Foro- Ciudad.com

Albalate de Cinca - Huesca

Poblacion:
España > Huesca > Albalate de Cinca
25-03-10 09:07 #4973110
Por:Cinca

Premio de un oscense, descendiente de Albalatinos
Que orgullo oir nombrar, o leer el nombre de este pueblo ALBALATE DE CINCA
EL DÍA DE SAN JORGE Juan José Arenas de Pablo recibirá este año el Premio Aragón.
https://ww.heraldo.es/noticias/juan_jose_arenas_recibira_premio_aragon_2010.html
Hace 11 meses otro premio para este Aragonés de pura cepa.
Juan José Arenas, nuevo Hijo Predilecto de la ciudad de Huesca

El oscense Juan José Arenas de Pablo, Ingeniero de Camino, Canales y Puertos, ha sido nombrado Hijo Predilecto de la ciudad de Huesca. El pasado 22 de abril se llevaba a cabo el acto ofocial en el que este insigne altoaragonés, recibía uno de los máximos reconocimientos que una ciudad puede dar a uno de sus ciudadanos. El Salón Azul del Casino Oscense se quedaba pequeño para acoger al gran número de personas que querían acompañar a Arenas en un momento tan importante. El propio Alcalde de Huesca, Fernando Elboj, era el encargado de hacer entrega del Título de Hijo Predilecto a un emocionado Juan José Arenas que se mostraba muy agradecido de recibir este reconocimiento.

Este fue su dircurso..en mi opinión sencillo, muy humano,familiar, descriptivo y como no, Oscense y Albalatino.
22/Abril/2008
Juan José Arenas de Pablo.
Excmo. Sr. Alcalde de Huesca, Excmos Señores concejales de Huesca, queridos amigos de Huesca y de Aragón, y, también, de fuera de Aragón.
El Ayuntamiento de esta ciudad me ha distinguido con un premio tan sorprendente y tan extraordinario como es el de ser nombrado hijo predilecto de Huesca. Pasada la primera impresión, pero todavía preguntándose por qué, este oscense de nacimiento y crianza no puede hacer otra cosa más que daros las gracias por vuestra generosidad. Gracias que deseo hacer extensivas a mis compañeros del Colegio San Viator, que estoy seguro de que han estado detrás de la propuesta. Y también, a la revista 4Esquinas, que empezó caldeando el ambiente al concederme el Premio Julio Brioso a la Figura del Año 2006.
Después de agradecerlo, resulta obligado manifestar lo mucho que uno ama a Huesca, que es una expresión complicada y que sólo permite reiteraciones sucesivas. Tras mucho pensarlo, me ha parecido que el tema merece otro tratamiento. Lo que yo voy a leeros es otro modo, mucho más extensivo, de manifestar lo que de especial ha podido tener mi relación con Huesca mediante 6 estampas de lo que pudo ser la vida en los primeros años de mi existencia. Son recuerdos concretos, con la carga emocional que les da la distancia, pero también con las consecuencias que esos hechos han tenido al día de hoy. Las seis estampas son 6 y no más porque 6 es un mínimo para contar un poco la Huesca que yo viví y un máximo por el tiempo que me ocupa el leerlas y a vosotros escucharlas.
Para la gente de mis años, San Jorge es una referencia inevitable de su infancia. Primero, como referencia geodésica, por su forma tan redondeada de colina, por su arboleda densa (debida, me parece al Alcalde D. Vicente Campo, antes de nacer yo) y por fin, como observatorio único de la ciudad y de su entorno. San Jorge en primavera olía a huevo duro que para qué. Creo que mi primera experiencia gastronómica con el huevo duro tuvo lugar bajo los pinos de la ermita.
Desde San Jorge me recuerdo a mí mismo contemplando muchas veces la fachada de la Catedral, que asomaba gracias a la colina en la que fue construida, con su geometría rotunda, asomándose y presidiendo el amasijo de paredes, solanas y tejados que componían la imagen de Huesca. Geometría solemne de piedra arenisca pero con una torre chata, decapitada, que nos daba el disgusto de verla inacabada, lo que nos hacía sufrir a los que soñábamos con impulsar a Huesca hacia adelante. Era algo así como si, además de no tener tranvías, nuestra catedral fuera una construcción de segunda división.
