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España > Jaen > Vilches
11-10-09 22:15 #3497868
Por:pumuki01

HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Esta historia empezo en el año 1940 recienterminada la guerra civil en un pueblo de Jaen muy cerquita de aqui ..

Se trata de una chica,llamada Dolores ,la cual recibío una carta de un admirador o de un examante ''nunca se supo'' ...
Era una carta que cuando te llega dicés ..uy de quien sera esto?? en ella ponia ...

Querida Dolores .No se por que me ocurrio esto ,pero desde que te vi lo único que puedo hacer es pensár en tí y hacer todo por tí ..Viendo que nunca me distes la importancia que yo merecia te condeno a una vida de sufrimiento y dolor .
Quiero que sepas que si no vas aser mia no serás de nadie .Te condeno a la soledad absoluta,y a una vida llena de tristeza y amargura..Te conoci y me di cuenta que eres una mujer egoísta y materialista..

Por eso vendi mi alma al diablo y jure ante Satanas que no importaba lo que pudiera pasar con mi vida ..El Señor del terror (que es satanas )me dijo.Que la maldición no caeria sobre mi, si no tambien para todas las personas que leyera la carta ..Despues de leerla Dolores se fue corriendo a la iglesia muy asustada y le conto todo al padre ..
El padre le dijo que se podia cortar el maleficio si cada persona escribe una historia de difuntos ...

Asique animo (foreros), cada uno a escribir una historia .para que la maldición se aleje del este foro....

UN SALUDO..
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11-10-09 23:28 #3498277 -> 3497868
Por:No Registrado
RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
hola pumuki ¿que ,quieres asustarnos ahora que llega el dia de los difuntos? ¿tambien crees en esas historias? ,maliciosa este foro no esta maldito ,alno ser que tu le heches una maldicion ,pues tienes cara de ""bruja""
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12-10-09 00:13 #3498554 -> 3498277
Por:5151

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Pumuki01, ay Pumuki01. Esta carta tiene un fallo "mu goldo": ¿desde cuándo un sacerdote (= padre espiritual), después de escuchar o leer la carta, le recomienda a la tal Dolores que lleve esa tarea? ¿Qué sacerdote cree en esas cosas?

¡Vamos le escucha su obispo y la manda a hacer ostias para la comunión de la iglesia más alejada del pueblo!

Te vas a librar hoy de mi historia porque es tarde. Y yo no soy cura y le tengo mucho, mucho, mucho miedo a las maldiciones. Pasmado Remolon (broma)

A ver qué me invento que tenga algo de "chicha".


Saludos.
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12-10-09 08:55 #3499331 -> 3498554
Por:pumuki01

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Buenos dias (5151)... Pues la verdad es que en la historia ponia que habia ido a ver al padre ¿¿¿ Y el padre quien es?? eh...eh..los padres espirituales son sabios y saben lo que hay que hacer en cualquier momento ...Asi que cada forero que escriba una historia ,que contra mas tiempo pase mas grande ''SE HACE LA MALDICIÓN''

Riendote Riendote Riendote UN SALUDO ...PARA..TI
Puntos:
12-10-09 16:18 #3501751 -> 3499331
Por:Guiomar_

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
PUMUKI01, espero que esto me libre de las maldiciones.jajajajaj...

Ahí lo llevais:

El entierro prematuro

Hay ciertos temas de interés absorbente, pero demasiado horribles para ser objeto de una obra de mera ficción. Los simples novelistas deben evitarlos si no quieren ofender o desagradar. Sólo se tratan con propiedad cuando lo grave y majestuoso de la verdad los santifican y sostienen. Nos estremecemos, por ejemplo, con el más intenso "dolor agradable" ante los relatos del paso del Beresina, del terremoto de Lisboa, de la peste de Londres y de la matanza de San Bartolomé o de la muerte por asfixia de los ciento veintitrés prisioneros en el Agujero Negro de Calcuta. Pero en estos relatos lo excitante es el hecho, la realidad, la historia. Como ficciones, nos parecerían sencillamente abominables. He mencionado algunas de las más destacadas y augustas calamidades que registra la historia, pero en ellas el alcance, no menos que el carácter de la calamidad, es lo que impresiona tan vivamente la imaginación. No necesito recordar al lector que, del largo y horrible catálogo de miserias humanas, podría haber escogido muchos ejemplos individuales más llenos de sufrimiento esencial que cualquiera de esos inmensos desastres generales. La verdadera desdicha, la aflicción última, en realidad es particular, no difusa. ¡Demos gracias a Dios misericordioso que los horrorosos extremos de agonía los sufra el hombre individualmente y nunca en masa!

Ser enterrado vivo es, sin ningún género de duda, el más terrorífico extremo que jamás haya caído en suerte a un simple mortal. Que le ha caído en suerte con frecuencia, con mucha frecuencia, nadie con capacidad de juicio lo negará. Los límites que separan la vida de la muerte son, en el mejor de los casos, borrosos e indefinidos... ¿Quién podría decir dónde termina uno y dónde empieza el otro? Sabemos que hay enfermedades en las que se produce un cese total de las funciones aparentes de la vida, y, sin embargo, ese cese no es más que una suspensión, para llamarle por su nombre. Hay sólo pausas temporales en el incomprensible mecanismo. Transcurrido cierto período, algún misterioso principio oculto pone de nuevo en movimiento los mágicos piñones y las ruedas fantásticas. La cuerda de plata no quedó suelta para siempre, ni irreparablemente roto el vaso de oro. Pero, entretanto, ¿dónde estaba el alma? Sin embargo, aparte de la inevitable conclusión a priori de que tales causas deben producir tales efectos, de que los bien conocidos casos de vida en suspenso, una y otra vez, provocan inevitablemente entierros prematuros, aparte de esta consideración, tenemos el testimonio directo de la experiencia médica y del vulgo que prueba que en realidad tienen lugar un gran número de estos entierros. Yo podría referir ahora mismo, si fuera necesario, cien ejemplos bien probados. Uno de características muy asombrosas, y cuyas circunstancias igual quedan aún vivas en la memoria de algunos de mis lectores, ocurrió no hace mucho en la vecina ciudad de Baltimore, donde causó una conmoción penosa, intensa y muy extendida. La esposa de uno de los más respetables ciudadanos— abogado eminente y miembro del Congreso— fue atacada por una repentina e inexplicable enfermedad, que burló el ingenio de los médicos. Después de padecer mucho murió, o se supone que murió. Nadie sospechó, y en realidad no había motivos para hacerlo, de que no estaba verdaderamente muerta. Presentaba todas las apariencias comunes de la muerte. El rostro tenía el habitual contorno contraído y sumido. Los labios mostraban la habitual palidez marmórea. Los ojos no tenían brillo. Faltaba el calor. Cesaron las pulsaciones. Durante tres días el cuerpo estuvo sin enterrar, y en ese tiempo adquirió una rigidez pétrea. Resumiendo, se adelantó el funeral por el rápido avance de lo que se supuso era descomposición.
La dama fue depositada en la cripta familiar, que permaneció cerrada durante los tres años siguientes. Al expirar ese plazo se abrió para recibir un sarcófago, pero, ¡ay, qué terrible choque esperaba al marido cuando abrió personalmente la puerta! Al empujar los portones, un objeto vestido de blanco cayó rechinando en sus brazos. Era el esqueleto de su mujer con la mortaja puesta.
Una cuidadosa investigación mostró la evidencia de que había revivido a los dos días de ser sepultada, que sus luchas dentro del ataúd habían provocado la caída de éste desde una repisa o nicho al suelo, y al romperse el féretro pudo salir de él. Apareció vacía una lámpara que accidentalmente se había dejado llena de aceite, dentro de la tumba; puede, no obstante, haberse consumido por evaporación. En los peldaños superiores de la escalera que descendía a la espantosa cripta había un trozo del ataúd, con el cual, al parecer, la mujer había intentado llamar la atención golpeando la puerta de hierro. Mientras hacía esto, probablemente se desmayó o quizás murió de puro terror, y al caer, la mortaja se enredó en alguna pieza de hierro que sobresalía hacia dentro. Allí quedó y así se pudrió, erguida.

En el año 1810 tuvo lugar en Francia un caso de inhumación prematura, en circunstancias que contribuyen mucho a justificar la afirmación de que la verdad es más extraña que la ficción. La heroína de la historia era mademoiselle [señorita] Victorine Lafourcade, una joven de ilustre familia, rica y muy guapa. Entre sus numerosos pretendientes se contaba Julien Bossuet, un pobre littérateur [literato] o periodista de París. Su talento y su amabilidad habían despertado la atención de la heredera, que, al parecer, se había enamorado realmente de él, pero el orgullo de casta la llevó por fin a rechazarlo y a casarse con un tal Monsieur [señor] Rénelle, banquero y diplomático de cierto renombre. Después del matrimonio, sin embargo, este caballero descuidó a su mujer y quizá llegó a pegarle. Después de pasar unos años desdichados ella murió; al menos su estado se parecía tanto al de la muerte que engañó a todos quienes la vieron. Fue enterrada, no en una cripta, sino en una tumba común, en su aldea natal. Desesperado y aún inflamado por el recuerdo de su cariño profundo, el enamorado viajó de la capital a la lejana provincia donde se encontraba la aldea, con el romántico propósito de desenterrar el cadáver y apoderarse de sus preciosos cabellos. Llegó a la tumba. A medianoche desenterró el ataúd, lo abrió y, cuando iba a cortar los cabellos, se detuvo ante los ojos de la amada, que se abrieron. La dama había sido enterrada viva. Las pulsaciones vitales no habían desaparecido del todo, y las caricias de su amado la despertaron de aquel letargo que equivocadamente había sido confundido con la muerte. Desesperado, el joven la llevó a su alojamiento en la aldea. Empleó unos poderosos reconstituyentes aconsejados por sus no pocos conocimientos médicos. En resumen, ella revivió. Reconoció a su salvador. Permaneció con él hasta que lenta y gradualmente recobró la salud. Su corazón no era tan duro, y esta última lección de amor bastó para ablandarlo. Lo entregó a Bossuet. No volvió junto a su marido, sino que, ocultando su resurrección, huyó con su amante a América. Veinte años después, los dos regresaron a Francia, convencidos de que el paso del tiempo había cambiado tanto la apariencia de la dama, que sus amigos no podrían reconocerla. Pero se equivocaron, pues al primer encuentro monsieur Rénelle reconoció a su mujer y la reclamó. Ella rechazó la reclamación y el tribunal la apoyó, resolviendo que las extrañas circunstancias y el largo período transcurrido habían abolido, no sólo desde un punto de vista equitativo, sino legalmente la autoridad del marido.

