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Cortegana - Huelva

Poblacion:
España > Huelva > Cortegana
11-09-12 16:18 #10533623
Por:

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11-09-12 16:20 #10533634 -> 10533623
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11-09-12 19:20 #10534392 -> 10533634
Por:serrana35

RE: Historia-Relato
M gusta duendecolorao, sigue contando Preguntar
Puntos:
11-09-12 21:08 #10534766 -> 10534392
Por:

Borrado por su Autor.
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12-09-12 09:03 #10535918 -> 10534766
Por:A-nónimo

RE: 3 parte
Aunque no es mi estilo, está entretenido, y por supuesto me parece muy bien que sigas publicando tu relato, que se agradece entre tanta crispación.
Puntos:
14-09-12 08:06 #10550804 -> 10535918
Por:scorpios88

RE: 3 parte
a mi tus relatos me van hacer llorar ... deja de poner cursiladas que no atraen a nadie , coge un papel y un boli lo escribes lo metes en un cajon y dentro unos siglos puede que a alguien le de x leerlos Chulillo
Puntos:
21-09-12 19:44 #10575122 -> 10550804
Por:vengobien.

RE: 3 parte
Pues no se porque tiene que guardarlo en un cajón, es muy libre de escribirlo, lo mismo que tú eres libre de leerlo, que te gusten o no es tu problema.
Puntos:
22-09-12 01:15 #10576214 -> 10575122
Por:scorpios88

RE: 3 parte
sshhhh contigo no estoy hablando vengobien a ve si te vas a ir mal Chulillo
Puntos:
22-09-12 11:40 #10576772 -> 10550804
Por:A J L

RE: 3 parte
Muy bien... Eso se llama respeto a los demás. Simplemente si no te gusta pues no los leas, si todos nos respetamos esto funciona mejor...No crees??? Tampoco me gustaría que te lo faltaran a ti
Puntos:
22-09-12 22:03 #10578343 -> 10576772
Por:vengobien.

RE: 3 parte
Tú eres quien decide quien escribe aqui? y ademas amenazas? de que vas?
Puntos:
25-09-12 07:30 #10585362 -> 10576772
Por:scorpios88

RE: 4 parte y 5 parte
Sorprendido que sueño me esta entrando , me voy debajo de mi piedra antes que se escape mi aguijon Chulillo
Puntos:
27-09-12 21:16 #10602143 -> 10576772
Por:serrana35

RE: 4 parte y 5 parte
Que interesante esta, no hagas caso de nadie y sigue contando, estare a la espera Guiñar un ojo
Puntos:
26-10-12 19:25 #10706743 -> 10576772
Por:serrana35

RE: continuacion
No nos dejes con la intriga, sigue contando xfi Riendote
Puntos:
15-11-12 14:54 #10774803 -> 10576772
Por:A-nónimo

RE: continuacion
ya se va uno enganchando, jeje.
Puntos:
20-11-12 14:27 #10789781 -> 10576772
Por:andalan

RE: 4 parte y 5 parte
No tardes en llamarla tio, puede que sea tu oportunidad para ser feliz,intentalo.
Puntos:
21-11-12 19:01 #10793791 -> 10576772
Por:serrana35

RE: 4 parte y 5 parte
K gilipo..... Eres anonimo, vas d listo x la vida y eres un cansino k no da para mas. K lastima das Riendote
Puntos:
29-11-12 00:41 #10814598 -> 10576772
Por:serrana35

RE: continuacion
No tardes en seguir contando Guiñar un ojo
Puntos:
29-11-12 11:02 #10815099 -> 10576772
Por:A-nónimo

RE: 4 parte y 5 parte
¿Lo dices por mi? ¿Se puede saber qué te ha ofendido tanto como para insultar?
Puntos:
29-11-12 18:13 #10816253 -> 10576772
Por:serrana35

RE: 4 parte y 5 parte
Si eres el k escribio las neneces k han borrado, tu veras.
Puntos:
29-11-12 19:11 #10816443 -> 10576772
Por:A-nónimo

RE:
Ni he escrito chorradas, ni nunca me han borrado nada de lo que he escrito.
Creo que te confundes de persona, una cosa es entrar como anónimo o no registrado, y otra es estar registrado con el nick de "A-nónimo".
Puntos:
30-11-12 00:59 #10817568 -> 10576772
Por:No Registrado
RE:
"Estado observador" a Palestina.

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Por una abrumadora mayoría, la Asamblea General de Naciones Unidas admitió este jueves a Palestina como “Estado observador” tras una votación en la que 138 países se pronunciaron a favor, solo nueve en contra y 41 se abstuvieron. De esta manera, la organización más representativa de la voluntad internacional reconoce implícitamente la soberanía de los palestinos sobre el territorio ocupado por Israel desde 1967. Esta decisión abre un nuevo capítulo en un conflicto que se prolonga por más de seis décadas y deja a Israel y a Estados Unidos en el mayor aislamiento diplomático que han conocido jamás.


La votación no supone la admisión de Palestina como miembro de pleno derecho de la ONU, un paso que corresponde al Consejo de Seguridad, ni tiene consecuencias inmediatas en cuanto a la creación efectiva de un Estado. Pero da a los palestinos renovada legitimidad en su lucha contra la ocupación y llama la atención mundial sobre la urgente necesidad de poner fin a un problema que explica en gran medida el clima permanente de inestabilidad y violencia en Oriente Próximo.


MÁS INFORMACIÓN


Los palestinos celebran el voto en la ONU

Fotogalería: alegría en Palestina
España y Francia reconocen a Palestina


La ONU pedirá negociar un Estado palestino en las fronteras de 1967
Israel y Estados Unidos se encontraron solos en la Asamblea General de la ONU frente a un amplísimo bloque de países de todos los continentes, tanto con gobiernos democráticos como autoritarios, de derecha como de izquierda, que se pronunciaron a favor de la reclamación palestina. Únicamente la República Checa, Canadá, Panamá, Nauru, Palau, Micronesia y las Islas Marshall votaron junto a ellos.


La mayor parte de los países de Europa, incluidos España, Francia, Italia o Portugal, votaron a favor de la resolución, patrocinada por trece naciones, que iguala el nivel de representación de Palestina al del Vaticano. Otros, como Alemania, el Reino Unido y algunos países del Báltico, optaron por la abstención. La suma total da un número de votos afirmativos algo menor que el que esperaban los palestinos, que cuentan ya con el reconocimiento bilateral de 132 naciones y confiaban llegar a los 150, y un número de votos negativos menor que el que esperaban Israel y Estados Unidos, que confiaban en el respaldo de algún miembro de mayor relevancia que ese grupo de islas del sur del Pacífico.


En la presentación de la resolución, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, aseguró que esta iniciativa “no pretende deslegitimar a Israel sino legitimar a Palestina”. Aseguró que este paso ha sido dado no para obstaculizar las negociaciones de paz con Israel, sino “porque Palestina cree en la paz y porque su pueblo está desesperadamente necesitado de ella”.


Israelíes en las calles de Tel Aviv celebran el anuncio de la partición de Palestina el 30 de noviembre de 1947. / JIM PRINGLE (AP)

En su respuesta, el embajador de Israel ante Naciones Unidas, Ron Prosor, manifestó que los palestinos nunca habían reconocido “la existencia de Israel como el Estado del pueblo judío”, afirmó que su país quiere “acabar de una vez y para siempre con este conflicto”, pero advirtió al líder palestino que “no es con resoluciones en Nueva York sino con conversaciones en Jerusalén como se conseguirá”.


Abbas recordó que, así como esta misma Asamblea General emitió hace exactamente 65 años “el certificado de nacimiento de Israel” -en la resolución sobre la partición de la colonia británica de Palestina-, ahora “debe emitir el certificado de nacimiento de la realidad de Palestina”.


La embajadora de Estados Unidos, Susan Rice, fue la primera en tomar la palabra tras la votación para recordar que “esta resolución no crea un Estado que no existe ni cambia la situación sobre el terreno”, lo que únicamente ocurrirá mediante negociaciones entre palestinos e israelíes. Rice prometió que su Gobierno hará todos los esfuerzos para reanudar el diálogo.


Pese a todo su esfuerzo por reducir la transcendencia de esta votación, el resultado deja claramente en evidencia la posición insostenible en que Israel se encuentra para continuar la ocupación y la difícil situación de Estados Unidos como su único e incondicional valedor. Para EE UU el problema es doble, puesto que sus intereses en la región son múltiples y está obligado a jugar un papel decisivo en la promoción de las negociaciones de paz.

Ahora solo les queda a ambos un intento de contención de daños. Poco antes de la votación, la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, hacía “un llamamiento urgente a las dos partes para que eviten acciones que, de alguna manera, pudieran dificultar la reanudación de negociaciones”. Washington pretende evitar que los palestinos acudan, como pueden hacer con su nuevo estatus, al Tribunal Internacional de Justicia de La Haya contra Israel, lo que, definitivamente, alejaría cualquier posibilidad de diálogo, e intenta evitar también que Israel tome represalias, en forma de sanciones económicas o nuevos asentamientos, contra los palestinos. Al mismo tiempo, la Administración procurará que el Congreso norteamericano no congele la ayuda económica a los palestinos, lo que será difícil porque el apoyo a Israel en el Capitolio es mucho más categórico que en la Casa Blanca. Ayer mismo, un grupo de congresistas, tanto demócratas como republicanos, anunció su propósito de cesar los fondos para la Autoridad Palestina.


Si los escenarios más catastróficos no se producen, si nadie trata de aprovechar este momento en su particular beneficio, no es imposible que la votación en la Asamblea General abra el paso a nuevas negociaciones de paz. Pocas veces como en esta jornada en la ONU se habrá visto con tanta nitidez que Palestina está ahí, soberana o no, y que la solución de dos Estados vecinos y pacíficos es la única que beneficia a ambos.


Pero esa evidencia, tan solemnemente corroborada en Nueva York, no ha hecho más fácil en el pasado el diálogo palestino-israelí ni tiene por qué, necesariamente, hacerlo ahora. Múltiples factores conspiran en estos momentos contra las negociaciones: la proximidad de las elecciones en Israel, el reciente ascenso de Hamás, la interinidad en la que vive la Administración de EE UU -especialmente su política exterior- la debilidad de Europa para convertirse en agente promotor de la paz. Todo eso se podría superar si los principales protagonistas, Israel y los palestinos, tuvieran voluntad de llegar a un acuerdo. Como se demostró en Oslo en 1993, ambos son capaces de entenderse, por encima de cualquier adversidad, cuando quieren hacerlo.


Sin embargo, Israel considera que el reconocimiento obtenido por Palestina en la ONU supone una violación de los acuerdos alcanzados en Oslo, por cuanto equivale a la ruptura del compromiso de hacer las cosas de forma bilateral, sin tener en cuenta los numerosos asentamientos judíos construidos unilateralmente desde esa fecha y la reciente negativa del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de aceptar las fronteras de 1967, aceptadas por Barack Obama, como la base para negociar el estado palestino.


Para Obama esta votación de la Asamblea General es, en cierta medida, una frustración y un fracaso personal. Obama llegó, en la presión a Netanyahu, todo lo lejos que puede llegar un presidente de EE UU que quiera conservar su puesto. Es sabido que el primer ministro israelí no respondió a esa presión. Ahora, también los palestinos desatienden sus recomendaciones y acuden a un foro con larga tradición de proporcionar largas sesiones de aplausos pero muy pocos resultados tangibles.


