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08-03-12 20:26 #9750971
Por:aristippus

Los incombustibles Borbones (Así opina el escritor Fernando de Andrade)
Los incombustibles Borbones (Así opina el escritor Fernando de Andrade)
Se ve que le cae bien la monarquía..........

Los incombustibles Borbones


Cuatro veces los hemos echado (en 1807, 1808, 1868 y 1931), y otras
tantas han vuelto. Siempre saben agarrarse al trono, no importan los
escándalos que hayan motivado su expulsión. Suelen regresar de la mano
de regímenes absolutistas, que los restablecen velis nolis; el último
y más claro ejemplo es el actual rey por la gracia de Franco. ¿Está
España condenada a borbonitis incurable?


El monarca sobrepasa a todos sus predecesores en frescura. Me decía
hace años un veterano periodista, a propósito del 23-F:
“Meridianamente clara está la participación real en el complot; Juan
Carlos se retiró de él abandonando sin el menor remordimiento a sus
cómplices, pero, ¿qué va a hacer la prensa en un país cuya historia
está tan repleta de golpismo militar? No juguemos con las cosas de
comer, finjamos que el rey está vestido y encima alabémosle por haber
salvado España. Ufff

Muchos de los problemas que ocasionan (y nos ocasionan) los Borbones
derivan de la bragueta, pero también de la codicia. Ciñéndonos a la
primera, no hace falta que recordemos las hazañas eróticas de Fernando
VII (el de los atributos descomunales), de su hija Isabel II (la de
los innumerables amantes), de su nieto (ilegítimo) Alfonso XII (cuyas
amantes eran expulsadas de España manu militari), del bisnieto Alfonso
XIII (que a todos los prostíbulos acudía provisto de sus sábanas
negras)… El tátara-tataranieto Juan Carlos ha seguido fielmente la
tradición familiar, engendrando hijos ilegítimos a diestro y
siniestro, en Mallorca, en Cataluña y en donde hubiera una hembra
dispuesta a rendirse a sus (por lo visto) fortísimos encantos… en el
fondo, al país le hacen gracia esas aventurillas. Algunas, como
Bárbara Rey (qué adecuado el nombre, ¿eh?) han sabido sacar suculentos
provechos de su affaire “vendiendo” al propio rey fotos y películas
comprometedoras muy expresivas.

Hay que decir que la pobre Sofía ha aguantado sin pestañear. Se habló
de su especial amistad con su profesor de gimnasia, pero parece un
simple infundio, y también (esto tiene mayores visos) de que en una
ocasión, en un acceso de ira ante la poca discreción de su marido,
cogió a los niños y se largó con ellos a Londres; el rey habría tenido
que enviar un delegado a recomponer la situación. Siempre discreta,
para no perturbar al pueblo con esas pequeñeces, pero esto no quiere
decir que no tenga sus responsabilidades en el declive de la
monarquía: con sus mimos ha acabado convirtiendo el príncipe Felipe,
ya de sí muy cortito de mollera, en un niño malcriado, colérico y
amorfo, desprovisto de toda iniciativa y convencido de que su gran
aportación a la grandeza de la patria consiste en mantener
hieráticamente el saludo militar y como mucho leer con voz desprovista
de cualquier matiz o emoción los discursos que otros le preparan.


En efecto, ¿qué vamos a decir de la conducta del estólido príncipe? Se
divirtió todo lo que pudo en su juventud, dejando preñada a su novia
Isabel Sartorius. Cuando la madre de la chica telefoneó a la reina
para decirle: “Tenemos un problema”, ésta contestó: “No, tenéis un
problema”. Eso sí, buscaron un marido de conveniencia para Isabel,
para que su niña Mencía no naciera sin padre putativo. Todos
recordamos la imagen de la pobre chica saliendo sola de la clínica con
su hijita en brazos… poco después, divorcio y sanseacabó, las formas
guardadas. La familia real, siempre tan recta y digna, tras esta
comedia ha procurado bajo mano buscar un acomodo profesional y
económico para Isabel. Mas, ¿qué sucederá cuando Mencía sea mayor de
edad? Igual le da por reclamar el trono… a fin de cuentas, en la
legislación actual, los hijos ilegítimos tienen los mismos derechos
que los legítimos, y hacerse una prueba de ADN es muy fácil…


Pero dejemos a Isabel, y, para no hacernos pesados, comentemos una
sola más de las novias del principito: Eva Sannum, tan criticada por
estar sus padres divorciados y por haber anunciado ropa interior. Hay
que ver… poco sospechaban lo que vendría después. El caso fue que, por
imperativo paterno, el noviazgo se deshizo sólo porque la chica había
asistido a una boda con un vestido “poco conveniente”… hay que ver qué
formales son nuestros reyes, cuando Juanca no vacila en dejarse tirar
vestido a la piscina por sus amiguetes para celebrar sus victorias en
la vela, que tanto recuerdan las pescas atuneras del Caudillo.


