestría a las personas. Las “comadronas oficiales” fueron la tía Petronila y la tía Julita. La casi totalidad de los naturales de Acebedo que tenemos entre 40 y 65 años “aterrizamos” en el pueblo con la ayuda de alguna de ellas. Aunque yo no me acuerde de nada, varios testigos afirman que yo “aparecí” con la ayuda de la tía Petronila. El sustituto del veterinario era Tuto. En Acebedo durante mucho tiempo tuvimos médico y en algunas épocas hubo hasta practicante, pero en el pueblo, hasta hace unos pocos años, nunca residió un veterinario, así es que como había muchos más animales que personas a Tuto nunca le quedó tiempo para aburrirse. El tío Antón también tenía conocimientos de “veterinaria natural” aplicada a los animales y era especialista en la preparación de mejunjes y cataplasmas que casi siempre resultaban eficaces. El “profesional” para capar al gocho era el tío Epifanio. No sólo te capaba al gocho, sino que seguro que antes de que hubiera acabado con su cometido te habías reído con él un rato porque era un hombre tremendamente ocurrente y simpático. Las patas de los animales eran cosa del tío Camilo, que durante muchos años ejerció de “herrador” oficial. No sólo era un “maestro” poniendo herraduras a las caballerías y callos a las vacas, también realizaba tareas de “cirujano” en los cascos de las patas, que agujereaba con el berbiquí, operaba lo que hubiera de malo y metía dentro del agujero grasa o algún otro mejunje y volvía a rellenarlo con serdas. Por lo general sus curas funcionaban. También “operaba” los problemas de la boca de las caballerías. La “farmacia pirata” de productos sin receta estaba en una habitación de la casa de Teresa y Argimiro. Mucha aspirina, okal, optalidón, vacalbín, zotal, ... ¡Cuantos viajes a Burón en bicicleta nos ahorraron!. Pero, a mi juicio, el caso más “chocante” de todas las personas que prestaron servicios de este tipo en Acebedo es el de la tía Esther. La tía Esther era la madre de David, Dacio, Emiliano, Alberta, Paz y Asita, vivía en la última casa de la corralada que hay donde la casa de Higinio y durante muchos años ejerció en su cocina la profesión de DENTISTA. Había aprendido a sacar muelas observando como lo hacía el médico que durante un tiempo estuvo de posada en la casa de sus padres el tío Alberto y la tía Hilaria. Cuando marchó el médico le regaló a Esther los trastos (o se le olvidaron) y a partir de entonces pasó a ser la dentista oficial y única de toda la montaña puesto que a ella venían “clientes” de todos los pueblos del contorno. Todo el material lo tenía metido en un cesto de mimbre que colgaba de una punta en una viga de la cocina de su casa. La desinfección de las tenazas consistía en pasarlas por la llama de la lumbre, a continuación el paciente abría la boca, le decía cual era la muela que le dolía, la tía Esther la enganchaba con su herramienta y con un giro de su prodigiosa muñeca la arrancaba. Una vez fuera le daba una mezcla de vinagre y sal para enjuagar la boca y ¡a correr!. Lavaba y secaba las tenazas, las volvía a pasar por la llama de la lumbre, las metía en el cesto y lo volvía a colgar de la viga hasta que apareciera el próximo cliente. Ni una queja, ni una infección, ni una hemorragia y, además, GRATIS. Saludos.
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