Sic.
Puntos:
07-12-12 01:22 #10838133 -> 10576772
Por:No Registrado
Vaya tela.
No animar a la criatura que luego nos empapela el foro con estos relatos infumables, escritos tal vez bajo la influencia del archivo de cartas de Elena Francis. Por favor.
¡Qué dolor de él!
Me ha parecido ver la pluma de algún halcón, otrora peregrino. Lo digo por lo cansino del pegamiento.
Ala, me voy a dormir, que el efuerzo me ha dejao con los ojos bizcos.
Puntos:
07-12-12 12:39 #10838702 -> 10576772
Por:No Registrado
RE: Vaya tela.
proteja, respondió Miriota; pues al intentar penetrar en el castillo de los
Cárpatos, a pesar de la prohibición, Nic ha irritado a los genios, y ¡quién sabe si éstos no
le atormentarán toda la vida!
-¡Oh, señorita Miriota! Ya les meteremos en cintura, os lo prometo, respondió Franz.
-¿Y no sucederá nada a mi pobre Nic?
-Nada; y gracias a los agentes de la policía , se podrá visitar el castillo dentro de
algunos días, con tanta seguridad como la plaza de Werst.
El conde, juzgando inoportuno discutir la cuestión de lo sobrenatural delante de
espíritus tan preocupados, rogó a Mirota le condujera al cuarto del guardabosque, lo que
la joven se apresuró a hacer, dejando a Franz solo con su novio.
Nic Deck sabía ya la llegada de los dos viajeros a la posada del Rey Matías. Estaba
sentado en un viejo sillón muy ancho, y se levantó para recibir al visitante. Como apenas
se resentía ya de la parálisís, que le había acometido, se encontraba en estado de
responder a las preguntas de Télek,
-Señor Deck, dijo Franz después de haber estrechado amistosamente la mano del joven;
ante todo os preguntaré si creeis en la presencia de seres maléficos en el castillo de los
Cárpatos.
-Me veo obligado a creerlo, señor conde, respondió Nic.
-¿Y serían ellos los que os impidieron franquear la muralla del castillo?
-¡No lo dudo!
-Y por qué, ¿queréis decirlo?
-Porque si no había genios, no tiene explicación lo que me ha sucedido.
-¿Queréis hacerme la merced de contarme, sin omitir nada, lo que os sucedió en vuestra
tentativa?
-Con mucho gusto, señor conde.
Y Nic Deck refirió detalladamente lo que se le pedía, con lo que confirmó los hechos
que habían llegado a conocimiento de Franz en su conversación con los parroquianos del
Rey Matías; hechos a los que el conde daba, como se sabe, una explicación puramente
natural.
En suma: los sucesos de aquella noche de aventuras se explicaban fácilmente, si los
seres humanos o maléficos que ocupaban el castillo poseían la máquina capaz de producir
aquellos efectos fantásticos. Respecto a la singular pretensión del doctor Patak, de
haberse sentido sujeto al suelo por una fuerza invisible, se podía sostener que el dicho
doctor había sido juguete de una ilusión. Lo que parecía más verosímil, era que las
piernas del doctor habían quedado paralizadas, porque él estaba loco de espanto; y esto
fue lo que Franz dijo al guardabosque.
-¡Cómo, señor conde! respondió éste. En el momento mismo en que el doctor quería
huir, ¿iban las piernas de este poltrón a negarse a andar? Convendréis en que esto no es
posible.
-Pues bien, replicó Franz; admitamos que sus pies estaban cogidos en algún lazo, que
probablemente estaba oculto bajo la hierba, en el fondo del foso.
-Cuando los lazos se aprietan, respondió el guardabosque, hieren cruelmente; y si
examináis las carnes y las piernas del doctor, no encontraréis señal de herida alguna.
-Vuestra observación es justa, Nic Deck, y sin embargo, creedme, si es verdad que el
doctor no podía separarse del suelo, era que sus pies estaban sujetos por un lazo...
-Y yo os pegunto ahora, señor conde: ¿cómo este lazo pudo abrirse por sí mismo, para
dejar en libertad al doctor?
Franz se vio muy apurado para responder.
-Además, señor conde, replicó el guardabosque, yo os concedo lo que queráis en lo que
concierne al doctor Patak. Después de todo, nada puedo afirmar de lo que no sé por mí
mismo.
-Sí; dejemos al valiente doctor, y hablemos de lo que os pasó,a vos, Nic Deck.
-Lo que me pasó es bien claro. No hay duda de que yo recibí una fuerte sacudida, y de
una manera que no es natural.
-¿No hay en vuestro cuerpo ninguna señal de herida? preguntó Franz.
-Ninguna, señor conde. Y, sin embargo, fui atacado con una violencia formidable.
-¿Fue en el momento en que habíais puesto la mano sobre la bisagra del puente
levadizo?
Sí, señor conde. Y apenas le había tocado, quedé como paralítico. Afortunadamente mi
mano no había soltado la cadena que tenía asida, y me deslicé hasta el fondo del foso,
donde el doctor me encontró sin conocimiento.
Franz sacudió la cabeza, como hombre cuya incredulidad persistiese ante aquellas
explicaciones.
-Veamos, señor conde, replicó Nic. Lo que yo os he contado no ha sido un sueño; y si
durante ocho días he permanecido extendido todo a lo largo sobre este lecho, sin poder
hacer uso ni de brazos ni de piernas, no será razonable decir que me he imaginado todo
esto.
-No lo pretendo, y es bien seguro que habéis recibido una conmoción brutal. ..
-¡Brutal y diabólica!
-¡No! En esto es en lo que diferimos, Níc Deck, respondió el conde. Creeis haber sido
golpeado por un ser sobrenatural, y yo no lo creo, por la razón de que no hay seres
sobrenaturales ni maléficos ni benéficos.
-Entonces, ¿queréis explicarine el por qué de lo que me ha sucedido?
-No puedo aún; pero estad seguro de que todo se explicará de la manera más sencilla.
-¡Dios lo quiera! respondió el guardabosque.
-Decidme, preguntó Franz: ¿ese castillo ha pertenecido siempre a la familia die Gortz?
-Sí, señor conde; y le pertenece aún, aunque el último descendiente, el barón Rodolfo,
ha desaparecido, sin que jamás se haya podido tener noticias suyas.
-¿Y en qué época fue esta desaparición?
-Hará unos veinte años.
-¿Veinte años?
Sí, señor conde. Un día el barón Rodolfo abandonó el castillo, cuyo último servidor
murió algunos meses después de su partida, y no ha vuelto.
-¿Y desde entonces nadie ha puesto los pies en el castillo?
-Nadie.
-¿Y qué se cree en el país?

-Se cree que el barón Rodolf ha debido morir en el extranjero poco tiempo después de
su desaparición.
-Se engañan, Nic Deck, el barón vivía todavía, hace cinco años al menos.
-¿Vivía, señor conde?
-Sí; en Italia. En Nápoles.
-¿Le habéis visto?
-Le he visto.
-¿Y desde hace cinco años?.
-No he oído hablar de él.
El joven guardabosque quedó pensativo, acometido de una idea que dudaba en
formular. Decidióse, al fin, y levantando la cabeza y, frunciendo el ceño, dijo:
-No es de suponer, señor conde, que el barón Rodolfo de Gortz haya vuelto al país con
la intención de encerrarse en el castillo. ,1
-No... no es de suponer, Nic Deck.
-¿,Qué interés hubiera tenido en ocultarse... en no dejar llegar a nadie hasta él?...
Ninguno, respondió Franz de Télek.
Y, sin embargo, era ésta una idea que comenzaba a tomar cuerpo en el, espíritu del
conde. ¿No era posible que aquel personaje cuya existencia había siempre sido tan
enigmática, hubiera ido a refugiarse en este castillo después de haber abandonado
Nápoles? Allí, gracias a las supersticiones hábilmente preparadas, ¿no le habría sido fácil,
si él quería vivir en el aislamiento, defenderse contra toda indagación importuna, dado
que él conocía el estado de los espíritus de los países circunvecinos? De todos modos,
Franz juzgó inútil lanzar a los de Werst sobre esta hipótesis. Hubiera sido preciso hacerles
confidencias de hechos que le eran demasiado personales. No conseguiría, por otra
parte, convencer a nadie; cosa que comprendió bien cuando, Nic Deck añadió:
-Si el barón Rodolfo es quien habita el castillo, preciso es creer que el barón es el
Chort, pues sólo el Chort ha podido tratarme de esa manera.
Deseoso de no continuar sobre este terreno, Franz cambió el curso de la conversación.
Después de haber empleado todos los medios a fin de tranquilizar al guardabosque sobre
las consecuencias de su tentativa, obtuvo de él la promesa de que no la renovaría. No era
éste asunto suyo, sino de las autoridades, y los agentes de la policía de Karlsburg sabrían
descubrir el misterio del castillo de los Cárpatos. El conde despidióse entonces de Nic
Deck, haciéndole la expresa recomendación de que se curara lo más pronto posible, a fin
de no retardar su matrimonio con la linda Miriota, al que él prometía asistir.
Absorto en sus reflexiones, Franz regresó al Rey Matías, y no salió en el resto del día.
A las seis Jonás le sirvió la comida en el salón, por una loable reserva, ni el señor Koltz
ni otro alguno del pueblo fue a turbar la soledad del conde.
Hacia las ocho, Rotzko le dijo a éste:
-¿No me necesitáis, señor?
-No Rotzko.
-Entonces me voy a fumar mi pipa al terraplén.
-Puedes ir.
Medio acostado en su sillón, Franz se absorbió de nuevo en sus pasadas reflexiones.
Estaba en Nápoles, dilirante la última representación en el teatro de San Carlos. Volvió a
ver al barón de Gortz en el momento en que por primera vez éste había aparecido
asomando la cabeza por el palco y fijando sus miradas ardientes sobre la artista, cual si la
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hubiese querido fascinar. Después el pensamiento del conde fuese a aquella carta firmada
por el extraño personaje que lo acusaba a él, a Franz, de haber matado a la Stilla...
Mientras se perdía en estos recuerdos, sentía Franz que el sueño le invadía poco a poco;
pero se hallaba aún en ese estado en que se percibe el menor ruido, cuando se produjo un
sorprendente fenómeno. Parecía como si una voz dulce y bien modulada dejárase oír en
aquella sala en que Franz se hallaba absolutamente solo. Sin darse cuenta cabal de si
aquello era sueño o realidad, se levanta y escucha.
¡Sí! Diríase que una boca se ha aproximado a su oído y que unos labios dejan escapar la
armoniosa melodía de «Stéfano», inspirada en estas palabras:
Nel giardino d’mille fiori
Andiamo, mia cuore...
Franz conocia esta romanza de inefable suavidad; aquella romanza la cantó la Stilla en
el conciento que dio en el teatro de San Carlos antes de su función de despedida.
Inconscientemente fascinado, se habandonó Franz al encanto de oír aquella voz una vez
mas.. .
La frase termina, y la voz, que va extinguiéndose poco a poco, se apaga con la última
de la romanza. Pero Franz ha sacudido su letargo; se incorpora bruscamente, retiene su
respiración para no perder el más lejano eco de aquella voz que penetra hasta su corazón.
Todo está en silencio dentro y fuera...
-¡Su voz! murmura: sí. ¡Era su voz, la voz que tanto amé!
Después, volviendo al sentimiento de la realidad:
-Dormí y soñé, dijo.
CAPÍTULO IV
Al día siguiente el conde despertóse al alba, con el ánimo turbado aún por las visiones
de la pasada noche.
Aquella mañana debía salir de Werst, camino de Kolosvar.
Después de haber visitado las poblaciones industriales de Petroseny y de Livadzel, tenía
intención de detenerse un día entero en Karlsburg antes de pasar algún tiempo en la
capital de Transilvania. Desde allí el ferrocarril le conduciría a las provincias centrales de
Hungría, donde daría su viaje por terminado.
Salió de la posada, y mientras paseaba por el terraplén dirigió sus gemelos hacia el
castillo y estuvo contemplando, no sin emoción, los contornos de la fortaleza, claramente
proyectados por el sol sobre la meseta de Orgall.
Versaban sus ideas sobre este punto; una vez en Karlsburg, ¿cumpliría la promesa que
había hecho a la gente de Werst? ¿Avisaría a la policía de lo que pasaba en el castillo de
los Cárpatos?
Creyendo, como creía en un principio el conde, que el castillo era refugio de
malhechores, o por lo menos de gente sospechosa que tenía interés en permanecer oculta
y sin que nadie se aproximara a su guarida, la promesa hecha a la población era solemne.
Mas después que había reflexionado, experimentó un cambio en sus ideas, y a la sazón
dudada que partido tomar.
Cinco años hacía que nadie había vuelto a saber lo que hubiera sido del último
descendiente de la familia de Gortz. Corrió muy válido el rumor de que el barón Rodolfo
había muerto algún tiempo después de su salida de Nápoles; mas ¿era esto cierto? ¿Qué
pruebas había de su muerte? ¿Acaso vivía el barón de Gortz? Y si vivía, ¿por qué no
había vuelto al castillo de sus antepasados? ¿Acaso Orfanik, si único acompañante, aquel
extraño físico, no sería el autor de los fenómenos que mantenían el espanto en la
comarca? Esto precisamente era lo que estaba pensando Franz.
Hay que convenir en que tal hipótesis parecía muy admisible; pues si el barón Rodolfo
y Orfanik habían buscado refugio en el castillo, lo natural era que hubieran querido
hacerse inabordables, a fin de vivir aislados, conforme a sus hábitos y caracteres.
Y de ser así, ¿qué conducta debía seguir el conde? ¿Era conveniente que tratase de
intervenir en la vida privada del baron de Gortz? Hallábase el conde pesando el pro y el
contra de la cuestión, cuando Rotzko fue a reunirse con él en el terraplén.
Una vez que el joven le dio conocimiento de sus ideas sobre el asunto, díjole el otro:
-Señor, es posible que el barón de Gortz se entregue a todas esas maquinaciones
diabólicas, y en ese caso, mi opinión es que no debemos mezclarnos en el asunto; que los
poltrones de Werst vean cómo se las han de arreglar: eso es cuenta suya, pues nosotros no
debemos mezclarnos en nada para devolver la calma a la aldea.
-Bien considerado, pienso que tienes razón, mi buen Rotzko.
-Yo así lo creo, respondió el soldado.
-En cuanto al señor Kaltz y los demás, saben ya cómo se las han de arreglar para acabar
con los supuestos espíritus del castillo.
-Sin duda, señor. No tienen más que dar parte a la policía de Karlsburg.
-Nos pondremos en camino después de almorzar, Rotzko.
-Todo estará presto.
-Pero antes de bajar al valle del Sil daremos una vuelta por el Plesa.
-¿Para qué, señor?
-Desearía ver más de cerca, si es posible, ese castillo de los Cárpatos.
-¿Con qué fin?
-Un capricho, Rotzko; un capricho que no nos retardará ni media jornada.
Mucho contrarió a Rotzko tal determinacion, que consideraba poco menos que inútil.
É1 hubiera querido alejar del ánimo del conde todo lo que le pudiera recordar el pasado.
Pero aquella vez fue en vano; chocó contra la inflexible resolución de su amo.
La causa de esto era que Franz sentíase atraído hacia el castillo como por una influencia
irresistible. Acaso sin que él se diese cuenta de ello, uníase aquella atracción al ensueño
en el que había oído la voz de Stilla murmurando la sentida melodía de Stéfano.
Pero ¿aquello había sido un sueño? He aquí lo que el conde se preguntaba ahora,
recordando que, según se decía, en aquella misma sala se había oído una voz... aquella
voz amenazadora que tan imprudentemente desafió Nic Deck. No es, pues, extraño que
en la disposición mental en que se encontraba el conde, formase el proyecto de dirigirse
al castillo de los Cárpatos, y subir hasta el pie de sus viejas murallas, pero sin pensar en
penetrar en aquél.
No hay que decir que Franz de Télek estaba bien resuelto a no dar a conocer sus
intenciones a los habitantes de Werst, que sin duda hubiéranse unido a Rotzko para
disuadir al conde de sus propósitos. Recomendó, pues, al soldado no dijera nada sobre el
Este documento ha sido descargado de
que no fuese a tomar el camino de Karlsburg.
Desde lo alto del terraplén había el conde observado que otro camino seguía la base del
Retyezat hasta la garganta del Vulcano. Era, pues, posible subir por las alturas del Piesa
hacia el castillo sin volver a pasar por la aldea, y por consecuencia, sin que Koltz y los
demás le viesen.
A medio día, y después de haber liquidado sin discusión la cuenta, un poco excesiva,
que con su mejor sonrisa le presentó Jonás,, Franz se dispuso a salir de Werst.
El señor Koltz, la linda Miriota, el maestro Hermod, el doctor Patak, el pastor Frik y
buen número de los demás habitantes, habían ido a despedirle.
El mismo guardabosque había podido salir de su cuarto y se comprendía que no tardaría
mucho en estar restablecido por completo, de lo que el ex-enfermero se atribuía todo el
honor.
-Os deseo mil felicídades, Nic Deck, tanto a vos como a vuestra prometida.
-Nosotres lo aceptamos con reconocimiento, respondió la joven radiante de dicha.
-Feliz viaje, señor conde, añadió el guardabosque.
-¡Dios lo quiera! respondió Franz, cuya frente se había nublado.
-Señor conde, dijo entonces Koltz: os suplicamos que no olvidéis lo que habéis
prometido hacer en Karlsburg.
-No lo olvidaré, señor Koltz. Pero en caso de que retardase mi viaje, conocéis el medio
más sencillo para libraros de esa vecindad inquietante, y el castillo no inspirará ya temor
alguno a la honrada población de Werst.
-Eso se dice fácilmente, murmuró el maestro.
-Y se hace, respondió Franz. Si queréis, antes de cuarenta y ocho horas tendréis aquí a
los -gendarmes, que sabrán dar buena cuenta de los seres que se ocultan en el castillo.
-Salvo el caso, muy probable, de que fueran espíritus, observó el pastor Frik.
-Pues aun en ese caso, respondió Franz alzando ligeramente los hombros.
-Señor conde, dijo el doctor Patak, si nos hubiéseis acompañado a Nic Deck y a mí,
quizás no hablaríais de ese modo.
-Es verdad que me hubiera asombrado, doctor, añadió Franz, de pasarme lo que a vos,
que quedásteis sujeto por los pies en el foso del castillo.
-Por los pies, sí, señor conde, o, mejor dicho, por las botas; a menos que pretendáis que
en el estado de espíritu en que me encontraba, yo soñaba entonces.
-No pretendo nada, respondió Franz, y no trataré en manera alguna de explicaros lo que
os parece inexplicable; pero estad seguro de que si los gendarmes vienen a visitar el
castillo de los Cárpatos, sus botas, acostumbradas a la disciplina, no echarán raíces como
las vuestras.
Y dicho esto, el conde recibió, por última vez los homenajes del hostelero del Rey
Matías tan honrado... de haber tenido el honor... de que el honorable Franz de Télek, etc.,
etc. Después de haber saludado al señor Koltz, a Nic Deck, a la novia de éste y a los
habitantes reunidos en la plaza, hizo una señal a Rotzko, y ambos descendieron a buen
paso, camino de la garganta.
En menos de una hora Franz y su asistente llegaron a la orilla derecha del río, que
subieron siguiendo la vertiente meridional del Retyezat.
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07-12-12 21:02 #10839994 -> 10576772
Por:No Registrado
RE: Vaya tela.
hostias tio que ladrillazo nos has metio, tienes que ser un plasta de mucho cuidao JOZÚ!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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07-12-12 21:05 #10840003 -> 10576772
Por:serrana35