La Revista de Cirugía de Leipzig, publicación de gran autoridad y mérito, que algún editor americano haría bien en traducir y publicar, relata en uno de los últimos números un acontecimiento muy penoso que presenta las mismas características.
Un oficial de artillería, hombre de gigantesca estatura y salud excelente, fue derribado por un caballo indomable y sufrió una contusión muy grave en la cabeza, que le dejó inconsciente. Tenía una ligera fractura de cráneo pero no se percibió un peligro inmediato. La trepanación se hizo con éxito. Se le aplicó una sangría y se adoptaron otros muchos remedios comunes. Pero cayó lentamente en un sopor cada vez más grave y por fin se le dio por muerto.
Hacía calor y lo enterraron con prisa indecorosa en uno de los cementerios públicos. Sus funerales tuvieron lugar un jueves. Al domingo siguiente, el parque del cementerio, como de costumbre, se llenó de visitantes, y alrededor del mediodía se produjo un gran revuelo, provocado por las palabras de un campesino que, habiéndose sentado en la tumba del oficial, había sentido removerse la tierra, como si alguien estuviera luchando abajo. Al principio nadie prestó demasiada atención a las palabras de este hombre, pero su evidente terror y la terca insistencia con que repetía su historia produjeron, al fin, su natural efecto en la muchedumbre. Algunos con rapidez consiguieron unas palas, y la tumba, vergonzosamente superficial, estuvo en pocos minutos tan abierta que dejó al descubierto la cabeza de su ocupante. Daba la impresión de que estaba muerto, pero aparecía casi sentado dentro del ataúd, cuya tapa, en furiosa lucha, había levantado parcialmente. Inmediatamente lo llevaron al hospital más cercano, donde se le declaró vivo, aunque en estado de asfixia. Después de unas horas volvió en sí, reconoció a algunas personas conocidas, y con frases inconexas relató sus agonías en la tumba.
Por lo que dijo, estaba claro que la víctima mantuvo la conciencia de vida durante más de una hora después de la inhumación, antes de perder los sentidos. Habían rellenado la tumba, sin percatarse, con una tierra muy porosa, sin aplastar, y por eso le llegó un poco de aire. Oyó los pasos de la multitud sobre su cabeza y a su vez trató de hacerse oír. El tumulto en el parque del cementerio, dijo, fue lo que seguramente lo despertó de un profundo sueño, pero al despertarse se dio cuenta del espantoso horror de su situación. Este paciente, según cuenta la historia, iba mejorando y parecía encaminado hacia un restablecimiento definitivo, cuando cayó víctima de la charlatanería de los experimentos médicos. Se le aplicó la batería galvánica y expiró de pronto en uno de esos paroxismos estáticos que en ocasiones produce.
La mención de la batería galvánica, sin embargo, me trae a la memoria un caso bien conocido y muy extraordinario, en que su acción resultó ser la manera de devolver la vida a un joven abogado de Londres que estuvo enterrado dos días. Esto ocurrió en 1831, y entonces causó profunda impresión en todas partes, donde era tema de conversación.

El paciente, el señor Edward Stapleton, había muerto, aparentemente, de fiebre tifoidea acompañada de unos síntomas anómalos que despertaron la curiosidad de sus médicos. Después de su aparente fallecimiento, se pidió a sus amigos la autorización para un examen post—mortem (autopsia), pero éstos se negaron. Como sucede a menudo ante estas negativas, los médicos decidieron desenterrar el cuerpo y examinarlo a conciencia, en privado. Fácilmente llegaron a un arreglo con uno de los numerosos grupos de ladrones de cadáveres que abundan en Londres, y la tercera noche después del entierro el supuesto cadáver fue desenterrado de una tumba de ocho pies de profundidad y depositado en el quirófano de un hospital privado.
Al practicársele una incisión de cierta longitud en el abdomen, el aspecto fresco e incorrupto del sujeto sugirió la idea de aplicar la batería. Hicieron sucesivos experimentos con los efectos acostumbrados, sin nada de particular en ningún sentido, salvo, en una o dos ocasiones, una apariencia de vida mayor de la norma en cierta acción convulsiva.
Era ya tarde. Iba a amanecer y se creyó oportuno, al fin, proceder inmediatamente a la disección. Pero uno de los estudiosos tenía un deseo especial de experimentar una teoría propia e insistió en aplicar la batería a uno de los músculos pectorales. Tras realizar una tosca incisión, se estableció apresuradamente un contacto; entonces el paciente, con un movimiento rápido pero nada convulsivo, se levantó de la mesa, caminó hacia el centro de la habitación, miró intranquilo a su alrededor unos instantes y entonces habló. Lo que dijo fue ininteligible, pero pronunció algunas palabras, y silabeaba claramente. Después de hablar, se cayó pesadamente al suelo.
Durante unos momentos todos se quedaron paralizados de espanto, pero la urgencia del caso pronto les devolvió la presencia de ánimo. Se vio que el señor Stapleton estaba vivo, aunque sin sentido. Después de administrarle éter volvió en sí y rápidamente recobró la salud, retornando a la sociedad de sus amigos, a quienes, sin embargo, se les ocultó toda noticia sobre la resurrección hasta que ya no se temía una recaída. Es de imaginar la maravilla de aquellos y su extasiado asombro.
El dato más espeluznante de este incidente, sin embargo, se encuentra en lo que afirmó el mismo señor Stapleton. Declaró que en ningún momento perdió todo el sentido, que de un modo borroso y confuso percibía todo lo que le estaba ocurriendo desde el instante en que fuera declarado muerto por los médicos hasta cuando cayó desmayado en el piso del hospital. "Estoy vivo", fueron las incomprendidas palabras que, al reconocer la sala de disección, había intentado pronunciar en aquel grave instante de peligro.

Sería fácil multiplicar historias como éstas, pero me abstengo, porque en realidad no nos hacen falta para establecer el hecho de que suceden entierros prematuros. Cuando reflexionamos, en las raras veces en que, por la naturaleza del caso, tenemos la posibilidad de descubrirlos, debemos admitir que tal vez ocurren más frecuentemente de lo que pensamos. En realidad, casi nunca se han removido muchas tumbas de un cementerio, por alguna razón, sin que aparecieran esqueletos en posturas que sugieren la más espantosa de las sospechas. La sospecha es espantosa, pero es más espantoso el destino. Puede afirmarse, sin vacilar, que ningún suceso se presta tanto a llevar al colmo de la angustia física y mental como el enterramiento antes de la muerte. La insoportable opresión de los pulmones, las emanaciones sofocantes de la tierra húmeda, la mortaja que se adhiere, el rígido abrazo de la estrecha morada, la oscuridad de la noche absoluta, el silencio como un mar que abruma, la invisible pero palpable presencia del gusano vencedor; estas cosas, junto con los deseos del aire y de la hierba que crecen arriba, con el recuerdo de los queridos amigos que volarían a salvarnos si se enteraran de nuestro destino, y la conciencia de que nunca podrán saberlo, de que nuestra suerte irremediable es la de los muertos de verdad, estas consideraciones, digo, llevan el corazón aún palpitante a un grado de espantoso e insoportable horror ante el cual la imaginación más audaz retrocede. No conocemos nada tan angustioso en la Tierra, no podemos imaginar nada tan horrible en los dominios del más profundo Infierno. Y por eso todos los relatos sobre este tema despiertan un interés profundo, interés que, sin embargo, gracias a la temerosa reverencia hacia este tema, depende justa y específicamente de nuestra creencia en la verdad del asunto narrado. Lo que voy a contar ahora es mi conocimiento real, mi experiencia efectiva y personal..

Durante varios años sufrí ataques de ese extraño trastorno que los médicos han decidido llamar catalepsia, a falta de un nombre que mejor lo defina. Aunque tanto las causas inmediatas como las predisposiciones e incluso el diagnóstico de esta enfermedad siguen siendo misteriosas, su carácter evidente y manifiesto es bien conocido. Las variaciones parecen serlo, principalmente, de grado. A veces el paciente se queda un solo día o incluso un período más breve en una especie de exagerado letargo. Está inconsciente y externamente inmóvil, pero las pulsaciones del corazón aún se perciben débilmente; quedan unos indicios de calor, una leve coloración persiste en el centro de las mejillas y, al aplicar un espejo a los labios, podemos detectar una torpe, desigual y vacilante actividad de los pulmones. Otras veces el trance dura semanas e incluso meses, mientras el examen más minucioso y las pruebas médicas más rigurosas no logran establecer ninguna diferencia material entre el estado de la víctima y lo que concebimos como muerte absoluta. Por regla general, lo salvan del entierro prematuro sus amigos, que saben que sufría anteriormente de catalepsia, y la consiguiente sospecha, pero sobre todo le salva la ausencia de corrupción. La enfermedad, por fortuna, avanza gradualmente. Las primeras manifestaciones, aunque marcadas, son inequívocas. Los ataques son cada vez más característicos y cada uno dura más que el anterior. En esto reside la mayor seguridad, de cara a evitar la inhumación. El desdichado cuyo primer ataque tuviera la gravedad con que en ocasiones se presenta, sería casi inevitablemente llevado vivo a la tumba.

Mi propio caso no difería en ningún detalle importante de los mencionados en los textos médicos. A veces, sin ninguna causa aparente, me hundía poco a poco en un estado de semisíncope, o casi desmayo, y ese estado, sin dolor, sin capacidad de moverme, o realmente de pensar, pero con una borrosa y letárgica conciencia de la vida y de la presencia de los que rodeaban mi cama, duraba hasta que la crisis de la enfermedad me devolvía, de repente, el perfecto conocimiento. Otras veces el ataque era rápido, fulminante. Me sentía enfermo, aterido, helado, con escalofríos y mareos, y, de repente, me caía postrado. Entonces, durante semanas, todo estaba vacío, negro, silencioso y la nada se convertía en el universo. La total aniquilación no podía ser mayor. Despertaba, sin embargo, de estos últimos ataques lenta y gradualmente, en contra de lo repentino del acceso. Así como amanece el día para el mendigo que vaga por las calles en la larga y desolada noche de invierno, sin amigos ni casa, así lenta, cansada, alegre volvía a mí la luz del alma. Pero, aparte de esta tendencia al síncope, mi salud general parecía buena, y no hubiera podido percibir que sufría esta enfermedad, a no ser que una peculiaridad de mi sueño pudiera considerarse provocada por ella. Al despertarme, nunca podía recobrar en seguida el uso completo de mis facultades, y permanecía siempre durante largo rato en un estado de azoramiento y perplejidad, ya que las facultades mentales en general y la memoria en particular se encontraban en absoluta suspensión.
En todos mis padecimientos no había sufrimiento físico, sino una infinita angustia moral. Mi imaginación se volvió macabra. Hablaba de “gusanos, de tumbas, de epitafios.” Me perdía en meditaciones sobre la muerte, y la idea del entierro prematuro se apoderaba de mi mente. El espeluznante peligro al cual estaba expuesto me obsesionaba día y noche. Durante el primero, la tortura de la meditación era excesiva; durante la segunda, era suprema, Cuando las tétricas tinieblas se extendían sobre la tierra, entonces, presa de los más horribles pensamientos, temblaba, temblaba como las trémulas plumas de un coche fúnebre. Cuando mi naturaleza ya no aguantaba la vigilia, me sumía en una lucha que al fin me llevaba al sueño, pues me estremecía pensando que, al despertar, podía encontrarme metido en una tumba. Y cuando, por fin, me hundía en el sueño, lo hacía sólo para caer de inmediato en un mundo de fantasmas, sobre el cual flotaba con inmensas y tenebrosas alas negras la única, predominante y sepulcral idea. De las innumerables imágenes melancólicas que me oprimían en sueños elijo para mi relato una visión solitaria. Soñé que había caído en un trance cataléptico de más duración y profundidad que lo normal. De repente una mano helada se posó en mi frente y una voz impaciente, farfullante, susurró en mi oído: “¡Levántate!”
Me incorporé. La oscuridad era total. No podía ver la figura del que me había despertado. No podía recordar ni la hora en que había caído en trance, ni el lugar en que me encontraba. Mientras seguía inmóvil, intentando ordenar mis pensamientos, la fría mano me agarró con fuerza por la muñeca, sacudiéndola con petulancia, mientras la voz farfullante decía de nuevo:
—¡Levántate! ¿No te he dicho que te levantes?
—¿Y tú— pregunté— quién eres?
—No tengo nombre en las regiones donde habito— replicó la voz tristemente—. Fui un hombre y soy un espectro. Era despiadado, pero soy digno de lástima. Ya ves que tiemblo. Me rechinan los dientes cuando hablo, pero no es por el frío de la noche, de la noche eterna. Pero este horror es insoportable. ¿Cómo puedes dormir tú tranquilo? No me dejan descansar los gritos de estas largas agonías. Estos espectáculos son más de lo que puedo soportar. ¡Levántate! Ven conmigo a la noche exterior, y deja que te muestre las tumbas. ¿No es este un espectáculo de dolor?... ¡Mira!
Miré, y la figura invisible que aún seguía apretándome la muñeca consiguió abrir las tumbas de toda la humanidad, y de cada una salían las irradiaciones fosfóricas de la descomposición, de forma que pude ver sus más escondidos rincones y los cuerpos amortajados en su triste y solemne sueño con el gusano. Pero, ¡ay!, los que realmente dormían, aunque fueran muchos millones, eran menos que los que no dormían en absoluto, y había una débil lucha, y había un triste y general desasosiego, y de las profundidades de los innumerables pozos salía el melancólico frotar de las vestiduras de los enterrados. Y, entre aquellos que parecían descansar tranquilos, vi que muchos habían cambiado, en mayor o menor grado, la rígida e incómoda postura en que fueron sepultados. Y la voz me habló de nuevo, mientras contemplaba:
—¿No es esto, ¡ah!, acaso un espectáculo lastimoso? Pero, antes de que encontrara palabras para contestar, la figura había soltado mi muñeca, las luces fosfóricas se extinguieron y las tumbas se cerraron con repentina violencia, mientras de ellas salía un tumulto de gritos desesperados, repitiendo: "¿No es esto, ¡Dios mío!, acaso un espectáculo lastimoso?"

