"Vuestra indignación está equivocada", un artículo alemán muy crítico con el 15M Desde el primer día simpaticé con el movimiento 15M porque se trataba de un movimiento pacífico que ponía el grito en el cielo ante la situación tan insostenible que estamos viviendo en la actualidad. Era la primera vez en mucho tiempo que una cantidad ingente de personas salía a la calle y decía ¡BASTA! Yo sostenía mis propias ideas al respecto, participé del propio movimiento en su origen y aprendí mucho en sus asambleas. He dado con un artículo muy crítico con este movimiento, procede de un periódico alemán; el artículo está traducido del alemán y publicado en la página munichesa GegenStandpunkt. Que no tiren palmas los ultraconservadores; no critica al movimiento porque sea un corrillo de perroflautas y demás absurdas indagaciones con las que han querido derrogarlo. Que no se entusiasmen, este artículo habla de la equivocación indignada y aún más, pone en entredicho el sistema democrático. La verdad es que es lo que mejor se adapta a mi propio ideal y plasma de forma perfecta el caos en el que vivimos sumidos sin darnos cuenta, espero os guste y sea tema de debate: Vuestra indignación es equivocadapues vive de ilusiones sobre la crisis, la democracia y la economía de mercado Europa está ahorrando – el sustento de sus ciudadanos. Los gobiernos democráticos europeos responsabilizan a sus pueblos del hecho de que su economía crece demasiado poco y la solvencia de su nación se ha ido al traste. Por esta razón los líderes responsables han decretado un gigantesco programa de empobrecimiento para sus ciudadanos. Los afectados alzan la voz y protestan. El hecho de que lo hagan es más que necesario. ¡Pero cómo lo hacen! * Bajo los eslóganes “¡Indignaos!” y “¡Democracia Real Ya!” os habéis reunido para protestar. Queréis hacer algo en contra: en contra de un sistema económico que –como decís– enriquece cada vez más a los ricos mientras sume en la pobreza y la escasez al resto; en contra de políticos, empresarios y banqueros que imponen por la fuerza sus programas contra la crisis, destruyendo innumerables expectativas de vida. “¡Estos políticos no nos representan!”, reprocháis a los gobernantes al ver muy mal atendidos vuestros intereses materiales por parte de la clase política. Esto no es de extrañar; pero si uno como afectado fija su atención en los políticos –actores del programa contra la crisis–, hace falta optar entre dos alternativas: una es seguir el hilo de cuáles son los intereses que realmente representan estos representantes del pueblo; en este caso se vería que la política democrática defiende, tanto en la crisis como en la prosperidad, una razón de Estado que se compromete a las necesidades de la nación y de la propiedad en misión capitalista, y seguramente no a los intereses vitales de la gente que tiene que trabajar para ello; entonces, al menos la atención se centraría en aquello por lo que la situación es tan jodida, y de paso también quedaría claro que la política es un enemigo de los intereses propios. La otra alternativa es estar decepcionado por Zapatero y las demás figuras porque gestionan tan mal su cargo de representantes políticos, cuando se podría esperar algo mejor de un buen líder democrático. Al parecer os habéis decidido por la segunda alternativa: los políticos, los empresarios y los banqueros son para vosotros todos corruptos, según vuestras quejas en el manifiesto de “¡Democracia Real Ya!”. Os lamentéis del abuso de poder que hay por todos lados, del cual en el fondo no habría necesidad. Esta negativa a una elite política y económica degenerada es extremadamente poco crítica, aunque les gritéis con frescura “¡Fuera todos!”, pues solo se dirige a estas figuras –a Zapatero, Rajoy, etc.