RE: Vaya tela.
K lastima x Dios!!!!!
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07-12-12 22:55 #10840267 -> 10576772
Por:No Registrado
RE: Vaya tela.
CASI TAN PLASTA COMO TU MADRE, PORQUE COMPARAR CON TU PADRE NO SE PUEDE, NO LO CONOCISTE.



la época no pudo fabricar: lámparas perpetuas, registradores de sonidos y de imágenes, etcétera. La le¬yenda describe los aparatos encontrados en la tumba del simbólico «Christian Rosenkreutz», que hubiesen podido ser de 1958, pero no de 1622. Todo lo cual tien¬de, en la doctrina de la Rosacruz, al dominio del Uni¬verso por la ciencia y la técnica, y en modo alguna por la iniciación y la mística.
De igual manera, podemos concebir en nuestra época una sociedad que mantenga una tecnología se¬creta. Las persecuciones políticas, las presiones socia¬les, el desarrollo del sentido moral y de la conciencia de una tremenda responsabilidad, obligarán cada vez más a los sabios a entrar en la clandestinidad. Ahora bien, esta clandestinidad no frenará la búsqueda. Sería absur¬do pensar que los cohetes y las grandes máquinas rom-pedoras de átomos han de ser en adelante los únicos instrumentos del investigador. Los verdaderos descu-brimientos grandes se han hecho siempre con medios sencillos, con un equipo sucinto. Es posible que existan en el mundo, en este momento, ciertos lugares en que la densidad intelectual sea particularmente grande y en que se afirme esta nueva clandestinidad. Entramos en una época que recuerda mucho los comienzos del siglo XVII, y tal vez se prepara un nuevo manifiesto de 1622. Tal vez ha aparecido ya. Pero nosotros no nos hemos dado cuenta.
Lo que nos aleja de estas ideas es que los tiempos antiguos se expresan mediante fórmulas religiosas. Por ello, les prestamos sólo una atención literaria o «espiri¬tual». En este aspecto, somos modernos. En este aspec-to no somos contemporáneos del futuro.
Lo que nos choca, en fin, es la afirmación reiterada de la Rosacruz y de los alquimistas, según la cual el úl-timo fin de la ciencia de las transmutaciones es la transmutación del propio espíritu. No se trata de magia, ni de recompensa bajada del cielo, sino de un descubri¬miento de las realidades que obligue al espíritu del ob-servador a situarse de otra manera. Si pensamos en la evolución, extraordinariamente rápida, del estado de espíritu de los más grandes atomistas, empezamos a comprender lo que querían decir los de la Rosacruz. Estamos en una época en que la ciencia, en su punto ex¬tremo, alcanza el universo espiritual y transforma el es-píritu del propio observador, lo sitúa a un nivel distinto del de la inteligencia científica, que ha llegado a ser insuficiente. Lo que les ocurre a nuestros atomistas pue¬de compararse a la experiencia descrita por los textos de alquimia y por la tradición de la Rosacruz. El lenguaje espiritual no es un balbuceo que precede al lengua¬je científico; es más bien el logro de este último. Lo que pasa en nuestro presente, ha podido pasar en tiempos antiguos, en otro plano de conocimiento, de suerte que la leyenda de la Rosacruz y la realidad de nuestros días se iluminan mutuamente. Hay que mirar las cosas an¬tiguas con ojos nuevos; esto ayuda a comprender el mañana.
No estamos ya en los tiempos en que el progreso se identifica exclusivamente con el avance científico y téc-nico. Aparece otro factor, el que se encuentra en los Su¬periores Desconocidos de los siglos pasados cuando muestran la observación del Líber Mundi como desem¬bocando en «otra cosa». Un físico eminente, Heisenberg, declara hoy: «El espacio en el cual se desenvuelve el ser espiritual del hombre tiene dimensiones distintas de aquellas en que se desplegó durante los últimos si¬glos.»
Wells murió desengañado. Su poderoso espíritu había vivido de la fe en el progreso. Ahora bien, Wells, en el crepúsculo de su vida, veía que el progreso toma¬ba aspectos espantosos. Ya no le merecía confianza. La
ciencia corría el riesgo de destruir el mundo; acababan de inventarse los mayores medios de destrucción. «El hombre —dice el viejo Wells, desesperado, en 1946— ha llegado al término de sus posibilidades.» En este momento, el anciano que había sido genio de la antici¬pación dejó de ser contemporáneo del futuro. Noso¬tros empezamos a adivinar que el hombre no ha llegado más que al término de una de sus posibilidades. Apare¬cen otras posibilidades. Se abren otros caminos, que el flujo y el reflujo del océano de las edades cubre y des-cubre alternativamente. Wolfgang Pauli, matemático y físico mundialmente conocido, hacía antaño profesión de una estrecha fe científica, según la mejor tradición del siglo XIX. En 1932, durante el Congreso de Copen¬hague, gracias a su escepticismo helado y a su voluntad de poder, adoptaba la apariencia del Mefistófeles de Fausto. En 1955, su espíritu penetrante había extendido con tal amplitud sus perspectivas que se convertía en un pintor elocuente de un camino de salvación interior largo tiempo desdeñado. Esta evolución es típica. Es la evolución de la mayoría de los grandes atomistas. No es el retorno al moralismo ni a la vaga religiosidad. Se trata, por el contrario, de un progreso en el pertrecho del espíritu de observación; de una reflexión nueva so¬bre la naturaleza del conocimiento. «Frente a la divi¬sión de las actividades del espíritu humano en terrenos distintos, rigurosamente mantenida desde el siglo XVII —dice Wolfgang Pauli—, me imagino una finalidad que sería la dominación de cosas opuestas, una sínte¬sis que abarcase la inteligencia racional y la experiencia mística de la unidad. Esta finalidad es la única que está de acuerdo con el mito, expresado o no, de nuestra época.»