Fantasías como ésta se presentaban por la noche y extendían su terrorífica influencia incluso en mis horas de vigilia. Mis nervios quedaron destrozados, y fui presa de un horror continuo. Ya no me atrevía a montar a caballo, a pasear, ni a practicar ningún ejercicio que me alejara de casa. En realidad, ya no me atrevía a fiarme de mí lejos de la presencia de los que conocían mi propensión a la catalepsia, por miedo de que, en uno de esos ataques, me enterraran antes de conocer mi estado realmente. Dudaba del cuidado y de la lealtad de mis amigos más queridos. Temía que, en un trance más largo de lo acostumbrado, se convencieran de que ya no había remedio. Incluso llegaba a temer que, como les causaba muchas molestias, quizá se alegraran de considerar que un ataque prolongado era la excusa suficiente para librarse definitivamente de mí. En vano trataban de tranquilizarme con las más solemnes promesas. Les exigía, con los juramentos más sagrados, que en ninguna circunstancia me enterraran hasta que la descomposición estuviera tan avanzada, que impidiese la conservación. Y aun así mis terrores mortales no hacían caso de razón alguna, no aceptaban ningún consuelo. Empecé con una serie de complejas precauciones. Entre otras, mandé remodelar la cripta familiar de forma que se pudiera abrir fácilmente desde dentro. A la más débil presión sobre una larga palanca que se extendía hasta muy dentro de la cripta, se abrirían rápidamente los portones de hierro. También estaba prevista la entrada libre de aire y de luz, y adecuados recipientes con alimentos y agua, al alcance del ataúd preparado para recibirme. Este ataúd estaba acolchado con un material suave y cálido y dotado de una tapa elaborada según el principio de la puerta de la cripta, incluyendo resortes ideados de forma que el más débil movimiento del cuerpo sería suficiente para que se soltara. Aparte de esto, del techo de la tumba colgaba una gran campana, cuya soga pasaría (estaba previsto) por un agujero en el ataúd y estaría atada a una mano del cadáver. Pero, ¡ay!, ¿de qué sirve la precaución contra el destino del hombre? ¡Ni siquiera estas bien urdidas seguridades bastaban para librar de las angustias más extremas de la inhumación en vida a un infeliz destinado a ellas!

Llegó una época— como me había ocurrido antes a menudo— en que me encontré emergiendo de un estado de total inconsciencia a la primera sensación débil e indefinida de la existencia. Lentamente, con paso de tortuga, se acercaba el pálido amanecer gris del día psíquico. Un desasosiego aletargado. Una sensación apática de sordo dolor. Ninguna preocupación, ninguna esperanza, ningún esfuerzo. Entonces, después de un largo intervalo, un zumbido en los oídos. Luego, tras un lapso de tiempo más largo, una sensación de hormigueo o comezón en las extremidades; después, un período aparentemente eterno de placentera quietud, durante el cual las sensaciones que se despiertan luchan por transformarse en pensamientos; más tarde, otra corta zambullida en la nada; luego, un súbito restablecimiento. Al fin, el ligero estremecerse de un párpado; e inmediatamente después, un choque eléctrico de terror, mortal e indefinido, que envía la sangre a torrentes desde las sienes al corazón. Y entonces, el primer esfuerzo por pensar. Y entonces, el primer intento de recordar. Y entonces, un éxito parcial y evanescente. Y entonces, la memoria ha recobrado tanto su dominio, que, en cierta medida, tengo conciencia de mi estado. Siento que no me estoy despertado de un sueño corriente. Recuerdo que he sufrido de catalepsia. Y entonces, por fin, como si fuera la embestida de un océano, el único peligro horrendo, la única idea espectral y siempre presente abruma mi espíritu estremecido.
Unos minutos después de que esta fantasía se apoderase de mí, me quedé inmóvil. ¿Y por qué? No podía reunir valor para moverme. No me atrevía a hacer el esfuerzo que desvelara mi destino, sin embargo algo en mi corazón me susurraba que era seguro. La desesperación— tal como ninguna otra clase de desdicha produce—, sólo la desesperación me empujó, después de una profunda duda, a abrir mis pesados párpados. Los levanté. Estaba oscuro, todo oscuro. Sabía que el ataque había terminado. Sabía que la situación crítica de mi trastorno había pasado. Sabía que había recuperado el uso de mis facultades visuales, y, sin embargo, todo estaba oscuro, oscuro, con la intensa y absoluta falta de luz de la noche que dura para siempre.
Intenté gritar, y mis labios y mi lengua reseca se movieron convulsivamente, pero ninguna voz salió de los cavernosos pulmones, que, oprimidos como por el peso de una montaña, jadeaban y palpitaban con el corazón en cada inspiración laboriosa y difícil. El movimiento de las mandíbulas, en el esfuerzo por gritar, me mostró que estaban atadas, como se hace con los muertos. Sentí también que yacía sobre una materia dura, y algo parecido me apretaba los costados. Hasta entonces no me había atrevido a mover ningún miembro, pero al fin levanté con violencia mis brazos, que estaban estirados, con las muñecas cruzadas. Chocaron con una materia sólida, que se extendía sobre mi cuerpo a no más de seis pulgadas de mi cara. Ya no dudaba de que reposaba al fin dentro de un ataúd.
Y entonces, en medio de toda mi infinita desdicha, vino dulcemente la esperanza, como un querubín, pues pensé en mis precauciones. Me retorcí e hice espasmódicos esfuerzos para abrir la tapa: no se movía. Me toqué las muñecas buscando la soga: no la encontré. Y entonces mi consuelo huyó para siempre, y una desesperación aún más inflexible reinó triunfante pues no pude evitar percatarme de la ausencia de las almohadillas que había preparado con tanto cuidado, y entonces llegó de repente a mis narices el fuerte y peculiar olor de la tierra húmeda. La conclusión era irresistible. No estaba en la cripta. Había caído en trance lejos de casa, entre desconocidos, no podía recordar cuándo y cómo, y ellos me habían enterrado como a un perro, metido en algún ataúd común, cerrado con clavos, y arrojado bajo tierra, bajo tierra y para siempre, en alguna tumba común y anónima.
Cuando este horrible convencimiento se abrió paso con fuerza hasta lo más íntimo de mi alma, luché una vez más por gritar. Y este segundo intento tuvo éxito. Un largo, salvaje y continuo grito o alarido de agonía resonó en los recintos de la noche subterránea.
—Oye, oye, ¿qué es eso?— dijo una áspera voz, como respuesta.
—¿Qué diablos pasa ahora?— dijo un segundo..
—¡Fuera de ahí!— dijo un tercero.
—¿Por qué aúlla de esa manera, como un gato montés?— dijo un cuarto.
Y entonces unos individuos de aspecto rudo me sujetaron y me sacudieron sin ninguna consideración. No me despertaron del sueño, pues estaba completamente despierto cuando grité, pero me devolvieron la plena posesión de mi memoria.
Esta aventura ocurrió cerca de Richmond, en Virginia. Acompañado de un amigo, había bajado, en una expedición de caza, unas millas por las orillas del río James. Se acercaba la noche cuando nos sorprendió una tormenta. La cabina de una pequeña chalupa anclada en la corriente y cargada de tierra vegetal nos ofreció el único refugio asequible. Le sacamos el mayor provecho posible y pasamos la noche a bordo. Me dormí en una de las dos literas; no hace falta describir las literas de una chalupa de sesenta o setenta toneladas. La que yo ocupaba no tenía ropa de cama. Tenía una anchura de dieciocho pulgadas. La distancia entre el fondo y la cubierta era exactamente la misma. Me resultó muy difícil meterme en ella. Sin embargo, dormí profundamente, y toda mi visión— pues no era ni un sueño ni una pesadilla— surgió naturalmente de las circunstancias de mi postura, de la tendencia habitual de mis pensamientos, y de la dificultad, que ya he mencionado, de concentrar mis sentidos y sobre todo de recobrar la memoria durante largo rato después de despertarme. Los hombres que me sacudieron eran los tripulantes de la chalupa y algunos jornaleros contratados para descargarla. De la misma carga procedía el olor a tierra. La venda en torno a las mandíbulas era un pañuelo de seda con el que me había atado la cabeza, a falta de gorro de dormir.
Las torturas que soporté, sin embargo, fueron indudablemente iguales en aquel momento a las de la verdadera sepultura. Eran de un horror inconcebible, increíblemente espantosas; pero del mal procede el bien, pues su mismo exceso provocó en mi espíritu una reacción inevitable. Mi alma adquirió temple, vigor. Salí fuera. Hice ejercicios duros. Respiré aire puro. Pensé en más cosas que en la muerte. Abandoné mis textos médicos. Quemé el libro de Buchan. No leí más Pensamientos nocturnos, ni grandilocuencias sobre cementerios, ni cuentos de miedo como éste. En muy poco tiempo me convertí en un hombre nuevo y viví una vida de hombre. Desde, aquella noche memorable descarté para siempre mis aprensiones sepulcrales y con ellas se desvanecieron los achaques catalépticos, de los cuales quizá fueran menos consecuencia que causa. Hay momentos en que, incluso para el sereno ojo de la razón, el mundo de nuestra triste humanidad puede parecer el infierno, pero la imaginación del hombre no es Caratis para explorar con impunidad todas sus cavernas. ¡Ay!, la torva legión de los terrores sepulcrales no se puede considerar como completamente imaginaria, pero los demonios, en cuya compañía Afrasiab hizo su viaje por el Oxus, tienen que dormir o nos devorarán..., hay que permitirles que duerman, o pereceremos.

