Santisteban del Puerto - Jaen

SI ALGUNO NO ESTA EN EL CIRCULO DEL 99, POR FAVOR QUE NO SE LE OCURRA ENTRAR, SERIA SU MAYOR DESGRACIA.

-Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente muy alegre y divertido, y era muy feliz. Todas las mañanas al llevar al rey el desayuno, le despertaba con alegres canciones de juglares, y le servía el desayuno tarareando alguna que otra canción divertida. Su semblante era siempre sereno y su actitud para la vida era siempre alegre. Para él, todo tenía solución.
-Un día el rey lo mandó llamar.
-Paje –le dijo- ¿cuál es el secreto de tu alegría?
-¿Qué secreto, Majestad?
-¿Qué secreto tienes para estar siempre alegre?
- No hay ningún secreto Majestad.
-No me mientas. He mandado cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
-No le miento, Majestad, no guardo ningún secreto.
-Entonces, ¿Por qué estás siempre alegre y feliz?
-Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Majestad me honra permitiéndome servirle. Tengo a mi esposa e hijos viviendo en palacio. Somos vestidos y alimentados. Además, su Majestad nos obsequia con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿Cómo no voy a ser feliz?
-Si no me dices ya mismo el secreto de tu alegría, te haré decapitar.
-Pero, Majestad, no hay ningún secreto. Soy feliz por las razones que le he dado…
-¡Vete! Antes que llame al verdugo.
El paje, hizo la acostumbrada reverencia y salió de la instancia.
El rey estaba como loco. No conseguía explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y comiendo de las sobras de los nobles.
Cuando se calmó. Llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación con el paje. Concluyó preguntando al sabio: ¿Por qué él es tan feliz y yo no?
-Lo que ocurre Majestad, es que su sirviente está fuera del círculo del 99.
-¿Fuera del círculo del 99?
-Majestad, su paje es feliz porque nunca entró en el círculo del 99.
-¿Y por eso es hace feliz?
-Si, Majestad.
-¿Qué círculo es ese?
-Todo el cae en el círculo del 99 nuca puede ser feliz, sea su Majestad, o sea el hombre más sabio del mundo.
-Verdaderamente, no entiendo nada de cuanto me dices.
-La única manera para que entendiera su Majestad, que es el círculo del 99, sería mostrárselo con hechos.
-¿Cómo?
-Haciendo entrar a vuestro paje en el círculo.
-¡Eso! Le obligaré a entrar.
-No, Majestad, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo. Ni siquiera su Majestad puede obligarle.
-¿Entonces?, ¿cómo hacerlo?
- Si le damos la oportunidad con el debido reclamo con un magnífico envoltorio, entrará por sí solo. Únicamente hace falta que el señuelo le entre por los ojos.
-¿Por sí solo? ¿Pero él se dará cuenta que es un señuelo, y que perderá su alegría y felicidad…?
- Sí se dará cuenta.
- Entonces no entrará.
-No lo podrá evitar.
-¿Dices que, aunque se de cuenta de lo que pierde, aún así, entrará en el circulo y no podrá salir?
-Si vuestra Majestad, está dispuesto a perder para siempre su excelente paje, pondremos en marcha el mecanismo de círculo del 99.
¡Sí! –Dijo el rey-.
-Bien, esta noche, preparáis una bolsa con 99 monedas de oro, ni una más, ni una menos. Después, ya avanzada la noche, nos esconderemos todo lo cerca que podamos de su casa. En cuanto se encienda la lámpara, le pondré la bolsa con las 99 monedas de oro colgada a la puerta. Llamaré, le haré salir y ya verá vuestra majestad lo que le ocurre.
Y así fue. Cuando llegada el alba, el paje encendió la vela, el sabio agarró la bolsa, la ató a la puerta con una nota que decía: “Éste tesoro te pertenece, es tuyo por ser una persona honrada y cabal. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste”. Golpeo la puerta con fuerza y se fue de allí al escondrijo que tenían el rey y él.
El paje, al oír tan fuertes golpes en la puerta de su casa, salió, pero no vio a nadie, sí vio la bolsa atada al tirador de la puerta. Cogió la bolsa, la agitó repetidas veces y al escuchar el ruido metálico de las monedas, se estremeció, la apretó contra su pecho, miró en todas direcciones y entró en su casa.
El rey y el sabio, que estaban expiando para ver lo que sucedía, se acercaron a la ventana para observar lo que acontecía al paje al encontrar tan suculento tesoro.
El sirviente había volcado el contenido de la bolsa encima de la mesa. Sus ojos no podían creer lo que veían. Era una montaña de monedas de oro, al menos, eso le parecían a él. Jamás tuvo tan siquiera una sola moneda de oro en sus manos en toda su vida. Tocaba una y otra vez las monedas, las amontonaba, las volvía a desparramar. Por fin, decidió contarlas, las puso en montoncitos de diez monedas cada uno, llego a juntar nueve montones, el décimo montón solo tenia 9 monedas. Extrañado de que el décimo montón solo tenía 9 monedas, miró por encima de la mesa, por el suelo, pero no salía la moneda número cien; continuó mirando debajo de los muebles, en los bolsillos de los pantalones, en la puerta de la casa. No hubo un solo rincón donde no mirara una y otra y otra vez. Su semblante iba cambiando a medida que su esperanza de encontrar la moneda iba desapareciendo. Con el ceño fruncido y los rasgos de la cara tiesos como escarpias, los ojos se le habían vuelto pequeños y arrugados, la boca mostraba dureza en aumento, los dientes apretados de rabia y avaricia, soltó un grito desgarrador: ¡¡¡Me han robado!!! Después, un poco más calmado, empezó a pensar de qué manera podía ahorrar para juntar las cien monedas. Cuánto tiempo trabajaría; pondría hacer trabajar a su mujer e hijos, para poder ahorrar antes y así comprar la moneda número cien. Calculó que a ese ritmo te trabajo, con la ayuda de la familia, dentro de unos quince o veinte años, podría lograr ser definitivamente rico.
El rey y el sabio, volvieron al palacio. La trampa había dado su fruto, el paje había entrado en el círculo del 99.
Durante los meses siguientes, el sirviente siguió los planes que había urdido aquella noche. Pero su servicio al rey cada vez era más deficiente, su obsesión por llegar al número cien le tenía completamente absorto y malhumorado.
Una mañana, el sirviente entró en la alcoba del rey llevándole el desayuno con su habitual mal humor y tristeza.
-¿Qué te pasa? –Preguntó el rey-, llevas una buena temporada triste, decaído, malhumorado, cabizbajo…
-Nada, nada, Majestad.
-Pues no parece que sea así como dices.
-¿Qué quiere su Majestad?, acaso no cumplo con mi trabajo. Yo también tengo mis problemas como todo el mundo.
El mal humor y la mala educación fueron en aumento día a día. El rey le echo de su servicio.