Llegó al fin la definitiva, Letizia (así se autodenominaba Leticia,
suponemos que habrá cambiado su nombre en el Registro Civil). Por
cierto, intente Ud. cambiar el suyo y ya verá, a menos que concurran
graves razones… suponemos que el capricho de la chica es una de ellas.


Su historia ha sido estudiada y bien estudiada. ¿Los padres de Eva
eran divorciados? No quieres caldo, tres tazas; ella misma era
divorciada del escritor Alonso Guerrero. Se habla de innúmeras
aventuras previas suyas. Ciertas o no, ahí está la foto (o pintura)
que le tomó el cubano Waldo Saavedra en su larga estancia en México
(fue portada del disco de Maná Sueños Líquidos). Si era o no su
amante, si lo fueron Carlos Francino, David Tejera y otros más, es
opinable. A fin de cuentas, todos los príncipes y reyes borbónicos lo
han vivido. Pero no cabe duda de su mando sobre el príncipe, ya
manifestado en el día en que fue presentada a la prensa (“¡Déjame
hablar a mí!”). Después tuvo ocasión de demostrar su inexperiencia
paseándose en una recepción oficial mexicana mientras sonaba el himno
del país… pero todo esto no es grave. Sí lo fue cuando en el atentado
terrorista del 11-M que costó a España doscientos muertos, le faltó
tiempo tras los actos oficiales para marchar al Caribe a participar en
un crucero con gente guapa de allí.


Peor había sido todavía la actitud del dominadito príncipe para
conseguir casarse con ella. Sin duda despechado por el episodio de la
Sannum, con Leticia decidió pegar un puñetazo sobre la mesa, no
acudiendo al desfile del Ejército, a lo que estaba patriótica y
protocolariamente obligado. Pero los papás de Felipe, tan exigentes
con Eva, tragaron bilis esta vez ante la amenaza de abdicar del chico,
como un Eduardo VIII cualquiera. La reina, sembradora de vientos,
recogió tempestades, y poniendo al mal tiempo buena cara, se obstinó
en mostrar con su futura nuera una complicidad tan excesiva como
innecesaria. Así, pues, boda y sanseacabó.


Las otras dos hijas de los reyes… ¡ay!, parece que el ejemplo paterno
les tira. La mayor, Elena, se pirraba por los buenos mozos, a poder
ser caballistas (claro está que también gustó de ellos), y hubo que
hacer todo tipo de trapicheos para hallar un candidato, que hizo a la
chica tan poca gracia como a Isabel II le hiciera en su día su
invertido cónyuge, Francisco de Asís (“Paquita”). Hay que añadir su
demasiado impulsivo carácter y, sobre todo, su dudosa salud mental,
puesta de manifiesto en innumerables incidentes y, sobre todo, en la
mismísima redacción de la Constitución española, en la que se dio
preferencia para el trono a los varones en previsión de la
eventualidad de que ella pudiera ser un día reina de España (el tema
trae cola últimamente).


Había que encontrar un personaje dócil. Tras numerosas gestiones, se
consiguió traer al poco agraciado Jaime de Marichalar de París, donde
se dedicaba a trabajos equivalentes a telefonista o sacafotocopias
para su empresa, pero al menos procedía de una familia de alcurnia,
venida a menos pero apta para alternar con la realeza. Se le dio un
título y una sinecura (los dignos reyes no paraban de moverse), pero
el chaval se aficionó demasiado a la droga, y un achuchón lo dejó para
el arrastre. Menos mal que una herencia imprevista le libró de la
familia real, se divorció y adiós muy buenas. Con todo, dicen las
malas lenguas que no dejó de sacar tajada de su separación… y parecía
tonto el chico.