Edgar Allan Poe





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12-10-09 16:49 #3501971 -> 3501751
Por:5151

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
¡Vaya, vaya!

¡Y yo intentando inventarme una historia más o menos creíble! Ja ja ja ja ja ja ja ja ¡ya está no pongo más!

Pumuki01 te dejo mi historia. Espero librarme del maleficioooooooDiabolico

Hasta no hace mucho no se sabía nada sobre el coma. Ese estado de pérdida de la consciencia, en el cual la persona no está muerta pero tampoco está despierta. También se le conoce por el nombre de catalepsia: la respiración y el pulso se vuelven muy lentos, la piel se pone pálida.

Dicho esto quiero contaros la historia de las 72 horaaaaaaaaaaaaasssssssssss.

Era jueves, 13 de octubre del año 1853, Jerónimo volvía del trabajo a casa; había estado todo el día en los olivares, ese día fue especialmente caluroso y eso que ya estaban metidos en pleno otoño; pero hizo mucho calor, demasiado. Toda la ropa que llevaba de abrigo le fue sobrando poco a poco desde que comenzó la jornada. No, no se encontraba bien, algo le decía que su cuerpo no funcionaba bien. Sólo pensaba en llegar a casa lavarse un poco y decirle a su mujer Gertrudis que no quería cenar; estaba muy cansado. Deseaba tumbarse y dormir.

Cuando al fin llegó a su casa, un habitáculo con tres espacios, dos dormitorios y el otro la cocina-sala de estar, Gertrudis se preocupó al ver el estado que presentaba. Angelitas, su hija, estaba sentada en el tranco jugando con el perrillo canelo.

- ¿Te encuentras mal?
- ¿Tanto se me nota?
- Estás paliducho. Como con fiebre. ¿Te pongo la cena?
- No niña, sólo quiero lavarme un poco y tumbarme. Y dormir, sólo dormir. Y cierra bien la puerta con el madero.

A partir de ahí Jerónimo no volvió a despertar.

- Jerónimo ¿cómo estás?

Gertrudis esperaba una respuesta.

- ¿Jerónimo? ¿Jerónimo? ¡Ay Dios mío, que está muerto!

Gertrudis lo zarandeó varias veces pero su marido no reaccionaba. ¿Qué podia hacer? Sólo ir en busca del médico, que estaba en el pueblo.

- Señora su marido está pálido, no tiene pulso. El agotamiento ha podido con él. Le doy mi más sincero pésame. Le dijo el doctor con los medios que contaba como médico rural.

El entierro se llevó a cabo esa misma tarde, el ataúd era el modelo más económico: tablones de pino sin desbastar, sin barnizar. Sólo una cruz de madera barnizada en la tapa.

El hoyo lo cavó el sepulturero con la ayuda de su hijo, sería el próximo cuando su padre muriera.

A la mañana siguiente, cuando Gertrudis se aproximaba al cementerio a ponerle unas flores silvestres a la tumba de su marido se cruzó con el hijo del sepulturero que corría hacia el exterior del cementerio pálido y con la cara desencajada. Gertrudis al llegar a la tumba de Jerónimo sólo pudo llevarse las manos a la boca para ahogar el grito.

¡La tumba de Jerónimo estaba medio desenterrada, toda la tierra removida y el ataúd asomaba del hoyo hecho tablones sueltos!

Dentro del hoyo estaba el cuerpo de Jerónimo, con los ojos abiertos y enrojecidos; sin uñas en las manos. Muerto, ahora sí.

13 de octubre de 1864.

- ¡Mamá, mamá otra vez están esos ruidos! ¿No lo escuchas?

- Me parecen que es en la puerta. ¿No te habrás dejado el perro fuera?

- No, está aquí conmigo en la cocina. Tengo mucho miedo mamá.

- ¿Qué día es hoy Ángela?

- Mamá hoy, hoy es 13 de octubre. ¿Por qué?

- ¡Ay Dios! ¿Cómo se me ha podido olvidar? Es el ánima de tu padre que nos recuerda la misa que debemos dar por él. Se nos murió después de enterrarlo.

- ¡Todos los años igual! ¡Yo le tengo miedo a esas cosas mamá!

- Pues si no quieres pasarlo peor debes hacer todos los años el encargo de la misa, cuando yo falte. Lo tendrás que hacer tú y tus descendientes. El limite para salvar el olvido serán 72 horas. Si lo sobrepasas o sobrepasan tus descendientes, la muerte vendrá a recogeros.

22'00 horas del día 16 de octubre de 2009

- ¡Mami, mami!

- ¿Qué quieres ahora, estoy preparando la cena, no te puedes esperar?

- ¡Mami, hay un señor de negro con la cara muy fea que pregunta por tí! Pasmado Pasmado Diabolico Diabolico

Por casos como este, que ocurrieron en la realidad durante muchos años; se esperaban al menos 72 horas antes de llevar a cabo el entierro.

¡No tengáis tanta prisa en enterrar! ¡Si no, todo será terrooooorrrrrr!

JA JA JA JA JA Diabolico Diabolico Diabolico
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12-10-09 16:55 #3502022 -> 3501751
Por:Guiomar_

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Amig@s forer@s, todo esto es mejor leerlo de noche y de un tirón, venga no seasis caguicas....

El Monte de las Ánimas

La Noche de Difuntos, me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.

Intenté dormir de nuevo. ¡Imposible! Una vez aguijoneada la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarlo de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.

A las doce de la mañana, después de almorzar bien, y con un cigarro en la boca, no le hará mucho efecto a los lectores de El Contemporáneo. Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire de la noche.

Sea de ello lo que quiera, allá va, como el caballo de copas.

I

—Atad los perros, haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Animas.

—¡Tan pronto!

—A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras, pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.

—¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?

—No, hermosa prima. Tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.

Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos. Los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían a la comitiva a bastante distancia. Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:—

—Ese monte que hoy llaman de las Animas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así hubieran solos sabido defenderla corno solos la conquistaron. Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres. Los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos. Cundió la voz del reto, y nada fue a parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras. Antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería. Fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres. Los lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse. Desde entonces dicen que cuando llega la noche de Difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos. Y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria lo llamamos el Monte de las Animas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.

La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporársele los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.

II

Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor, iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.

Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguía con los ojos, y absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.

Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.

Las dueñas referían, a propósito de la noche de Difuntos, cuentos temerosos, en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.

—Hermosa prima exclamó, al fin, Alonso, rompiendo el largo silencio en que se encontraban, Pronto vamos a separarnos, tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales, sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.

Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia: todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.

—Tal vez por la pompa de la Corte francesa, donde hasta aquí has vivido se apresuró a añadir el joven. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?

—No sé en el tuyo contestó la hermosa, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo..., que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.

El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven que, después de serenarse, dijo con tristeza:

—Lo sé, prima; pero hoy se celebran Todos los Santos y el tuyo entre todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?

Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.

Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volvióse a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos, y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste y monótono doblar de las campanas.

Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a reanudarse de este modo:

—Y antes que concluya el día de Todos los Santos en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? —dijo él, clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico:

—¿Por qué no? —exclamó ésta, llevándose la mano al hombro derecho, como para buscar alguna cosa entre los pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro, y después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:

—¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?

—Si.

—¡Pues... se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.

—¡Se ha perdido! ¿Y dónde? —preguntó Alonso, incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.

—No sé... En el monte acaso.

—¡En el Monte de las Animas! —murmuró, palideciendo y dejándose caer sobre el sitial. ¡En el Monte de las Animas! —luego prosiguió, con voz entrecortada y sorda—: Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces. En la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendientes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor hereditario de mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres, y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche..., ¿a qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡Las ánimas!, cuya sola vista puede helar de terror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarlo en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que, cuando hubo concluido, exclamó en un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores.

—¡Oh! Eso, de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de Difuntos y cuajado el camino de lobos!

Al decir esta última frase la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía; movido como por un resorte se puso en pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar, entreteniéndose en revolver el fuego:

—Adiós, Beatriz, adiós, Hasta pronto.

—¡Alonso, Alonso! —dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerlo, el joven había desaparecido.

A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.

Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón, y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

III

Había asado una hora, dos, tres; la medianoche estaba a punto de sonar, cuando Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, y, a querer, en menos de una hora pudiera haberlo hecho.

—¡Habrá tenido miedo! —exclamó la joven, cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la Iglesia consagra en el día de Difuntos a los que ya no existen.

Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.

Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de las campanas, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído, a par de ellas, pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.

—Será el viento —dijo—, y poniéndose la mano sobre su corazón procuró tranquilizarse.

Pero su corazón latía cada vez con más violencia, las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes con chirrido agudo, prolongado y estridente.

Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden; éstas con un ruido sordo y grave, y aquellas con un lamento largo y crispador. Después, un silencio; un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la medianoche; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas, que casi se siente, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota, no obstante, en la oscuridad.

Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar; nada, silencio.

Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas las direcciones, y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada; oscuridad de las sombras impenetrables.

—¡Bah! —exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho. ¿Soy yo tan miedosa como esas pobres gentes cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura al oír una conseja de aparecidos?

Y cerrando los ojos, intentó dormir...: pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse, más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y rebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.

El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas de aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, y otras distantes, doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos.

Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin, despuntó la aurora. Vuelta de su temor entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, tendió una mirada serena a su alrededor, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la banda azul que fue a buscar Alonso.

Cuando sus servidores llegaron, despavoridos, a notificarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que por la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Animas, la encontraron inmóvil; asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros, muerta, ¡muerta de horror!

IV

Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de Difuntos sin poder salir del Monte de las Animas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas terribles. Entre otras, se asegura que vio a los esqueletos de los antiguos Templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa y pálida y desmelenada que, con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.

G. A. Becquer
Puntos:
12-10-09 17:28 #3502292 -> 3502022
Por:5151

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Pues el mío, por si acaso, será mejor leerlo cuanto antes porque mañana es 13 de octubre. Pasmado
Puntos:
13-10-09 00:19 #3506494 -> 3502292
Por:Aurora boreal

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
¡Pero QUÉ MIEDO! ¿Cómo me hacéis esto? Volvemos del puente y me encuentro con estas aterradoras historias. Y encima, las leo sola y de noche!!!
"Guiomar", de lo de ser enterrados vivos no vamos a hablar. No quiero ni pensarlo. Y de la del Monte de las Animas tampoco (ésta ya la había leído antes).
"5151", la tuya tiene guasa, que ya es 13 de octubre (y encima martes, que ya sabes: 13 y martes, ni te cases ni te embarques, jajaja)
Cuando me recupere del susto intentaré poner alguna historia.
Anda que "pumuki" menuda idea has tenido...