–. Es decir que vive de la idea de que podría y debería haber también políticos mucho mejores y más íntegros. Vuestra negativa no apunta para nada a los cargos democráticos en sí que los políticos desempeñan y gracias a los cuales pueden imponer sus programas contra la crisis, sino como mucho al dinero que ganan con ellos. ¿Habéis pensado al menos una vez en lo insignificante que es el enriquecimiento ilegítimo en el cargo, en comparación con la autoridad legítima de ejercer la fuerza que a los políticos proporciona un cargo? Probablemente no, pues si lo hubierais hecho, no exigiríais la “Democracia Real Ya”. ¡Precisamente la democracia! El pueblo tiene derecho a elegir entre varias figuras de poder, y luego el gobierno elegido está democráticamente autorizado a sacar adelante en plena libertad –o sea, sin miramientos con el electorado– el éxito del capitalismo nacional: ¡estos son los significados de “demos=pueblo” y “cracia=gobierno” en la democracia más real que existe! ¿Y vosotros? Queréis elecciones realmente democráticas, o sea, subir a políticos a cargos que antes que nada les proporcionan el poder de mandar sobre vosotros y vuestras circunstancias de vida. Y luego se os ocurre que hace falta controlar a toda esta banda de poderosos, y con meticulosidad. Una locura, aun descontando las “propuestas” con las que pretendéis ser “concretos”: reclamáis que no haya “absentismo” en el parlamento y que los políticos ejerzan sus funciones: las funciones con las que acaban de reducirse con toda legitimidad jurídica las prestaciones de jubilación – ¿¡en serio queréis reivindicar más de esto!? “La voluntad y fin del sistema es la acumulación de dinero, primándola por encima de la eficacia y el bienestar de la sociedad”, es una de vuestras sentencias críticas sobre el capitalismo que os indigna. El que todo se centra en las deudas y el dinero o el que todas vuestras aspiraciones a una existencia aceptable se sacrifican por la estabilidad del euro y la solidez de la economía de deudas estatales, esto no se puede pasar por alto. Los políticos europeos declaran abiertamente que no hay alternativa al recorte del bienestar de la gente, para que España y demás países se recuperen. Sería una opción tomarles la palabra: sí, España, Grecia y todas las demás naciones no son más que lugares de inversión de capital que fundan su éxito en la pobreza útil de la gran mayoría de su población; un éxito que se mide en deudas y patrimonios crecientes y una moneda estable. El crecimiento del capital y de la riqueza monetaria en las balanzas del Estado: este es el bienestar nacional en el que todo se centra, y cuyo fomento constituye el fin y el cometido de los gestores políticos del sistema; por lo tanto, otra cosa tampoco se puede esperar de estas sociedades. Vosotros, no obstante, no tomáis las condiciones actuales por más que una exageración, una desviación de la que este sistema en el fondo no tiene necesidad. Pues escribís: “Es necesaria una Revolución Ética. Hemos puesto el dinero por encima del Ser Humano y tenemos que ponerlo a nuestro servicio. Somos personas, no productos del mercado.” ¿Cómo se os ocurre que el dinero sirva para servir a la humanidad y su bienestar material? ¿Y cómo os imagináis un “servicio” así del dinero? ¿Llevando a cabo un auge en los mercados de viviendas y de trabajo españoles – aquellas viviendas por cuyo alquiler o hipoteca teníais que currar una eternidad, y aquellos trabajos precarios con los que la mayoría de vosotros intentabais medrar? ¿Lamentáis la pérdida de estos jodidos 'tiempos mejores', porque ahora vuestra vivienda se vende en subasta forzosa o porque os echaron del curro? Pues os equivocáis, porque ayer tenían vigor exactamente los mismos ingredientes del sistema con exactamente los mismos cálculos como los que hoy, en tiempos de crisis, arruinan en masas a personas obligadas a vivir de su trabajo. No estáis experimentando otra cosa que las inevitables consecuencias del ayer, cuando vuestras perspectivas de vivienda y trabajo tampoco eran otra cosa que instrumentos de propietarios privados para aumentar su patrimonio monetario con vuestras deudas o vuestro trabajo. Trabajar por dinero, para vivir, sólo si uno salda deudas con el banco o paga el alquiler –o la banca en sí– no son sino elementos integrales de la maquinaria del crecimiento capitalista, creando las carencias de todos los días de quienes tienen que ganarse en estas condiciones un sustento, el cual depende de que se cumplan todos estos cálculos comerciales. Por ello, en el caso de crisis, cuando el crecimiento de la economía