28-06-08 10:25 | #978476 |
Por:No Registrado | |
BLANCANIEVES Y LOS SIETE ENANITOS Cuando murió la madre de Blanquita dijo su padre, el Rey: "Esto me irrita. ¡Qué cosa tan pesada y tan latosa! Ahora tendré que dar con otra esposa..." -es, por lo visto, un lío del demonio para un Rey componer su matrimonio-. Mandó anunciar en todos los periódicos: "Se necesita Reina" y, muy metódico, recortó las respuestas que en seguida llegaron a millones... "La elegida ha de mostrar con pruebas convincentes que eclipsa a cualquier otra pretendiente". Por fin fue preferida a las demás la señorita Obdulia Carrascás, que trajo un artefacto extraordinario comprado a algún exótico anticuario: era un _espejo mágico parlante_ con marco de latón, limpio y brillante, que contestaba a quien le planteara cualquier cuestión con la verdad más clara. Así, si, por ejemplo, alguien quería saber qué iba a cenar en ese día, el chisme le decía sin tardar: "Lentejas o te quedas sin cenar". El caso es que la Reina, que Dios guarde, le preguntaba al trasto cada tarde: "Dime Espejito, cuéntame una cosa: de todas, ¿no soy yo la más hermosa?". Y el cachivache siempre: "Mi Señora, vos sois la más hermosa, encantadora y bella de este reino. No hay rival a quien no hayáis comido la moral". La Reina repitió diez largos años la estúpida pregunta y sin engaños le contestó el Espejo, hasta que un día Obdulia oyó al cacharro que decía: "Segunda sois, Señora. Desde el jueves es mucho más hermosa Blancanieves". Su majestad se puso furibunda, armó una impresionante barahúnda y dijo: "¡Yo me cargo a esa muchacha! ¡La aplastaré como a una cucaracha! ¡La despellejaré, la haré guisar y me la comeré para almorzar!". Llamó a su Cazador al aposento y le gritó: "¡Cretino, escucha atento! Vas a llevarte al monte a la Princesa diciéndole que vais a buscar fresas y, cuando estéis allí, vas a matarla, desollarla muy bien, descuartizarla y, para terminar, traerme al instante su corazón caliente y palpitante". El Cazador llevó a la criatura, mintiéndole vilmente, a la espesura del Bosque. La Princesa, que se olió la torta, dijo: "¡Espere! ¿Qué he hecho yo para que usted me mate, señor mío? -el brazo y el cuchillo de aquel tío erizaban el pelo al más pintado-. ¡Déjeme, por favor, no sea pesado!". El Cazador, que no era mala gente, se derritió al mirar a la inocente. "¡Aléjate corriendo de mi vista, porque, si me lo pienso más, vas lista...!". La chica ya no estaba -¡qué iba a estar!- cuando el verdugo terminó de hablar. Después fue el hombre a ver al carnicero, pidió que le sacara un buen cordero, compró media docena de costillas amén del corazón y, a pies juntillas, Obdulia tomó aquella casquería por carne de Princesa. "¡Que mi tía se muera si he faltado a vuestro encargo, Señora...! Se hace tarde... Yo me largo...". "Os creo, Cazador. Marchad tranquilo -dijo la Reina-. ¡Y ese medio kilo de chuletilla y ese corazón los quiero bien tostados al carbón!", y se los engulló, la muy salvaje, con un par de vasitos de brebaje. ¿Qué hacía la Princesa, mientras tanto? Pues auto-stop para curar su espanto. Volvió a la capital en un boleo y consiguió muy pronto un buen empleo de ama de llaves en el domicilio de siete divertidos hombrecillos. Habían sido jockeys de carreras y eran muy majos todos, si no fuera por un vicio que en sábados y fiestas les devoraba el coco: ¡las apuestas! Así, si en los caballos no atinaban un día, aquella noche no cenaban... Hasta que una mañana dijo Blanca: "Tengo una idea, chicos, que no es manca. Dejad todo el asunto de mi cuenta, que voy a resolveros vuestra renta, pero hasta que yo vuelva de un paseo no quiero que juguéis ni al veo-veo". Se fue Blanquita aquella misma noche de nuevo en auto-stop, -y en un buen coche- hasta Palacio y, siendo chica lista, cruzó los aposentos sin ser vista; el Rey estaba absorto haciendo cuentas en el Despacho Real y la sangrienta Obdulia se encontraba en la cocina comiendo pan con miel y margarina. La joven pudo, pues, llegar al fin hasta el dichoso Espejo Parlanchín, echárselo en un saco y, de puntillas, volver sobre sus pasos dos mil millas -que eso le parecieron, pobrecita-. "¡Muchachos, aquí traigo una cosita que todo lo adivina sin error! ¿Queréis probar?". "¡Sí, sí!", dijo el mayor: "Mira, Espejito, no nos queda un chavo, así que has de acertar en todo el clavo: ¿quién ganará mañana la tercera?". "La yegua Rififí será primera", le contestó el Espejo roncamente... ¡Imaginad la euforia consiguiente! Blanquita fue aclamada, agasajada, despachurrada a besos y estrujada. Luego corrieron todos los Enanos hasta el local de apuestas más cercano y no les quedó un mal maravedí que no fuera a parar a Rififí: vendieron el Volkswagen, empeñaron relojes y colchones, se entramparon con una sucursal de la Gran Banca para apostarlo todo a su potranca. Después, en el hipódromo, se vio que el Espejito no se equivocó, y ya siempre los sábados y fiestas ganaron los muchachos sus apuestas. Blanquita tuvo parte en beneficios por ser la emperatriz del artificio, y, en cuanto corrió un poco el calendario, se hicieron todos superbillonarios -de donde se deduce que jugar no es mala cosa... si se va a ganar-. | |
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