Un saludito.
Puntos:
13-10-09 08:33 #3507172 -> 3502292
Por:pumuki01

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Aver si alguien puede escribir (EL MISERERE) de Gustavo Adolfo Bequer) ...Yo no puedo porque he empezado, y he escrito la primera ...Pero unas de las historias de difuntos mas bonitas es ESA... ANIMO .


Puntos:
13-10-09 09:31 #3507404 -> 3502292
Por:No Registrado
RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
La historia ocurrió hace algún tiempo, y aunque parezca sacado de una película de Alfred Hitchcock, dicen que fue real y que pasó cerca del pantano de Alarcón, en Cuenca.

Un hombre estaba parado a la orilla de la carretera a medianoche haciendo autostop, mientras estaba cayendo una tormenta tremenda.

Pasó un tiempo pero nadie se paraba para llevarlo. La tormenta era tan fuerte que apenas si se alcanzaba a ver a unos 3 metros de distancia.

De repente, vio como un coche con las luces apagadas se acercaba lentamente y al final se detuvo frente a él.

El hombre sin dudarlo, por lo precario de su situación, se sube al coche y cierra la puerta. Mira hacia el asiento de al lado y se da cuenta con asombro de que nadie va conduciendo el coche.

El coche arranca suave y pausadamente. El hombre comienza a escuchar voces que susurran algo que no entiende, y oye jadeos y quejidos, pero, no hay nadie dentro del coche.

Mira hacia adelante, a la carretera y con horror se percata de que delante hay una curva.

Asustado, comienza a rezar e implorar por su salvación al advertir su trágico destino. Aún no ha terminado de salir de su espanto cuando, justo antes de llegar a la curva, aparece una mano tenebrosa por la ventana del chofer y mueve el volante lentamente pero con firmeza.

Paralizado por el terror y sin aliento, medio cierra los ojos y se aferra con todas sus fuerzas al asiento; inmóvil e impotente ve cómo sucedía lo mismo en cada curva del oscuro camino, y los quejidos y jadeos aumentaban en cada momento, lo que le provoca tal espanto que cada vez se acurrucaba más en el asiento.

De pronto escucha unas voces jadeantes que le dicen:

- No te escondas, que te vemos,....¿por qué te escondes?.

Totalmente helado por el pánico, tras varios segundos sin atreverse a contestar, y ante la insistencia de las voces que le repetían lo mismo una y otra vez, responde:

- ¡Por favor no me hagais nada!, ¡Por favor no!.

A lo que escucha un voz ronca, fuerte y clara que le dice:

-¿Que no te hagamos nada "cara dura"?, como no salgas del coche y empujes como los demás, te vamos a inflar a guantazos.


PD.-Es para quitar un poquillo de hierro al asunto Riendote

¡Ah! Soy Aurora, que ya había escrito el mensaje cuando me he dado cuenta que no me había registrado.
Puntos:
13-10-09 12:25 #3508705 -> 3502292
Por:No Registrado
RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
estais como una regadera, seniles. No habeis pensado hacer una visita al loquero?
Puntos:
13-10-09 13:28 #3509364 -> 3502292
Por:Mery1953

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
PUMUKI01,he intentado copiar todo el argumeento del MISERERE y no me han dejado.Luego he copiado algún fragmento,y tampoco me lo han pasado,dicen,que hay palabras ofensivas.Ya tengo mi vista muy cansada y no puedo escribir más.Espero que en otro ratito pueda aportar mi granito de arena en este apartado.Un beso muy fuerte
Puntos:
13-10-09 15:33 #3510706 -> 3502292
Por:No Registrado
RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
pumuki y compania .,mira que sois tontos ,pero que tontos sois .,ahora venir con esas historias .,perdon a los no registrados ni caso ,sigan ustedes con sus susperticiones "yo no "
Puntos:
14-10-09 00:16 #3517421 -> 3502292
Por:5151

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
¡Las 72 horas han comenzado a descontar!

¡Y para colmo viene un ánima y nos llama tontos!


¡Será singracia el no registrado!

¿Qué superstición ni superstición, hombre?

Sólo estamos respondiendo, el que quiere, a la propuesta de pumuki01. Que al menos propone algo diferente.

A ver no registrado ¿tú que propones que no sea quejas y desprecios? Riendote Riendote
Puntos:
14-10-09 08:40 #3518216 -> 3502292
Por:pumuki01

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Buenos dias ...Yo tambien he intentado copiar el MISERERE (Mery 1953) pero no me deja ponerlo ,he intentado hacer un resumen pero quedaba muy mal ,y he desistido ''es que se pone de sensible este foro''


PD..(Por mi cuenta ) amigo donde estas ?? que te hechamos de menos ,con tus comentarios tan hacertados ....Que nos hemos quedao los dos solos escribiendo el libro ,y nos va a durar hasta el año que viene por ahora....

Un Besito...Pa..ti
Puntos:
14-10-09 17:03 #3522359 -> 3502292
Por:roguemosalseñor

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
No queria hacerlo, pero en fin, correre el riesgo de descubrir a, ROGUEMOS.

Mi tio murio a los 47 años. Cuando murio mi abuelito, sacaron los restos para que estubiesen juntos, y , horrible, estaba boca abajo, los pelos en las manos, y tres dientes, clavados en la tapadera.
Mi abuela, no lo pudo resistir, a los 5 dias murio.
ROGUEMOS AL SEÑOR PARA QUE NO NOS ENTIERREN VIVOS.
Puntos:
14-10-09 17:03 #3522363 -> 3502292
Por:5151

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Bueno aquí tenéis El Miserere. Largo ¡eh!

EL MISERERE [Leyenda religiosa] Gustavo Adolfo Bécquer

Hace algunos meses que visitando la célebre abadía de Fitero y ocupándome en revolver algunos volúmenes en su abandonada biblioteca, descubrí en uno de sus rincones dos o tres cuadernos de música bastante antiguos, cubiertos de polvo y hasta comenzados a roer por los ratones.

Era un Miserere.

Yo no sé la música; pero le tengo tanta afición, que, aun sin entenderla, suelo coger a veces la partitura de una ópera, y me paso las horas muertas hojeando sus páginas, mirando los grupos de notas más o menos apiñadas, las rayas, los semicírculos, los triángulos y las especies de etcéteras, que llaman llaves, y todo esto sin comprender una jota ni sacar maldito el provecho.

Consecuente con mi manía, repasé los cuadernos, y lo primero que me llamó la atención fue que, aunque en la última página había esta palabra latina, tan vulgar en todas las obras, finis, la verdad era que el Miserere no estaba terminado, porque la música no alcanzaba sino hasta el décimo versículo.

Esto fue sin duda lo que me llamó la atención primeramente; pero luego que me fijé un poco en las hojas de música, me chocó más aún el observar que en vez de esas palabras italianas que ponen en todas, como maestoso, allegro, ritardando, piú vivo, a piacere, había unos renglones escritos con letra muy menuda y en alemán, de los cuales algunos servían para advertir cosas tan difíciles de hacer como esto: Crujen... crujen los huesos, y de sus médulas han de parecer que salen los alaridos; o esta otra: La cuerda aúlla sin discordar, el metal atruena sin ensordecer; por eso suena todo, y no se confunde nada, y todo es la Humanidad que solloza y gime; o la más original de todas, sin duda, recomendaba al pie del último versículo: Las notas son huesos cubiertos de carne; lumbre inextinguible, los cielos y su armonía... ¡fuerza!... fuerza y dulzura.

- ¿Sabéis qué es esto? -pregunté a un viejecito que me acompañaba, al acabar de medio traducir estos renglones, que parecían frases escritas por un loco.

El anciano me contó entonces la leyenda que voy a referiros.

Hace ya muchos años, en una noche lluviosa y oscura, llegó a la puerta claustral de esta abadía un romero, y pidió un poco de lumbre para secar sus ropas, un pedazo de pan con que satisfacer su hambre, y un albergue cualquiera donde esperar la mañana y proseguir con la luz del sol su camino.

Su modesta colación, su pobre lecho y su encendido hogar, puso el hermano a quien se hizo esta demanda a disposición del caminante, al cual, después que se hubo repuesto de su cansancio, interrogó acerca del objeto de su romería y del punto a que se encaminaba.

-Yo soy músico -respondió el interpelado-, he nacido muy lejos de aquí, y en mi patria gocé un día de gran renombre. En mi juventud hice de mi arte un arma poderosa de seducción, y encendí con él pasiones que me arrastraron a un crimen. En mi vejez quiero convertir al bien las facultades que he empleado para el mal, redimiéndome por donde mismo pude condenarme.

Como las enigmáticas palabras del desconocido no pareciesen del todo claras al hermano lego, en quien ya comenzaba la curiosidad a despertarse, e instigado por ésta continuara en sus preguntas, su interlocutor prosiguió de este modo:

- Lloraba yo en el fondo de mi alma la culpa que había cometido; mas al intentar pedirle a Dios misericordia, no encontraba palabras para expresar dignamente mi arrepentimiento, cuando un día se fijaron mis ojos por casualidad sobre un libro santo. Abrí aquel libro y en una de sus páginas encontré un gigante grito de contrición verdadera, un salmo de David, el que comienza ¡Miserere mei, Deus! Desde el instante en que hube leído sus estrofas, mi único pensamiento fue hallar una forma musical tan magnífica, tan sublime, que bastase a contener el grandioso himno de dolor del Rey Profeta. Aún no la he encontrado; pero si logro expresar lo que siento en mi corazón, lo que oigo confusamente en mi cabeza, estoy seguro de hacer un Miserere tal y tan maravilloso, que no hayan oído otro semejante los nacidos: tal y tan desgarrador, que al escuchar el primer acorde los arcángeles dirán conmigo, cubiertos los ojos de lágrimas y dirigiéndose al Señor: ¡misericordia!, y el Señor la tendrá de su pobre criatura.

El romero, al llegar a este punto de su narración, calló por un instante; y después, exhalando un suspiro, tornó a coger el hilo de su discurso. El hermano lego, algunos dependientes de la abadía y dos o tres pastores de la granja de los frailes, que formaban círculo alrededor del hogar, le escuchaban en un profundo silencio.

- Después -continuó- de recorrer toda Alemania, toda Italia y la mayor parte de este país clásico para la música religiosa, aún no he oído un Miserere en que pueda inspirarme, ni uno, ni uno, y he oído tantos, que puedo decir que los he oído todos.

- ¿Todos? -dijo entonces interrumpiéndole uno de los rabadanes-. ¿A qué no habéis oído aún el Miserere de la Montaña?

- ¡El Miserere de la Montaña! -exclamó el músico con aire de extrañeza-. ¿Qué Miserere es ése?

