23-11-12 19:08 | #10800015 -> 10798336 |
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RE: Amenazas. CELESTINA.- ¿Mías, señora? Antes agenas, como tengo dicho; que las mías de mi puerta adentro me las passo, sin que las sienta la tierra, comiendo quando puedo, beuiendo quando lo tengo. Que con mi pobreza jamás me faltó, a Dios gracias, vna blanca para pan e vn quarto para vino, después que embiudé; que antes no tenía yo cuydado de lo buscar, que sobrado estaua vn cuero en mi casa e vno lleno e otro vazío. Jamás me acosté sin comer vna tostada en vino e dos dozenas de soruos, por amor de la madre, tras cada sopa. Agora, como todo cuelga de mí, en vn jarrillo malpegado me lo traen, que [174] no cabe dos açumbres. Seys vezes al día tengo de salir por mi pecado, con mis canas acuestas, a le henchir a la tauerna. Mas no muera yo muerte, hasta que me vea con vn cuero o tinagica de mis puertas adentro. Que en mi ánima no ay otra prouisión, que como dizen: pan e vino anda camino, que no moço garrido. Assí que donde no ay varón, todo bien fallesce: con mal está el huso, quando la barua no anda de suso. Ha venido esto, señora, por lo que dezía de las agenas necessidades e no mías. MELIBEA.- Pide lo que querrás, sea para quien fuere. CELESTINA.- ¡Donzella graciosa e de alto linaje!, tu suaue fabla e alegre gesto, junto con el aparejo de liberalidad, que muestras con esta pobre vieja, me dan osadía a te lo dezir. Yo dexo [175] vn enfermo a la muerte, que con sola una palabra de tu noble boca salida, que le lleue metida en mi seno, tiene por fe que sanará, según la mucha deuoción tiene en tu gentileza. MELIBEA.- Vieja honrrada, no te entiendo, si mas no declaras tu demanda. Por vna parte me alteras e prouocas a enojo; por otra me mueues a compasión. No te sabría boluer respuesta conueniente, según lo poco, que he sentido de tu habla. Que yo soy dichosa, si de mi palabra ay necessidad para salud de algún cristiano. Porque hazer beneficio es semejar a Dios, e el que le da le recibe, quando a persona digna dél le haze. E demás desto, dizen que el que puede sanar al que padece, no lo faziendo, le mata. Assí que no cesses tu petición por empacho ni temor. CELESTINA.- El temor perdí mirando, señora, tu beldad. Que no puedo creer que en balde pintasse Dios vnos gestos más perfetos que otros, más dotados de gracias, más hermosas faciones; sino para fazerlos almazén de virtudes, de misericordia, de compassión, ministros de sus mercedes e dádiuas, como a ti. E pues como todos seamos humanos, nascidos para morir, sea cierto que no se puede dezir nacido el que [176] para sí solo nasció. Porque sería semejante a los brutos animales, en los quales avn ay algunos piadosos, como se dize del vnicornio, que se humilla a qualquiera donzella. El perro con todo su ímpetu e braueza, quando viene a morder, si se echan en el suelo, no haze mal: esto de piedad. ¿Pues las aues? Ninguna cosa el gallo come, que no participe e llame las gallinas a comer dello. El pelicano rompe el pecho por dar a sus hijos a comer de sus entrañas. Las cigüeñas mantienen otro tanto tiempo a [177] sus padres viejos en el nido, quanto ellos les dieron ceuo siendo pollitos. Pues tal conoscimiento dio la natura a los animales e aues, ¿por qué los hombres hauemos de ser mas crueles? ¿Por qué no daremos parte de nuestras gracias e personas a los próximos, mayormente, quando están embueltos en secretas enfermedades e tales que, donde está la melezina, salió la causa de la enfermedad? MELIBEA.- Por Dios, sin más dilatar, me digas quién es esse doliente, que de mal tan perplexo se siente, que su passión e remedio salen de vna misma fuente. CELESTINA.- Bien ternás, señora, noticia en esta cibdad de vn cauallero mancebo, gentilhombre de clara sangre, que llaman Calisto. MELIBEA.