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Villanueva de los Castillejos - Huelva

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España > Huelva > Villanueva de los Castillejos
29-03-11 19:49 #7392962
Por:cuatrovientoss

La democracia del espectador. (N:
los intereses comunes esquivan totalmente a la opinión pública y
solo una clase especializada de hombres responsables lo bastante inteligentes
puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan. Esta teoría
sostiene que solo una élite reducida —la comunidad intelectual de que hablaban los
seguidores de Dewey— puede entender cuáles son aquellos intereses comunes, qué
es lo que nos conviene a todos, así como el hecho de que estas cosas escapan a la
gente en general. En realidad, este enfoque se remonta a cientos de años atrás, es
también un planteamiento típicamente leninista, de modo que existe una gran
semejanza con la idea de que una vanguardia de intelectuales revolucionarios toma
el poder mediante revoluciones populares que les proporcionan la fuerza necesaria
para ello, para conducir después a las masas estúpidas a un futuro en el que estas
son demasiado ineptas e incompetentes para imaginar y prever nada por sí
mismas. Es así que la teoría democrática liberal y el marxismo-leninismo se
encuentran muy cerca en sus supuestos ideológicos. En mi opinión, esta es una de
las razones por las que los individuos, a lo largo del tiempo, han observado que era
realmente fácil pasar de una posición a otra sin experimentar ninguna sensación
específica de cambio. Solo es cuestión de ver dónde está el poder. Es posible que
haya una revolución popular que nos lleve a todos a asumir el poder del Estado; o
quizás no la haya, en cuyo caso simplemente apoyaremos a los que detentan el
poder real: la comunidad de las finanzas. Pero estaremos haciendo lo mismo:
conducir a las masas estúpidas hacia un mundo en el que van a ser incapaces de
comprender nada por sí mismas.
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Lippmann respaldó todo esto con una teoría bastante elaborada sobre la
democracia progresiva, según la cual en una democracia con un funcionamiento
adecuado hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar, los ciudadanos que
asumen algún papel activo en cuestiones generales relativas al gobierno y la
administración. Es la clase especializada, formada por personas que analizan,
toman decisiones, ejecutan, controlan y dirigen los procesos que se dan en los
sistemas ideológicos, económicos y políticos, y que constituyen, asimismo, un
porcentaje pequeño de la población total. Por supuesto, todo aquel que ponga en
circulación las ideas citadas es parte de este grupo selecto, en el cual se habla
primordialmente acerca de qué hacer con aquellos otros, quienes, fuera del grupo
pequeño y siendo la mayoría de la población, constituyen lo que Lippmann llamaba
el rebaño desconcertado: hemos de protegernos de este rebaño desconcertado
cuando brama y pisotea. Así pues, en una democracia se dan dos funciones: por un
lado, la clase especializada, los hombres responsables, ejercen la función ejecutiva,
lo que significa que piensan, entienden y planifican los intereses comunes; por otro,
el rebaño desconcertado también con una función en la democracia, que, según
Lippmann, consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma
activa. Pero, dado que estamos hablando de una democracia, estos últimos llevan a
término algo más que una función: de vez en cuando gozan del favor de liberarse
de ciertas cargas en la persona de algún miembro de la clase especializada; en
otras palabras, se les permite decir queremos que seas nuestro líder, o, mejor,
queremos que tú seas nuestro líder, y todo ello porque estamos en una democracia
y no en un estado totalitario. Pero una vez se han liberado de su carga y
traspasado esta a algún miembro de la clase especializada, se espera de ellos que
se apoltronen y se conviertan en espectadores de la acción, no en participantes.
Esto es lo que ocurre en una democracia que funciona como Dios manda.
Y la verdad es que hay una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un
principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida
para comprender las cosas. Si los individuos trataran de participar en la gestión de
los asuntos que les afectan o interesan, lo único que harían sería solo provocar líos,
por lo que resultaría impropio e inmoral permitir que lo hicieran. Hay que
domesticar al rebaño desconcertado, y no dejarle que brame y pisotee y destruya
las cosas, lo cual viene a encerrar la misma lógica que dice que sería incorrecto
dejar que un niño de tres años cruzara solo la calle. No damos a los niños de tres
años este tipo de libertad porque partimos de la base de que no saben cómo
utilizarla. Por lo mismo, no se da ninguna facilidad para que los individuos del
rebaño desconcertado participen en la acción; solo causarían problemas.
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Por ello, necesitamos algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo;
algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación
del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen
que estar divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen
que brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tengan que
inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita —
e incluso los hombres responsables tienen que darse cuenta de esto ellos solos—
tiene que ver con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar
decisiones. Por supuesto, la forma de obtenerla es sirviendo a la gente que tiene el
poder real, que no es otra que los dueños de la sociedad, es decir, un grupo
bastante reducido. Si los miembros de la clase especializada pueden venir y decir
Puedo ser útil a sus intereses, entonces pasan a formar parte del grupo ejecutivo. Y
hay que quedarse callado y portarse bien, lo que significa que han de hacer lo
posible para que penetren en ellos las creencias y doctrinas que servirán a los
intereses de los dueños de la sociedad, de modo que, a menos que puedan ejercer
con maestría esta autoformación, no formarán parte de la clase especializada. Así,
tenemos un sistema educacional, de carácter privado, dirigido a los hombres
responsables, a la clase especializada, que han de ser adoctrinados en profundidad
acerca de los valores e intereses del poder real, y del nexo corporativo que este
mantiene con el Estado y lo que ello representa. Si pueden conseguirlo, podrán
pasar a formar parte de la clase especializada. Al resto del rebaño desconcertado
básicamente habrá que distraerlo, y hacer que dirija su atención a cualquier otra
cosa. Que nadie se meta en líos. Habrá que asegurarse que permanecen todos en
su función de espectadores de la acción, liberando su carga de vez en cuando en
algún que otro líder de entre los que tienen a su disposición para elegir.
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