-¿No dije? -murmuró el campesino; y luego prosiguió con una entonación misteriosa-. Ese Miserere, que sólo oyen por casualidad los que como yo andan día y noche tras el ganado por entre breñas y peñascales, es toda una historia; una historia muy antigua, pero tan verdadera como al parecer increíble. Es el caso, que en lo más fragoso de esas cordilleras, de montañas que limitan el horizonte del valle, en el fondo del cual se halla la abadía, hubo hace ya muchos años, ¡que digo muchos años!, muchos siglos, un monasterio famoso; monasterio que, a lo que parece, edificó a sus expensas un señor con los bienes que había de legar a su hijo, al cual desheredó al morir, en pena de sus maldades. Hasta aquí todo fue bueno; pero es el caso que este hijo, que, por lo que se verá más adelante, debió de ser de la piel del diablo, si no era el mismo diablo en persona, sabedor de que sus bienes estaban en poder de los religiosos, y de que su castillo se había transformado en iglesia, reunió a unos cuantos bandoleros, camaradas suyos en la vida de perdición que emprendiera al abandonar la casa de sus padres, y una noche de Jueves Santo, en que los monjes se hallaban en el coro, y en el punto y hora en que iban a comenzar o habían comenzado el Miserere, pusieron fuego al monasterio, saquearon la iglesia, y a éste quiero, a aquél no, se dice que no dejaron fraile con vida. Después de esta atrocidad, se marcharon los bandidos y su instigador con ellos, adonde no se sabe, a los profundos tal vez. Las llamas redujeron el monasterio a escombros; de la iglesia aún quedan en pie las ruinas sobre el cóncavo peñón, de donde nace la cascada, que, después de estrellarse de peña en peña, forma el riachuelo que viene a bañar los muros de esta abadía.

- Pero -interrumpió impaciente el músico- ¿y el Miserere?

- Aguardaos -continuó con gran sorna el rabadán-, que todo irá por partes. Dicho lo cual, siguió así su historia:

- Las gentes de los contornos se escandalizaron del crimen: de padres a hijos y de hijos a nietos se refirió con horror en las largas noches de velada; pero lo que mantiene más viva su memoria es que todos los años, tal noche como la en que se consumó, se ven brillar luces a través de las rotas ventanas de la iglesia; se oye como una especie de música extraña y unos cantos lúgubres y aterradores que se perciben a intervalos en las ráfagas del aire. Son los monjes, los cuales, muertos tal vez sin hallarse preparados para presentarse en el tribunal de Dios limpios de toda culpa, vienen aún del purgatorio a impetrar su misericordia cantando el Miserere.

Los circunstantes se miraron unos a otros con muestras de incredulidad; sólo el romero, que parecía vivamente preocupado con la narración de la historia, preguntó con ansiedad al que la había referido:

- ¿Y decís que ese portento se repite aún?

- Dentro de tres horas comenzará sin falta alguna, porque precisamente esta noche es la de Jueves Santo, y acaban de dar las ocho en el reloj de la abadía.

- ¿A qué distancia se encuentra el monasterio?

- A una legua y media escasa...; pero ¿qué hacéis? ¿Adónde vais con una noche como ésta? ¡Estáis dejado de la mano de Dios! -exclamaron todos al ver que el romero, levantándose de su escaño y tomando el bordón, abandonaba el hogar para dirigirse a la puerta.

- ¿A dónde voy? A oír esa maravillosa música, a oír el grande, el verdadero Miserere, el Miserere de los que vuelven al mundo después de muertos, y saben lo que es morir en el pecado.

Y esto diciendo, desapareció de la vista del espantado lego y de los no menos atónitos pastores.

El viento zumbaba y hacía crujir las puertas, como si una mano poderosa pugnase por arrancarlas de sus quicios; la lluvia caía en turbiones, azotando los vidrios de las ventanas, y de cuando en cuando la luz de un relámpago iluminaba por un instante todo el horizonte que desde ellas se descubría.

Pasado el primer momento de estupor, exclamó el lego:

- ¡Está loco!

- ¡Está loco! -repitieron los pastores; y atizaron de nuevo la lumbre y se agruparon alrededor del hogar.

II

Después de una o dos horas de camino, el misterioso personaje que calificaron de loco en la abadía, remontando la corriente del riachuelo que le indicó el rabadán de la historia, llegó al punto en que se levantaban negras e imponentes las ruinas del monasterio.
La lluvia había cesado; las nubes flotaban en oscuras bandas, por entre cuyos jirones se deslizaba a veces un furtivo rayo de luz pálida y dudosa; y el aire, al azotar los fuertes machones y extenderse por los desiertos claustros, diríase que exhalaba gemidos. Sin embargo, nada sobrenatural, nada extraño venía a herir la imaginación. Al que había dormido más de una noche sin otro amparo que las ruinas de una torre abandonada o un castillo solitario; al que había arrostrado en su larga peregrinación cien y cien tormentas, todos aquellos ruidos le eran familiares.

Las gotas de agua que se filtraban por entre las grietas de los rotos arcos y caían sobre las losas con un rumor acompasado, como el de la péndola de un reloj; los gritos del búho, que graznaba refugiado bajo el nimbo de piedra de una imagen, de pie aún en el hueco de un muro; el ruido de los reptiles, que despiertos de su letargo por la tempestad sacaban sus disformes cabezas de los agujeros donde duermen, o se arrastraban por entre los jaramagos y los zarzales que crecían al pie del altar, entre las junturas de las lápidas sepulcrales que formaban el pavimento de la iglesia, todos esos extraños y misteriosos murmullos del campo, de la soledad y de la noche, llegaban perceptibles al oído del romero que, sentado sobre la mutilada estatua de una tumba, aguardaba ansioso la hora en que debiera realizarse el prodigio.

Transcurrió tiempo y tiempo, y nada se percibió; aquellos mil confusos rumores seguían sonando y combinándose de mil maneras distintas, pero siempre los mismos.

- ¡Si me habrá engañado! -pensó el músico; pero en aquel instante se oyó un ruido nuevo, un ruido inexplicable en aquel lugar, como el que produce un reloj algunos segundos antes de sonar la hora: ruido de ruedas que giran, de cuerdas que se dilatan, de maquinaria que se agita sordamente y se dispone a usar de su misteriosa vitalidad mecánica, y sonó una campanada..., dos..., tres..., hasta once.

En el derruido templo no había campana, ni reloj, ni torre ya siquiera.

Aún no había expirado, debilitándose de eco en eco, la última campanada; todavía se escuchaba su vibración temblando en el aire, cuando los doseles de granito que cobijaban las esculturas, las gradas de mármol de los altares, los sillares de las ojivas, los calados antepechos del coro, los festones de tréboles de las cornisas, los negros machones de los muros, el pavimento, las bóvedas, la iglesia entera, comenzó a iluminarse espontáneamente, sin que se viese una antorcha, un cirio o una lámpara que derramase aquella insólita claridad.

Parecía como un esqueleto, de cuyos huesos amarillos se desprende ese gas fosfórico que brilla y humea en la oscuridad como una luz azulada, inquieta y medrosa.

Todo pareció animarse, pero con ese movimiento galvánico que imprime a la muerte contracciones que parodian la vida, movimiento instantáneo, más horrible aún que la inercia del cadáver que agita con su desconocida fuerza. Las piedras se reunieron a piedras; el ara, cuyos rotos fragmentos se veían antes esparcidos sin orden, se levantó intacta como si acabase de dar en ella su último golpe de cincel el artífice, y al par del ara se levantaron las derribadas capillas, los rotos capiteles y las destrozadas e inmensas series de arcos que, cruzándose y enlazándose caprichosamente entre sí, formaron con sus columnas un laberinto de pórfido.

Un vez reedificado el templo, comenzó a oírse un acorde lejano que pudiera confundirse con el zumbido del aire, pero que era un conjunto de voces lejanas y graves, que parecía salir del seno de la tierra e irse elevando poco a poco, haciéndose cada vez más perceptible.

El osado peregrino comenzaba a tener miedo; pero con su miedo luchaba aún su fanatismo por todo lo desusado y maravilloso, y alentado por él dejó la tumba sobre que reposaba, se inclinó al borde del abismo por entre cuyas rocas saltaba el torrente, despeñándose con un trueno incesante y espantoso, y sus cabellos se erizaron de horror.

Mal envueltos en los jirones de sus hábitos, caladas las capuchas, bajo los pliegues de las cuales contrastaban con sus descarnadas mandíbulas y los blancos dientes las oscuras cavidades de los ojos de sus calaveras, vio los esqueletos de los monjes, que fueron arrojados desde el pretil de la iglesia a aquel precipicio, salir del fondo de las aguas, y agarrándose con los largos dedos de sus manos de hueso a las grietas de las peñas, trepar por ellas hasta tocar el borde, diciendo con voz baja y sepulcral, pero con una desgarradora expresión de dolor, el primer versículo del salmo de David:

¡Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam!

Cuando los monjes llegaron al peristilo del templo, se ordenaron en dos hileras, y penetrando en él, fueron a arrodillarse en el coro, donde con voz más levantada y solemne prosiguieron entonando los versículos del salmo. La música sonaba al compás de sus voces: aquella música era el rumor distante del trueno, que desvanecida la tempestad, se alejaba murmurando; era el zumbido del aire que gemía en la concavidad del monte; era el monótono ruido de la cascada que caía sobre las rocas, y la gota de agua que se filtraba, y el grito del búho escondido, y el roce de los reptiles inquietos. Todo esto era la música, y algo más que no puede explicarse ni apenas concebirse, algo más que parecía como el eco de un órgano que acompañaba los versículos del gigante himno de contrición del Rey Salmista, con notas y acordes tan gigantes como sus palabras terribles.

Siguió la ceremonia; el músico que la presenciaba, absorto y aterrado, creía estar fuera del mundo real, vivir en esa región fantástica del sueño en que todas las cosas se revisten de formas extrañas y fenomenales.

Un sacudimiento terrible vino a sacarle de aquel estupor que embargaba todas las facultades de su espíritu. Sus nervios saltaron al impulso de una emoción fortísima, sus dientes chocaron, agitándose con un temblor imposible de reprimir, y el frío penetró hasta la médula de los huesos.

Los monjes pronunciaban en aquel instante estas espantosas palabras del Miserere:

In iniquitatibus conceptus sum: et in peccatis concepit me mater mea.

Al resonar este versículo y dilatarse sus ecos retumbando de bóveda en bóveda, se levantó un alarido tremendo, que parecía un grito de dolor arrancado a la Humanidad entera por la conciencia de sus maldades, un grito horroroso, formado de todos los lamentos del infortunio, de todos los aullidos de la desesperación, de todas las blasfemias de la impiedad; concierto monstruoso, digno intérprete de los que viven en el pecado y fueron concebidos en la iniquidad.

Prosiguió el canto, ora tristísimo y profundo, ora semejante a un rayo de sol que rompe la nube oscura de una tempestad, haciendo suceder a un relámpago de terror otro relámpago de júbilo, hasta que merced a una transformación súbita, la iglesia resplandeció bañada en luz celeste; las osamentas de los monjes se vistieron de sus carnes; una aureola luminosa brilló en derredor de sus frentes; se rompió la cúpula, y a través de ella se vio el cielo como un océano de lumbre abierto a la mirada de los justos.

Los serafines, los arcángeles, los ángeles y las jerarquías acompañaban con un himno de gloria este versículo, que subía entonces al trono del Señor como una tromba armónica, como una gigantesca espiral de sonoro incienso:

Auditui meo dabis gaudium et lœtitiam: et exultabunt ossa humiliata.

