Ontiñena - Huesca

Cuento de Navidad por Iñaki Errazkin

Todo lo que Martín heredó a la muerte de su padre fue un puesto de pescado en el Mercado de Santo Domingo y el correspondiente apodo de “Txipiron”, además de una profunda convicción tradicionalista y religiosa. Paradójicamente, nuestro protagonista no había visto el mar personalmente pese a haber cruzado el umbral de los cuarenta. Por un motivo u otro, sólo había viajado ocasionalmente a Madrid y, recientemente, a la Expo-Agua de Zaragoza. En cambio, conocía como la palma de su mano las montañas navarras, del macizo de Ibañeta a la sierra de Izko.



Desde que tenía uso de razón había soñado con pasar unas horas en la playa de la Concha o en la de Zarautz, de las que tanto había oído hablar, y rematar el día capturando los peces que solamente había visto expuestos en el mostrador de la pescadería familiar. Se imaginaba qué sentiría al tocarlos aún con vida.



Con los años, la ilusión infantil se transformó en obsesión, pero, como si una fuerza superior le impidiese montar en su automóvil y pasar un domingo o un lunes, sus dos días festivos, en la costa cantábrica, a una hora escasa de trayecto, Martín posponía irracionalmente su encuentro con las olas. Solterón e introvertido como era, dedicaba su tiempo de ocio a subir al monte y a ayudar como voluntario en la Parroquia, y cuando la climatología no acompañaba, se encerraba en la sala de estar de su piso de la Rotxapea y sintonizaba cualquier canal temático que le transportase virtualmente hasta la ansiada espuma marina, casi siempre en lugares remotos.



La última Nochebuena, mientras contemplaba desde su balcón a un grupo de niños que entonaban a coro la canción del pagano Olentzero, Martín pensó, una vez más, en su secreto afán, y se le ocurrió rezar al Niño Jesús con toda la fuerza de su fe para que, aunque aún faltaban un par de semanas para el Día de Reyes, le adelantara el regalo anhelado: sumergirse en el mar.



Cuando, improvisamente, le venció el sueño, la fantasía le trasladó al litoral, cualquiera que fuera, hasta que el estruendo de las olas le despertó, tan real le parecía. Sobresaltado, descorrió las cortinas y se asomó a la terraza, la misma desde la que unas horas antes escuchara a los pequeños cantores euskaldunes. No podía creerlo. El Niño Jesús había respondido a sus oraciones. Un tremendo tsunami procedente del golfo de Vizcaya se le venía encima sembrando a su paso muerte y destrucción. Justo tuvo tiempo de pensar en la húmeda sensación que le esperaba y, ya a punto de ahogarse, en qué putª es la vida que, antes o después, te enseña a no confiar ni en Dios.

Buenas fiestas a todos.


Mariano

excelente !

Te vamos a llamar Mariano el cuenta cuentos,
otro otro

Moraleja. Desear una cosa con toda la intensidad porque crees que es bueno, cuando llega ha realizarse, puede ser tu final como persona y darte cuenta que no era para tanto.