El Casar - Guadalajara

La primera vez que vi árboles grandes, sin podar, con su magnífica forma de árbol en medio de una ciudad, estaba fuera de España. Me pareció bellísimo un olmo. Esto me hizo preguntarme qué tenemos aquí contra los árboles, por qué razón los podamos sistemáticamente hasta hacerlos muñones, o hasta que casi mueren. ¿Odio al árbol?
Con el tiempo me he dado cuenta de que la poda es, en muchos casos, uno más de los síntomas del mal que nos azota: ¿a quién benefician estas podas salvajes que dejan todo pelado? A los árboles no, desde luego. A los gorriones tampoco. A los paseantes mucho menos.
Quizá a los bolsillos de alcaldes y sus amigos, que crean contratas de mantenimiento para meterse el dinero de los ciudadanos en los bolsillos, todos los años, todos.
No sé si será el caso, pero un pueblo de pocos miles de habitantes como El Casar, en Guadalajara, gasta cada año 200.000 euros anuales en podar y mantener los pocos árboles que tiene. Nada más empezar la primavera se escuchan las sierras motorizadas, se ven preciosas ramas de olmo caídas por el suelo. Y los árboles como brazos amputados o manos sin apenas dedos, parecen hacernos la peineta. Basta con pasear por cualquier sitio de ese pueblo torrándose al sol, y observar los muñones obscenos que se afanan por sacar alguna hoja. Probablemente la avaricia tenga forma de muñón.