Desviando un poco la mirada a la izquierda y arrastrándola por el suelo aparecía el Campo de Fútbol del Alcoraz, y delante de su entrada, un pequeño humilladero que recordaba la batalla del Alcoraz, ganada con ayuda del santo patrono San Jorge frente a los moros. Eso de que Alcoraz hubiera sido verdad y que lo que decía el libro de Historia se refiriera precisamente al suelo que pisábamos nos llenaba de orgullo.
Un poco más allá, la carretera o calle o lo que fuera cruzaba en un paso a nivel la línea férrea Huesca-Ayerbe, servida por trenes mínimos, algo así como la locomotora, entre ellas la “Magallanes”, el ténder con el carbón y un coche de tercera, casi siempre vacío. Era clásico que el tren de la tarde pasara cuando había partido de fútbol y que el fogonero, haciendo alarde de su buen estado físico, se subiera al techo de la cabina como para enterarse de cómo iba el Huesca FC. Los espectadores del campo encontraban graciosa la pirueta del fogonero y le aplaudían. Solíamos decir que la Magallanes tenía las ruedas cuadradas y de ahí su caminar lento, lentísimo, y ruidoso.
La Alta velocidad ni estaba ni se la esperaba. Pero por ahí empecé a aprenderme el camino de Canfranc. En aquella época, las velocidades de 120 Km/hora que gastaban los FFCC franceses nos parecían un sueño inalcanzable.
Aunque lo que mejor permitía San Jorge era la contemplación de la Sierra de Guara, la Sierra de Huesca, enmarcando siempre a la ciudad. El valor paisajístico de Huesca siempre me ha parecido alto y no hay ocasión, cuando al venir de Zaragoza aparece de golpe Guara tras el perfil de la ciudad, en que deje de sentir una sacudida en la espalda. Son formas tan rotundas como los farallones del Salto de Roldán y tan suaves como el perfil de la sierra de Guara. Pero, ojo, que no son simples formas geométricas, sino una enorme masa rocosa descompuesta en cien direcciones, cuyo color, visto de lejos, cambia de la mañana a la tarde de tonos azulverdosos a ocres y morados. Lo que la hace única.
Lo más interesante del Parque (otra vez la longa mano del Alcalde Campo) eran para mí, aparte de las pajaritas de Ramón Acín, las casas que lo rodeaban. Hasta el nombre que recibía la calle frontera al Parque, Calle del General Franco, en una España, que, en actitud servil, se hinchaba de rotular avenidas y paseos “del Generalísimo”, resultaba considerablemente moderado. Algo así como pensar que una calle de tan elevado nivel de diseño no podría llamarse “del Generalísimo”.
El gran interés para mí de esa calle y de las dos perpendiculares a ella estaba en la arquitectura de sus edificios. La densidad de buena arquitectura en estilo modernista o cubista, Bauhaus, hacía que, en una Huesca que no crecía en habitantes, esa concentración de bellos edificios, transformó el aspecto y el aire de la ciudad en 20 o 30 años. Preguntándome por algún nombre asociado a esa arquitectura me aparecen en internet Bruno Farina y Antonio Uceda, asiduo colaborador de D. Bruno. No sé si la memoria de Farina ha sido reivindicada por el Ayuntamiento. Y, con seguridad, hay más nombres de arquitectos que nunca conocí. Si mi opinión les importa, estaría dispuesto a firmar una petición de cualquier tipo de distinción que este Concejo pueda concederles.
Lo cierto es que esas casas me gustaban, me fijé en ellas desde muy niño, y me agradaban tanto más cuanto más crecía. Recuerdo con especial respeto los dos bloques que componen la primera manzana de esa calle del Parque recorriéndola desde los Porches hacia el Ensanche, una manzana que se cierra con el doméstico “Pasaje de Avellanas”. ¿Qué tenían esas casas de especial? Yo creo que era la regularidad de sus entrepisos, la integración de dos edificios en uno, la buenas proporciones de bloques de 6 plantas con esa longitud y altura, la propia belleza de la fachada, en lo que para mí la más próxima a Hacienda era superior a la otra. Y había, además, un factor decisivo para valorarlas: estas casas tenían ascensor. Subir a un piso de estos en ascensor (prohibido totalmente a los niños no acompañados) era en esos años toda una experiencia.