- ¡Ya, ya, ya! Buena vieja, no me digas más, no pases adelante. ¿Esse es el doliente por quien has fecho tantas premissas en tu demanda? ¿Por quien has venido a buscar la muerte para ti? ¿Por quien has dado tan dañosos passos, desuergonçada barvuda? ¿Qué siente esse perdido, que con tanta passión vienes? De locura será su mal. ¿Qué te parece? ¡Si me fallaras [178] sin sospecha desse loco, con qué palabras me entrauas! No se dize en vano que el más empezible miembro del mal hombre o muger es la lengua. ¡Quemada seas, alcahueta falsa, hechizera, enemiga de onestad, causadora de secretos yerros! ¡Jesú, Jesú! ¡Quítamela, Lucrecia, de delante, que me fino, que no me ha dexado gota de sangre en el cuerpo! Bien se lo mereçe esto e más, quien a estas tales da oydos. Por cierto, si no mirasse a mi honestidad e por no publicar su osadía desse atreuido, yo te fiziera, maluada, que tu razón e vida acabaran en vn tiempo. CELESTINA. (Aparte).- ¡En hora mala acá vine, si me falta mi conjuro! ¡Ea pues!: bien sé a quien digo. ¡Ce, hermano, que se va todo a perder! MELIBEA.- ¿Avn hablas entre dientes delante mí, para acrecentar mi enojo e doblar tu pena? ¿Querrías condenar mi onestidad por dar vida a vn loco? ¿Dexar a mí triste por alegrar a él e lleuar tú el prouecho de mi perdición, el [179] galardón de mí yerro? ¿Perderé destruyr la casa e la honrra de mi padre por ganar la de vna vieja maldita como tú? ¿Piensas que no tengo sentidas tus pisadas e entendido tu dañado mensaje? Pues yo te certifico que las albricias, que de aquí saques, no sean sino estoruarte de más ofender a Dios, dando fin a tus días. Respóndeme, traydora, ¿cómo osaste tanto fazer? CELESTINA.- Tu temor, señora, tiene ocupada mi desculpa. Mi inocencia me da osadía, tu presencia me turba en verla yrada e lo que más siento e me pena es recibir enojo sin razón ninguna. Por Dios, señora, que me dexes concluyr mi dicho, que ni él quedará culpado ni yo condenada. E verás cómo es todo más seruicio de Dios, que passos deshonestos; más para dar salud al enfermo, que para dañar la fama al médico. Si pensara, señora, que tan de ligero hauías de conjecturar de lo passado nocibles sospechas, no bastara tu licencia para me dar osadía a hablar en cosa, que a Calisto ni a otro hombre tocasse. MELIBEA.- ¡Jesú! No oyga yo mentar más esse loco, saltaparedes, fantasma de noche, luengo [180] como cigüeña, figura de paramento malpintado; si no, aquí me caeré muerta. ¡Este es el que el otro día me vido, e començó a desuariar comigo en razones, haziendo mucho del galán! Dirasle, buena vieja, que, si pensó que ya era todo suyo e quedaua por él el campo, porque holgué más de consentir sus necedades, que castigar su yerro, quise más dexarle por loco, que publicar su grande atreuimiento. Pues auísale que se aparte deste propósito e serle ha sano; sino, podrá ser que no aya comprado tan cara, habla en su vida. Pues sabe que no es vencido, sino el que se cree serlo, e yo quedé bien segura e él vfano. De los locos es estimar a todos los otros de su calidad. E tú tórnate con su mesma razón; que respuesta de mí otra no haurás ni la esperes. Que por demás es ruego a quien no puede hauer misericordia. E da gracias a Dios, pues tan libre vas desta feria. Bien me hauían dicho quien tu eras e auisado de tus propriedades, avnque agora no te conocía. [181] CELESTINA. (Aparte).- ¡Más fuerte estaua Troya e avn otras más brauas he yo amansado! Ninguna tempestad mucho dura. MELIBEA.- ¿Qué dizes, enemiga? Fabla, que te pueda oyr. ¿Tienes desculpa alguna para satisfazer mi enojo e escusar tu yerro e osadía? CELESTINA.- Mientras viuiere tu yra, más dañará mi descargo. Que estás muy rigurosa e no me marauillo: que la sangre nueua poca calor ha menester para heruir. MELIBEA.- ¿Poca calor? ¿Poco lo puedes llamar, pues quedaste tú viua e yo quexosa sobre tan gran atreuimiento? ¿Qué palabra podías tú querer para esse tal hombre, que a mí bien me estuuiesse? Responde, pues dizes que no has concluydo: ¡quiça pagarás lo passado! CELESTINA.