II
Los profetas del Apocalipsis. — Un Comité de la Deses¬peración. — La ametralladora de Luis XVI. — La cien¬cia no es una vaca sagrada. — El señor Despotopoulos quiere ocultar el progreso. — La leyenda de los Nueve Desconocidos.
Hubo, en la segunda mitad del siglo XIX, en el um¬bral de los tiempos modernos, una pléyade de pensado¬res furiosamente reaccionarios. Veían un engaño en la mística del progreso social; una carrera al abismo en el progreso científico y técnico. Philippe Lavistine, nueva encarnación del héroe de La obra maestra desconocida de Balzac, y discípulo de Gurdjieff, me los enseñó. En aquella época en que leía a René Guénon, maestro del antiprogresismo, y frecuentaba a Lanza del Vasto, re¬cién vuelto de la India, no estaba lejos de coincidir con las razones de estos pensadores contra la corriente. Era muy poco después de la guerra. Einstein acababa de en-viar su famoso telegrama:
«Nuestro mundo se enfrenta con una crisis todavía inadvertida por aquellos que poseen el poder de tomar grandes decisiones para bien o para mal. La potencia desencadenada del átomo lo ha cambiado todo, salvo nuestros hábitos de pensar, y nos dirigimos hacia una catástrofe sin precedentes. Nosotros, los científicos que hemos liberado esta inmensa potencia, tenemos la aplastante responsabilidad, en esta lucha mundial de vida o muerte, de dominar el átomo en beneficio de la Humanidad, y no para su destrucción. La federación de sabios americanos se une a mí en esta llamada. Os rogamos que apoyéis nuestros esfuerzos para hacer comprender a América que el destino del género humano se decide hoy, ahora, en este minuto. Necesita¬mos inmediatamente doscientos mil dólares para una campaña nacional destinada a hacer ver a los hombres que es esencial un nuevo modo de pensar, si la Huma¬nidad quiere sobrevivir y alcanzar niveles más altos. Esta llamada es fruto de una larga meditación sobre la inmensa crisis con que nos enfrentamos. Os pido con urgencia un cheque inmediato, dirigido a mí, como presidente del Comité de la Desesperación de los Sa¬bios del Átomo, Princeton, Nueva Jersey. Reclamamos vuestra ayuda en este instante fatal, como señal de que nosotros, los hombres de ciencia, no estamos solos.»
Esta catástrofe, me dije yo (y doscientos mil dóla¬res no cambiarán nada), mis maestros la habían previs¬to hace mucho tiempo. Dios había ofrecido al hombre el obstáculo de la materia, y, como decía Blanc de Saint Bonnet, «el hombre es el hijo del obstáculo». Pero los modernos desligados de los principios, quisie¬ron hacer desaparecer los obstáculos. La materia, que obstaculizaba, ha sido vencida. Está libre el camino ha¬cia la nada. Hace dos mil años, Orígenes escribía formi¬dablemente que «la materia es el absorbente de la ini¬quidad». De hoy en adelante, la iniquidad ya no es absorbida, sino que se extiende en olas destructoras. Este Comité de la Desesperación no logrará absor¬berla.
Los antiguos eran sin duda tan malos como noso¬tros, pero lo sabían. Este conocimiento hacía que se colocaran barreras. Una bula del Papa condena el empleo del trípode destinado a robustecer el arco: esta máquina, sumada a los medios naturales del arquero, haría in¬humano el combate. La bula es observada durante dos¬cientos años. Rolando, en Roncesvalles, derribado por las hondas sarracenas, exclama: «¡Maldito sea el cobarde que inventó armas capaces de matar a distancia!» En tiempos más próximos, en 1775, un ingeniero francés, Du Perron, presentó al joven Luis XVI un «órgano mili¬tar» que, accionado por una manivela, disparaba simultáneamente veinticuatro balas. Una memoria acompañaba al instrumento, embrión de las ametralladoras mo¬dernas. La máquina pareció tan mortífera al rey y a sus ministros, Malesherbes y Turgot, que fue rechazada y su inventor considerado como enemigo de la Hu¬manidad.
A fuerza de querer emanciparlo todo, hemos emancipado también la guerra. Antaño ocasión de sa¬crificio y de salvación para algunos, se ha convertido en condenación de todos.
Tales eran, poco más o menos, mis pensamientos allá por el año 1946, y pensé en publicar una antología de «pensadores reaccionarios» cuyas voces fueron aho¬gadas, en su tiempo, por el coro de los progresistas románticos. Estos escritores al revés, estos profetas del Apocalipsis, que clamaban en el desierto, se llamaban Blanc de Saint Bonnet, Émile Montagut, Albert Sorel, Donoso Cortés, etc. Con un espíritu de rebeldía muy parecido al de estos antepasados, releí un folleto intitu¬lado El tiempo de los asesinos, en el que colaboraron principalmente Aldous Huxley y Albert Camus. La Prensa americana se hizo eco de este libelo en que sa¬bios, militares y políticos eran fuertemente maltratados y donde se deseaba un proceso de Nuremberg para to¬dos los técnicos de la destrucción.
Hoy creo que las cosas son menos sencillas y que hay que mirar con otros ojos y desde más alto la histo¬ria irreversible. Sin embargo, en 1946 —inquietante posguerra—, esta corriente de ideas trazaba una estela fulgurante en el océano de angustia en que se hallaban sumidos los intelectuales que no querían ser «víctimas ni verdugos». Y es cierto que, después del telegrama de Einstein, las cosas han empeorado. «Lo que hay en la cartera de los sabios es espantoso», dice Kruschef en 1960. Pero los espíritus se han cansado, y, después de muchas solemnes e inútiles protestas, se han vuelto hacia otros temas de reflexión, esperando, como el con-denado a muerte en su celda, que se conceda o se denie¬gue el indulto. Sin embargo, en todas las conciencias existe desde ahora un fondo de rebelión contra la cien¬cia capaz de aniquilar el mundo, una duda sobre el va¬lor salvador del progreso técnico. «Acabarán por vo¬larlo todo.» Después de las furiosas críticas de Aldous Huxley en Contrapunto y Un mundo feliz se hundió el optimismo científico. En 1951, el químico americano Anthony Standen publicaba un libro titulado: La cien¬cia es una vaca sagrada, donde protestaba contra la ad¬miración fetichista por la ciencia. En octubre de 1953, un célebre profesor de Derecho de Atenas, O. J. Despotopoulos, dirigía a la UNESCO un manifiesto pidiendo que se interrumpiera el desarrollo científico, o mejor, que se guardara en secreto. La investigación, proponía, debería confiarse en adelante a un consejo de sabios mundialmente elegido y que, por ello, sería dueño de guardar silencio. Esta idea, por utópica que sea, no carece de interés. Apunta una posibilidad del porvenir e incide en uno de los grandes temas de las pasadas civilizaciones. En una carta que nos dirigió en 1955,0. J. Despotopoulos, preci¬saba su idea:
«La ciencia de la Naturaleza es ciertamente una de las hazañas más dignas de la historia humana. Pero, a partir del momento en que se desencadenan fuerzas ca¬paces de destruir la Humanidad entera, deja de ser lo que era desde el punto de vista moral. La distinción en¬tre la ciencia pura y sus aplicaciones técnicas se ha he-cho prácticamente imposible. No podríamos, pues, ha¬blar de la ciencia como de un valor en sí. O mejor, en ciertos sectores, los más importantes, constituye ahora un valor negativo, en la medida en que escapa al control de la conciencia para extender sus peligros según el grado de voluntad de poder de los responsables políticos. La idolatría del progreso y de la libertad en materia de investigación científica es totalmente perniciosa. Nues¬tra proposición es ésta: codificación de las conquistas de la ciencia de la Naturaleza realizadas hasta ahora y prohibición total o parcial de su progreso futuro por un consejo supremo mundial de sabios. Ciertamente, tal medida es trágicamente cruel, ya que su objeto apunta a uno de los más nobles impulsos de la Huma¬nidad, y nadie puede subestimar las dificultades inhe¬rentes a dicha medida. Pero no existe otra que sea lo bastante eficaz. Las objeciones fáciles; retorno a la Edad Media, a la barbarie, etc., no contienen ningún ar-gumento serio. No se trata de hacer retroceder a la inte¬ligencia, sino de defenderla. No se trata de restricciones en beneficio de una clase social, sino de salvaguardia de toda la Humanidad. Éste es el problema. Todo lo de-más no es más que división y dispersión de la actividad enfrentándola con subproblemas.»
Estas ideas recibieron favorable acogida en la Pren¬sa inglesa y alemana y han sido extensamente comenta-das en el Boletín de los sabios atomistas de Londres. No se alejan mucho de ciertas proposiciones formula¬das en las conferencias mundiales consagradas al de¬sarme.
No es pecado creer que, en otras civilizaciones, se haya producido, no una ausencia de ciencia, sino un se-creto impuesto a la ciencia. Tal parece ser el origen de la maravillosa leyenda de los Nueve Desconocidos.
La tradición de los Nueve Desconocidos se remon¬ta al emperador Asoka, que reinó en la India a partir del año 273 a.C. Era nieto de Chandragupta, primer unificador de la India. Ambicioso como su antepasado, cuya labor quiso completar, emprendió la conquista del país de Kalinga, que se extendía desde la actual Cal¬cuta a Madras. Los kalingueses resistieron y perdieron cien mil hombres en la batalla. La vista de esta multitud sacrificada trastornó a Asoka. Desde entonces, le tomó horror a la guerra. Renunció a proseguir la integración de los países insurrectos, declarando que la verdadera conquista consiste en ganar el corazón de los hombres por la ley del deber y la piedad, pues la Majestad Sagra¬da desea que todos los seres animados disfruten de se-guridad, de la libre disposición de sí mismos, de la paz y de la felicidad.
Convertido al budismo, Asoka, con el ejemplo de sus propias virtudes, propagó esta religión por toda la India y por todo su imperio, que se extendía hasta Ma¬lasia, Ceilán e Indonesia. Después, el budismo con¬quistó Nepal, el Tibet, la China y Mongolia. Asoka respetaba, empero, todas las sectas religiosas. Predicó el vegetarianismo y proscribió el alcohol y los sacrifi¬cios de animales. H. G. Wells, en su historia del mundo abreviada, escribe: «Entre las decenas de millares de nombres de monarcas que se apretujan en las columnas de la Historia, el nombre de Asoka brilla casi solo, como una estrella.»
Se dice que, conocedor de los horrores de la guerra, el emperador Asoka quiso prohibir para siempre a los hombres el mal uso de la inteligencia. Bajo su reinado, entra en el secreto la ciencia de la Naturaleza, pasada y por venir. Las investigaciones, desde la estructura de la materia a las técnicas de la psicología colectiva, se disi¬mularán en adelante, y durante veintidós siglos, detrás del rostro místico de un pueblo al que el mundo consi¬dera dedicado sólo al éxtasis y a lo sobrenatural, Asoka funda la más poderosa sociedad secreta de la Tierra: la de los Nueve Desconocidos.
Se dice aún que los grandes responsables del destino moderno de la India, y sabios como Bose y Ram, creen en la existencia de los Nueve Desconocidos, e in¬cluso reciben de ellos consejos y mensajes. La imagina-ción entrevé la fuerza de los secretos que pueden deten¬tar nueve hombres que se lucran directamente de las experiencias, de los trabajos, de los documentos acu¬mulados durante más de diez decenas de siglos. ¿Cuá¬les son los fines de estos hombres? No dejar que caigan en manos profanas los medios de destrucción. Prose¬guir las investigaciones beneficiosas para la Humani¬dad. Estos hombres se supone que se renuevan para guardar los secretos técnicos venidos de un remoto pa¬sado.
Las manifestaciones exteriores de los Nueve Des¬conocidos son raras. Una de ellas tiene relación con el prodigioso destino de uno de los hombres más miste¬riosos de Occidente: el Papa Silvestre II, conocido también por el nombre de Gerbert d'Aurillac. Nacido en Auvernia, el año 920, y muerto en 1003, Gerbert fue monje benedictino, profesor de la Universidad de Reims, arzobispo de Rávena por la gracia del emperador Otón III. Se dice que estuvo en España y que un mis¬terioso viaje lo llevó a la India, de donde sacó diversos conocimientos que llenaron de estupefacción a los que le rodeaban. Así fue como poseyó en su palacio una cabeza de bronce que respondía «sí» o «no» a las pre¬guntas que le hacían sobre la política y la situación general de la cristiandad. Según Silvestre II (volu¬men CXXXIX de la Patrística latina de Migne), el pro¬cedimiento era muy sencillo y correspondía al cálculo con dos cifras. Se trataría de un autómata análogo a nuestras modernas máquinas binarias. La cabeza «má¬gica» fue destruida a la muerte del Papa, y los conoci¬mientos registrados por ésta, cuidadosamente disimu¬lados. Sin duda la biblioteca del Vaticano reservaría algunas sorpresas al investigador autorizado. En el número de octubre de 1954 de Computers and Automation, revista de cibernética, podemos leer: «Hay que suponerle un hombre de saber extraordinario, de un ingenio y una habilidad mecánica sorprendentes. Esta cabeza parlante debió de ser modelada bajo cierta con¬junción de las estrellas que se sitúa exactamente en el momento en que todos los planetas van a comenzar su curso.» No era cuestión de pasado, de presente ni de futuro, pues este invento, aparentemente, superaba con mucho el alcance de su rival: el perverso espejo en la pared de la reina, precursor de nuestros cerebros mecánicos modernos. Se dijo, naturalmente, que Gilbert fue sólo capaz de producir esta máquina porque estaba en tratos con el diablo y le había jurado eterna fidelidad.
¿Estuvieron otros europeos en relación con la so¬ciedad de los Nueve Desconocidos ? Hay que esperar al siglo XIX para que resurja este misterio, al través de los libros del escritor francés Jacolliot.
Jacolliot fue cónsul de Francia en Calcuta bajo el Segundo Imperio. Escribió una obra de anticipación considerable, comparable, si no superior, a la de Julio Verne. Ha dejado además varios libros consagrados a los grandes secretos de la Humanidad. Esta obra ex¬traordinaria ha sido saqueada por la mayoría de los ocultistas, profetas y taumaturgos. Completamente ol¬vidada en Francia, es célebre, en cambio, en Rusia.
Jacolliot se muestra positivo: la sociedad de los Nueve Desconocidos es una realidad. Y lo más extraor-dinario es que cita, a este respecto, técnicas que eran del todo inconcebibles en 1860, como, por ejemplo, la libe¬ración de la energía, la esterilización por radiaciones y también la guerra psicológica.
Yersin, uno de los más próximos colaboradores de Pasteur y de Roux, pudo haber tenido acceso a secretos biológicos a raíz de un viaje a Madras, en 1890, y puesto a punto, gracias a las indicaciones que recibieron, el suero contra la peste y el cólera.
La primera vulgarización de la historia de los Nue¬ve Desconocidos se produjo en 1927, con la publica¬ción del libro de Talbot Mundy que perteneció, duran¬te veinticinco años, a la Policía inglesa de la India. El libro está a medio camino entre la novela y la investi¬gación. Según él, los Nueve Desconocidos emplea¬rían un lenguaje sintético. Cada uno de ellos estaría en posesión de un libro constantemente escrito de nue¬vo y que contendría la exposición detallada de una ciencia.
El primero de estos libros estaría consagrado a las técnicas de propaganda y de guerra psicológica. «De todas las ciencias —dice Mundy— la más peligrosa se¬ría la del control del pensamiento de las multitudes, pues ella permitiría gobernar el mundo entero.» Hay que observar que la Semántica general de Korjibski sólo data de 1937, y que hay que esperar la experiencia de la última guerra mundial para que empiecen a crista¬lizar en Occidente las técnicas de psicología del lengua¬je, es decir, de propaganda. El primer colegio de se¬mántica americano no ha sido creado hasta 1950. En Francia, apenas si conocemos más que Le Viol des Foules, de Serge Chokotin, cuya influencia ha sido im¬portante en los medios intelectuales politizantes, aun¬que no haga más que rozar la cuestión.
El segundo libro estaría consagrado a la fisiología. Como cosa más importante, explicaría el medio de ma¬tar a un hombre con sólo tocarle, produciéndose la muerte por inversión del influjo nervioso. Se dice que el «judo» pudo nacer de «infiltraciones» de esta obra.
El tercero estudiaría la microbiología, y especial¬mente los coloides de protección.
El cuarto trataría de la transmutación de los meta¬les. Según una leyenda, en tiempos de penuria, los terapíos y las organizaciones religiosas de caridad reciben, de fuente secreta, grandes cantidades de un oro muy fino.
El quinto comprendería el estudio de todos los me¬dios de comunicación, terrestres y extraterrestres.
El sexto contendría los secretos de la gravitación.
El séptimo sería la más vasta cosmogonía concebi¬da por nuestra Humanidad.
El octavo trataría de la luz.
El noveno estaría consagrado a la sociología, for¬mularía las reglas de la evolución de las sociedades y permitiría prever su caída.
Con la leyenda de los Nueve Desconocidos, se re¬laciona el misterio de las aguas del Ganges. Multitudes de peregrinos, portadores de las más espantosas y di¬versas enfermedades, se bañan sin ningún peligro para los que están sanos. Las aguas sagradas lo purifican todo. Se ha querido atribuir esta extraña propiedad del río a la formación de bacteriófagos. Pero, ¿por qué no se forman también en el Brahmaputra, en el Amazonas o en el Sena?
La hipótesis de una esterilización por radiaciones aparece en la obra de Jacolliot, cien años antes de que se sepa que tal fenómeno es posible. Estas radiaciones, se¬gún Jacolliot, provendrían de un templo secreto exca-vado bajo el lecho del Ganges.
Al margen de las agitaciones religiosas, sociales y políticas, resueltas y perfectamente disimuladas, los Nue-ve Desconocidos encarnan Ja imagen de la ciencia sere¬na, de la ciencia con conciencia. Dueña de los destinos de la Humanidad, pero absteniéndose de emplear su propio poderío, esta sociedad secreta constituye el más bello homenaje de la libertad en las alturas. Vigilantes en el seno de su gloría oculta, estos nueve hombres con-templan cómo se hacen, deshacen y rehacen las civiliza¬ciones, menos indiferentes que tolerantes, prestos a ayudar, pero siempre en este orden del silencio que es la medida de la grandeza humana.
¿Mito o realidad? Mito soberbio, en todo caso, sur¬gido de lo más hondo de los tiempos... y resaca del fu-turo.
III
Una palabra más sobre el realismo fantástico. — Ha, habido técnicas. — Ha existido la necesidad del secreto y se vuelve a ella. — Viajamos en el tiempo. — Quere¬mos ver en su continuidad el océano del espíritu. — Reflexiones nuevas sobre el ingeniero y el mago. — El pa¬sado, el porvenir. — El presente se retrasa en ambos sentidos. — El oro de los libros antiguos. — Una mirada nueva al mundo viejo.

