Vilches - Jaen

Durante los días que últimamente paso en nuestro pueblo, he observado en algunas calles, incluida la mía, una costumbre ya venida a menos, pero que a pesar de los años, aún se mantiene en muchas de las calles de nuestro pueblo: el de sentarse a la puerta a tomar el fresco.

Sí señor, era esa una buena costumbre, la de sentarse a la puerta en las noches de verano, y me alegro que aún perdure en algunas calles (cada día menos, por culpa de los aires acondicionados). Claro que esta buena costumbre, conlleva otra no tan buena, es la de la crítica. A tu paso por donde está la gente sentada se hace silencio, para luego de inmediato cuando ya has pasado, ellos/as continuarán la cháchara con el casi seguro siguiente diálogo: ¡Mira! ¿Ése quién es? ¡No me digas que no lo conoces! Ése, es hijo de este...que le dicen... (apodo) ¡Ah si, ahora caigo! ¡Ése que tú dices... ¿No se casó con la hija de...?(vuelve el apodo) ¡El mismo! Anda, mira, pues, bla, bla, bla,...Vamos que hasta presumen saber el saldo de tu hipoteca, y últimamente si votaste a este o el otro.

De mi niñez, recuerdo aquellas calles de nuestro pueblo, en las noches calurosas durante la época del verano. Los vecinos salían a la puerta y conversaban sentados en corrillos hasta después de medianoche, mientras se refrescaban con el agua de aquellos botijos de barro blanco, presumiendo cada cual que el suyo hacía el agua más fresca. Algunos después de la tertulia se quedaban a dormir hasta bien entrada la madrugada, o como en mi caso, hasta que pasaban las oficialas que iban a la sastrería, y me decían aquello de ¡niño pásate pa dentro que ya ha amanecido!.

Por eso añoro todas esas costumbres que servían de punto de reunión y sobre todo de un diálogo trasmisor de valores fundamentales en nuestra convivencia. Ahora noto de cómo se ha empobrecido la comunicación entre los individuos, todo a consecuencia de la expansión de las tecnologías: el móvil, Internet, la televisión, todos estos chismes han contribuido al alejamiento y al distanciamiento entre las personas. Pero volviendo al tema que nos ocupa, siempre será mejor pasar por una calle con gentes sentadas a las puertas, -habrá a quienes les moleste por verse abocado a dar las buenas noches-, -pues lo siento por ellos-, que pasear por esas ciudades llenas de gente, pero vacías de contenido, donde la indiferencia con la que se mira la gente te mantiene en un vacío interior que nunca podrás tener en un pueblo.
Todos con caras de lunes después de un puente. Nadie conversa con nadie, ni tan siquiera para pedir la hora. Así es la vida en todas las ciudades, donde todo el mundo lleva prisa y nadie se saluda, pues nadie conoce a nadie.

En fin que aunque os critiquen al pasar, -tampoco hay que generalizar-, continuad vosotros afortunados viviendo en nuestro pueblo y saludando a las gentes que toman el fresco a la puerta de su casa. Merece la pena, de verdad.

Un saludo fiestero paisanos.

No le conocía hasta ese momento. Sólo era compañero de un banco del paseo, mientras esperaba a mi mujer.

Era un día de principios de Septiembre, con el verano ya agonizando y en un maravilloso y acogedor pueblo extremeño.

El pueblo es bastante grande y situado en la frontera Portuguesa. Antes de llegar pude contemplar algunos olivos, “canta cucos” que diríamos nosotros, cuya variedad ignoro. Sus calles, y a pesar de estar la tarde ya entrada respiraban tranquilidad, sus gentes caminaban despacio, sin prisa alguna, como disfrutando de una tarde donde los calores habían desaparecido y gustaba de sentir el frescor de la venida de la noche.

La gente del pueblo era amabilísima, ya que sin conocerme me saludaban con unas buenas tardes chorreadas como si me conocieran de toda la vida. Después de deambular un poco por el pueblo me senté en uno de los bancos de un precioso y acogedor paseo junto a un hombre de edad avanzada.

Al instante y después de preguntarme si era de allí, comenzó a contarme historias curiosas del pueblo: sus costumbres, sus tradiciones, los productos que cosechaban. También me dijo que unas de sus aficiones eran la lectura y la escritura, cosa demostrada por ser un hombre cuajado de sabiduría y sentimientos.

Yo estoy convencido de que en nuestro pueblo existirán muchos como este agricultor Cacereño. Sé que los hay, mujeres y hombres Vilcheños, ya mayores, que poseyendo un amplio legajo en su memoria de costumbres, tradiciones, y cosas curiosas acaecidas en sus tiempos en nuestro pueblo, no se atreven por cortedad o retraimiento a transmitirlos como este hombre lo hizo, y se los llevarán consigo el día que nos abandonen. Les animo a que lo hagan.

Vaya mi agradecimiento por delante.