Pregón para las Fiestas de Dehesas de Guadix (III) CAPÍTULO III En esta tierra nuestra, pobre y feliz, detenida en el tiempo, sin apenas historia escrita aunque sí en los recuerdos felices y en la tragedia, hasta hace no demasiados el sobrevivir diario suponía una tragedia cuasi, por cuanto el pan era poco y las bocas muchas. Esa fue –y sigue siendo- la razón principal por la que casi todos hemos vivido la aventura, no siempre feliz, de la diáspora, de la emigración a otras tierras de España o a otros países de la Unión Europea, entonces más ricos, más libres y más democráticos porque sus políticos habían visto, antes que los nuestros, en la Democracia el “menos malo de los regímenes políticos”, atendiendo a las palabras de Wiston Churchill, legendario político inglés que venció a Hitler prometiendo a sus compatriotas “sangre, sudor y lágrimas”. Aquí, sin embargo, un general montaraz y embustero nos sumió en una terrible guerra incivil que enfrentó a hermanos y dejó secuelas que hasta hoy llegan y perduran en los corazones de quienes siguen pensando que con Franco vivíamos mejor, cuando lo cierto es que, de acuerdo con Manuel Vázquez Montalbán –lúcido escritor catalán, muerto hace unos años-, “Contra Franco vivíamos mejor”. Yo, recordando la intolerancia, escribí estos versos: EJIDO Quise escribir tu nombre, pero no sabía escribir. Busqué tu cara en el blanco papel de la ignorancia, pero no estaba. Yo no sé leer. Grité tu palabra, desesperado, pero sólo escuché el silencio. No me dejaron hablar. Abrí mis venas y mi corazón regó con sangre la tierra que no era. Mas no nos encelemos en los tristes recuerdos de un tiempo oscuro, espurio y sangrante, y continuemos con la fiesta, pues este pregón quiere ser –debe ser- anuncio de celebraciones y alegrías por la llegada de los amigos y de la familia, antesala de nuestra devoción al patrón santo al que le pedimos milagros imposibles que quizá nunca lleguen a cumplirse; pero al que siempre celebramos: ¡Viva San Bernardino Bendito! Y le tiramos docenas de cohetes para cumplir nuestras promesas. Yo, que sólo creo en mí y algunas mañanas tampoco, de niño siempre asocié nuestras fiestas con la abundancia aun en aquellos tiempos de escaseces -¿Recordáis cuándo Antonia la del Chato lanzaba monedas de perra gorda, de dos reales y hasta de peseta al paso de San Bernardino?-. Con la Fiesta –escrita en mayúsculas- llegaban las arquillas de turrón, los puestos de helado, la banda de música, la verbena en la terraza del bar-bodega de mi primo Nicasio, rodeada de ramones de álamo blanco, la figura de mi tío Pedro cantando la Campanera, mi primer traje… Y mis primeros amores, ingenuos y hermosos, limpios y sinceros. AYER De aquel tiempo, que fuera, ingenuo y bravío, sólo recuerdo mi nombre de guerra, y aquella noche triste, que cansa y no cesa. Y un cierto momento de aquel amor mío. No me digas nada, la Luna está llena. Muéstrate desnuda entre la alameda: La hembra se muestra como ahora es ella. De aquel tiempo de luces, escaso e intenso, tan sólo recuerdo tus ojos y un beso, tu boca recuerdo, recuerdo tu sexo, te recuerdo a ti: me basta con eso. La Luna está llena, dime cómo es ella. Dámela desnuda entre la alameda: La hembra se vende como ahora es ella. Años después, aquellos niños se convirtieron en hombrecitos y nos tiramos a la calle para hacernos dueños de las noches y de los bares. Elías le decía a su hijo Juan –mi querido “Sobrino”- cuando llegábamos a su casa, rayando el sol por el Cerro del Reloj: “¿Ya has cerrado tóh los bares?, pues acuéstate y descansa, hijo”. Y eso hacíamos, acostarnos porque lo mismo dormíamos en una casa que en otra dependiendo de la cercanía del último bar a su casa o a la mía. Nos llamaban cariñosamente los “ye-yés” por nuestros pelos largos, nuestros pantalones “chanchullos”, según definición propia de Cerrillo, nuestras botas de tacón alto y nuestras camisas floreadas de amplios cuellos, entalladas y vistosas. Cómo no recordar a mis amigos, algunos ya desaparecidos: Antonio “El Comino”, López, mi primo Rafael Lozano, Antonio el de Otilia, Antonio “El Pelos”, “Cinco duros”, Juan el de Elías, con el conservo amistad y el tratamiento de “Tío” y “Sobrino” que siempre nos hemos dispensado…Nuestras correrías eran famosas en la Desa y en los pueblos de los alrededores porque adonde íbamos hacíamos gentes. Éramos esencialmente buenos pero tan llenos de vitalidad y con tantas ansias de libertad que no conocíamos los límites de la sociedad en la que habitábamos. Éramos solidarios, generosos y libres: amantes de la vida hasta la extenuación. Cómo los mosqueteros famosos de Alejandro Dumas, “uno para todos y todos para uno”. Todo lo compartíamos, desde las mujeres al trabajo, aunque en honor a la verdad, trabajar, lo que se dice trabajar, trabajábamos poco. La vida, en fin, era para nosotros un alegre juego, una forma loca y excesiva de transcurrir el tiempo. (CONTINUARÁ) |