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Bollullos Par del Condado - Huelva

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España > Huelva > Bollullos Par del Condado
20-02-14 08:16 #11875151
Por:No Registrado
¿podemos seguir comiendo tanta carne?
Esther Vivas | Etselquemenges.cat

La carne se ha convertido en indispensable en nuestras comidas. Parece que no podamos vivir sin ella. Si hasta hace pocos años, su consumo era un privilegio, una comida de fechas señaladas, hoy se ha convertido en un acto cotidiano. Quizás, incluso, demasiado cotidiano. ¿Necesitamos comer tanta carne? ¿Qué impacto tiene en el medio ambiente? ¿Qué consecuencias para el bienestar animal? ¿Para los derechos de los trabajadores? ¿Y para nuestra salud?

El consumo de carne se asocia a progreso y modernidad. De hecho, en el Estado español entre 1965 y 1991 su ingesta se multiplicó por cuatro, especialmente la de carne de cerdo, según datos del Ministerio de Agricultura. En los últimos años, sin embargo, el consumo en los países industrializados se ha estancado o incluso ha disminuido, debido, entre otros, a los escándalos alimentarios (vacas locas, gripe aviar, pollos con dioxina, carne de caballo en lugar de carne de vaca, etc.) y a una mayor preocupación sobre lo que comemos. De todos modos, hay que recordar que también aquí, y más en un contexto de crisis, amplios sectores no pueden optar a alimentos frescos ni de calidad o a escoger entre dietas con o sin carne.

La tendencia en los países emergentes, como Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los llamados BRICS, en cambio, va en aumento. Estos concentran el 40% de la población mundial y entre el 2003 y el 2012 su consumo de carne aumentó un 6,3%, y se espera que entre 2013 y 2022 crezca un 2,5%. El caso más espectacular es el de China, que ha pasado en pocos años, de 1963 a 2009, de consumir 90 kilocalorías de carne por persona al día a 694, como indica el Atlas de la Carne. ¿Los motivos? El aumento de la población en estos países, su urbanización y la imitación de un estilo de vida occidental por parte de una amplia clase media. De hecho, definirse como “no vegetariano” en la India, un país vegetariano por antonomasia, se ha convertido, entre algunos sectores, en un estatus social.

Un consumo caro para el planeta

Pero el incremento de la ingesta de carne en el mundo no resulta gratuito sino que sale muy caro, tanto en términos medioambientales como sociales. Para producir un kilo de carne de ternera, por poner un ejemplo, se necesitan 15.500 litros de agua, mientras que para producir un kilo de trigo hacen falta 1.300 y por un kilo de zanahorias 131, según el Atlas de la Carne. Entonces, si para satisfacer la actual demanda de carne, huevos y derivados lácteos en todo el mundo se necesitan cada año más de 60 mil millones de animales de granja, engordarlos sale carísimo. De hecho, la cría industrial de animales genera hambre, ya que 1/3 de las tierras de cultivo y un 40% de la producción de cereales en el mundo se destina a alimentarlos, en lugar de dar de comer directamente a las personas. Y no todo el mundo puede permitirse pagar un trozo de carne de la agroindustria. Según datos del Grupo ETC, 3.500 millones de personas, la mitad de los habitantes del planeta, podrían nutrirse con lo que consumen estos animales.

Además, vacas, cerdos y gallinas, en el actual modelo de producción industrial e intensivo, son algunos de los principales generadores de cambio climático. ¡Quién lo diría! Se calcula que la ganadería y sus subproductos generan el 51% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. De hecho, una vaca y su ternero en una granja de carne emiten más emisiones que un coche con trece mil kilómetros a sus espaldas, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Nosotros, al comer carne somo corresponsables.