- Vna oración, señora, que le dixeron que sabías de sancta Polonia para el dolor de las muelas. Assí mismo tu cordón, que es fama que ha tocado todas las reliquias, que ay en Roma e Jerusalem. Aquel cauallero, que dixe, pena e muere dellas. Esta fue mi venida. Pero, pues en mi dicha estaua tu ayrada respuesta, padézcase él su dolor, en pago de buscar tan desdichada mensajera. Que, pues en tu mucha [182] virtud me faltó piedad, también me faltará agua, si a la mar me embiara. Pero ya sabes que el deleyte de la vengança dura vn momento y el de la misericordia para siempre. MELIBEA.- Si esso querías, ¿por qué luego no me lo espresaste? ¿Por qué me lo dixiste en tan pocas palabras? CELESTINA.- Señora, porque mi limpio motiuo me hizo creer que, avnque en menos lo propusiera, no se hauía de sospechar mal. Que, si faltó el deuido preámbulo, fue porque la verdad no es necessario abundar de muchas colores. Compassión de su dolor, confiança de tu magnificencia ahogaron en mi boca al principio la espresión de la causa. E pues conosces, señora, que el dolor turba, la turbación desmanda e altera la lengua, la qual hauía de estar siempre atada con el seso, ¡por Dios!, que no me culpes. E si el otro yerro ha fecho, no redunde en mi daño, pues no tengo otra culpa, sino ser mensajera [183] del culpado. No quiebre la soga por lo más delgado. No seas la telaraña, que no muestra su fuerça sino contra los flacos animales. No paguen justos por peccadores. Imita la diuina justicia, que dixo: El ánima que pecare, aquella misma muera; a la humana, que jamás condena al padre por el delicto del hijo ni al hijo por el del padre. Ni es, señora, razón que su atreuimiento acarree mi perdición. Avnque, según su merecimiento, no ternía en mucho que fuese él el delinquente e yo la condemnada. Que no es otro mi oficio, sino seruir a los semejantes: desto biuo e desto me arreo. Nunca fue mi voluntad enojar a vnos por agradar a otros, avnque ayan dicho a tu merced en mí absencia otra cosa. Al fin, señora, a la firme verdad el viento del vulgo, no la empece. Vna sola soy en este limpio trato. En toda la ciudad [184] pocos tengo descontentos. Con todos cumplo, los que algo me mandan, como si touiesse veynte pies e otras tantas manos. MELIBEA.- No me marauillo, que vn solo maestro de vicios dizen que basta para corromper vn gran pueblo. Por cierto, tantos e tales loores me han dicho de tus falsas mañas, que no sé si crea que pedías oración. CELESTINA.- Nunca yo la reze e si la rezare no sea oyda, si otra cosa de mí se saque, avnque mill tormentos me diessen. MELIBEA.- Mi passada alteración me impide a reyr de tu desculpa. Que bien sé que ni juramento ni tormento te torcerá a dezir verdad, que no es en tu mano. CELESTINA.- Eres mi señora. Téngote de callar, hete yo de seruir, hasme tú de mandar. Tu mala palabra será víspera de vna saya. MELIBEA.- Bien la has merescido. CELESTINA.- Si no la he ganado con la lengua, no la he perdido con la intención. MELIBEA.- Tanto afirmas tu ignorancia, que me hazes creer lo que puede ser. Quiero pues en tu dubdosa desculpa tener la sentencia en [185]peso e no disponer de tu demanda al sabor de ligera interpretación. No tengas en mucho ni te marauilles de mi passado sentimiento, porque concurrieron dos cosas en tu habla, que qualquiera dellas era bastante para me sacar de seso: nombrarme esse tu cauallero, que comigo se atreuió a hablar, e también pedirme palabra sin más causa, que no se podía sospechar sino daño para mi honrra. Pero pues todo viene de buena parte, de lo passado aya perdón. Que en alguna manera es aliuiado mi coraçón, viendo que es obra pía e santa sanar los passionados e enfermos. CELESTINA.