en su totalidad ya no satisface a quienes lo emprenden, aumentan también los costes para todos los que viven de servir a las exigencias empresariales. Vuestras carencias de hoy atestiguan, por tanto, una cosa bien distinta a una falta de responsabilidad ética. Atestiguan el carácter miserable y precario de los cálculos que ayer estábais haciendo con el sistema capitalista. Y no atestigua para nada que ahora en la crisis empezara el “abuso” del dinero y que los protagonistas del sistema eludieran la “responsabilidad”, como lo afirmáis en vuestro Manifiesto. Ni siquiera ahora pretendéis atacar las instituciones que os están haciendo la vida difícil; en lugar de esto os imagináis que con otra postura más responsable de sus agentes, el sistema capitalista podría servir a vuestros intereses vitales. Esto lo podéis esperar sentados, pues los destinatarios de vuestras propuestas ya os advierten expresamente de que tienen una responsabilidad nacional que no les deja alternativas a su programa de empobrecimiento. Reivindicáis propiedad pública en vez de privatizaciones – ¡y esto precisamente cuando el poder público en su calidad de patrón, administrador de la caja de pensiones y recaudador de impuestos os está haciendo la vida difícil! ¿No os parece demasiado modesto reclamar con indignación subsidios de alquiler en un momento de desahucios y subastas forzosas – sin perder ni una palabra sobre el derecho de los propietarios de inmuebles de ganar bien de las necesidades de vivienda? ¿No es mísero reivindicar la nacionalización de los bancos – o sea, su recuperación apoyada por el Estado, para que sus negocios crediticios y especulativos vuelvan a empezar con éxito después de la crisis? ¿No tenéis más que exigir que seguridad en el empleo? Todo el poder de decidir sobre el trabajo debe seguir en manos de los señores patrones – ¡pero que os garanticen con seguridad que tengáis la oportunidad remunerada de servirles para incrementar su propiedad! Una petición muy modesta, que solo resulta ser una ventaja en comparación con un mal peor; a saber, con la única alternativa que ofrece el sistema de mercado libre a los trabajadores: la miseria del desempleo. Una de vuestras máximas que más se oye es: “No somos antisistema – el sistema es antinosotros” La segunda mitad la entendemos: como un resume vuestras quejas sobre despidos, recortes de salarios y jubilaciones, aumentos de impuestos, subastas forzosas etc. – o sea, de que los gestores políticos del sistema cancelen con su fuerza pública sin miramientos vuestras condiciones de vida, para salvar los patrimonios privados de dinero y para que la nación siga solvente. Tanto más nos cuesta entender la primera mitad: ¿por qué insistís vosotros en no ser enemigos de este sistema tan hostil hacia vosotros, sino en ser “personas normales y corrientes. Somos ... gente que se levanta por las mañanas para estudiar, para trabajar o para buscar trabajo, gente que tiene familia y amigos. Gente que trabaja duro todos los días para vivir y dar un futuro mejor a los que nos rodean.” ¡Precisamente así empieza vuestro Manifiesto! Con la demostrativa manifestación de vuestra disposición a colaborar con este sistema como piezas del engranaje. A los comandantes les importan un bledo vuestros servicios y os hacen pagar por las deudas del sistema, ¡y vosotros declaráis que no lo consideráis razón suficiente para negar a este sistema vuestra colaboración! Expresamente no queréis ser adversarios de estas condiciones, insistís con vuestra “normalidad” en que como personas decentes no merecéis ser tratados tan mal por parte de vuestros señores, y acabáis estando decepcionados e indignados con quienes recortan vuestra vida a sangre fría. Con esta indignación y decepción seguís firmemente fieles a la ilusión de que el sistema de democracia y economía de mercado ofrece de alguna manera, en el fondo, una perspectiva de vida para “gente como tú y yo”. Esta ilusión, como máximo, os hace gozar de la buena sensación de estar moralmente en lo cierto frente a los malos representantes del sistema corrupto, y nada más. * Esta protesta tiene una biblia: el panfleto “Indignaos” de 14 páginas, publicado en 