Pastrana - Guadalajara

...sentado en una de las terrazas y mientras apuro alguna bebida, no puedo evitar mirar al palacio, la fachada aún desprende el calor que ha ido acumulando todo el día. El sol se ha ido ya por el monte del calvario y empieza poco a poco a poblarse la plaza. Junto a la cruz hay un grupo de niños jugando con una pelota y alguna bici con ruedines.

Cierro un instante los ojos y me vienen a la mente las imágenes de aquella época, se oye la algarabía del mercado en los sobre portales con los melones de la vega, aperos de labrador, herramientas templadas en las fraguas, telas, cueros, vasijas de orfebres y artesanos alfareros, albardas, pollos de corral, quesos, vocingleros, herradores, esquiladores, tomates...Parece que se oye el golpeteo de los cascos de las caballerias al entrar en las cuadras del palacio y el soniquete rítmico y al paso del cambio de guardia que al poco ocupan sus puestos sobre los arcos y en alguna tronera.


Voy camino de los adarbes, ya es noche cerrada y parece que vienen los aromas morunos de cuando los árabes ponían incienso en las lumbres y matas de tomillo y sándalo. Ahí sigue la vega y, parece que se distingue en la noche cerrada, el laurel. Aquel laurel que fué testigo de los primeros y tímidos besos y que aún conserva en su tronco un tosco corazón y unas iniciales adolescentes. Me doy la vuelta y otra vez el imponente palacio presidiendo la vida del pueblo, cierro un instante los ojos y parece que se intuye a una figura femenina que medio se oculta en las sombras y va recorriendo los ventanales. Es ella, dice la leyenda que es ella, que es la princesa que retorna del tiempo y que no se quiere desprender de Pastrana. Dicen tambien que cuando todo está en silencio, cuando todos duermen, se la puede ver paseando lenta y parsimoniosa por las callejas, arrastrando sus ropajes de terciopelo granate por los empedrados y hay quien dice que a veces llora.


Desde la plaza de la hora, al atardecer, y mientras apuro el último sorbo sólo se altera la calma por el ruido de una bandada de vencejos que pasa rasante por los tejados y roza la fachada. Pronto empezará la noche, volveré a cerrar un instante los ojos y volveré a ver a la bella dama que se resiste a abandonar el pueblo recorriendo fugaz los ventanales del palacio.