Todo esto es llamativo, pero, repetimos, la corte española se ha
distinguido siempre por su amor a la opereta. Reyes y reinas
divorciados, adulterios, meteduras de pata, alcaldadas, abundan tanto
en nuestra historia que forzosamente deben ser considerados como gajes
del oficio monárquico. Pero el caso de Cristina y su maridito es
especial.

Entró en acción esta segunda hija de los reyes, la que parecía más
discreta. Al menos procuraba mantenerse en segundo plano, viviendo en
Barcelona en una sinecura proporcionada por La Caixa (alguien me
aseguró que para ello hubo que despedir previamente a la chica que
ocupaba el cargo, pero no me consta). En todo caso, más disimulado,
también ella tenía el latiguillo borbónico de la incontinencia.

En el club de balonmano de la ciudad condal jugaba un buen chico,
aunque no precisamente un Einstein: Iñaki Urdangarín, quien vivía con
su novia (de iniciales C. C., de Puigcerdà) desde hacía años. Los dos
proyectaban casarse y para ello montaban una peluquería (pagada al
parecer por la familia de la chica), para que Iñaki, un tanto cabeza
loca y cargado de deudas, sentara cabeza de una vez. Pero se cruzó en
su camino Cristina, quien fue rápidamente presa de furor uterino. No
dejó de hacerse la encontradiza (en el Puerto Olímpico muchos la
recuerdan con unas copas de más y persiguiéndole descaradamente).
Iñaki no vaciló ante el acoso y tomó el dulce. En poco tiempo rompió
con C. C., y la familia real, ésa tan digna, pagó sus deudas para
hacer posible el enlace (anécdota: rechazaron escandalizados la
proposición de alguien que quería diseñarle un escudo donde figuraba
una pelota). Al chico le nombraron duque, le adjudicaron (como antes
con Marichalar) algunos sillones en consejos de administración…


Aquí diríamos “colorín colorado”. Pero resulta que no. Los pobres
jóvenes (sin darse cuenta, faltaría más) se metieron en negocios poco
claros, de los que resultaban transferencias a sus cuentas corrientes
de algunos millones de euros. Los desfalcos fueron rápidamente
conocidos, y la familia real trató de ocultarlos, aunque, como
siempre, guardando en lo posible las formas. De momento los consortes
abandonaron su cómoda casa de Barcelona, pagada con el dinero que es
de suponer, y se trasladaron a Washington, más lejos de Madrid que la
ciudad condal, esperando que la tormenta amainara. Pero, ¿quién lucha
hoy contra Internet? Cuando el rey fue operado en Barcelona,
Urdangarín realizó un viaje relámpago desde Washington para visitar a
su suegro, pero éste, aunque le recibió, no quiso fotografiarse con
él.


El escándalo ha crecido, y hoy es ya un tsunami que amenaza con
engullir la misma institución monárquica. Los reyes tratan de soltar
lastre apartando a Urdangarín de los actos de la familia real,
olvidando que su esposa figura en las mismas sociedades que él.
¡Siempre el decoro real! Urdangarín (mejor dicho su abogado) dice que
está “profundamente dolido y ofendido” mientras capea el temporal.
Cristina permanece muda. Jamás se exhiben juntos en
público en Washington, y los ambientes realistas (especialmente en los
programas basura de TV) han iniciado una furibunda campaña resumida en
“Pobre chico, no sabía lo que hacía, pero es bueno en el fondo, y
desde luego su esposa nada tiene que ver”.


¿Qué resultará de todo esto? Pues nada. El pueblo español soportó en
su día los escándalos de Isabel II, la inconsciencia de Alfonso XII,
la estúpida arrogancia de Alfonso XIII y la superficialidad (usamos el
adjetivo más suave posible) de Juan Carlos I. Un significativo apunte:
Diego Torres, el socio de Urdangarín, ha sido imputado, el
exbalonmmanista no. Pasará el tiempo, el tema se irá olvidando y
cuando llegue el juicio (si llega) estará disuelto como un azucarillo
(recuérdense los trajes de Camps, los donativos de Pepiño, etc.). A lo
sumo el matrimonio se separará “cumpliendo cada uno con su deber”, y
al final va a resultar que ambos son unos patriotas. Como mucho
Urdangarín será apartado (aunque sin devolver el dinero), y Cristina
se hará la mártir. “Pobrecilla (dirán las revistas del corazón), ha
tenido que separarse dolorosamente de su marido, tan mal aconsejado”.
Y aquí paz y después gloria.



Fernando de Andrade
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