El maltrato es la cara más cruenta de la ganadería industrial, donde los animales dejan de ser seres vivos para convertirse en cosas y mercancías. El documental Samsara, sin escenas de violencia explícita, muestra la brutalidad oculta, extrema, de las granjas de producción de carne, leche…, donde los animales malviven y los trabajadores los descuartizan, golpean, destripan como si fueran objetos. Un modelo productivo que tiene sus orígenes en los mataderos de Chicago, a principios del siglo XX, donde la producción en línea permitía, en sólo quince minutos, matar y trocear una vaca. Un método tan “eficiente” que Henry Ford lo adoptaría para la fabricación de automóviles. Para el capital, no hay diferencia entre un coche y un ser con vida. ¿Y para nosotros? La distancia entre el campo y el plato se ha hecho tan grande en los últimos años que como consumidores ya no somos conscientes muchas veces que tras un embutido, una lasaña o unos espaguetis a la carbonara había vida.

Trabajo precario

Las condiciones laborales de quienes trabajan en estas granjas deja mucho que desear. De hecho, entre los animales que se sacrifican y los empleados que trabajan hay más puntos en común de lo que estos últimos pudiesen imaginar. Upton Sinclair en su brillante obra La jungla, donde retrataba la precaria vida de los trabajadores de los mataderos de Chicago en los primeros años del siglo pasado, lo dejaba claro: “Allí se sacrificaban hombres igual que se sacrificaba ganado: cortaban sus cuerpos y sus almas a trozos y los convertían en dólares y céntimos”. Hoy, muchos mataderos contratan en condiciones precarias a personas inmigrantes, mexicanos en Estados Unidos, como retrataba la excelente película de Richard Linklater Fast Food Nation, o de Europa del Este en los países del centro de la Unión. La obra de Sinclair sigue cien años después estando de plena actualidad.

La industria ganadera, así mismo, tiene una efecto nefasto sobre nuestra salud. El suministro sistemático de medicinas de manera preventiva a los animales para que puedan sobrevivir en pésimas condiciones de estabulación hasta el matadero y para obtener un engorde más rápido, y con menos coste para la empresa, lleva a que se desarrollen bacterias resistentes a estos fármacos. Unas bacterias que fácilmente pueden pasar a las personas a través, entre otros, de la cadena alimentaria. En la actualidad, según la Organización Mundial de la Salud, se suministran más antibióticos a animales sanos que a personas enfermas. En China, por ejemplo, se estima que más de 100 mil toneladas de antibióticos al año se dan a los animales, la mayoría sin ningún tipo de control, y en Estados Unidos, el 80% de los antibióticos que se suministran van a parar al ganado, como indica el Atlas de la Carne. Y eso no es todo, la propia FAO reconoce que en los últimos quince años, el 75 % de las enfermedades humanas epidémicas tienen su origen en los animales, como la gripe aviar o la gripe porcina, consecuencia de un modelo ganadero insalubre.

¿Quién gana con este modelo? Obviamente nosotros no, aunque nos quieran hacer creer lo contrario. Unas pocas multinacionales controlan el mercado: Smithfield Foods, JBS, Cargill, Tyson Foods, BRF, Vion. Y obtienen importantes beneficios con un sistema que contamina el medio ambiente, genera cambio climático, explota a los trabajadores, maltrata a los animales y nos pone enfermos.

Una pregunta se impone: ¿podemos seguir comiendo tanta carne ?

*Artículo publicado inicialmente en catalán en Etselquemenges.cat, 18/02/2014.
Puntos:
20-02-14 16:19 #11875704 -> 11875151
Por:No Registrado
RE: ¿podemos seguir comiendo tanta carne?
Es un pecado comer tanta carne cuando hay tanta gente pasando calamidades. Y encima la carne que compré el otro día en el super era asquerosa dura y seca.
Puntos:
02-03-14 13:05 #11889285 -> 11875151
Por:No Registrado
RE: ¿podemos seguir comiendo tanta carne?
Esther Vivas |Público

Nos dicen que comer pescado es de lo mejor. Nos aporta ácido graso omega 3, vitaminas B, calcio, yodo… Sin embargo, ¿comer pescado es tan saludable? ¿Seguro que es beneficioso para nosotros y el medio ambiente? ¿Qué efectos tiene en los fondos y especies marinas? ¿Y en las comunidades locales? ¿Quién sale ganando con su creciente demanda? Aguas turbias se mueven en las bambalinas de la industria pesquera.