Tal vez nosotros hemos sido educados en esta psicología. Siempre nos falta algo para estar contentos, olvidamos ser felices por lo que ya tenemos. Que nuestras 99 monedas son el cien por cien de nuestro tesoro.
Que nadie nos robó, que nadie es más feliz por tener el cien por cien que solo el novetainueve, o el cincuenta, o el diez.
Que todo consumo excesivo que entra por los ojos, es una trampa. Las tarjetas de crédito, las compras fáciles, los créditos de un día para otro, tantas y tantas cosas que nos salen al encuentro con aquello de: “Éste tesoro te pertenece, es tuyo por ser una persona honrada y cabal, disfrútalo”.
En fin, trampas bien presentadas que nos entran –como decía antes- por los ojos, haciéndonos creer que todo, todo nos lo merecemos. Después nos viene aquello de sangre, sudor, lágrimas y depresiones nos asedian.
Trampas, para que nunca dejemos de empujar el carro del más rico para que sea más rico.
¡Cuántas cosas cambiarían si nos deteniésemos a pensar y disfrutar de nuestros pequeños tesoros tal como están y tal como son: amigos, padres, hijos, hermanos, noviazgo, trabajo, Tantas cosas pequeñas que hacen el cien por cien de nuestro gran y magnífico tesoro.

Moraleja: Si estás en el círculo del 99, procura salir cuanto antes, no sea que te quedes sin tu gran tesoro de cosas pequeñas que hacen uno mucho grande.


Que seáis muy felices

Montizón

Hola paisanos,
Sr. Montizón, según parece existen dos especies humanas: la del 99 y la del 100, yo del 98,99999, creo que en este planeta que nos movemos están más clareados que los conejos en nuestra “verea real”. Por desgracia todos nos movemos en ese “99” y nunca llegaremos al 100, porque entre otras cosas, no nos dejan y quizá nuestra generación estemos algo mas preparados, si no olvidamos de donde venimos, pero es casi imposible, los que tienen montado el “chiringuito” no les interesa dejarnos tranquilos, el caso es que si no es por nosotros, es por los nuestros pero siempre andamos buscando otra moneda. Escuché a un editor ya fallecido (José Manuel Lara) que decía: yo a mis empleados cuanto mejor les pague, mas se endeudan y más luchan por mí empresa, y entre otras muchas cosas, por hay andan los tiros.
Saludos de MIA

Monti, una historieta magnífica. Esto, sí vale la pena.

¡Gracias!

Saludos.

J.J.