Beba la Birgen Afuera, en la calle, había cuatro grados bajo cero. Era la primera vez que aquel libro caía en sus manos. Había oído hablar de él unas cuantas veces, siempre de pasada. Ya había leído algo de aquel autor en el instituto. Fue por obligación, y no lo disfrutó demasiado, nunca le tiró mucho lo oriental. Él era más de la Vieja Europa, de la generación que no sentía nada. Acababa de llegar a un pueblo, Santisteban del Puerto, y no conocía a nadie. Se había alquilado una casa pequeña en el barrio Vistalegre; le pareció el más bonito, y como desde que se inventó la gasolina no hay quilos de más, no le importó la pendiente de las calles. Enfrente de la puerta había una especie de terraza que en la punta te hacía sentir como si volaras. Al lado de la chimenea de la cocina también lo parecía y justo ahí había colocado su sillón, su Larios Limón, su Malboro, y el libro que acababa de coger prestado de la biblioteca, la obra legendaria de Herman Hesse EL LOBO ESTEPARIO. Abrió la tapa, era una buena edición. El protagonista, Harry Haller, acababa de llegar a una ciudad indefinida, y se había instalado en una pensión indefinida. Este pobre hombre tenía todo el peso de los problemas de la humanidad en sus hombros, pero más o menos iba viviendo. Parecía interesante, y las páginas se iban sucediendo, mientras el sol viajaba en el intenso azul del techo de la azotea. Sonó el teléfono, marcó la página y cerró el libro. - Hombre… - ¿Cómo estás, andaluz? - Esto es increíblemente guapo, tienes que venir a verlo… - Me encantaría, a ver si el maldito trabajo éste me da un respiro… - Cómo han cambiado las cosas, darling... - Todo cambia, querido… - Bueno y tú, ¿cómo está la diosa Afrodita? - Estoy perfecta, dios Baco, en esta parte del olimpo siempre se vive bien, ya sabes… Bueno, que Zeus ya no me paga la factura del teléfono y te llamaba por algo en concreto, ¿cómo se llama el pueblo ese perdido de la España Profunda y de la mano del dios cristiano, ese que sólo se llama “dios”, en el que te hallas perdido actualmente? - Santisteban del Puerto, capital de El Condado, de Jaén, de Andalucía, de España, de Europa, del planeta, del Sistema Solar, de la Vía láctea, del Universo… - ¿Código Postal? - Veintitrés doscientos cincuenta, ¿por qué quieres saberlo? - Me lo preguntó el otro día tu diosa Editora, dice que no le coges el teléfono. - Si te vuelve a llamar le dices que estoy en Cincinaty. - No te preocupes por eso, tonto, ya lo suponía, pero me picó la curiosidad, sabes que siempre quiero saber de tus huesos, en fin, que sólo era esa tontería, espero que te diviertas mucho en Tu Universo… Un beso andaluz. - Intenta divertirte tú también… Colgó el teléfono, lo miró un par de segundos, salió a la terraza y lo lanzó al aire con todas sus fuerzas, y vio cómo se reventaba en el suelo de la calle de abajo. Siguió con el libro, que estaba resultando que consistía en la mente de su protagonista, simple y llanamente. Ésta, complejísima como su propia red de neuronas, y con más altibajos que un electrocardiograma, se había transformado en letras por devorar. En ese momento Harry Haller había decidido salir de pelotazo, y en medio de él se encontró con un hombre que repartía unos panfletos que le llamaron la atención. Anunciaban un circo sólo para locos; y lo encontró justo en la pared de enfrente, en una pared que nunca había tenido puerta. En ese momento volvió a cerrar el libro, y releyó la portada. EL LOBO ESTEPARIO. Herman Hesse. Le estaba gustando, pero se le había acabado el último Larios Limón y no le quedaban más en casa. Su tarjeta de crédito estaba sin estrenar, así que la buscó y se fue a dar una vuelta. No era muy tarde, pero no había ni un alma en la calle. El frío calaba hasta los huesos. La soledad de Harry Haller también. De su época de estudiante en Vigo le había quedado la costumbre de mirar por instinto los papeles que anunciaban cosas en las cabinas de teléfono. En la de un parque del pueblo ponía que aquella noche las mujeres del pueblo organizaban una fiesta en la discoteca Studio 54. La fiesta se llamaba “Ellos se van a las monterías, nosotras nos vamos a la discoteca”. Dio unas cuantas vueltas hasta que la encontró. La calle estaba llena de coches, y la discoteca de santistebeñas. Hasta los camareros eran camareras. Se acercó a la barra y pidió su ración. No sabía dónde mirar. Le despertó el sonido de unos nudillos contra la madera de su puerta, y al levantarse no se dio cuenta que el libro cayó al fuego, casi más abierto que los ciento ochenta grados. Al abrir se encontró con dos personas que no conocía. - Hola, ¿os puedo ayudar en algo? - Buenas vecino, mira, que estamos recogiendo firmas pa que canonicen al Fary, y queríamos preguntarte si querías colaborar… - Lo siento pero yo era más de Javi Cantero… Les cerró con la palabra en la boca. Dos desconocidos le interrumpen el mejor sueño que se puede tener para que les firmase por la canonización del Fary; la historia de su vida. Es cierto que el hombre le caía muy bien, pero eso quizá era excederse un poco. Al sentarse en la chimenea se percató que las palabras EL LOBO ESTEPARIO estaban ardiendo. Sacó el libro de inmediato, pero quedó inservible. “Me cago en todos los muertos del Fary”, se dijo. Ya nada podía hacer, así que echó más palos a la lumbre y se quedó observándola. Tres Larios Limón después volvieron a llamar al timbre, esta vez mucho más intensamente, y con una frecuencia muy definida. Pensó varias cosas, pero sobre todo que esa forma de llamar le era familiar. “Entra en trance paranoias, adelante, surcaremos el sonido hasta que tu cuerpo aguante”
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