Guadix - Granada

Aun resuenan en mi mente las pausadas campanadas a lo largo del pasado domingo. Pausadas, graves, melancólicas, anunciadoras de algo tan triste como es la pérdida en este caso de una sencilla y querida persona: D. Juan obispo emérito de Guadix.

No sabía que me quería transmitir esa cansina y constante llamada de la gran campana. No sabía traducir ni adivinar por que, ni por quien golpeaba el badajo, lenta, constante y amargamente las paredes de la vieja campana. Llanto y lamento que poco a poco se fue adueñando de calles, casas, ambientes y en definitiva de corazones. Era domingo, pero no un domingo cualquiera.

Desde aquí, desde esta humilde tribuna, quiero rendir un último homenaje a quien ha dedicado su tiempo, su esfuerzo y en definitiva su vida, a trabajar por lo que creía: su fe.

Se nos ha ido un obispo, se nos ha ido un sacerdote, se nos ha ido un amigo, se nos ha ido en definitiva un hombre sencillo y bueno. Con su pérdida algo hemos perdido todos. Con su perdida hemos quedado huérfanos del calor de su presencia, de sus mensajes escuetos pero profundos y de su agudeza e ingenio para estar siempre a la altura de las circunstancias.

Conocí por primera vez a D. Juan sobre 1.997, con motivo de una reunión con la Hermandad de Gloria de Nuestra Señora del Rocio de Guadix. En esa reunión entendí que D. Juan era una persona singular, como singulares fueron las reuniones que a partir de aquel día tuve la suerte de mantener con él.

A partir de ahí, fue naciendo entre nosotros una sincera y noble amistad intensificada durante los cinco años en que fui presidente de la asociación de empresarios de la construcción, amistad que ha perdurado hasta hoy.

Ha sido un presente y una preocupación constante en su vida, las condiciones de muchos de los habitantes de la diócesis, la falta de servicios, la falta de trabajo, el difícil acceso a la educación y a la cultura. Pobre es la diócesis de guadix, y pobres son sus gentes.

Mientras fui interlocutor de la Hermandad del Rocio, mantuve bastantes reuniones con D. Juan en relación con la cesión de la Ermita de San Sebastián a nuestra Hermandad.

En una de tantas reuniones, hice hincapié en la posibilidad de que el obispado cediera a cambio de su restauración la utilización a nuestra hermandad de la ermita de San Sebastián. Idea que a D. Juan le pareció acertada, pero que por diversas razones prefería mantenerse al margen, dejándome a mí todo el protagonismo de la gestión. Protagonismo que yo derivé en la persona de D. Antonio Fajardo y gran forjador, junto con D. Juan, de que la Hermandad del Rocio de Guadix tenga como sede canóniga la ermita de San Sebastián.

A partir de comenzar la restauración de la ermita, las reuniones fueron mas continuas, mi misión era darle un parte “diario” y detallado del proceso de restauración, dificultades, penurias económicas….etc.

Las ultimas reuniones, cuando iba a verle, murmuraba en voz baja, una sonrisa irónica y calida: vigas……. El vigas…… “Que hay de nuevo vigas”, empezábamos a hablar de la ermita y terminábamos hablando de la hermandad.

Quien haya leído los artículos en el foro de la hermandad del Rocio, había uno en el que decía: “ D. Juan en la casa de la Hermandad de Guadix siempre está la casa abierta y una cama libre por si hay algún rezagado”, esa fue la invitación que le hice porque allá por el año dos mil cinco él me mostró interés por ir al Rocio. Sus palabras fueron “Tengo una hermana rociera, me consta que vuestro anterior obispo es muy rociero y he tenido un papa rociero: me voy a plantear ir al Rocio”

En otras reuniones, su curiosidad le llevaba a preguntarme notas sobre el rocio: el camino, las hermandades, esa devoción tan expresiva a la Santísima Virgen por parte de los rocieros y por parte de los sacerdotes, esas oraciones en forma de sevillanas con esas letras tan profundas. En una ocasión me comentó “ Como se puede decir tanto, con tanto sentimiento y con tampoco texto”.

Tan entusiasmado estaba que llegué a creer que ese año iría al Rocio, sobre todo cuando me dijo “ Vigas, para ir al Rocio necesito una invitación, envíamela”. Acto seguido redacté la invitación y la pasé al Obispado. Me puse en contacto con D. Antonio Salas, secretario de D. Ignacio Moguer, y con el mismo D. Ignacio, quien al hacerle participe de la posibilidad de que D. Juan podría ir al Rocio, me confirmó que a partir de ese momento habría una cama dispuesta en el Obispado de Huelva. Al final la cama se quedó esperándolo.

No me cabe la duda de que D. Juan era un devoto mariano y en el fondo un autentico rociero.

D. Juan, a partir de ahora todas las inquietudes sobre el Rocio las tiene Vd contestadas, va a contar con una de las personas que mejor ha definido el Rocio: quien fue consiliario de la Hermandad de Ronda, D. Gonzalo Huesa Lope, y como no, cuenta Vd con el privilegio de tener frente a si a la Santísima Virgen a la Blanca Paloma a la Reina de las Marismas. D. Juan va por Vd.



“el Vigas”