- ¡E tal enfermo, señora! Por Dios, si bien le conosciesses, no le juzgasses por el que has dicho e mostrado con tu yra. En Dios e en mi alma, no tiene hiel; gracias, dos mill: en franqueza, Alexandre; en esfuerço, Etor; gesto, de vn rey; gracioso, alegre; jamás reyna en él tristeza. De noble sangre, como sabes. [186] Gran justador, pues verlo armado, vn sant George. Fuerça e esfuerço, no tuuo Ercules tanta. La presencia e faciones, dispusición, desemboltura, otra lengua hauía menester para las contar. Todo junto semeja ángel del cielo. Por fe tengo que no era tan hermoso aquel gentil Narciso, que se enamoró de su propia figura, quando se vido en las aguas de la fuente. Agora, señora, tiénele derribado vna sola muela, que jamás cessa de quexar. MELIBEA.- ¿E qué tanto tiempo ha? CELESTINA.- Podrá ser, señora, de veynte e tres años: que aquí está Celestina, que le vido nascer e le tomó a los pies de su madre. [187] MELIBEA.- Ni te pregunto esso ni tengo necessidad de saber su edad; sino qué tanto ha que tiene el mal. CELESTINA.- Señora, ocho días. Que parece que ha vn año en su flaqueza. E el mayor remedio que tiene es tomar vna vihuela e tañe tantas canciones e tan lastimeras, que no creo que fueron otras las que compuso aquel Emperador e gran músico Adriano, de la partida del ánima, por sofrir sin desmayo la ya vezina muerte. Que avnque yo sé poco de música, parece que faze aquella vihuela fablar. Pues, si acaso canta, de mejor gana se paran las aues a le oyr, que no aquel antico, de quien se dize que mouía los árboles e piedras con su canto. Siendo este nascido no alabaran a Orfeo. Mirá, señora, si vna [188] pobre vieja, como yo, si se fallará dichosa en dar la vida a quien tales gracias tiene. Ninguna muger le vee, que no alabe a Dios, que assí le pintó. Pues, si le habla acaso, no es más señora de sí, de lo que él ordena. E pues tanta razón tengo, juzgá, señora, por bueno mi propósito, mis passos saludables e vazíos de sospecha. MELIBEA.- ¡O quanto me pesa con la falta de mi paciencia! Porque siendo él ignorante e tu ynocente, haués padescido las alteraciones de [189] mi ayrada lengua. Pero la mucha razón me relieua de culpa, la qual tu habla sospechosa causó. En pago de tu buen sofrimiento, quiero complir tu demanda e darte luego mi cordón. E porque para escriuir la oración no haurá tiempo sin que venga mi madre, si esto no bastare, ven mañana por ella muy secretamente. LUCRECIA. (Aparte).- ¡Ya, ya, perdida es mí ama! ¿Secretamente quiere que venga Celestina? ¡Fraude ay! ¡Más le querrá dar, que lo dicho! MELIBEA.- ¿Qué dizes, Lucrecia? LUCRECIA.- Señora, que baste lo dicho; que es tarde. MELIBEA.- Pues, madre, no le des parte de lo que passó a esse cauallero, porque no me tenga por cruel o arrebatada o deshonesta. LUCRECIA. (Aparte).- No miento yo, que ¡mal va este fecho! CELESTINA.- Mucho me marauillo, señora Melibea, de la dubda que tienes de mi secreto. No temas, que todo lo sé sofrir e encubrir. Que bien veo que tu mucha sospecha echó, como suele, mis razones a la más triste parte. Yo voy con tu cordón tan alegre, que se me figura que está [190] diziéndole allá su coraçón la merced, que nos hiziste e que lo tengo de hallar aliuiado. MELIBEA.- Más haré por tu doliente, si menester fuere, en pago de lo sofrido. CELESTINA.- Más será menester e más harás e avnque no se te agradezca. MELIBEA.- ¿Qué dizes, madre, de agradescer? CELESTINA.- Digo, señora, que todos lo agradescemos e seruiremos e todos quedamos obligados. Que la paga más cierta es, quando más la tienen de complir. LUCRECIA.- ¡Trastrócame essas palabras! CELESTINA.- ¡Hija Lucrecia! ¡Ce! Yrás a casa e darte he vna lexía, con que pares essos cavellos más que el oro. No lo digas a tu señora. E avn darte he vnos poluos para quitarte esse olor de la boca, que te huele vn poco, que en el reyno no lo sabe fazer otra sino yo e no ay cosa que peor en la muger parezca. LUCRECIA.