En este punto la claridad deslumbradora cegó los ojos del romero, sus sienes latieron con violencia, zumbaron sus oídos y cayó sin conocimiento por tierra, y nada más oyó.

III

Al día siguiente, los pacíficos monjes de la abadía de Fitero, a quienes el hermano lego había dado cuenta de la extraña visita de la noche anterior, vieron entrar por sus puertas, pálido y como fuera de sí, al desconocido romero.

- ¿Oísteis al cabo el Miserere? -le preguntó con cierta mezcla de ironía el lego, lanzando a hurtadillas una mirada de inteligencia a sus superiores.

- -respondió el músico.

- ¿Y qué tal os ha parecido?

- Lo voy a escribir. Dadme un asilo en vuestra casa -prosiguió dirigiéndose al abad-; un asilo y pan por algunos meses, y voy a dejaros una obra inmortal del arte, un Miserere que borre mis culpas a los ojos de Dios, eternice mi memoria y eternice con ella la de esta abadía.

Los monjes, por curiosidad, aconsejaron al abad que accediese a su demanda; el abad, por compasión, aun creyéndole un loco, accedió al fin a ella, y el músico, instalado ya en el monasterio, comenzó su obra.

Noche y día trabajaba con un afán incesante. En mitad de su tarea se paraba, y parecía como escuchar algo que sonaba en su imaginación, y se dilataban sus pupilas, saltaba en el asiento, y exclamaba:

- ¡Eso es; así, así, no hay duda..., así! Y proseguía escribiendo notas con una rapidez febril, que dio en más de una ocasión que admirar a los que le observaban sin ser vistos.

Escribió los primeros versículos y los siguientes, y hasta la mitad del Salmo, pero al llegar al último que había oído en la montaña, le fue imposible proseguir.

Escribió uno, dos, cien, doscientos borradores; todo inútil. Su música no se parecía a aquella música ya anotada, y el sueño huyó de sus párpados, y perdió el apetito, y la fiebre se apoderó de su cabeza, y se volvió loco, y se murió, en fin, sin poder terminar el Miserere, que, como una cosa extraña, guardaron los frailes a su muerte y aún se conserva hoy en el archivo de la abadía.

Cuando el viejecito concluyó de contarme esta historia, no pude menos de volver otra vez los ojos al empolvado y antiguo manuscrito del Miserere, que aún estaba abierto sobre una de las mesas.

In peccatis concepit me mater mea

Éstas eran las palabras de la página que tenía ante mi vista, y que parecía mofarse de mí con sus notas, sus llaves y sus garabatos ininteligibles para los legos en la música.

Por haberlas podido leer hubiera dado un mundo.

¿Quién sabe si no serán una locura?

FIN - - FIN - - FIN - - FIN

Pasmado Pasmado

La verdad, para mí tampoco es una cosa del otro mundo. ¿Qué opinais?
Puntos:
14-10-09 17:54 #3522936 -> 3502292
Por:por mi cuenta

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Aquella tarde, la niña, de 14 años, se encontraba sola en su casa. Sus padres, aprovechando que su hija estaba dedicada al estudio, a las tareas del cole, se fueron a hacer la compra. La niña, en su cuarto, estaba absorta en sus tareas. Su hermano, más pequeño que ella, estaba en el salón viendo la televisión... Aquella tarde era una más del invierno, sin nada en particular.

La niña (pongamos que se llama Isabel)se encontraba sentada en su cama, con la espalda apoyada en la pared. Justo enfrente de ella, en la pared contraria a la cama, tenía una estantería donde guardaba sus libros, cuadernos, poesías, juegos y algún que otro muñeco.

De pronto, y sin saber por qué, la niña Isabel se asusta porque su muñeco, un osito de peluche que su padre le compró cuando era muy niña, se precipita al suelo desde la estantería donde estaba. Isabel, después de reponerse del susto, lo coge y lo vuelve a poner en su sitio. Tras lo cual, ella vuelve a su cama, se sienta en ella como acostrumbraba y antes de coger el libro que estaba leyendo, siente la necesidad incomprensible de mirar a su peluche. Levanta sus ojos y los dirige al osito y, acto seguido, sin saber por qué, sin lógica ninguna, observa cómo el muñeco vuelve a caer de la estantería; pero no cae como la vez anterior, en vertical dirigiéndose al suelo. Esta vez, el osito es como si hubiese cogido fuerza y hubiera saltado de la estantería a la cama. El muñeco salta y cruza la habitación para caer encima de la niña.

La niña Isabel, muerta de miedo, sale corriendo de su habitación y se refugia en el salón, con su hermano. Allí se queda sin decir nada hasta que llegan sus padres...

Mañana continuaré... y ¡os juro por lo más sagrado, que lo que os voy a relatar es un hecho real! ¡Tan real, que la niña Isabel lo único que ha podido hacer hasta ahora, ha sido aprender a convivir con estos... ¿seres?, ¿poderes?, ¿energías?...

Un saludo, por mi cuenta




Puntos:
14-10-09 20:04 #3524660 -> 3502292
Por:pumuki01

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
( por mi cuenta ),amigo me has dejao en un hay .No se si podre dormir esta noche ..

Puntos:
14-10-09 23:01 #3527093 -> 3502292
Por:5151

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Quien tenga osos de peluche en la casa que los meta en el cubo de la basura...............y al contenedor. Pasmado

¡Tranquilos que no se considera asesinato! Diabolico




Pumuki01 te he puesto el Miserere de Gustavo A. Becker en un post antes. Pero yo no le veo el miedo, o ¿es por lo religioso?


Saludos.
Puntos:
15-10-09 08:54 #3529441 -> 3502292
Por:pumuki01

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
5151 La verdad es que me daba más miedo antes cuando me lo leían en la escuela que ahora jaja .Yo creo que has dado en el clavo ..De todas las maneras te lo agradesco has hecho que lo lean mis hijas ,las teneis entusiasmadas con las leyendas de miedo.....
UN SALUDO ...
Puntos:
20-10-09 17:40 #3582363 -> 3502292
Por:pumuki01

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
(por mi cuenta) No terminaste tu historia de difuntos ,nos tienes en un sin vivir haber si te animas y sigues....

ANIMO (POR MI CUENTA)
Puntos:
20-10-09 18:08 #3582769 -> 3502292
Por:por mi cuenta

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Tienes razón, Pumuki. Pero, por ahora no puedo seguir.
La niña Isabel lee este foro de vez en cuando; y ella me ha pedido que no siga con la historia.... (por miedo a que su "duende" le vuelva a dar la lata). Ahora, como os comentaba, digamos que son... "amigos" y han llegado a mantenerse un respeto "mutuo".

Perdona Pumuki, pero la niña Isabel me lo pide, y yo no puedo llevarle la contraria.

Un saludo, por mi cuenta
Puntos:
20-10-09 18:30 #3583097 -> 3502292
Por:pumuki01

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Mira (por mi cuenta) no puedes dejarnos asi ?? .Tu le dices a la niña Isabel que no mire el foro que es (caca)..
Si no de castigo tienes que contarnos otra hitoria de difuntos cuando puedas ...vale??..

UN SALUDO ..
Puntos:
21-10-09 12:39 #3590798 -> 3502292
Por:por mi cuenta

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Hola Pumuki. En lugar de contarte una historia, pienso que es mejor (por la cercanía de la fecha) que te comenten ciertas creencias y tradiciones sobre el Día de los Difuntos.

Hay una costumbre extendida por toda España, y que viene de la época griega y romana, de hablar bien de las personas fallecidas. Se tenía, y se tiene, el temor de que si hablamos mal de un difuntos, éste podrá "molestarnos" con su visita.

Por esto, trae mala suerte hablar mal de un difunto, siempre que se le recuerde hay que hacerlo recordando su lado positivo.

De esta creencia biene la frase: "DIOS TE LIBRE DEL DÍA DE LAS ALABANZAS, PORQUE, CUANDO TODOS HABLEN BIEN DE TI, ES QUE ESTARÁS MUERTO".
Puntos:
21-10-09 12:44 #3590847 -> 3502292
Por:por mi cuenta

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Otra creencia es que si se sueña con una persona ya difunta y ésta nos llama, hay que responderle, "CON ENERGÍA", que no vamos. Además hay que acerlo en el mismo sueño, porque si no lo hacemos, vendrá a buscarnos en el sueño siguiente.

Si mientras dormimos, un difunto nos tira del vestido (o traje), esto significa que padeceremos una larga enfermedad.

Si soñamos que alguien que ha muerto nos abraza, significa que tendremos un vida muy larga.
Puntos:
21-10-09 12:47 #3590884 -> 3502292
Por:por mi cuenta

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Otra creencia:

¡NUNCA LLAMES DE NOCHE A LA PUERTA DE UN COMPOSANTO. PORQUE ACUDIRÁN TODAS LAS ALMAS DE LOS MUERTOS ALLÍ ENTERRADOS PARA VER QUIÉN HA LLAMADO!
Puntos:
21-10-09 12:50 #3590921 -> 3502292
Por:por mi cuenta

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Es muy peligroso encontrarse con el entierro de un amigo, ¡POR QUE EL DIFUNTO NOS LLAMARÁ!
Puntos:
21-10-09 12:52 #3590946 -> 3502292
Por:por mi cuenta

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Cruzarse con un ataúd vacío, ES PEOR AÚN. Porque la persona que se cruce con él es la destinada a llevarlo.
Puntos:
21-10-09 13:05 #3591096 -> 3502292
Por:por mi cuenta

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
LA SANTA COMPAÑA

Es una procesión de almas en pena que sale de noche por los campos y bosques. Esta procesión está formada por dos hileras de ocho o doce figuras fantasmagóricas, vestidas de blanco, con sábanas o túnicas, con la cabeza cubierta y aspecto cadavérico. Las almas en pena llevan todas cirios encendidos, tocan campanillas y van en silencio, además, en el centro del cortejo hay un ataúd, por lo que la procesión es, en realidad, un entierro.

Los difuntos que integran la Santa Compaña necesitan de un persona viva que les sirva de guía. Esta persona vivia encabezará la procesión con un gran crucifijo de madera, un cririo o una antorcha, y en su otra mano llevará un caldero de agua bendita.

La Santa Compaña son las almas de personas que, en vida, hicieron alguna promesa y no la cumplieron; por eso vagan indefinidamente hasta encontrar a una persona que la cumpla por ellos.

Cuando la Santa Compaña llega, la tenemos cerca, notaremos un fuerte olor a moho, a humedad y a cera. Aparecen en la niebla y a la persona que se encuentran le obligan a acompañarle.

Si alguien se encuentra con la Santa Compaña, sólo podrá salvarse de ser llavedo por ella haciendo un círculo mágico en el suelo y metiéndose dentro de él hasta que pase el cortejo completo. NO HAY QUE MIRARLES Y HAY QUE EVITAR QUE TE TOQUEN. Es mejor que te pongan a rezar. SI LLEVAS ENCIMA ALGÚN ELEMENTO RELIGIOSO (como medalla, crucifijo...), PASARÁ DE LARGO Y TE DEJARÁ EN PAZ.
Puntos:
21-10-09 13:14 #3591190 -> 3502292
Por:por mi cuenta

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Y por último, UN CONSEJO:

Llega la noche de hacer las "GACHAS" o "PUCHES" (en muchos otros sitios se llaman así).