No somos ni materialistas ni espiritualistas: esta dis¬tinción no tiene ya para nosotros el menor sentido. Sencillamente, buscamos la realidad sin dejarnos dominar por el reflejo condicionado del hombre moderno (a nuestros ojos retardatario), que vuelve la espalda en cuanto esta realidad adquiere un aspecto fantástico. Nos hemos hecho bárbaros de nuevo, para vencer este refle¬jo, igual que tuvieron que hacer los pintores para desga-rrar el velo de convenciones tendido entre sus ojos y las cosas. También como ellos, hemos optado por métodos balbucientes, salvajes y a veces infantiles. Nos coloca¬mos ante los elementos y los métodos de conocimiento, como Cézanne ante la manzana, como Van Gogh ante el campo de trigo. Nos negamos a excluir hechos, aspectos de la realidad, con el pretexto de que no son «oportu¬nos», de que desbordan las fronteras fijadas por las teorías habituales. Gauguin no excluye un caballo rojo; Manet no excluye la mujer desnuda entre los comensales del Almuerzo sobre la hierba; Max Ernst, Picabia y Dalí, no excluyen las figuras brotadas del sueño ni el mundo que vive en la parte sumergida de la conciencia. Nuestro modo de hacer y de ver provocará censuras, desprecio, sarcasmos. Se nos negará la entrada en el Salón. En nues¬tro campo, todavía no se acepta lo que se ha acabado por aceptar de los pintores, de los poetas, de los cineastas, de los decoradores, etc. La ciencia, la psicología, la sociología, son bosques tabú. No bien la hemos apartado, la idea de lo sagrado vuelve al galope, bajo diversos disfra¬ces. ¡Qué diablo! La ciencia no es una vaca sagrada: se la puede empujar, hacer que despeje el camino.
Volvamos a nuestro tema. En esta parte de nuestro libro, titulada El futuro anterior, razonamos de este modo:
— Es posible que lo que llamamos esoterismo, ci¬miento de las sociedades secretas y de las religiones, sea
el residuo difícilmente comprensible y manejable de un conocimiento muy antiguo, de naturaleza técnica, que
se aplica a la vez a la materia y al espíritu. Más adelante desarrollaremos esto.
— Los «secretos» no serían fábulas, cuentos ni jue¬gos, sino recetas técnicas precisas, llaves que abrieran
los poderes contenidos en el hombre y en las cosas.
— Ciencia y técnica no son lo mismo. Contraria mente a lo que se podría pensar, la técnica, en muchos
casos, no sigue a la ciencia, sino que la precede. La téc¬nica hace. La ciencia demuestra que es imposible hacer.
Después las barreras de la imposibilidad se derrumban. No pretendemos, naturalmente, que la ciencia sea vana. Ya se verá el valor que damos a la ciencia y con qué ojos maravillados la vemos cambiar de semblante. Pensa-mos, sencillamente, que las técnicas han podido prece¬der, en un pasado lejano, a la aparición de la ciencia.
— Podría ser que algunas técnicas pasadas hubiesen dado a los hombres poderes demasiado peligrosos para ser divulgados.
— La necesidad del secreto podría obedecer a dos razones:
A) La prudencia. «El que sabe no habla.» No dejéis que las llaves vayan a parar a malas manos.
B) El hecho de que la posesión y el manejo de tales técnicas y conocimientos exige del hombre structuras mentales distintas de las propias del estado de vigilia ordinario, una situación de la inteligencia y del lengua¬je en otro plano, de tal suerte que nada es comunicable al nivel del hombre ordinario. El secreto no es un efec¬to de la voluntad del que lo posee, sino un efecto de su naturaleza misma.
— Comprobamos la existencia de un fenómeno se¬mejante en nuestro presente moderno. El desarrollo in-cesantemente acelerado de la técnica impone a los que saben el deseo, y después la necesidad, del secreto. El peligro extremado conduce a la extrema discreción. Llegado a un cierto nivel, el conocimiento se oculta a medida que progresa. Se forman concejos de sabios y de técnicos. El lenguaje del saber y del poder se hace incomunicable. En el plano de la investigación psico-matemática se plantea limpiamente el problema de las estructuras mentales diferentes. En el límite, los que detentan, como decía Einstein, «el poder de tomar grandes decisiones para el bien y para el mal», forman una criptocracia. El porvenir se asemeja a las descripciones tradicionales.
— Nuestra visión del conocimiento pasado no está de acuerdo con el esquema «espiritualista». Nuestra vi-sión del presente y del porvenir próximo introduce la magia donde no quiere verse más que lo racional. Para nosotros, no se trata más que de buscar corresponden¬cias que nos iluminen. Éstas nos permiten situar la
aventura humana en la totalidad de los tiempos. Todo lo que puede servirnos de puente es bueno para nosotros.
En el fondo, en esta parte del libro como en las otras, nuestra proposición es ésta:
El hombre tiene indudablemente la posibilidad de estar en relación con la totalidad del Universo. Conoci¬da es la paradoja de Langevin. Andrómeda está a tres millones de años luz de la Tierra. Pero el viajero que se desplazase a una velocidad próxima a la de la luz sólo envejecería algunos años. Según la teoría unitaria de Jean Charon, por ejemplo, no sería inconcebible que la Tierra, durante este viaje, envejeciese más. El hombre estaría, pues, en contacto con el todo de la creación, donde espacio y tiempo representarían un papel distin¬to del aparente. Por otra parte, la investigación psico-matemática, en el punto en que la dejó Einstein, es una tentativa de la inteligencia humana para descubrir la ley que regiría el conjunto de las fuerzas universales (gravi-tación, electromagnetismo, luz, energía nuclear). Una tentativa de visión unitaria, en que todo el esfuerzo del espíritu tiende a situarse en un punto desde el cual sería visible la continuidad. Y, ¿de dónde vendría el deseo del espíritu si éste no presintiese que aquel punto exis¬te, que le es posible situarse de aquella suerte? «No me buscarías si no me hubieses ya encontrado.»
En otro plano, pero dentro de este mismo movi¬miento, buscamos una visión continua de la aventura de la inteligencia humana, del conocimiento humano. Por esto nos verán viajar a toda velocidad de la magia de la técnica de la Rosacruz a Princeton, de los mayas a los hombres de las próximas mutaciones, del sello de Salomón a la tabla periódica de los elementos, de las ci¬vilizaciones desaparecidas a las civilizaciones que ven-drán, de Fulcanelli a Oppenheimer, del hechicero a la máquina electrónica analógica, etc. A toda velocidad, o mejor dicho, a una velocidad tal que el espacio y el tiempo rompan su cáscara y aparezca la visión del con-tinuo. Existe el viaje en sueños y el viaje real. Nosotros hemos preferido el viaje real. En este sentido, este libro no es una ficción. Hemos construido aparatos, es decir, correspondencias demostrables, comparaciones váli-das, equivalencias indiscutibles. Aparatos que funcio¬nan, cohetes que parten. Y. a veces, en ciertos momen¬tos, nos ha parecido que nuestro espíritu alcanzaba el punto desde el cual es visible la totalidad del esfuerzo humano. Las civilizaciones, los momentos del conoci¬miento y de la organización humana, son como otras tantas rocas en el océano. Cuando se ve una civiliza¬ción, un momento del conocimiento, no se ve más que el choque del océano contra esta roca, la ola que rompe, la espuma que brota. Hemos buscado el lugar desde el cual se pueda contemplar el océano entero, en su tran¬quila y poderosa continuidad, en su unidad armónica.
Volvamos ahora a las reflexiones sobre la técnica, la ciencia y la magia. Ellas precisarán nuestra tesis sobre el concepto de la sociedad secreta (o mejor, de «conspira¬ción a la luz del día») y nos servirán de iniciación para próximos estudios, unos sobre la alquimia, otros sobre las civilizaciones desaparecidas.
Cuando un joven ingeniero ingresa en una indus¬tria, distingue enseguida dos universos diferentes. Exis¬te el del laboratorio, con las leyes definidas de los ex¬perimentos que se pueden reproducir en él, con una imagen del mundo comprensible. Existe el Universo real, donde las leyes no se cumplen siempre, donde los fenómenos son a veces imprevistos, donde lo imposible se realiza. Si es de temperamento fuerte, el ingeniero en cuestión reacciona con cólera, con pasión, con deseo de «violar a esa puerca materia». Los que adoptan esta actitud viven vidas trágicas. Pensemos en Edison, en Telsa, en Armstrong. Les guía un demonio. Werner von Braun ensaya sus cohetes sobre los londinenses, mata a miles de ellos para que al fin lo detenga la Gestapo por haber declarado: «A fin de cuentas, me importa un ble¬do la victoria de Alemania, ¡lo que quiero es la conquis¬ta de la Luna!» Se ha dicho que la tragedia está hoy en la política. Esto es una visión mezquina. La tragedia está en el laboratorio. A sus «magos» se debe el progre¬so técnico. La técnica no es en modo alguno, pensamos nosotros, aplicación práctica de la ciencia. Por el con¬trario, se desarrolla contra la ciencia. El eminente mate-mático y astrónomo Simón Newcomb demuestra que lo más pesado que el aire no puede volar. Dos repara-dores de bicicletas probaron que estaba equivocado. Rutherford y Millikan demuestran que jamás se po¬drán explotar las reservas de energía del núcleo atómi¬co. Y estalla la bomba de Hiroshima. La ciencia enseña que una masa de aire homogéneo no puede separarse en aire caliente y aire frío. Hilsch nos muestra que basta con hacer circular aquella masa por un tubo apropia¬do. La ciencia coloca barreras de imposibilidad. El in¬geniero, al igual que el mago ante los ojos del explora¬dor cartesiano, pasa a través de las barreras, por un fenómeno análogo a lo que los físicos llaman «el efecto túnel». Le atrae una aspiración mágica. Quiere ver de¬trás del muro, ir a Marte, capturar el rayo, fabricar oro. No busca lucro ni gloria. Busca sorprender al Universo en flagrante delito de ocultación. En el sentido de Jung, es un arquetipo. Por los milagros que intenta realizar, por la fatalidad que pesa sobre él, por el fin doloroso que le espera casi siempre, es el hijo del héroe de las sa¬gas y de las tragedias griegas.
Como el mago, tiende al secreto, y, también como él obedece a la ley de similitud que Frazer formuló en su estudio de la magia. En sus comienzos, el invento es una imitación del fenómeno natural. La máquina vola¬dora se parece al pájaro; el autómata, al hombre.
Ahora bien, el parecido al objeto, el ser o el fenó¬meno cuyos poderes quieren captar, resulta casi siem¬pre inútil, léase perjudicial, al buen funcionamiento del aparato inventado. Pero, como el mago, el inventor ex¬trae de la similitud una fuerza, una voluptuosidad, que empujan hacia adelante.
El paso de la imitación mágica a la tecnología cientí¬fica, podría ser descubierto en muchos casos. Ejemplo: En un principio, se obtuvo el endurecimiento su¬perficial del acero, en el Próximo Oriente, hundiendo una hoja enrojecida al fuego en el cuerpo de un prisione¬ro. He aquí una práctica mágica típica: se intenta trans¬ferir a la hoja las virtudes guerreras del adversario. Esta práctica fue conocida en Occidente por medio de los cru¬zados, que habían comprobado que el acero de Damasco era, efectivamente, más duro que el de Europa. Se hicie¬ron experimentos: se sumergió el acero en agua, en la que flotaban pieles de animales. Se obtuvo el mismo resulta-do. En el siglo XIX se advirtió que estos resultados eran debidos al nitrógeno orgánico. En el siglo xx, con la li-cuefacción de los gases, se perfeccionó el procedimien¬to templando el acero en nitrógeno líquido a baja tem-peratura. Bajo esta forma, la «nitruración» es parte de
nuestra tecnología.
Se podría encontrar otro lazo entre magia y técnica estudiando los «encantamientos» que los antiguos al-quimistas pronunciaban durante sus trabajos. Proba¬blemente se trataba de medir el tiempo en la oscuridad del laboratorio. Los fotógrafos emplean a menudo ver¬daderas fórmulas para contar, que recitan sobre el baño, y nosotros mismos hemos oído a uno de ellos en la cumbre de la Jungfrau, mientras era revelada una pla¬ca impresionada por los rayos cósmicos.
En fin, existe otro lazo, más fuerte y curioso, entre magia y técnica, y es la simultaneidad en la aparición de los inventos. La mayoría de los países registran el día e incluso la hora de la presentación de una patente. Mu-chas veces se ha comprobado que inventores que no se conocían, y que trabajaban muy lejos el uno del otro, presentaban la misma patente en el mismo instante. Este fenómeno sería difícil de explicar con la vaga idea de que «los inventos están en el aire» o de que «el in¬ventor aparece cuando se le necesita». Pero si existe la percepción extrasensorial, la comunicación de las inte¬ligencias empeñadas en la misma investigación, el he¬cho merecería un estudio estadístico realizado a fondo. Este estudio nos haría comprender acaso este otro he¬cho: que las técnicas mágicas se encuentran, idénticas, en la mayoría de las antiguas civilizaciones, al través de montañas y de océanos...
Vivimos con la idea de que el invento técnico es un fe¬nómeno contemporáneo. Y es que nunca hacemos el esfuerzo de consultar los documentos antiguos. No existe un solo servicio de investigación científica enfo¬cado hacia el pasado. Los libros antiguos, si son leídos alguna vez, lo son por escasos eruditos de formación puramente literaria o histórica. Lo que contienen de ciencia y de técnica, escapa, pues, a la atención. ¿Nos desinteresamos del pasado porque nos vemos demasiado solicitados por la preparación del porvenir? No es muy seguro. La inteligencia francesa parece retardada por los esquemas del siglo XIX
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08-12-12 06:51 #10840604 -> 10576772
Por:No Registrado
RE: Vaya tela.
joder tio no nos martirices mas con tus bodrios, eres pesaito de cullones, se nota que nadie te aguanta las batallitas y tienes que descargar aquí en el foro. Vete a contar batallitas al cura y no des el coñazo so tio zurriagao, pesao, tio plasta oño...................
Vaya tela, vaya tela, ahora saldrá con más Diabolico
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08-12-12 06:59 #10840606 -> 10576772
Por:No Registrado
RE: Vaya tela.
¿y a quien oño le interesa las gansás que escribe este tio plasta? quien oño se traga eso? y además es to copiao y pegao. Anda tio vete a aburrir a otra parte.

