Encinasola - Huelva

LLUEVE

LLUEVE.
LA CALLE SE LLENA
DEL ESPEJO ROTO DE LOS CHARCOS.
HUELE A TIERRA MOJADA,
ANCESTRAL AROMA
QUE BUSCA SU REGISTRO
EN LA MEMORIA
Y SIEMPRE ENCUENTRA
UN DÍA PASADO EN QUE LLOVIÓ
LLUEVE.
ALGUIEN CORRE BAJO LA LLUVIA
Y SU IMAGEN
SE AURA DE VAPOR,
DE AGUA SALPICADA
DE ROCIO.
EN EL SUELO
LOS MIL MEANDROS
CORREN ENGROSANDO
EL EFIMERO AMAZONAS
QUE EL REGAJO CONDUCE
A LA PILETA OSCURA
DE NUEVA CATACUMBA:
LA MADRONA.
LLUEVE.
LOS CRISTALES LLORAN
EN SU TRANSPARENTE ESTATISMO
AL VER Y DEJAR VER PASAR
LA VIDA A TRAVES DE ELLOS
Y AHORA LOS TOCA EL AGUA
VIEJA CONOCIDA TAL VEZ
DE CUANDO FUERON SILICE
Y LLORAN.
LLUEVE.
EL CIELO SE ABRE ENTRE
LOS ALGODONES DE LAS NUBES
EL AZUL COBALTO INESTRENADO
RESPLANDECE LAVADO
Y EL ARCO IRIS SUBE.
YA NO LLUEVE.

Saludos Oriundo.

A la salida de la nave,
Concha está esperándome.
Regresamos a nuestra casa,
en la montaña.
En el ascenso a nuestro hogar
sólo hay quietud y silencio
alterados por los ladridos
de nuestros perros,
alegres, confiados, cariñosos,
que nos dan la bienvenida
como cada día.
Este invierno
por primera vez,
no tengo ningún motivo
para estar triste.

Nunca me he desesperado,
aunque, amigo Oriundo,
te confieso que
la dureza
la frialdad
con que a veces
me ha tratado la vida,
estuvieron a punto
de hacerme dimitir
de este género
tan vario
como somos los humanos.
Hoy, no tengo ningún motivo
para estar triste.
Fuera, hace frío,
nosotros,
compartimos también
este asomarnos al mundo
desde nuestra montaña.
Saludos. Concha y Miguel.