Es tradición hacerlas la noche de difuntos y comerlas en familia. Es una creencia muy extendida en la zona centro de España (Madrid, Castilla-La Mancha) que AL HACER LAS GACHAS O PUCHES, NUNCA TE OLVIDES DE ENCENDER ANTES UNA VELA O LAMPARILLA EN LA MISMA HABITACIÓN DONDE ESTÁS COCINANDOLAS. POR DE NO HACERLO, LAS GACHAS SERÁN MOVIDAS POR LA MANO DE LOS DIFUNTOS DE ESA CASA.
Puntos:
21-10-09 13:24 #3591302 -> 3502292
Por:Aurora boreal

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
¡Jo.der,"por mi cuenta"! ¿Cómo se te ocurre poner todo esto? Que me tienes "cagaíta". Con el miedo que me dan a mí estas cosas!!! ¡Lagarto, lagarto!

Un saludito.
Puntos:
21-10-09 13:31 #3591368 -> 3502292
Por:por mi cuenta

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Hola Aurora. NO tengas miedo alguno. Una vez, hace muchos años, una persona que estaba metida en estas historias de espiritismo (y con buena reputación en ello) me dió un consejo:

"A los muertos hay que dejarlos en paz". "Nunca intentemos invocar almas de difuntos". "Y siempre que pensemos en nuestros seres queridos que ya se fueron, como lo haremos con mucho cariño; nunca debemos temer nada de ellos. Porque ellos siempre nos protegerán". "PERO DEJEMOSLES EN PAZ"

Un saludo, por mi cuenta
Puntos:
21-10-09 17:23 #3593837 -> 3502292
Por:Guiomar_

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
A mí me dan más miedo los vivos, jajajajaja..... a los muertos hay que dejarlos en paz y esas historias me dan mucho yuyu..POR MI CUENTA, quién te contaba todos esas "cosas", tu abuela, en una noche de tormenta al lado de la chimenea?

POR MI CUENTA SALUDOS Y A TODOS
Puntos:
27-10-09 07:40 #3647170 -> 3502292
Por:pumuki01

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Todas estas historias que hemos escrito ''EN EL FORO DE VILCHES''estan en una pagina ''WEB EN INTERNET''
Simplemente poniendo (HISTORIAS DE DIFUNTOS)..Sale la pagina el que no haya escrito que se anime ....

Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos;pero yo ,el que escribe ,habré entrado hace mucho en la regíón de la sombras ...

'' EDGAR ALLAN POE''..EDICIÓN DE JAVIER PEREZ ANDUJAS
Puntos:
27-10-09 10:16 #3647962 -> 3502292
Por:Mery1953

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Buenos dias Pumuki 01,aqui tienes mi pequeña colaboración en este apartado:Son las 11,00.Betty Jerez reza frente al retrato de su esposo.Es viuda desde hace tres años,y viaja siempre a Sorata por estas fechas para honrar a su marido "Vengo acá porque el alma no llega a cualquier sitio,sino al lugar donde nació el difunto"


SORATA de Alexander Ayala.


Un beso muy fuerte.
Puntos:
28-10-09 08:37 #3657812 -> 3502292
Por:pumuki01

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Las gachas tienen en VILCHES una tradición especial relacionada con la ''noche de difuntos''..Después de ir al cementerioa visitar a nuestros difuntos ,nos reunimos toda la familia o los amigos a comernos unas gachas calentitas .Se suelen comer en la misma satén donde se han cocinado ,siempre dejando unas poquitas para después taponar las cerradurasde las puertas de todas las casas de Vilches..

COMO SE HACEN LAS GACHAS ...

Ingredientes: Harina tostada,aceite de oliva,azúcar,canela,leche,
tostones..

En una sarten calentamos el aceitey freimos los tostones,apartándolos ..Después se tuesta la harina (si no esta tostada ) añadiendo leche y moviendolas muy bien para que no se hagan grumos ..Se dejan cocer un ratito y se le añaden los tostones ..Se sirven con azúcar ,canela, leche...a gusto de las personas que van a comer ...

A COMER..
Puntos:
28-10-09 10:14 #3658495 -> 3502292
Por:marea negra

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
si sustituyes le leche por agua, están todavía más ricas, para mi gusto. La leche o el café se le echa por encima para comérselas...que ricas¡¡¡¡¡
Puntos:
28-10-09 10:43 #3658750 -> 3502292
Por:Aurora boreal

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
A mí me gustan más con leche. Pero he echado en falta un ingrediente: la matalahúva o anís (no el licor, sino la semilla). Por lo menos, mi madre las hace así. Con canela no las he probado nunca. Pero ¡qué ricas que están!

Por cierto, "pumuki", ayer me acordé de ti cuando vi en las noticias que la Iglesia "condenaba" la fiesta de Halloween. No me gusta a mí mucho esta fiesta que es importada de EEUU, pero tanto como para condenarla.... Me gustan más nuestras típicas gachas, el ir esa noche al cementerio....

Un saludito.
Puntos:
28-10-09 20:02 #3664896 -> 3502292
Por:cronostrple

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
ROMANCE DEL ENAMORADO Y LA MUERTE

Un sueño soñaba anoche soñito del alma mía,
soñaba con mis amores, que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!
—Un día no puede ser, una hora tienes de vida.

Muy deprisa se calzaba, más deprisa se vestía;
ya se va para la calle, en donde su amor vivía.

—¡Ábreme la puerta, blanca, ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche, ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando, junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría.

La fina seda se rompe; la muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.

Puntos:
28-10-09 20:44 #3665459 -> 3502292
Por:cronostrple

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
La luz vaga... opaco el día,
la llovizna cae y moja
con sus hilos penetrantes la ciudad desierta y fría.
Por el aire tenebroso ignorada mano arroja
un oscuro velo opaco de letal melancolía,
y no hay nadie que, en lo íntimo, no se aquiete y se recoja
al mirar las nieblas grises de la atmósfera sombría,
y al oír en las alturas
melancólicas y oscuras
los acentos dejativos
y tristísimos e inciertos
con que suenan las campanas
¡las campanas plañideras que les hablan a los vivos
de los muertos!
¡Y hay algo angustioso e incierto
que mezcla a ese sonido su sonido,
e inarmónico vibra en el concierto
que alzan los bronces al tocar a muerto,
por todos los que han sido!
Es la voz de una campana
que va marcando la hora,
hoy lo mismo que mañana,
rítmica, igual y sonora,
una campana se queja,
y la otra campana llora,
ésa tiene voz de vieja,
ésta de niña que ora.
Las campanas más grandes, que dan un doble recio
suenan con acento de místico desprecio,
mas la campana que da la hora
ríe, no llora.
Tiene en su timbre seco sutiles ironías,
su voz parece que habla de goces, de alegrías,
de placeres, de citas, de fiestas y de bailes,
de las preocupaciones que llenan nuestros días,
es una voz del siglo entre un coro de frailes,
y con sus notas se ríe,
escéptica y burladora,
de la campana que ruega
de la campana que implora
y de cuanto aquel coro conmemora,
y es porque con su retintín
ella midió el dolor humano
y marcó del dolor el fin;
por eso se ríe del grave esquilón
que suena allá arriba con fúnebre són,
por eso interrumpe los tristes conciertos
con que el bronce santo llora por los muertos...
¡No la oigáis, oh bronces! ¡no la oigáis, campanas,
que con la voz grave de ese clamoreo,
rogáis por los seres que duermen ahora
lejos de la vida, libres del deseo,
lejos de las rudas batallas humanas!
¡Seguid en el aire vuestro bamboleo,
no la oigáis, campanas!
¿Contra lo imposible qué puede el deseo?
Allá arriba suena,
rítmica y serena,
esa voz de öro
y sin que lo impidan sus graves hermanas
que rezan en coro,
la campana del reló
suena, suena, suena ahora
y dice que ella marcó
con su vibración sonora
de los olvidos la hora,
que después de la velada,
que pasó cada difunto,
en una sala enlutada
y con la familia junto
en dolorosa actitud
mientras la luz de los cirios
alumbraba el ataúd
y las coronas de lirios,
que después de la tristura
de los gritos de dolor,
de las frases de amargura,
del llanto desgarrador,
marcó ella misma el momento
en que con la languidez
del luto huyó el pensamiento
del muerto, y el sentimiento...
seis meses más tarde o diez...
Y hoy, día de muertos, ahora que flota,
en las nieblas grises la melancolía,
en que la llovizna cae, gota a gota,
y con sus tristezas los nervios embota,
y envuelve en un manto de la ciudad sombría,
ella que ha medido la hora y el día
en que a cada casa, lúgubre y vacía
tras del luto breve volvió la alegría;
ella que ha marcado la hora del baile
en que al año justo, un vestido aéreo,
estrena la niña, cuya madre duerme
olvidada y sola, en el cementerio
suena indiferente a la voz de fraile
del esquilón grave y a su canto serio;
ella que ha medido la hora precisa,
en que a cada boca, que el dolor sellaba,
como por encanto volvió la sonrisa,
esa precursora de la carcajada,
ella que ha marcado la hora en que el viudo
habló de suicidio y pidió el arsénico
cuando aun en la alcoba, recién perfumada,
flotaba el aroma del ácido fénico
y ha marcado luego la hora en que, mudo
por las emociones con que el goce agobia,
para que lo unieran con sagrado nudo,
a la misma iglesia fue con otra novia;
¡ella no comprende nada del misterio
de aquellas quejumbres que pueblan el aire,
y lo ve en la vida todo jocoserio
y sigue marcando con el mismo modo
el mismo entusiasmo y el mismo desgaire
la huida del tiempo que lo borra todo!
Y eso es lo angustioso y lo incierto
que flota en el sonido
ésa es la nota irónica que vibra en el concierto
que alzan los bronces al tocar a muerto.
¡Por todos los que han sido!
ésa es la voz fina y sutil,
de vibraciones de cristal,
que con acento juvenil
indiferente al bien y al mal,
mide lo mismo la hora vil,
que la sublime o la fatal
y resuena en las alturas,
melancólicas y oscuras
sin tener en su tañido
claro, rítmico y sonoro,
los acentos dejativos
y tristísimos e inciertos
de aquel misterioso coro,
con que ruegan las campanas, las campanas,
¡las campanas plañideras
que les hablan a los vivos
de los muertos!




Puntos:
29-10-09 08:06 #3677302 -> 3502292
Por:pumuki01

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Buenos dias (Aurora) .Perdona que ayer no te contestara ,pero llebamos unos dias que estamos mas en el cementerio que en la casa..

Puesta a condenar la IGLESIA Española lo ''condena todo '' ,aunque en este caso y sin que sirva de precedente (que lo que yo quiero es no estar de acuerdo nunca con ella)..Me pasa lo que a ti, que me gusta mas la nuestra...

UN SALUDO.
Puntos:
31-10-09 12:49 #3700383 -> 3497868
Por:purificacion simon

RE: HISTORIAS DE DIFUNTOS ....
Mal o muy enfadado Joder Pumuki que homor mas negro tienes un saludo
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