SI TE ABURRES PAJEATE PERO DEJANOS EN PAZ Diabolico Diabolico
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08-12-12 13:09 #10841048 -> 10576772
Por:No Registrado
RE: Vaya tela.
CASI TAN PLASTA COMO TU MADRE, PORQUE COMPARAR CON TU PADRE NO SE PUEDE, NO LO CONOCISTE.



la época no pudo fabricar: lámparas perpetuas, registradores de sonidos y de imágenes, etcétera. La le¬yenda describe los aparatos encontrados en la tumba del simbólico «Christian Rosenkreutz», que hubiesen podido ser de 1958, pero no de 1622. Todo lo cual tien¬de, en la doctrina de la Rosacruz, al dominio del Uni¬verso por la ciencia y la técnica, y en modo alguna por la iniciación y la mística.
De igual manera, podemos concebir en nuestra época una sociedad que mantenga una tecnología se¬creta. Las persecuciones políticas, las presiones socia¬les, el desarrollo del sentido moral y de la conciencia de una tremenda responsabilidad, obligarán cada vez más a los sabios a entrar en la clandestinidad. Ahora bien, esta clandestinidad no frenará la búsqueda. Sería absur¬do pensar que los cohetes y las grandes máquinas rom-pedoras de átomos han de ser en adelante los únicos instrumentos del investigador. Los verdaderos descu-brimientos grandes se han hecho siempre con medios sencillos, con un equipo sucinto. Es posible que existan en el mundo, en este momento, ciertos lugares en que la densidad intelectual sea particularmente grande y en que se afirme esta nueva clandestinidad. Entramos en una época que recuerda mucho los comienzos del siglo XVII, y tal vez se prepara un nuevo manifiesto de 1622. Tal vez ha aparecido ya. Pero nosotros no nos hemos dado cuenta.
Lo que nos aleja de estas ideas es que los tiempos antiguos se expresan mediante fórmulas religiosas. Por ello, les prestamos sólo una atención literaria o «espiri¬tual». En este aspecto, somos modernos. En este aspec-to no somos contemporáneos del futuro.
Lo que nos choca, en fin, es la afirmación reiterada de la Rosacruz y de los alquimistas, según la cual el úl-timo fin de la ciencia de las transmutaciones es la transmutación del propio espíritu. No se trata de magia, ni de recompensa bajada del cielo, sino de un descubri¬miento de las realidades que obligue al espíritu del ob-servador a situarse de otra manera. Si pensamos en la evolución, extraordinariamente rápida, del estado de espíritu de los más grandes atomistas, empezamos a comprender lo que querían decir los de la Rosacruz. Estamos en una época en que la ciencia, en su punto ex¬tremo, alcanza el universo espiritual y transforma el es-píritu del propio observador, lo sitúa a un nivel distinto del de la inteligencia científica, que ha llegado a ser insuficiente. Lo que les ocurre a nuestros atomistas pue¬de compararse a la experiencia descrita por los textos de alquimia y por la tradición de la Rosacruz. El lenguaje espiritual no es un balbuceo que precede al lengua¬je científico; es más bien el logro de este último. Lo que pasa en nuestro presente, ha podido pasar en tiempos antiguos, en otro plano de conocimiento, de suerte que la leyenda de la Rosacruz y la realidad de nuestros días se iluminan mutuamente. Hay que mirar las cosas an¬tiguas con ojos nuevos; esto ayuda a comprender el mañana.
No estamos ya en los tiempos en que el progreso se identifica exclusivamente con el avance científico y téc-nico. Aparece otro factor, el que se encuentra en los Su¬periores Desconocidos de los siglos pasados cuando muestran la observación del Líber Mundi como desem¬bocando en «otra cosa». Un físico eminente, Heisenberg, declara hoy: «El espacio en el cual se desenvuelve el ser espiritual del hombre tiene dimensiones distintas de aquellas en que se desplegó durante los últimos si¬glos.»
Wells murió desengañado. Su poderoso espíritu había vivido de la fe en el progreso. Ahora bien, Wells, en el crepúsculo de su vida, veía que el progreso toma¬ba aspectos espantosos. Ya no le merecía confianza. La
ciencia corría el riesgo de destruir el mundo; acababan de inventarse los mayores medios de destrucción. «El hombre —dice el viejo Wells, desesperado, en 1946— ha llegado al término de sus posibilidades.» En este momento, el anciano que había sido genio de la antici¬pación dejó de ser contemporáneo del futuro. Noso¬tros empezamos a adivinar que el hombre no ha llegado más que al término de una de sus posibilidades. Apare¬cen otras posibilidades. Se abren otros caminos, que el flujo y el reflujo del océano de las edades cubre y des-cubre alternativamente. Wolfgang Pauli, matemático y físico mundialmente conocido, hacía antaño profesión de una estrecha fe científica, según la mejor tradición del siglo XIX. En 1932, durante el Congreso de Copen¬hague, gracias a su escepticismo helado y a su voluntad de poder, adoptaba la apariencia del Mefistófeles de Fausto. En 1955, su espíritu penetrante había extendido con tal amplitud sus perspectivas que se convertía en un pintor elocuente de un camino de salvación interior largo tiempo desdeñado. Esta evolución es típica. Es la evolución de la mayoría de los grandes atomistas. No es el retorno al moralismo ni a la vaga religiosidad. Se trata, por el contrario, de un progreso en el pertrecho del espíritu de observación; de una reflexión nueva so¬bre la naturaleza del conocimiento. «Frente a la divi¬sión de las actividades del espíritu humano en terrenos distintos, rigurosamente mantenida desde el siglo XVII —dice Wolfgang Pauli—, me imagino una finalidad que sería la dominación de cosas opuestas, una sínte¬sis que abarcase la inteligencia racional y la experiencia mística de la unidad. Esta finalidad es la única que está de acuerdo con el mito, expresado o no, de nuestra época.»

