Santisteban del Puerto - Jaen

• Esta noche a Juan le estaba costando trabajo dormir, a pesar de haber hecho muchas veces este viaje a lo largo de su vida, esta vez, todo parecía diferente, por algún extraño motivo, todo su ser se sentía embargado por una emotiva nostalgia. El día había sido muy ajetreado, había tenido que preparar muchas cosas, cuando se viaja con niños, parece que el equipaje se hace interminable. Esperaba que estas dos semanas en Santisteban fueran especiales, quería pasear con sus hijos por el pueblo donde fue tan feliz en aquellos veranos jugando en la calle, cuando su madre ya desesperaba, apelaba a la rectitud de su padre, para que entrara a cenar, cuando deseaba obtener una vez más la condescendecia de sus padres para permitirle volver a salir de nuevo, y así empezar de nuevo a jugar al escondite, o tal vez a esconder la correa, o simplemente a sentarse en el suelo y conversar con sus amigos, un montón de amigos, niños que estaban todo el año en el pueblo, o como en su caso, de los que venían en verano. A Juan todo esto le parecía tan lejano y a la vez, con cerrar los ojos, parecía de hace nada, el paso del tiempo había macerado esos recuerdos, convirtiéndolos en el más entrañable sabor con el que disfrutar de su vida. Esta noche su barrio estaba silencioso, echó la luz para mirar la hora, ya eran casi las doce, al volver a la almohada, recordó, cuando aquel verano, conoció a aquella muchacha, en aquel tiempo confuso, en el que se galopa entre la niñez, y el deseo de ser mayores, aquel verano, tuvo un final triste, pues al separarse de ella, parecía el fin del mundo, amores que alimentaba con cartas para tal vez mantenerlos hasta navidad, pero que al final, todo se disipaba, tal vez faltaba el encanto del jardín, sentados en aquellos bancos. A Juan le encantaba aquel jardín del pueblo, cuando cambiaron todo, cuando aquel verano vió el nuevo, sintió, como alguien había roto sus recuerdos, como si una parte de su historia personal, hubiera desaparecido, aquel sitio era un lugar con alma. De golpe también recordó el cine, como le hubiera gustado ver una película con sus hijos en aquel lugar, con aquellos asientos, seguramente, no era el mejor lugar para ver una película, pero al recordarlo, le parecía entrañable, aquellas noches, con las pipas, echando unas risas. Tal vez, todo lo que rodea el pasado, y más a la juventud, tendemos a mitificarlo, pero para Juan, el pueblo era sus raíces, su historia, era su tierra, un lugar al que regresar, los recuerdos ahora se agolpaban, tal vez ahora a la vez que de su pensares, también era presa del sueño.

Este día la gente se quejaba del excesivo calor. El ya casi nunca tenía calor, igual su cuerpo también para eso había perdido la capacidad. Para él era un día como otro cualquiera, como todos desde hacía ya demasiado tiempo, sentado en aquel sillón, transcurrían los días. Cuando los años se acumulan en tanta cantidad sobre un sólo cuerpo, poco se puede hacer aparte de intentar mantenerse lúcido. Había días llenos de claridad donde sus nietos eran personas cercanas. Otras veces, el presente era un galimatías incomprensible para él, un lugar en el que se encontraba perdido, un sitio incómodo, en esos días, de algún lugar de su mente emergían recuerdos, personas, a su lengua se acercaba el nombre de su madre, a veces el de su padre. Este día, mirando por la ventana, por sí mismo recordaba aquella juventud suya, donde, el futuro más deseado pasaba por tener algo para cenar, donde se sufría por ver una mesa escasa, una madre cabizbaja, y un padre frustrado. Ya no eran recuerdos amargos, pues aunque eran tiempos de escasez, se era feliz, con muy poco. En verdad ahora desde la atalaya que formaba su edad, todo se veía muy distinto, los problemas que durante su vida, alguna vez le habían quitado el sueño, le parecían tan banales ahora. Nunca fue hombre que dudara de sus pasos en la vida, más bien, siempre opinó que cada uno nace con un destino, intentar cambiarlo, a veces, es escalar, una escalera sin peldaños que te postra en la infelicidad. Pocos días mientras que sus piernas se lo permitieron, dejó de ir al campo, viernes santo quizás y alguna de estas fiestas. Nunca se tuvo por avaro, pero cuando se sabe lo que es el hambre, una parte del alma, se vuelve material, y su mayor orgullo fue no ver jamás a su mujer cabizbaja, y proporcionar los suyos lo mejor. Alguna vez, más por insistencia de sus hijos, hizo con su mujer algún viaje, días que casi dedicaba más a añorar su rutina que a otra cosa, deseando sólo volver cuanto antes. Estas cavilaciones le habían hecho entrar casi en un estado de entresueño del que le sacó de golpe el estruendo de una moto. Se incorporó, y mirando por la ventana, imagino su vida como una cadena, cada año un eslabón, una cadena a la que la que a veces colocamos un candado, para no tener que avanzar, y quedarnos con lo que ya tenemos. Un rayo de sol, se coló entre su mirada, y caminando con paso lento, avanzó hacía otro lugar, tal vez, en busca de otros recuerdos.