Por cierto, que guardo un recuerdo inolvidable del salto de un hombre araña desde la terraza de la última planta del edificio número 4 de la Calle del Parque. Lo habrían anunciado en el Colegio y debía ser un domingo antes de comer. El hombre pájaro compareció puntualmente y pasó mucho rato ordenando el material que iba a emplear en el salto. Pasaba el tiempo y yo creía que nos habían tomado el pelo. En ésas, que el hombre pájaro se asoma por encima del pretil del balcón y da el salto. Creo que intentó abrir un paracaídas, pero la impresión que recuerdo es que saltó mal, cayó sobre los árboles y se hizo daño, aunque no excesivo.
El edificio de la Normal y los edificios de dos plantas del Instituto de Higiene, son, siguen siéndolo, verdaderos puntos fuertes de un urbanismo humano. Al fondo de la Normal mirando hacia el Coso, añoramos la reposada cúpula-palomar que remataba la casa de Carderera, composición bella donde las hubiera. Tanto Carderera como el viejo Teatro Principal cayeron víctimas de la misma piqueta que tantos parajes ha destrozado en España.
La colección de casas chalet que alberga la calle del Parque y sus aledañas es notable y no quisiera creer que ninguna de ellas esté amenazada por el derribo. Y, dentro de ese conjunto, guardo especiales recuerdos de los chalets de las clínicas de los doctores García Bragado y Cardesa. Bonitos edificios, para ser contemplados mejor desde fuera … y la casa de la familia Pié, con su aire griego clásico, en la que creo que casi nunca se veía entrar o salir a alguien… lo que le daba a mis ojos un toque de misterio.
Otras casas modernas de la Huesca arquitectónicamente avanzada que nunca he podido olvidar son Casa de Polo, Casa Rertortillo y Casa de Agustina Ena, en lo alto de la cuesta de Ricafort, llamada habitualmente Casa de las Lástimas: ¡Qué lástima que una casa tan bonita se haya construido en un lugar tan poco adecuado! Mis padres eran muy amigos del matrimonio formado por Dª Agustina y D. Alfonso (¿??) De muy niño fui varias veces a casa de Agustina, en la que por dentro me impresionaba que todo casara con todo. Y, sobre todo, se notaba perfectamente que los muebles estaban diseñados por una mano que tenía que ver con el mismo edificio. No tendría yo los 5 años y estos recuerdos, así como el bienestar que me producía verme en ese ambiente, me resultan, aunque muy lejanos, imborrables.
Este de la buena arquitectura es para mí un ejemplo de cómo el trabajo bien hecho acaba imponiendo su buen clima y hasta qué punto nuestras buenas actuaciones resultan educativas, sobre todo para los niños. Es una idea que he defendido muchas veces referida a las obras públicas pero que, hasta que me puse a pensar en estas Estampas, no había yo razonado. Casi nada la responsabilidad de cada uno en su trabajo, esforzándose en mejorar su pequeña parcela, como vía directa para una educación integral de todos.
Nacer frente al Olimpia, como yo lo hice, debe imprimir carácter. Es un edificio que nunca valoré debidamente porque, asomado a los balcones de mi primera casa en el Coso Alto, me empapé de él hasta arriba en mis primeros años y tendí a encontrarlo frío. Empecé a ir al cine a los 10 o 12 años (con la eterna protesta de mi madre de que había que tapizar los asientos, de madera, del Olimpia) y recuerdo con emoción los imponentes programas dobles que “echaban” los jueves y que costaban, creo recordar, 2,50 Pta. Era ya la época en que terminábamos el bachiller y empezábamos a administrar pequeñas cifras de dinero. En aquél año, creo que 1956, recuerdo un programa doble que disfruté desde el primer fotograma hasta el último (y que, como puede verse, no he olvidado). La primera película era la historia de la banda de Gleen Miller (“Música y lágrimas”) que me emocionó mucho. Y la segunda, trataba de un barco de vapor que recorría el Missisipi, con toda una troupe de jugadores y pistoleros. Así, como si nada, se pasaba de un tema del corazón a las partidas de póquer y a las balaceras del vaporcito. Aceptar, seguidos, estos dos platos tan dispares da una idea de cual era nuestra capacidad de aguante ante una pantalla iluminada.