II
Los profetas del Apocalipsis. — Un Comité de la Deses¬peración. — La ametralladora de Luis XVI. — La cien¬cia no es una vaca sagrada. — El señor Despotopoulos quiere ocultar el progreso. — La leyenda de los Nueve Desconocidos.
Hubo, en la segunda mitad del siglo XIX, en el um¬bral de los tiempos modernos, una pléyade de pensado¬res furiosamente reaccionarios. Veían un engaño en la mística del progreso social; una carrera al abismo en el progreso científico y técnico. Philippe Lavistine, nueva encarnación del héroe de La obra maestra desconocida de Balzac, y discípulo de Gurdjieff, me los enseñó. En aquella época en que leía a René Guénon, maestro del antiprogresismo, y frecuentaba a Lanza del Vasto, re¬cién vuelto de la India, no estaba lejos de coincidir con las razones de estos pensadores contra la corriente. Era muy poco después de la guerra. Einstein acababa de en-viar su famoso telegrama:
«Nuestro mundo se enfrenta con una crisis todavía inadvertida por aquellos que poseen el poder de tomar grandes decisiones para bien o para mal. La potencia desencadenada del átomo lo ha cambiado todo, salvo nuestros hábitos de pensar, y nos dirigimos hacia una catástrofe sin precedentes. Nosotros, los científicos que hemos liberado esta inmensa potencia, tenemos la aplastante responsabilidad, en esta lucha mundial de vida o muerte, de dominar el átomo en beneficio de la Humanidad, y no para su destrucción. La federación de sabios americanos se une a mí en esta llamada. Os rogamos que apoyéis nuestros esfuerzos para hacer comprender a América que el destino del género humano se decide hoy, ahora, en este minuto. Necesita¬mos inmediatamente doscientos mil dólares para una campaña nacional destinada a hacer ver a los hombres que es esencial un nuevo modo de pensar, si la Huma¬nidad quiere sobrevivir y alcanzar niveles más altos. Esta llamada es fruto de una larga meditación sobre la inmensa crisis con que nos enfrentamos. Os pido con urgencia un cheque inmediato, dirigido a mí, como presidente del Comité de la Desesperación de los Sa¬bios del Átomo, Princeton, Nueva Jersey. Reclamamos vuestra ayuda en este instante fatal, como señal de que nosotros, los hombres de ciencia, no estamos solos.»
Esta catástrofe, me dije yo (y doscientos mil dóla¬res no cambiarán nada), mis maestros la habían previs¬to hace mucho tiempo. Dios había ofrecido al hombre el obstáculo de la materia, y, como decía Blanc de Saint Bonnet, «el hombre es el hijo del obstáculo». Pero los modernos desligados de los principios, quisie¬ron hacer desaparecer los obstáculos. La materia, que obstaculizaba, ha sido vencida. Está libre el camino ha¬cia la nada. Hace dos mil años, Orígenes escribía formi¬dablemente que «la materia es el absorbente de la ini¬quidad». De hoy en adelante, la iniquidad ya no es absorbida, sino que se extiende en olas destructoras. Este Comité de la Desesperación no logrará absor¬berla.
Los antiguos eran sin duda tan malos como noso¬tros, pero lo sabían. Este conocimiento hacía que se colocaran barreras. Una bula del Papa condena el empleo del trípode destinado a robustecer el arco: esta máquina, sumada a los medios naturales del arquero, haría in¬humano el combate. La bula es observada durante dos¬cientos años. Rolando, en Roncesvalles, derribado por las hondas sarracenas, exclama: «¡Maldito sea el cobarde que inventó armas capaces de matar a distancia!» En tiempos más próximos, en 1775, un ingeniero francés, Du Perron, presentó al joven Luis XVI un «órgano mili¬tar» que, accionado por una manivela, disparaba simultáneamente veinticuatro balas. Una memoria acompañaba al instrumento, embrión de las ametralladoras mo¬dernas. La máquina pareció tan mortífera al rey y a sus ministros, Malesherbes y Turgot, que fue rechazada y su inventor considerado como enemigo de la Hu¬manidad.
A fuerza de querer emanciparlo todo, hemos emancipado también la guerra. Antaño ocasión de sa¬crificio y de salvación para algunos, se ha convertido en condenación de todos.
Tales eran, poco más o menos, mis pensamientos allá por el año 1946, y pensé en publicar una antología de «pensadores reaccionarios» cuyas voces fueron aho¬gadas, en su tiempo, por el coro de los progresistas románticos. Estos escritores al revés, estos profetas del Apocalipsis, que clamaban en el desierto, se llamaban Blanc de Saint Bonnet, Émile Montagut, Albert Sorel, Donoso Cortés, etc. Con un espíritu de rebeldía muy parecido al de estos antepasados, releí un folleto intitu¬lado El tiempo de los asesinos, en el que colaboraron principalmente Aldous Huxley y Albert Camus. La Prensa americana se hizo eco de este libelo en que sa¬bios, militares y políticos eran fuertemente maltratados y donde se deseaba un proceso de Nuremberg para to¬dos los técnicos de la destrucción.
Hoy creo que las cosas son menos sencillas y que hay que mirar con otros ojos y desde más alto la histo¬ria irreversible. Sin embargo, en 1946 —inquietante posguerra—, esta corriente de ideas trazaba una estela fulgurante en el océano de angustia en que se hallaban sumidos los intelectuales que no querían ser «víctimas ni verdugos». Y es cierto que, después del telegrama de Einstein, las cosas han empeorado. «Lo que hay en la cartera de los sabios es espantoso», dice Kruschef en 1960. Pero los espíritus se han cansado, y, después de muchas solemnes e inútiles protestas, se han vuelto hacia otros temas de reflexión, esperando, como el con-denado a muerte en su celda, que se conceda o se denie¬gue el indulto. Sin embargo, en todas las conciencias existe desde ahora un fondo de rebelión contra la cien¬cia capaz de aniquilar el mundo, una duda sobre el va¬lor salvador del progreso técnico. «Acabarán por vo¬larlo todo.» Después de las furiosas críticas de Aldous Huxley en Contrapunto y Un mundo feliz se hundió el optimismo científico. En 1951, el químico americano Anthony Standen publicaba un libro titulado: La cien¬cia es una vaca sagrada, donde protestaba contra la ad¬miración fetichista por la ciencia. En octubre de 1953, un célebre profesor de Derecho de Atenas, O. J. Despotopoulos, dirigía a la UNESCO un manifiesto pidiendo que se interrumpiera el desarrollo científico, o mejor, que se guardara en secreto. La investigación, proponía, debería confiarse en adelante a un consejo de sabios mundialmente elegido y que, por ello, sería dueño de guardar silencio. Esta idea, por utópica que sea, no carece de interés. Apunta una posibilidad del porvenir e incide en uno de los grandes temas de las pasadas civilizaciones. En una carta que nos dirigió en 1955,0. J. Despotopoulos, preci¬saba su idea:
«La ciencia de la Naturaleza es ciertamente una de las hazañas más dignas de la historia humana. Pero, a partir del momento en que se desencadenan fuerzas ca¬paces de destruir la Humanidad entera, deja de ser lo que era desde el punto de vista moral. La distinción en¬tre la ciencia pura y sus aplicaciones técnicas se ha he-cho prácticamente imposible. No podríamos, pues, ha¬blar de la ciencia como de un valor en sí. O mejor, en ciertos sectores, los más importantes, constituye ahora un valor negativo, en la medida en que escapa al control de la conciencia para extender sus peligros según el grado de voluntad de poder de los responsables políticos. La idolatría del progreso y de la libertad en materia de investigación científica es totalmente perniciosa. Nues¬tra proposición es ésta: codificación de las conquistas de la ciencia de la Naturaleza realizadas hasta ahora y prohibición total o parcial de su progreso futuro por un consejo supremo mundial de sabios. Ciertamente, tal medida es trágicamente cruel, ya que su objeto apunta a uno de los más nobles impulsos de la Huma¬nidad, y nadie puede subestimar las dificultades inhe¬rentes a dicha medida. Pero no existe otra que sea lo bastante eficaz. Las objeciones fáciles; retorno a la Edad Media, a la barbarie, etc., no contienen ningún ar-gumento serio. No se trata de hacer retroceder a la inte¬ligencia, sino de defenderla. No se trata de restricciones en beneficio de una clase social, sino de salvaguardia de toda la Humanidad. Éste es el problema. Todo lo de-más no es más que división y dispersión de la actividad enfrentándola con subproblemas.»
Estas ideas recibieron favorable acogida en la Pren¬sa inglesa y alemana y han sido extensamente comenta-das en el Boletín de los sabios atomistas de Londres. No se alejan mucho de ciertas proposiciones formula¬das en las conferencias mundiales consagradas al de¬sarme.
No es pecado creer que, en otras civilizaciones, se haya producido, no una ausencia de ciencia, sino un se-creto impuesto a la ciencia. Tal parece ser el origen de la maravillosa leyenda de los Nueve Desconocidos.
La tradición de los Nueve Desconocidos se remon¬ta al emperador Asoka, que reinó en la India a partir del año 273 a.C. Era nieto de Chandragupta, primer unificador de la India. Ambicioso como su antepasado, cuya labor quiso completar, emprendió la conquista del país de Kalinga, que se extendía desde la actual Cal¬cuta a Madras. Los kalingueses resistieron y perdieron cien mil hombres en la batalla. La vista de esta multitud sacrificada trastornó a Asoka. Desde entonces, le tomó horror a la guerra. Renunció a proseguir la integración de los países insurrectos, declarando que la verdadera conquista consiste en ganar el corazón de los hombres por la ley del deber y la piedad, pues la Majestad Sagra¬da desea que todos los seres animados disfruten de se-guridad, de la libre disposición de sí mismos, de la paz y de la felicidad.
Convertido al budismo, Asoka, con el ejemplo de sus propias virtudes, propagó esta religión por toda la India y por todo su imperio, que se extendía hasta Ma¬lasia, Ceilán e Indonesia. Después, el budismo con¬quistó Nepal, el Tibet, la China y Mongolia. Asoka respetaba, empero, todas las sectas religiosas. Predicó el vegetarianismo y proscribió el alcohol y los sacrifi¬cios de animales. H. G. Wells, en su historia del mundo abreviada, escribe: «Entre las decenas de millares de nombres de monarcas que se apretujan en las columnas de la Historia, el nombre de Asoka brilla casi solo, como una estrella.»
Se dice que, conocedor de los horrores de la guerra, el emperador Asoka quiso prohibir para siempre a los hombres el mal uso de la inteligencia. Bajo su reinado, entra en el secreto la ciencia de la Naturaleza, pasada y por venir. Las investigaciones, desde la estructura de la materia a las técnicas de la psicología colectiva, se disi¬mularán en adelante, y durante veintidós siglos, detrás del rostro místico de un pueblo al que el mundo consi¬dera dedicado sólo al éxtasis y a lo sobrenatural, Asoka funda la más poderosa sociedad secreta de la Tierra: la de los Nueve Desconocidos.
Se dice aún que los grandes responsables del destino moderno de la India, y sabios como Bose y Ram, creen en la existencia de los Nueve Desconocidos, e in¬cluso reciben de ellos consejos y mensajes. La imagina-ción entrevé la fuerza de los secretos que pueden deten¬tar nueve hombres que se lucran directamente de las experiencias, de los trabajos, de los documentos acu¬mulados durante más de diez decenas de siglos. ¿Cuá¬les son los fines de estos hombres? No dejar que caigan en manos profanas los medios de destrucción. Prose¬guir las investigaciones beneficiosas para la Humani¬dad. Estos hombres se supone que se renuevan para guardar los secretos técnicos venidos de un remoto pa¬sado.
Las manifestaciones exteriores de los Nueve Des¬conocidos son raras. Una de ellas tiene relación con el prodigioso destino de uno de los hombres más miste¬riosos de Occidente: el Papa Silvestre II, conocido también por el nombre de Gerbert d'Aurillac. Nacido en Auvernia, el año 920, y muerto en 1003, Gerbert fue monje benedictino, profesor de la Universidad de Reims, arzobispo de Rávena por la gracia del emperador Otón III. Se dice que estuvo en España y que un mis¬terioso viaje lo llevó a la India, de donde sacó diversos conocimientos que llenaron de estupefacción a los que le rodeaban. Así fue como poseyó en su palacio una cabeza de bronce que respondía «sí» o «no» a las pre¬guntas que le hacían sobre la política y la situación general de la cristiandad. Según Silvestre II (volu¬men CXXXIX de la Patrística latina de Migne), el pro¬cedimiento era muy sencillo y correspondía al cálculo con dos cifras. Se trataría de un autómata análogo a nuestras modernas máquinas binarias. La cabeza «má¬gica» fue destruida a la muerte del Papa, y los conoci¬mientos registrados por ésta, cuidadosamente disimu¬lados. Sin duda la biblioteca del Vaticano reservaría algunas sorpresas al investigador autorizado. En el número de octubre de 1954 de Computers and Automation, revista de cibernética, podemos leer: «Hay que suponerle un hombre de saber extraordinario, de un ingenio y una habilidad mecánica sorprendentes. Esta cabeza parlante debió de ser modelada bajo cierta con¬junción de las estrellas que se sitúa exactamente en el momento en que todos los planetas van a comenzar su curso.» No era cuestión de pasado, de presente ni de futuro, pues este invento, aparentemente, superaba con mucho el alcance de su rival: el perverso espejo en la pared de la reina, precursor de nuestros cerebros mecánicos modernos. Se dijo, naturalmente, que Gilbert fue sólo capaz de producir esta máquina porque estaba en tratos con el diablo y le había jurado eterna fidelidad.
¿Estuvieron otros europeos en relación con la so¬ciedad de los Nueve Desconocidos ? Hay que esperar al siglo XIX para que resurja este misterio, al través de los libros del escritor francés Jacolliot.
Jacolliot fue cónsul de Francia en Calcuta bajo el Segundo Imperio. Escribió una obra de anticipación considerable, comparable, si no superior, a la de Julio Verne. Ha dejado además varios libros consagrados a los grandes secretos de la Humanidad. Esta obra ex¬traordinaria ha sido saqueada por la mayoría de los ocultistas, profetas y taumaturgos. Completamente ol¬vidada en Francia, es célebre, en cambio, en Rusia.
Jacolliot se muestra positivo: la sociedad de los Nueve Desconocidos es una realidad. Y lo más extraor-dinario es que cita, a este respecto, técnicas que eran del todo inconcebibles en 1860, como, por ejemplo, la libe¬ración de la energía, la esterilización por radiaciones y también la guerra psicológica.
Yersin, uno de los más próximos colaboradores de Pasteur y de Roux, pudo haber tenido acceso a secretos biológicos a raíz de un viaje a Madras, en 1890, y puesto a punto, gracias a las indicaciones que recibieron, el suero contra la peste y el cólera.
La primera vulgarización de la historia de los Nue¬ve Desconocidos se produjo en 1927, con la publica¬ción del libro de Talbot Mundy que perteneció, duran¬te veinticinco años, a la Policía inglesa de la India. El libro está a medio camino entre la novela y la investi¬gación. Según él, los Nueve Desconocidos emplea¬rían un lenguaje sintético. Cada uno de ellos estaría en posesión de un libro constantemente escrito de nue¬vo y que contendría la exposición detallada de una ciencia.
El primero de estos libros estaría consagrado a las técnicas de propaganda y de guerra psicológica. «De todas las ciencias —dice Mundy— la más peligrosa se¬ría la del control del pensamiento de las multitudes, pues ella permitiría gobernar el mundo entero.» Hay que observar que la Semántica general de Korjibski sólo data de 1937, y que hay que esperar la experiencia de la última guerra mundial para que empiecen a crista¬lizar en Occidente las técnicas de psicología del lengua¬je, es decir, de propaganda. El primer colegio de se¬mántica americano no ha sido creado hasta 1950. En Francia, apenas si conocemos más que Le Viol des Foules, de Serge Chokotin, cuya influencia ha sido im¬portante en los medios intelectuales politizantes, aun¬que no haga más que rozar la cuestión.
El segundo libro estaría consagrado a la fisiología. Como cosa más importante, explicaría el medio de ma¬tar a un hombre con sólo tocarle, produciéndose la muerte por inversión del influjo nervioso. Se dice que el «judo» pudo nacer de «infiltraciones» de esta obra.
El tercero estudiaría la microbiología, y especial¬mente los coloides de protección.
El cuarto trataría de la transmutación de los meta¬les. Según una leyenda, en tiempos de penuria, los terapíos y las organizaciones religiosas de caridad reciben, de fuente secreta, grandes cantidades de un oro muy fino.
El quinto comprendería el estudio de todos los me¬dios de comunicación, terrestres y extraterrestres.
El sexto contendría los secretos de la gravitación.
El séptimo sería la más vasta cosmogonía concebi¬da por nuestra Humanidad.
El octavo trataría de la luz.
El noveno estaría consagrado a la sociología, for¬mularía las reglas de la evolución de las sociedades y permitiría prever su caída.
Con la leyenda de los Nueve Desconocidos, se re¬laciona el misterio de las aguas del Ganges. Multitudes de peregrinos, portadores de las más espantosas y di¬versas enfermedades, se bañan sin ningún peligro para los que están sanos. Las aguas sagradas lo purifican todo. Se ha querido atribuir esta extraña propiedad del río a la formación de bacteriófagos. Pero, ¿por qué no se forman también en el Brahmaputra, en el Amazonas o en el Sena?
La hipótesis de una esterilización por radiaciones aparece en la obra de Jacolliot, cien años antes de que se sepa que tal fenómeno es posible. Estas radiaciones, se¬gún Jacolliot, provendrían de un templo secreto exca-vado bajo el lecho del Ganges.
Al margen de las agitaciones religiosas, sociales y políticas, resueltas y perfectamente disimuladas, los Nue-ve Desconocidos encarnan Ja imagen de la ciencia sere¬na, de la ciencia con conciencia. Dueña de los destinos de la Humanidad, pero absteniéndose de emplear su propio poderío, esta sociedad secreta constituye el más bello homenaje de la libertad en las alturas. Vigilantes en el seno de su gloría oculta, estos nueve hombres con-templan cómo se hacen, deshacen y rehacen las civiliza¬ciones, menos indiferentes que tolerantes, prestos a ayudar, pero siempre en este orden del silencio que es la medida de la grandeza humana.
¿Mito o realidad? Mito soberbio, en todo caso, sur¬gido de lo más hondo de los tiempos... y resaca del fu-turo.
III
Una palabra más sobre el realismo fantástico. — Ha, habido técnicas. — Ha existido la necesidad del secreto y se vuelve a ella. — Viajamos en el tiempo. — Quere¬mos ver en su continuidad el océano del espíritu. — Reflexiones nuevas sobre el ingeniero y el mago. — El pa¬sado, el porvenir. — El presente se retrasa en ambos sentidos. — El oro de los libros antiguos. — Una mirada nueva al mundo viejo.

