Un amigo olvidado: el jondón Durante el almuerzo me he enterado que hoy es Corpus, uno de esos jueves que "relucen más que eñ Sol", o que "relucían". Y me he acordado de un personaje que aparecía cada Corpus en nuestras calles, un amigo inseparable de los niños de hace cincuenta años: EL JONDÓN La festividad del Corpus Christi ha venido, desde muy antiguo, marcada por dos elementos: En primer lugar, y fundamentalmente, por lo que representa dicha celebración religiosa: “La adoración del Cuerpo de Cristo en el simbolismo del pan y del vino”. El otro elemento, mucho menos importante, pero que alcanzaba hace años un alto raigambre popular, es (o habrá que decir era) un artilugio casero, sonoro y fabricado a base de juncias. Su nombre: “el jondón”. Fabricar, o mejor elaborar, un jondón tiene su esencia y hasta podría considerarse como un ritual profano previo a la celebración religiosa. El Corpus era uno de esos “jueves del año que relucían más que el sol”. Era una de esas fiestas de más importancia dentro del calendario litúrgico de la Iglesia Católica. Pero, además, para los niños era la fiesta en la que había que hacer sonar el jondón, había que sacarlo a la calle y hacerlo “restallá” lo más fuerte posible... al menos intentarlo, ya que no siempre se conseguía. Para ello, dos o tres días antes del jueves nos encaminábamos a los arroyos cercanos (Monte, Matalagrana, Charco de la Puebla, Pilar de la Majadilla...) y en ellos hacíamos acopio de un buen brazao o manojo de largas y frescas juncias, las cuales había que arrancarlas o cortarlas a raíz del suelo. Claro que, por aquel entonces, aún corrían los arroyos durante el mes de Junio y no era de mucha dificultad esta operación de arrancarlas, amen de que las juncias abundaban, al abundar el agua. Hoy, hasta eso nos falta. Ya en casa, el manojo se guardaba en lugar húmedo. En mi casa, como en otras muchas, había una gran tinaja encalada en un rincón del corral que estaba encargada de recoger las aguas de las canales, y en ella se metían las juncias para que se mantuviesen frescas y tiernas. El miércoles era el día apropiado (y esperado) para la elaboración de este artilugio sonoro. Normalmente los encargados de darle forma eran nuestros padres, ya que a muchos de nosotros nos faltaba aún la fuerza y sobre todo la destreza para hacer un buen jondón. En primer lugar, había que “chascar”, es decir machacar, las juncias para hacerlas flexibles y de fácil manejo. Al manojo de juncias se le hacía una especie de codo o doblez en uno de los extremos, el de la parte del tallo que había estado introducido en la tierra, y se amarraba con fuerza. Este sería, posteriormente, el mango del jondón. A continuación se procedía al trenzado de las plantas. La trenza podría tener dos, tres, cuatro y hasta más cabos, lo que haría que al final fuese más o menos grueso. Esto, naturalmente, dependería mucho de la edad del utilitario. A medida que avanzaba el trenzado se iban añadiendo nuevos manojillos de juncias, hasta alcanzar el tamaño o longitud pretendido. En esta delicada tarea, ayudábamos a nuestros padres “jalando” o estirando el jondón por el extremo del codo. Para finalizar, y al mismo tiempo que se agregaba el último manojillo o añadido de juncias, se le colocaba una cuerda (“la rabisa”), preferiblemente de pita, y que era fundamental para que restallase correctamente. Una vez acabado, se le daba el último estirón ( a veces agarrado o trincado en el quicio de una puerta) y faltaba tiempo para salir corriendo a la puerta de la calle a probarlo. ¡¡Dios... qué alegría cuando, tras unos intentos de prueba, salía el primer “trallazo”!! ¡¡Qué gran desilusión cuando, por más que lo girabas, por más tirones que le dabas, por más esfuerzo que ponías... el dichoso jondón no sonaba o lo hacía tan flojito que te daba vergüenza que tus amigos lo escucharan!! Se dice, y es verdad, que para todo en la vida hace falta tener arte y destreza. Para hacer sonar debidamente un jondón hacía falta mucha destreza, mucho arte. Los había que eran verdaderos genios restallando aquellos enormes jondones. Los demás... envidiábamos a aquellos artistas y tan sólo conseguíamos sacar de las entrañas de los nuestros pequeños “estallíos”, suaves “chasquíos”. Y sin embargo, al día siguiente, haciendo más o menos ruido, nuestro jondón estaba allí, a la puerta de la iglesia antes del comienzo de la Santa Misa, restallando más o menos orgulloso. Y después, durante el recorrido procesional por las calles alfombradas de retamas, de mastrantos, de juncias, de juncos, de adelfas y de otras plantas aromáticas, con aquellos balcones y puertas engalanados con coloristas y artísticas colchas y sábanas, con multitud de macetas que embellecían el recorrido, y resonando entre los cánticos litúrgicos dedicados al Cuerpo de Cristo, como un ritual, como una forma más de alabanza a Dios, allí estaban nuestros jondones soltando “trallazos”, dando “estampíos”, precediendo el cortejo. Acabada la festividad, aún teníamos la ilusión de guardar nuestro “¿juguete?” y lo conservábamos en lugares húmedos, dentro de un cubo con agua, u otros cacharros (en mi casa era la gran tinaja encalada), hasta que la naturaleza se encargaba de descomponer las juncias y nos obligaban (a veces eran los padres los que, a la fuerza, nos obligaban) a tener que tirarlo con pena, pero con la esperanza de que “el próximo Corpus voy jasé un jondón más gordo y ya verás los estallíos que voy a pegá. Los voy a pegá más gordos que ninguno...” Y el jondón, concluido su trabajo, su participación por unos días en nuestra vida, acababa... en la esterquera. Espero que os haya gustado. |