Pero, para mí, las más finas sensaciones asociadas al Olimpia son las viejas Estampas de la vida de Jesús, a las que, cada Semana Santa, el Orfeón Oscense, dirigido por el maestro Lacasa, ponía música, una música que a mí me pareció siempre bellísima y extraordinaria. La explicación es sencilla: Mi tía Concha Arenas cantaba en el Orfeón, y eso suponía que desde meses atrás a las Estampas yo vivía inmerso en su música. Todavía tarareo esos versos que dicen:
“No lloréis mis ojos, Niño Dios callad
Que si llora el cielo, quién podrá cantar”
Creo que es la estampa de la adoración de los pastores, que continúa con:
“Por unas montañas...que danzando van…
Pastores bailando por daros solaz,…”
Esto de daros solaz me costó tiempo descubrirlo. Oyendo la letra yo interpretaba que “Darosolaz “debía ser un sitio por el que pasaban los reyes magos y que solo mi tía y sus amigas del Orfeón conocían. Me costó lo mío comprenderlo. Pero tía Concha no sólo cantaba en casa sino que en más de una, y más de dos ocasiones, me coló con ella en el Olimpia y pasé una tarde inolvidable, “daros solaz” incluido. Claro, ver las Estampas desde dentro del escenario era mucho más emocionante que hacerlo desde el patio de butacas. La estampa de la Crucifixión transmitía el miedo y la angustia producidos por el oscurecimiento que se originó a la muerte de Jesús de Nazaret, con relámpagos y truenos originados por rayos voltaicos, postizos cuyo artificio yo veía engendrar desde el lateral del escenario, pero que, pese a todo, daba lugar a una escena de un dramatismo imponente. Con independencia de las Estampas, el Orfeón era (no sé si sigue siéndolo) un orgullo de Huesca.
El Cine Olimpia, con su fachada de pequeño Partenón, sus columnas con fuertes éntasis sosteniendo el frontón triangular y con los zócalos de fachada marcando sus ejes, me resultó siempre un poco inquietante. Como edificio un tanto estirado que no admitía la proximidad, y cuyo interés sólo al estudiar la cultura griega íbamos a empezar a atisbar. Palabras como zócalo y éntasis aguardaban turno para entrar en nuestra vida. Para Huesca, el Olimpia, después de sus programas dobles de tarde, resulta una construcción magnífica, creo que muy bien restaurada recientemente por la Fundación Anselmo Pie. De lo que me alegro un montón.
Para mí, la Estación de trenes de Huesca ha supuesto mucho en el pasado. Y, pese a las fáciles críticas que suscitaba la decrepitud de la instalación y al hecho desafortunado de que los trenes salieran en dirección contraria a como habían entrado (de cara o de espalda), mi amor por esa estación y lo que ella simbolizaba se mantuvo a lo largo de
los años. Y, claro, cuando de modo casi milagroso, RENFE, GIF, ADIF, o quien haya sido, tomó la decisión de establecer un tercer carril entre Tardienta y Huesca, abriendo esta ciudad a la modernidad que supone la alta velocidad y poniéndola a media hora de Zaragoza y a dos horas cuarenta de Madrid, me pareció un sueño. Tanto es así que la primera vez que vine aquí tras el notición, dediqué un par de horas a sentarme en la cafetería de la nueva estación para contemplar el ancho europeo de sus vías, las catenarias, del todo actuales que sustentan al cable eléctrico de toma de corriente y, a ser posible la entrada o la salida de algún tren. Creo que no conseguí ver trenes pero me quedé prendado. Prendado, ¿de qué? Seguramente de ver que, en ocasiones, los sueños, con esfuerzo, se pueden convertir en realidad.