No somos ni materialistas ni espiritualistas: esta dis¬tinción no tiene ya para nosotros el menor sentido. Sencillamente, buscamos la realidad sin dejarnos dominar por el reflejo condicionado del hombre moderno (a nuestros ojos retardatario), que vuelve la espalda en cuanto esta realidad adquiere un aspecto fantástico. Nos hemos hecho bárbaros de nuevo, para vencer este refle¬jo, igual que tuvieron que hacer los pintores para desga-rrar el velo de convenciones tendido entre sus ojos y las cosas. También como ellos, hemos optado por métodos balbucientes, salvajes y a veces infantiles. Nos coloca¬mos ante los elementos y los métodos de conocimiento, como Cézanne ante la manzana, como Van Gogh ante el campo de trigo. Nos negamos a excluir hechos, aspectos de la realidad, con el pretexto de que no son «oportu¬nos», de que desbordan las fronteras fijadas por las teorías habituales. Gauguin no excluye un caballo rojo; Manet no excluye la mujer desnuda entre los comensales del Almuerzo sobre la hierba; Max Ernst, Picabia y Dalí, no excluyen las figuras brotadas del sueño ni el mundo que vive en la parte sumergida de la conciencia. Nuestro modo de hacer y de ver provocará censuras, desprecio, sarcasmos. Se nos negará la entrada en el Salón. En nues¬tro campo, todavía no se acepta lo que se ha acabado por aceptar de los pintores, de los poetas, de los cineastas, de los decoradores, etc. La ciencia, la psicología, la sociología, son bosques tabú. No bien la hemos apartado, la idea de lo sagrado vuelve al galope, bajo diversos disfra¬ces. ¡Qué diablo! La ciencia no es una vaca sagrada: se la puede empujar, hacer que despeje el camino.
Volvamos a nuestro tema. En esta parte de nuestro libro, titulada El futuro anterior, razonamos de este modo:
— Es posible que lo que llamamos esoterismo, ci¬miento de las sociedades secretas y de las religiones, sea
el residuo difícilmente comprensible y manejable de un conocimiento muy antiguo, de naturaleza técnica, que
se aplica a la vez a la materia y al espíritu. Más adelante desarrollaremos esto.
— Los «secretos» no serían fábulas, cuentos ni jue¬gos, sino recetas técnicas precisas, llaves que abrieran
los poderes contenidos en el hombre y en las cosas.
— Ciencia y técnica no son lo mismo. Contraria mente a lo que se podría pensar, la técnica, en muchos
casos, no sigue a la ciencia, sino que la precede. La téc¬nica hace. La ciencia demuestra que es imposible hacer.
Después las barreras de la imposibilidad se derrumban. No pretendemos, naturalmente, que la ciencia sea vana. Ya se verá el valor que damos a la ciencia y con qué ojos maravillados la vemos cambiar de semblante. Pensa-mos, sencillamente, que las técnicas han podido prece¬der, en un pasado lejano, a la aparición de la ciencia.
— Podría ser que algunas técnicas pasadas hubiesen dado a los hombres poderes demasiado peligrosos para ser divulgados.
— La necesidad del secreto podría obedecer a dos razones:
A) La prudencia. «El que sabe no habla.» No dejéis que las llaves vayan a parar a malas manos.
B) El hecho de que la posesión y el manejo de tales técnicas y conocimientos exige del hombre structuras mentales distintas de las propias del estado de vigilia ordinario, una situación de la inteligencia y del lengua¬je en otro plano, de tal suerte que nada es comunicable al nivel del hombre ordinario. El secreto no es un efec¬to de la voluntad del que lo posee, sino un efecto de su naturaleza misma.
— Comprobamos la existencia de un fenómeno se¬mejante en nuestro presente moderno. El desarrollo in-cesantemente acelerado de la técnica impone a los que saben el deseo, y después la necesidad, del secreto. El peligro extremado conduce a la extrema discreción. Llegado a un cierto nivel, el conocimiento se oculta a medida que progresa. Se forman concejos de sabios y de técnicos. El lenguaje del saber y del poder se hace incomunicable. En el plano de la investigación psico-matemática se plantea limpiamente el problema de las estructuras mentales diferentes. En el límite, los que detentan, como decía Einstein, «el poder de tomar grandes decisiones para el bien y para el mal», forman una criptocracia. El porvenir se asemeja a las descripciones tradicionales.
— Nuestra visión del conocimiento pasado no está de acuerdo con el esquema «espiritualista». Nuestra vi-sión del presente y del porvenir próximo introduce la magia donde no quiere verse más que lo racional. Para nosotros, no se trata más que de buscar corresponden¬cias que nos iluminen. Éstas nos permiten situar la
aventura humana en la totalidad de los tiempos. Todo lo que puede servirnos de puente es bueno para nosotros.
En el fondo, en esta parte del libro como en las otras, nuestra proposición es ésta:
El hombre tiene indudablemente la posibilidad de estar en relación con la totalidad del Universo. Conoci¬da es la paradoja de Langevin. Andrómeda está a tres millones de años luz de la Tierra. Pero el viajero que se desplazase a una velocidad próxima a la de la luz sólo envejecería algunos años. Según la teoría unitaria de Jean Charon, por ejemplo, no sería inconcebible que la Tierra, durante este viaje, envejeciese más. El hombre estaría, pues, en contacto con el todo de la creación, donde espacio y tiempo representarían un papel distin¬to del aparente. Por otra parte, la investigación psico-matemática, en el punto en que la dejó Einstein, es una tentativa de la inteligencia humana para descubrir la ley que regiría el conjunto de las fuerzas universales (gravi-tación, electromagnetismo, luz, energía nuclear). Una tentativa de visión unitaria, en que todo el esfuerzo del espíritu tiende a situarse en un punto desde el cual sería visible la continuidad. Y, ¿de dónde vendría el deseo del espíritu si éste no presintiese que aquel punto exis¬te, que le es posible situarse de aquella suerte? «No me buscarías si no me hubieses ya encontrado.»
En otro plano, pero dentro de este mismo movi¬miento, buscamos una visión continua de la aventura de la inteligencia humana, del conocimiento humano. Por esto nos verán viajar a toda velocidad de la magia de la técnica de la Rosacruz a Princeton, de los mayas a los hombres de las próximas mutaciones, del sello de Salomón a la tabla periódica de los elementos, de las ci¬vilizaciones desaparecidas a las civilizaciones que ven-drán, de Fulcanelli a Oppenheimer, del hechicero a la máquina electrónica analógica, etc. A toda velocidad, o mejor dicho, a una velocidad tal que el espacio y el tiempo rompan su cáscara y aparezca la visión del con-tinuo. Existe el viaje en sueños y el viaje real. Nosotros hemos preferido el viaje real. En este sentido, este libro no es una ficción. Hemos construido aparatos, es decir, correspondencias demostrables, comparaciones váli-das, equivalencias indiscutibles. Aparatos que funcio¬nan, cohetes que parten. Y. a veces, en ciertos momen¬tos, nos ha parecido que nuestro espíritu alcanzaba el punto desde el cual es visible la totalidad del esfuerzo humano. Las civilizaciones, los momentos del conoci¬miento y de la organización humana, son como otras tantas rocas en el océano. Cuando se ve una civiliza¬ción, un momento del conocimiento, no se ve más que el choque del océano contra esta roca, la ola que rompe, la espuma que brota. Hemos buscado el lugar desde el cual se pueda contemplar el océano entero, en su tran¬quila y poderosa continuidad, en su unidad armónica.
Volvamos ahora a las reflexiones sobre la técnica, la ciencia y la magia. Ellas precisarán nuestra tesis sobre el concepto de la sociedad secreta (o mejor, de «conspira¬ción a la luz del día») y nos servirán de iniciación para próximos estudios, unos sobre la alquimia, otros sobre las civilizaciones desaparecidas.
Cuando un joven ingeniero ingresa en una indus¬tria, distingue enseguida dos universos diferentes. Exis¬te el del laboratorio, con las leyes definidas de los ex¬perimentos que se pueden reproducir en él, con una imagen del mundo comprensible. Existe el Universo real, donde las leyes no se cumplen siempre, donde los fenómenos son a veces imprevistos, donde lo imposible se realiza. Si es de temperamento fuerte, el ingeniero en cuestión reacciona con cólera, con pasión, con deseo de «violar a esa puerca materia». Los que adoptan esta actitud viven vidas trágicas. Pensemos en Edison, en Telsa, en Armstrong. Les guía un demonio. Werner von Braun ensaya sus cohetes sobre los londinenses, mata a miles de ellos para que al fin lo detenga la Gestapo por haber declarado: «A fin de cuentas, me importa un ble¬do la victoria de Alemania, ¡lo que quiero es la conquis¬ta de la Luna!» Se ha dicho que la tragedia está hoy en la política. Esto es una visión mezquina. La tragedia está en el laboratorio. A sus «magos» se debe el progre¬so técnico. La técnica no es en modo alguno, pensamos nosotros, aplicación práctica de la ciencia. Por el con¬trario, se desarrolla contra la ciencia. El eminente mate-mático y astrónomo Simón Newcomb demuestra que lo más pesado que el aire no puede volar. Dos repara-dores de bicicletas probaron que estaba equivocado. Rutherford y Millikan demuestran que jamás se po¬drán explotar las reservas de energía del núcleo atómi¬co. Y estalla la bomba de Hiroshima. La ciencia enseña que una masa de aire homogéneo no puede separarse en aire caliente y aire frío. Hilsch nos muestra que basta con hacer circular aquella masa por un tubo apropia¬do. La ciencia coloca barreras de imposibilidad. El in¬geniero, al igual que el mago ante los ojos del explora¬dor cartesiano, pasa a través de las barreras, por un fenómeno análogo a lo que los físicos llaman «el efecto túnel». Le atrae una aspiración mágica. Quiere ver de¬trás del muro, ir a Marte, capturar el rayo, fabricar oro. No busca lucro ni gloria. Busca sorprender al Universo en flagrante delito de ocultación. En el sentido de Jung, es un arquetipo. Por los milagros que intenta realizar, por la fatalidad que pesa sobre él, por el fin doloroso que le espera casi siempre, es el hijo del héroe de las sa¬gas y de las tragedias griegas.
Como el mago, tiende al secreto, y, también como él obedece a la ley de similitud que Frazer formuló en su estudio de la magia. En sus comienzos, el invento es una imitación del fenómeno natural. La máquina vola¬dora se parece al pájaro; el autómata, al hombre.
Ahora bien, el parecido al objeto, el ser o el fenó¬meno cuyos poderes quieren captar, resulta casi siem¬pre inútil, léase perjudicial, al buen funcionamiento del aparato inventado. Pero, como el mago, el inventor ex¬trae de la similitud una fuerza, una voluptuosidad, que empujan hacia adelante.
El paso de la imitación mágica a la tecnología cientí¬fica, podría ser descubierto en muchos casos. Ejemplo: En un principio, se obtuvo el endurecimiento su¬perficial del acero, en el Próximo Oriente, hundiendo una hoja enrojecida al fuego en el cuerpo de un prisione¬ro. He aquí una práctica mágica típica: se intenta trans¬ferir a la hoja las virtudes guerreras del adversario. Esta práctica fue conocida en Occidente por medio de los cru¬zados, que habían comprobado que el acero de Damasco era, efectivamente, más duro que el de Europa. Se hicie¬ron experimentos: se sumergió el acero en agua, en la que flotaban pieles de animales. Se obtuvo el mismo resulta-do. En el siglo XIX se advirtió que estos resultados eran debidos al nitrógeno orgánico. En el siglo xx, con la li-cuefacción de los gases, se perfeccionó el procedimien¬to templando el acero en nitrógeno líquido a baja tem-peratura. Bajo esta forma, la «nitruración» es parte de
nuestra tecnología.
Se podría encontrar otro lazo entre magia y técnica estudiando los «encantamientos» que los antiguos al-quimistas pronunciaban durante sus trabajos. Proba¬blemente se trataba de medir el tiempo en la oscuridad del laboratorio. Los fotógrafos emplean a menudo ver¬daderas fórmulas para contar, que recitan sobre el baño, y nosotros mismos hemos oído a uno de ellos en la cumbre de la Jungfrau, mientras era revelada una pla¬ca impresionada por los rayos cósmicos.
En fin, existe otro lazo, más fuerte y curioso, entre magia y técnica, y es la simultaneidad en la aparición de los inventos. La mayoría de los países registran el día e incluso la hora de la presentación de una patente. Mu-chas veces se ha comprobado que inventores que no se conocían, y que trabajaban muy lejos el uno del otro, presentaban la misma patente en el mismo instante. Este fenómeno sería difícil de explicar con la vaga idea de que «los inventos están en el aire» o de que «el in¬ventor aparece cuando se le necesita». Pero si existe la percepción extrasensorial, la comunicación de las inte¬ligencias empeñadas en la misma investigación, el he¬cho merecería un estudio estadístico realizado a fondo. Este estudio nos haría comprender acaso este otro he¬cho: que las técnicas mágicas se encuentran, idénticas, en la mayoría de las antiguas civilizaciones, al través de montañas y de océanos...
Vivimos con la idea de que el invento técnico es un fe¬nómeno contemporáneo. Y es que nunca hacemos el esfuerzo de consultar los documentos antiguos. No existe un solo servicio de investigación científica enfo¬cado hacia el pasado. Los libros antiguos, si son leídos alguna vez, lo son por escasos eruditos de formación puramente literaria o histórica. Lo que contienen de ciencia y de técnica, escapa, pues, a la atención. ¿Nos desinteresamos del pasado porque nos vemos demasiado solicitados por la preparación del porvenir? No es muy seguro. La inteligencia francesa parece retardada por los esquemas del siglo XIX
Puntos:
08-12-12 21:36 #10841924 -> 10576772
Por:No Registrado
RE: Vaya tela.
Ya te han dicho keres un pesao

NO SIGAS KON TUS PETARDÁS LITERARIAS

¿TE GUSTA HACERTE EL INTERESANTE?

LO KE ESCRIBES ES UNA MIERDA Y TU UN AMARGAO RESENTIO

YA SABES PORKE LO DIGO Y NO INSULTES A NADIE Mal o muy enfadado Mal o muy enfadado
Puntos:
08-12-12 22:39 #10842070 -> 10576772
Por:No Registrado
RE: Vaya tela.
jajajaja yo me descojono con este tío. Es un escritor de pakotilla que mal escribe el mu jodio y mu plasta.
Puntos:
11-12-12 09:56 #10855544 -> 10576772
Por:No Registrado
RE: Vaya tela.
No entiendo como el foro permite estos actos
para segun que, te bloquea, con solo opinar diferente de un o o dos foreros y en canbio , permite estas aberraciones
vaya, que el foro esta como el pais
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