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08-10-12 14:23 #10645213
Por:mjmtartp

Una industria en ibros , que cumple 150 aÑos de antiguedad
Corazón saludable tras siglo y medio de extracción de aceite
DOMINGO, 07 DE OCTUBRE DE 2012 11:30 LA SEMANA - EL REPORTAJE


Texto: Diana Sánchez Perabá / Fotografías: Agustín Muñoz
La paciencia, la fuerza de la continuidad familiar, la fe en un proyecto, la honestidad. Son los conceptos que, generación tras generación, han deslizado cual gota de aceite cuando se extrae del fruto, para conformar lo que es hoy la almazara más antigua de la provincia que sigue viva y cuyo corazón jamás dejó de funcionar. Fertinez no solo forma parte de la familia Fernández Martínez, ya que, con el paso del tiempo, ha ido involucrando a todo el municipio en el que se ubica: Ibros.
Si la historia del mundo comienza cuando se tienen documentos escritos, en el caso de la centenaria empresa sus orígenes datan de 1860, aunque no existan escritos, así lo testifican sus actuales propietarios. Fue Luis Fernández Marín el que gestó el embrión de lo que más tarde sería una de las empresas del sector del aceite más punteras de su época. A finales de siglo XIX, cuando la revolución industrial ya era más que un hecho en Francia y otros países europeos, así como en España, las primeras fábricas hacían sus primeros pinitos en el Norte y Cataluña, en este municipio de Jaén, este señor quiso ir más allá de la producción del olivar. ¿Por qué no dar un paso más?
Pronto, sus sucesores entendieron que aquella empresa se podría considerar como un pozo de petróleo que había que mimar y explotar, porque los procesos de transformación y almacenamiento significaban expansión más allá de las ristras de olivos. Sin duda, una inyección de iniciativa empresarial que se encargó de reforzar el siguiente sucesor, Luis Fernández Martínez, en 1920, quien se encargó de mantener con vida la empresa. Lleno de aires renovados, el segundo sucesor ubicó físicamente la empresa en una nueva fábrica, en 1931, en la calle Pozuela, donde se aplicó lo último en tecnologías del sector. Ahora, están los restos de lo que fue una fábrica típica de los años cincuenta. “Lo que caracterizaba a esta industria era la recepción de aceituna, todo iba a troje. Había unos rieles por lo que discurrían unas vagonetas. También se encontraba una báscula para pesar la aceituna. Tenía un pasadizo subterráneo por el que pasaba directamente a unas espirales que lo llevan al molino. Era lo último en tecnología en aquella época”, explica con orgullo y cierta melancolía el heredero actual, Manuel García Fernández.
De hecho, esta vieja fábrica estuvo funcionando, durante dos años, al mismo tiempo que la nueva, que coordinaban para experimentar con las nuevas tecnologías. “Hacíamos pruebas con un cargador de capachos nuevo, ya que la manera de trabajar era artesanal. Todo lo que se hacía nuevo se probaba aquí para poner en funcionamiento en la otra fábrica”. Y es que, a pesar de su historia, la almazara siempre ha estado en la pomada de las nuevas tecnologías.