Pero ¿en qué consistía ese sueño de los raíles? Tenía que ver con la imagen del camino que sale de tu ciudad y que conduce a otras ciudades más abiertas, donde hay posibilidades y oportunidades para mejorar. Caminos de asfalto o de hierro que sirven para que vengan ellos y vayamos nosotros. Y cuando uno es consciente de la relativa pobreza y del aislamiento intelectual de la ciudad en la que vive, nada se opone a que las vías del tren, siempre paralelas, constituyan un símbolo potente para un adolescente. Siguiendo con la mirada a esos raíles, que, como enseñaba Euclides al definir las rectas paralelas, nunca se encuentran o, al revés, se encuentran en el infinito, uno soñaba inmediatamente con un país mejor. O sea, más culto, más rico, más solidario, con una ciudadanía educada y de primer nivel.
En el fondo, no puedo olvidar la pesadilla de la locomotora Magallanes de ruedas cuadradas que nunca iba a sacar a Huesca de la indigencia. Sin los caminos, sin el tren, cualquier ciudad, y desde luego Huesca, tan cerrada al norte por los Pirineos, estaba condenada al aislamiento y a la soledad.
Esto era un sentimiento de fondo cuando con amigos del colegio jugábamos los jueves por la tarde en el Paseo de la Estación, separado de la vía tan solo por un seto de mediana altura. No sé si en mi casa me hubieran dejado jugar en ese paseo que era una tentación continua a cruzar el seto y emerger al lado de la vía. Aunque al hacerlo, al salir al sol de la atardecida y recuperar la visión de las paralelas, me recuerdo siempre lleno de sentimientos positivos hacia la vía. Desde luego, teníamos 12 años y, salvo poner perras gordas en la cabeza del carril para que La Magallanes las aplastara, éramos de verdad responsables.
El Banco Azul compone el fondo del paseo del mismo nombre. Pero para el soñador que yo era, sus estupendos azulejos desprendían elegancia y belleza sin límite. De hecho jugábamos alrededor del Banco Azul, pero no recuerdo que hiciéramos en ellos ninguna fechoría. Por decirlo de alguna manera, el Banco componía una especie de altar, que me inspiraba un respeto profundo y que cerraba el paseo y el territorio urbano. A partir de allí eran todo fincas agrícolas. Paseo, el del Banco Azul, que hacía el papel de gentil escolta de la vía del tren. Del mismo tren que 50 años después, iba a traer la definitiva modernización ferroviaria a Huesca.
Sería más correcto decir Huesca y los no tranvías, porque las dimensiones de mi ciudad natal no demandaban nada parecido. Pero ahí es nada el trauma infantil y el tiberio mental que me produjo comprender esta verdad: Que Huesca no tenía, ni tendría nunca tranvías porque el tamaño de la ciudad no los demandaba. A mis 10 o 12 años, juega en Huesca el Real Zaragoza y no faltan los graciosos visitantes que preguntan por la parada del tranvía, como modo de zaherir un poco a estos aragoneses de segunda que son los oscenses. Aun recuerdo la respuesta que alguien dio a esos hinchas del Ebro; “Cuando hay burros forasteros por la calle no los sacan”. Pero, ganas de incordiar e ingenio aparte, era difícil empujar a una ciudad, Huesca, la que a veces se llamaba a sí misma por el horrible nombre de Huesqueta, y vivía tan a gusto y tan arrellanada, que no cabía esperar que diera pasos en la dirección de estimular el desarrollo de sus habitantes.