2010 y vendido millones de veces; su evangelista y predicador es el veterano de la Résistance francesa, Stéphane Hessel. El título de esta publicación dio a los manifestantes el nombre de “los indignados”: realmente creen que la manifestación pública de su indignación, el demostrar que están afectados, es un argumento contundente de su protesta, porque con sus reivindicaciones modestas de vivienda y trabajo, y con su ingenua postura cívica, están convencidos de estar absolutamente en lo cierto: insisten en que en el fondo lo que reivindican se les está garantizado en los derechos fundamentales del sistema dominante, interpretando los buenos ideales del buen gobierno como una obligación que tienen que cumplir los soberanos, y aunque éstos en la práctica les demuestran claramente lo contrario, esperan que les escuchen. Desde la altura de la indignación moral también predica San Stéphane. Su lista de injusticias se lee más o menos como aquella de los indignados jóvenes que se echan a la calle en Madrid o Atenas: el recorte de las “conquistas sociales”, el tratamiento indigno de los inmigrantes, el enriquecimiento privado, el hecho de que “el poder del dinero” prima sobre “el justo reparto de la riqueza”, que “la brecha entre los más pobres y los más ricos no ha sido nunca tan grande”, “la actual dictadura de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia”, y otras cosas parecidas. Pero mientras que a los manifestantes les mueven sus intereses materiales, Hessel pone el asunto patas arriba: anima a los jóvenes a indignarse, porque ve en las carencias materiales de la gente y en muchísimas cosas más una prueba de un mal y un perjuicio de índole superior. La nota de protesta que levantan los indignados de la calle por sus intereses perjudicados, figura en el texto de Hessel como síntoma de una indignante situación general en la que se encuentra su République. Esta la presenta como una amenazada comunidad ética que hay que salvar. Levanta la voz en tono de amonestación, impulsado por la preocupación por la buena herencia de su Grande Nation que él mismo ayudó a crear; y esta idealización se lee así: “Se crea la Seguridad Social como la Resistencia deseaba, tal y como su programa lo estipulaba: “un plan completo de Seguridad social que aspire a asegurar los medios de subsistencia de todos los ciudadanos cuando estos sean incapaces de procurárselos mediante el trabajo”; “una pensión que permita a los trabajadores viejos terminar dignamente su vida”. Las fuentes de energía, electricidad y gas, las minas de carbón y los bancos son nacionalizados. El programa recomendaba “que la nación recuperara los grandes medios de producción, fruto del trabajo común, las fuentes de energía, los yacimientos, las compañías de seguros y los grandes bancos”; “la instauración de una verdadera democracia económica y social, que expulse a los grandes feudalismos económicos y financieros de la dirección de la economía”.” La restauración de la nación destruida por la guerra, su desarrollo en un exitoso lugar de inversión capitalista con todas las instituciones sociales que requiere una duradera explotación rentable de la clase trabajadora: Hessel idealiza todo esto en un proyecto de liberar a todos los franceses de las preocupaciones materiales, de unirlos en una república, un verdadero refugio del habitual civismo francés, que por tanto pueden percibir con razón como su verdadera patria. Este mismo gran patriota ayudó con devoción a formular la glorificación del programa posfascista del Estado francés y los ideales de la soberanía democrática en la convención de los derechos humanos de la ONU de 1948. Durante años se esforzó por convencer a sus compatriotas de que la victoria sobre el fascismo alemán y el posterior establecimiento de la nueva soberanía francesa eran una obligación nacional ante los venerables ideales y valores de la Humanidad y una obligación para Francia a seguir el camino al “estado democrático en su forma ideal” – y ahora cuando se ve confrontado con el desempleo, el recorte de las jubilaciones, el empobrecimiento de la juventud, la privatización de exitosas empresas francesas, o en conclusión: con los