El consumo de pescado va a más. Su producción mundial batió un nuevo récord en 2013 alcanzando los 160 millones de toneladas, con la pesca de captura y la de piscifactorías, frente a los 157 millones del año anterior, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Una tendencia que se sustenta en una sólida demanda en los mercados internacionales y en un aumento de la misma en Asia Oriental y el sudeste asiático, especialmente en China. En Europa, el Estado español es uno de los mayores consumidores, con una media de 26,8 kilos de pescado por persona y año, según datos de Mercasa de 2011, a pesar del descenso que su consumo ha sufrido en los últimos tiempos debido a la crisis.

Una demanda creciente que se ha visto satisfecha por la expansión de la acuicultura intensiva, o lo que sería lo mismo “granjas de pescado” o piscifactorías. Calco y copia del modelo de ganadería industrial, aplicado en esta ocasión a la pesca. Hoy, uno de cada dos peces que comemos procede de dicha producción. Se trata de un modelo en auge que, se calcula, en el 2030 suministrará casi dos tercios de todo el pescado consumido en el mundo, según el informe La pesca hasta 2030: Perspectivas de la pesca y la acuicultura del Banco Mundial y la FAO. Sin embargo, el negativo impacto social y medioambiental de este modelo, desde su instalación al “cultivo” y procesado de los peces, es la otra cara de la moneda.

Pez come pez

La lógica del capital impacta de pleno en su producción. Se crían las especies de alto valor económico, las más demandadas para el consumo. En Noruega, el salmón; en el Estado español, la dorada, la lubina, la trucha, el atún. La mayoría, peces carnívoros: pescado que a su vez necesita de otro para su engorde. El periodista Paul Greenberg, en su obra ‘Cuatro peces. El futuro de los últimos alimentos salvajes’, lo dejaba claro: para producir 1 kilo de salmón se necesitan 3 kilos de otras especies de pescado y para 1 kilo de atún, nada más y nada menos, que 20 kilos. Lo que genera una mayor sobreexplotación de los recursos pesqueros. Unos bienes, a menudo, sustraídos de las costas de países del Sur, mermando así bienes imprescindibles para su alimentación. El resultado es un producto de lujo a merced de los bolsillos que lo pueden costear y consumir.

Los tratamientos que se aplican en las piscifactorías para combatir las enfermedades infecciosas de los peces son otro factor de riesgo para la salud medioambiental y el consumo humano. Un ejemplo son los baños de formol, con una función antiparasitaria, y el subministro preventivo de antibióticos, que se acumulan en los órganos internos del animal, y su uso sistemático facilita la aparición de patógenos resistentes. Las condiciones en las que se encuentran los peces no ayuda. El hacinamiento en piscinas y jaulas está al orden del día y permite fácilmente la propagación de enfermedades por fricciones, estrés o canibalismo.

Su impacto en el territorio y las comunidades es, también, importante. Las mismas instalaciones, grandes superficies de piscinas, compiten con el uso de dicho terreno por parte de la población local, ya sea para el cultivo, el pastoreo. Las aguas de estos emplazamientos, con altas dosis de productos químicos y sustancias tóxicas, contaminan los suelos y el entorno acuático, y la introducción de especies exóticas y la fuga de ejemplares afecta a las especies nativas.

De la costa a mar adentro

La pesca de captura a gran escala, por su parte, desde la costa hasta las aguas más profundas, tiene asimismo consecuencias muy negativas tanto para los propios recursos pesqueros como para el medio ambiente. En el Mediterráneo, el 92% de las poblaciones de peces están sobreexplotadas, el 63% en el Atlántico, según datos de Ecologistas en Acción. Varias especies marinas se ven amenazadas y en peligro de extinción. La sobrepesca ha sido la práctica dominante y su consecuencia: la disminución de peces en el mar.