De todos modos, para mí, los tranvías tenían un valor extraordinario, que trascendía a cualquier estimación realista. De algún modo, constituían una referencia de ciudad abierta y próspera. No puedo evitar relatar mi bautizo tranviario en Zaragoza. Debía tener 12 años cuando mi padre me premió con un viaje en tren a Zaragoza un domingo en que, en el campo de Torrero, jugaban Zaragoza y Athletic de Bilbao. Fue mi primer viaje hacia el Sur más allá de Tardienta y debía estar muy alerta ante las fuertes sensaciones que se avecinaban. En efecto, llegamos a la estación del Arrabal, al norte del Ebro en una mañana de frío y niebla cerrada que no permitía dos pasos de visibilidad y comenzamos a caminar hacia el Puente de Piedra. Lo alcanzamos y enseguida ví la magia, o mejor la promesa de la magia: El pavimento del viejo puente se componía de desgastados adoquines brillantes por la humedad de la niebla con los rieles del tranvía insertos en ellos. Lo que recuerdo bien es que sólo veíamos los pretiles del puente. Más allá no había más que un enorme vacío, lleno de niebla.
Caminábamos sin prisa por la acera del puente cuando se produjo el milagro de oír un timbre muy próximo, acompañado con ruidos de muchas piezas metálicas y mal ajustadas, y ver salir de la niebla un tranvía verde, de los de verdad. Estábamos justo en la parada y pudimos subir al vehículo, que era un modelo del todo arcaico. Supongo que mi emoción tenía que ser grande: Estaba con mi padre, a punto de entrar y conocer una metrópolis auténtica, y llegaba hasta ella subido a un tranvía.
El tranvía seguía hacia el centro por la calle cuyo nombre oficial es D. Jaime, pero que mi padre siempre llamó San Gil, y nosotros nos bajamos, imagino que para hacer una visita al Pilar. El partido de fútbol fue impresionante: Con la mítica delantera del Athletic que formaban Iriondo, Venancio, Zarra; Panizo y Gainza, vimos ataques en tromba y chutes a puerta estupendos, pero ganó el Real Zaragoza por 2 a 0.
Fue un día inolvidable. Por supuesto que para llegar a la estación de Arrabal, volvimos a coger un tranvía. ¿Qué me tuvo que parecer Huesca al desembarcar en aquella estación desastrada, malamente iluminada por un par de bombillas de 40 watios? Me afectaría con seguridad pero también es seguro que, en pocos días, me debí rehacer y volví a trazar planes imaginarios para el engrandecimiento de nuestro pueblo.
Estampa 6: Huesca, junto al puente de San Miguel y al monasterio de las Miguelas.
Es el último rincón de cuyos recuerdos voy a hablar. Cruzado el Isuela por el histórico puente de San Miguel, se llegaba a una encrucijada de la que salían la carretera de Arguis, la carretera local de Apiés y una calle paralela al río, el Paseo de Lucas Mallada, que discurría por delante de los cerros de Las Mártires, y terminaba en el Hospital Provincial. Con algún puente peatonal intermedio sobre el Isuela para poder acceder a la Ronda de Misericordia.
He citado un montón de nombres cargados de recuerdos. Empezando por las cuevas de las mártires, donde, cuando era un crío, alguien se encargaba de recordarme que allí vivía Susperio, el “malísimo”, y de amenazarme con que me vendría a buscar si no comía y me llevaría a una de esas horribles covachas. ¡Qué torpeza, asustar así a un niño! diríamos hoy, con toda la razón del mundo. Era otra época en la que, para mayores y para los mismos niños, las exigencias eran grandes y los derechos inexistentes. Y, pese a todo, hemos dado juego y hemos llegado hasta aquí.
Las Miguelas, un monasterio de clausura, que nunca pude ver, salvo la iglesia de la que no recuerdo nada en concreto, sino que era pequeña y con un montón de decoración interna. Creo recordar que la relación de mi casa con las Miguelas era especial porque mi abuelo, D. Juan Arenas Osate, que era un consagrado relojero, tenía que ir alguna vez a ajustarles los relojes a las monjas. De modo que, si hubiera vivido unos años más, quizás me hubiera llevado de ayudante. Estoy en el desdibujado límite de la memoria y la fantasía, porque quizás también mi padre entrara, en tanto que relojero, en el Monasterio. Es algo que me suena vagamente, muy lejano en la conciencia.