resultados de 65 años de actuación de esta bonita democracia, los integra en su visión patriótica del mundo y se muestra radicalmente decepcionado: esta gran nación se enajenó de sí misma; tal y como está organizada de momento es imposible que los franceses vean en ella su patria verdadera. De esta manera los muchos que se indignan por perder sus oportunidades de vivir son reafirmados en su error de dirigirse precisamente a los que son responsables de sus carencias para desear que ellos les concedan mejores condiciones de vida: en su indestructible confianza, el hecho de garantizar una vida aceptable en la sociedad de clases cae en el ámbito de competencias de soberanos democráticos, por lo cual es tarea suya dedicarse por fin a lo que es su deber. Este deber, según el gran moralista francés, fue encomendado a la nueva Francia en el momento de su nacimiento, así que según él los franceses no tienen en sus intereses perjudicados motivo de queja alguno. El hecho de que su patria llegara tan lejos como para que un humanista que no quiere entender nada se desespere de ella, es para él el motivo general para indignarse. Por esto grita a sus compatriotas jóvenes “Indignaos” y les asegura que si solo se ponen a buscar, ya encontrarán seguramente las razones de su indignación – y también les instruye qué consecuencias hay que derivar de ella: “A los jóvenes, les digo: mirad alrededor de vosotros, encontraréis temas que justifiquen vuestra indignación –el trato que se da a los inmigrantes, a los indocumentados, a los Roms–. Encontraréis situaciones concretas que os empujarán a llevar a cabo una acción ciudadana de importancia. ¡Buscad y encontraréis!“ La indignación que reclama Hessel expresamente no apunta a una negativa, sino a una postura responsable que según él tienen que adoptar los ciudadanos franceses de bien ante la situación de su país, o sea a un compromiso cívico que se sabe comprometido a la nación como colectivo ético. ¡Sed radicales – preocupaos por vuestra patria! * Dos bandos han encontrado su media naranja: por un lado hay muchos jóvenes que se niegan a averiguar la razón de la situación degradada que les molesta y por lo tanto sustituyen la crítica por propuestas alternativas de cómo se podría gobernar la democracia y el capitalismo también en su beneficio. Y un crítico fundamental por el otro, quien degrada desde el principio cualquier razón material de crítica a un mero motivo de desahogarse de aquella indignación que él es capaz de sentir en su calidad de patriota, viendo en ella la perspectiva para una generación que no tiene expectativas de sustento. Como buenos ciudadanos, los jóvenes deben tener presente el civismo nacional que escasea entre los gobernantes, y sean cuales fueren sus motivos de queja pueden –y sobre todo deben también– estar seguros de una cosa: mientras no hagan más que esforzarse por perfeccionar moralmente la comunidad ética nacional, ateniéndose a los principios ideales a los que, en juicio de las personas buenas, se compromete esta comunidad, su indignación está absolutamente justificada. No es por casualidad que este hombre encuentre el consentimiento de muchos que tienen razones para indignarse, y que, no obstante, lo hacen de una manera tan equivocada. Bien es verdad que el sentimiento de estar absolutamente en lo cierto sea el único fruto que rinde una reunión simbólica de ciudadanos decepcionados de su gobierno enfrente de parlamentos o en plazas grandes. Pero aquellos indignados que no perciben esto como un defecto de su protesta –sino que al revés, celebran su reunión masiva como el éxito de la misma-, encuentran en las verborreas emocionales de un misionero amante de su patria su adecuada “biblia”: hacen pública su situación miserable y con su crítica terminan por implorar un ideal de la democracia que supuestamente es incompatible con una miseria así – y un misionero de la indignación les cuenta que su idealismo infantil es la única respuesta adecuada a la situación en la que se encuentran, porque la democracia por principio se estableció como un procedimiento para garantizar el bienestar de quienes notoriamente tienen tantas dificultades en arreglárselas. |