Guadalajara - Guadalajara

LOS BOABABS

Un “boabab” dicen que hay que arrancarlo cuando es pequeño, cuando sus raíces son finas y que si no el resultado puede llegar a ser catastrófico. Arruina todo lo que encuentra a su alrededor.
Es una suerte tener un hermoso país como el nuestro, en el que no crecen “boababs”. Nuestros árboles dan fruto, nuestras tierras son fértiles y por eso no debemos temer al maligno “boabab” del diminuto planeta del Principito.
Pero aquí el "boabab" no es una planta. No nos engañemos. Los “boababs” pueden ser personas que dicen querer lo mejor para nosotros y nuestro futuro. Ya digo que aquí todo crece. El problema es que no se aprecia y ellos quieren a toda costa que nuestros frutos carezcan de valor, quieren condenar nuestro país a la esterilidad con su presencia, que su fecundidad no cuente, que seamos más pobres cada vez.
Así sucedió en Guadalajara en su devastador incendio. Se trataban de unos pinares rebosantes de salud, demasiada resina, vegetación, riqueza tirada por los suelos. Una fecundidad para nada. Porque nadie quiso o no supo sacar rendimiento y aprovechamiento. Y sin embargo, durante décadas se limitaron a crear más y más zonas de fogatas junto a una espesa y vital zona energética. Y la bomba estalló junto a las cuevas de “Los Casares”, donde seguramente se inventó el fuego en la prehistoria. Y ese fuego devastó todo lo que le servía al hombre primitivo de sustento, y que al de nuestros días, ya no le podía ofrecer sino hermosas vistas. Ya era un florero.
Allí no crecían “boababs”, sino pinos llenos de resina que sólo servían para ser mirados y burlados. La naturaleza se cansa de no servir a nadie y se muere de asco.
Campaban los ecologistas a sus anchas imponiendo leyes de pobreza al entorno. No permitieron que se instalaran generadores de energía eólica, lo cual hubiese paliado el desastre, pues el bosque se hubiese aliviado de tanta maleza al practicarse en él amplias pistas que sin duda habrían contrastado con los caminos rurales que todavía tienen por carreteras y que arreglarán ahora para poderse llevar cómodamente los troncos quemados a un precio irrisorio y seguir así con la juerga de la comarca .Fueron unos terrenos vedados al progreso.
Ahora dicen aquellos ecologistas que tienen que cambiar sus planteamientos. Lo que deben hacer es dejar a la naturaleza en paz que nadie le va a enseñar nada nuevo que no sepa ella.
Pero el peligro no ha pasado porque aquí hay mucha producción de materia prima agrícola que amenaza con ocurrirle la misma historia: remolacha azucarera, forrajera, trigo , cebada, avena cuerda y loca, patatas, maíces, arroz, aceite de girasol, de oliva, fresas y una larga lista de productos españoles que peligran correr la misma suerte que aconteció en mis añorados pinares.
Primero se desprecian los frutos y luego los campos se abandonan, se despide a sus hijos a que vayan sin rumbo por esos mundos de Dios. Y no. Aquí el “boabab” es el que debe desaparecer, debe producir que para eso cobra, y si no sabe, o no puede, o no quiere, que se marche. Debe dejar de dañar a la cadena natural que puede muy bien pasar de semejantes arbustos improductivos sin necesidad de que les ocasionen más problemas que beneficios aportan.
Busquen al” boabab” y si le encuentran mándeles marchar con viento fresco que éste, el viento fresco, estará encantado de servir como Dios manda a la naturaleza. Que es una vergüenza que en cuanto hay un problema le culpen a él, al viento, una energía renovable como ninguna, cuando rechazan todo lo que ofrece y puede seguir ofreciéndonos.