A parte, la contaminación del agua incide en dichos animales. La presencia de mercurio en los peces es la más conocida y amenaza el ecosistema y nuestra salud, al tratarse de una sustancia tóxica que afecta al cerebro y al sistema nervioso. Según Ecologistas en Acción, el pescado contiene cada vez más mercurio. En 2013, en la Unión Europea se notificaron 96 casos de pescado contaminado, frente a los 68 del año anterior. La organización ecologista denuncia que los límites de mercurio permitidos por la Unión Europea no son suficientes, porque no tienen en cuenta ni el consumo medio ni las características corporales del consumidor. Los máximos permitidos por la FAO y la Organización Mundial de la Salud, en cambio, son más restrictivos. Nuestra salud, en juego.

El medio ambiente se ve también perjudicado, especialmente por técnicas como la pesca de arrastre, que a través del uso de redes que barren el suelo del mar, destruye los fondos marinos, acaba con hábitats naturales como arrecifes de coral y captura, más allá de los peces objetivo, ejemplares inmaduros y pescados no deseados que acaban siendo descartados, y lanzados de nuevo, muertos o casi muertos, al agua. En la pesca de arrastre de cigala en el Mar del Norte, por ejemplo, se estima, según datos de Ecologistas en Acción, que las capturas no deseadas y descartadas alcanzan el 98% del total. Una práctica que igualmente se da en otros modelos de pesca en teoría más selectivos como la del palangre, con miles de anzuelos con cebos que cuelgan de líneas que pueden medir metros o kilómetros. En el Mar Adriático, los descartes de dicho modelo de pesca pueden llegar hasta el 50% de la captura. La pesca industrial con grandes embarcaciones aumenta el riesgo de contaminación a causa de derrames de petróleo y combustible. El agua, parece, lo engulle todo. Sin embargo, la vida en el mar se agota.

Otro impacto de la pesca industrial se da en tierra firme, en las comunidades. La tan magnífica como dura película de Hubert Sauper ‘La pesadilla de Darwin‘ lo muestra con toda crudeza. La vida de 25 millones de personas alrededor del Lago Victoria, más de la mitad en situación de desnutrición, recogen las migajas de la boyante industria de procesado y comercialización de perca del Nilo destinada al mercado extranjero. Se trata de la cara oculta, y más dramática, de lo que aquí en la pescadería o el supermercado nos dicen es “filete de mero”, y que compramos a un módico precio. Cada día, según la campaña No te comas el mundo, dos millones de personas en Occidente consumen perca del Nilo. Lo que equivaldría a satisfacer las necesidades de proteína de 1/3 parte de la población desnutrida de alrededor del Lago Victoria.

En pocas manos

Unas pocas empresas empresas se reparten el jugoso pastel de la pesca industrial. Se trata de grandes compañías que compran a otras de pequeñas con el objetivo de ejercer un mayor control de la industria integrando cría, procesado y comercialización. Actualmente, por poner un caso, cuatro empresas controlan más del 80% de la producción mundial de salmón: la noruega-holandesa Nutreco es la número uno, seguida de las también noruegas Cermaq, Fjord Seafood y Domstein que, tras fusionarse en 2002, ocupan la segunda posición.

Otras grandes compaññías como Pescanova, de origen gallego, optan por la compra de cuotas invirtiendo en producción de salmón en Chile, tilapia en Brasil, rodaballo en Portugal, camarón en Nicaragua, etc. Sin embargo, del éxito a la bancarrota: hoy Pescanova se encuentra en la cuerda floja, acuciada por las deudas y a merced de la banca. Un modelo industrial que acaba con la pesca artesanal y a pequeña escala, que no puede sobrevivir en un sistema pensado por y para la pesca intensiva y a gran escala.

Llegados a este punto, volvemos a preguntar: ¿Comer pescado es tan saludable para nosotros y el medio ambiente? Saquen conclusiones.

@esthervivas |facebook.com/esthervivas| www.esthervivas.com
Puntos:
02-03-14 20:00 #11889730 -> 11889285
Por:No Registrado
RE: ¿podemos seguir comiendo tanta carne?
Para mí es mucho más saludable comer pescado que carne, digas lo que digas. Y no me convencerás por mas datos científicos que aportes.
Puntos:

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