- ¡O! Dios te dé buena vejez, que mas necessidad tenía de todo esso que de comer. CELESTINA.- ¿Pues, porque murmuras contra mí, [191] loquilla? Calla, que no sabes si me aurás menester en cosa de más importancia. No prouoques a yra a tu señora, más de lo que ella ha estado. Déxame yr en paz. MELIBEA.- ¿Qué le dizes, madre? CELESTINA.- Señora, acá nos entendemos. MELIBEA.- Dímelo, que me enojo, quando yo presente se habla cosa de que no aya parte. CELESTINA.- Señora, que te acuerde la oración, para que la mandes escriuir e que aprenda de mí a tener mesura en el tiempo de tu yra, en la qual yo vsé lo que se dize: que del ayrado es de apartar por poco tiempo, del enemigo por mucho. Pues tú, señora, tenías yra con lo que sospechaste de mis palabras, no enemistad. Porque, avnque fueranlas que tú pensauas, en sí no eran malas: que cada día ay hombres penados por mugeres e mugeres por hombres e esto obra la natura e la natura ordenola Dios e Dios no hizo [192] cosa mala. E assí quedaua mi demanda, como quiera que fuesse, en sí loable, pues de tal tronco procede, e yo libre de pena. Más razones destas te diría, si no porque la prolixidad es enojosa al que oye e dañosa al que habla. MELIBEA.- En todo has tenido buen tiento, assí en el poco hablar en mi enojo, como con el mucho sofrir. CELESTINA.- Señora, sofrite con temor, porque te ayraste con razón. Porque con la yra morando, poder, no es sino rayo. E por esto passé tu rigurosa habla hasta que tu almazén houiesse gastado. MELIBEA.- En cargo te es esse cauallero. CELESTINA.- Señora, más merece. E si algo con mi ruego para él he alcançado, con la tardança lo he dañado. Yo me parto para él, si licencia me das. MELIBEA.- Mientra más ayna la houieras pedido, más de grado la houieras recabdado. Ve con Dios, que ni tu mensaje me ha traydo prouecho ni de tu yda me puede venir daño. [194] El aucto quinto ARGUMENTO DEL QUINTO AUTO Este documento ha sido descargado de https://ww.escolar.com Despedida Celestina de Melibea, va por la calle hablando consigo misma entre dientes. Llegada a su casa, halló a Sempronio, que la aguardaua. Ambos van hablando hasta llegar a su casa de Calisto e, vistos por Pármeno, cuéntalo a Calisto su amo, el qual le mandó abrir la puerta. CALISTO, PÁRMENO, SEMPRONIO, CELESTINA. CELESTINA.- ¡O rigurosos trances! ¡O cruda osadía! ¡O gran sofrimiento! ¡E qué tan cercana estuue de la muerte, si mi mucha astucia no rigera con el tiempo las velas de la petición! ¡O amenazas de donzella braua! ¡O ayrada donzella! ¡O diablo a quien yo conjuré! ¿Cómo compliste tu palabra en todo lo que te pedí? En cargo te soy. Assí amansaste la cruel hembra con tu poder e diste tan oportuno lugar a mi habla quanto quise, con la absencia de su madre. ¡O vieja Celestina! ¿Vas alegre? Sábete [194] que la meytad está hecha, quando tienen buen principio las cosas. ¡O serpentino azeyte! ¡O blanco filado! ¡Cómo os aparejastes todos en mi fauor! ¡O!, ¡yo rompiera todos mis atamientos hechos e por fazer ni creyera en yeruas ni piedras ni en palabras! Pues alégrate, vieja, que más sacarás deste pleyto, que de quinze virgos, que renouaras, ¡O malditas haldas, prolixas e largas, cómo me estoruays de llegar adonde han de reposar mis nueuas! ¡O buena fortuna, cómo ayudas a los osados, e a los tímidos eres contraria! Nunca huyendo huye la muerte al couarde. ¡O quantas erraran en lo que yo he acertado! ¿Qué fizieran en tan fuerte estrecho estas nueuas maestras de mi oficio, sino responder algo a Melibea, por donde se perdiera quanto yo con buen callar he ganado? Por esto dizen quien las sabe las tañe e que es más cierto [195] médico el esperimentado que el letrado e la esperiencia e escarmiento haze los hombres arteros e la vieja, como yo, que alce sus haldas al passar del vado | |
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