Dar el rodeo a Huesca por el Coso Alto, subiendo hasta las Miguelas para seguir por la Ronda Misericordia y terminar en la plaza de Santo Domingo, cerrando la vuelta por el Coso Bajo era una actividad que mi Padre ponía en práctica las mañanas de muchos domingos y yo solía acompañarle. Le recuerdo muy bien, contándome cosas de Historia al pasar por las puertas y torreones de piedra de la Muralla que se han conservado. O narrándome la muerte y enseñándome el árbol donde fue herido el Rey Sancho Ramírez en el sitio de Huesca, donde por levantar un brazo perdió la vida al dejar que una saeta sarracena le hiriera en el costado.
Del Hospital Provincial, en una época en que no existía la Seguridad Social, recuerdo el olor tremendo a desinfectante que se percibía en cuanto uno se acercaba a sus puertas, así como los rótulos “Hombres” y “Mujeres” acompañados de flechas que indicaban con rotundidad a la derecha o a la izquierda. También la de hoy, gracias a Dios, es otra medicina.
Del pobre Isuela, ¿qué voy a decir? Era otro motivo de rechufla, esta vez por parte de mis tíos maternos en Albalate de Cinca, que presumían de su flamante Cinca. Claro, es verdad que, a falta de puente, en Albalate se improvisaba una barquita de sirga que cruzaba a la gente, y que permitió aguantar los años siguientes a la guerra civil, causa de la ruina del puente metálico existente, hasta la construcción del actual. Pero, en Huesca, donde no había ni iba nunca a haber tranvías, resultaba que tampoco teníamos río. Y, por tanto, mal podíamos soñar con tener un puente… como el del Cinca. Para mí, un drama.
Por ello, el mejor recuerdo de todos es el relativo a la lectura del libro “Los males de la Patria”, del que es autor el ingeniero de Minas oscense Lucas Mallada, que vivió entre 1841 y 1921, dando origen con sus insistentes escritos al regeneracionismo español. Es un libro de Alianza Editorial, que en 3 o 4 mañanas devoré sentado en la plazuela tras el puente del Isuela donde creo que ahora existe el monumento al mulo. Y donde, creo también recordar, había antes un monolito dedicado al gran geólogo, gran luchador y a la postre gran español que fue Don Lucas. Es un libro que no tiene desperdicio, que educa ciudadanos, y por el que la ciudad de Huesca debería hacer algo, que quizás hayan ya hecho y yo no lo sepa.
Era un bonito Septiembre y yo andaría por los 20 años. Desde luego que elegí ese sitio para leer en el mismo borde de la ciudad por la presencia del monolito, que era como tener a Mallada presente. Pero también lo elegí porque era un emplazamiento situado en una de las zonas de Huesca para mí más queridas y cargada de ensueños. Qué clase de chico raro era yo para, en lugar de acercarme a leer al Parque, irme a los rincones favoritos de mi padre. Es una actitud con componente contemplativa, método seguro de cargar pilas y beber sensibilidad, que es la que hace fermentar al espíritu en todas las direcciones.
De hecho, una pregunta obligada tras dar una conferencia sobre mis obras en varias universidades españolas e italianas ha sido siempre la de ese alumno o alumna que me dice“Es impresionante la variedad de formas que Vd. maneja, ¿de dónde saca Vd. la inspiración?” Y resulta que uno no sabe responder. Porque no es cuestión de explicar a ese alumno que yo nací en Huesca en 1940 y que …
Una vez más: Muchísimas gracias por haberme escuchado y, no hará falta repetirlo, muchísimas gracias por la alta distinción que el Concejo de Huesca con su Alcalde a la cabeza me han concedido.
Santander, 15 de abril de 2008.
Puntos:

Tema (Autor) Ultimo Mensaje Resp
donde estan los albalatinos Por: No Registrado 13-12-07 23:17
No Registrado
11
Simulador Plusvalia Municipal - Impuesto de Circulacion (IVTM) - Calculo Valor Venal
Foro-Ciudad.com - Ultima actualizacion:07/08/2020
Clausulas de responsabilidad y condiciones de uso de Foro-Ciudad.com