Casi insertada en la zona urbana del municipio de Ibros, se expande la parcela en cuya entrada se levanta un edificio con fila de azulejos azules dan la bienvenida a sus visitantes. “Año de 1935. San José Fábrica de aceite de orujo Luis Fernández Martínez”. Un vestigio de la historia que da una pista de la empresa aceitera. En su interior, las naves se adaptan en función de las necesidades y del mercado actual. Así, lo que fue una jabonería ahora no funciona. “Teníamos una fábrica de aceite, de orujo y una refinería. Y al tener una refinería había que neutralizar el zumo de la aceituna y quitarle la acidez. De forma que parte de la grasa se iba como un residuo que se llama pasta de refinería que es rica en aceite. Con esto se hacía jabón”, apunta Manuel García, quien recuerda que en la actualidad, con la evolución de los aceites, apenas tienen acidez porque “se va al día”, el orujo también. “Por lo tanto, la refinería ya no se utiliza, pues el aceite es virgen, de manera que desapareció la fábrica de jabón porque no hay pastas”. Una sucesión de necesidades e inutilidades del producto que transforman la maquinaria y el sistema de trabajo. En este ciclo industrial, se siguen reutilizando otros subproductos, como el orujo, por eso cuentan con una planta de secado del mismo. “Hasta hace poco se veía el orujo como un residuo que había que eliminar, pero aquí lo recuperamos. La idea es rentabilizar lo que podamos”, aclara el hijo del actual propietario, Francisco García. Es decir, buscar siempre la rentabilidad a partir de las actividades de la almazara, y cuando alguna no sea rentable, se deja para emprender otra. “Llegamos a cerrar la extractora de orujo que teníamos aquí, pero seguimos con el secado de orujo. ¿Por qué? Primero, porque teníamos la inversión ya hecha y, segundo, porque le damos trabajo a más de doce personas. Continuamente nos adaptamos y mejoramos lo que se puede mejorar”. En su plantilla, Fertinez cuenta con veintitrés trabajadores fijos que incrementa durante la campaña hasta los cincuenta y dos empleados.
El tiempo de existencia es también un aval de confianza, de manera que los propietarios se enorgullecen de contar con clientes que, cada año, les llevan su fruto. En cuanto al perfil de quienes traen su aceituna, Francisco García también aprecia una transformación, de manera que se refleja en el envejecimiento de los trabajadores del campo que no cuentan con relevo generacional: “El abuelo y el padre traían las aceitunas que trabajaban en el campo, pero invirtieron para que el hijo se preparara una carrera o un oficio y se fuera a estudiar. De manera que, cuando vuelve, es difícil que se dedique al campo”. No obstante, Francisco García recuerda los fines de semana en los que algunos padres se acercan a la fábrica con sus hijos para que la conozcan de cerca. “Es una imagen preciosa, porque vienen los niños del campo, de esperar a sus padres para ir a la fábrica, se fijan en que no quede ninguna aceituna en el remolque y se pesen todas, se enorgullecen de lo limpio que va su fruto. A los jóvenes les gusta la fábrica, pero los que ya tienen 30 o 40 años lo ven como una obligación”, dice Francisco García. “Es un vínculo muy fuerte, pues ellos se tiran todo un año trabajando con un producto: curan las olivas, las cortan, les hacen los suelos… Y, cuando están listas las olivas, recogen el fruto y te lo traen a ti, confían en ti dándote su recolección. Quizá por eso seamos centenarios”, argumenta García.
Además de las instalaciones de producción, almacenaje y envasado, la empresa cuenta con sus oficinas en el municipio de Ibros, donde la familia realiza trabajos de gestión y administración. Allí, enmarcado y sobre la pared, el retrato de Luis Fernández Martínez recuerda a los actuales propietarios el valor de su empresa y de la filosofía que les permite llegar a ser la almazara de aceite con el corazón más longevo de la provincia del olivar: “Mi padre nos enseñó: ‘No hagas lo que no debas y el futuro es tuyo. Honestidad, esa es la clave”, cita Manuel García.

NUEVAS TECNOLOGÍAS
Una fábrica con arrugas, pero joven en su interior
Pasear por el interior de la actual fábrica es como adentrarse en una dimensión que invita a visitar diferentes épocas. En la parcela, de 48.000 metros cuadrados, se extienden naves que datan desde los años cuarenta hasta del comienzo del actual siglo. Un “collage” de edificios y maquinaria que, si bien dota a la parcela de un aire caótico y desordenado, en sus entrañas se descubre un nido con aparatos y máquinas punteras. “A primera vista no se aprecia una fábrica moderna, pero la última tecnología que sale en el mercado, no solo la ponemos a prueba aquí, sino que la desarrollamos”, explica Francisco García, quien recuerda la primera prueba del aparato de profióleo. “La tecnología debe ser la última. Cada año invertimos para estar a la última tecnológicamente, pero respetando las medidas del medio ambiente”, indica.
La apuesta por las nuevas tecnologías también se aprecian en la planta de envasado, donde siempre fueron punteros: “La primera botella de medio litro que se comercializó en esta zona, incluso en Andalucía, se hizo aquí, al igual que la primera máquina de extorsión para hacer botellas de plástico que fue pionera en la zona”, recuerda el actual propietario Manuel García. Ahora, una completa planta de llenado dispone las garrafas de cinco o de un litro para embalarlas y disponerlas en cajas. En el corazón de la fábrica se preparan las diferentes piezas para que estén a punto durante los meses de la campaña. Mientras, lo operarios no dejan de hacer pruebas con las nuevas máquinas que estarán a pleno rendimiento.
La amplitud de la parcela obliga a que quienes trabajan en diferentes sitios estén comunicados por medio de sistemas informatizados, como el ordenador que controla la fábrica y que permite detectar cualquier problema al momento.
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