Algarinejo - Granada

Después de los fuegos artificiales de la tan cacareada «marea azul» de las últimas elecciones generales de noviembre del año pasado ¿qué nos queda después de más de medio año de «gobierno popular»? Ni el pan de la boda. Nada.
Los datos son demoledores: según la última Encuesta de Población Activa (EPA) nuestro país tenía 5.693.100 trabajadores desempleados a finales de junio pasado; esto es, el equivalente al 24,63% de porcentaje de paro sobre la población en disposición de trabajar, lo que significa de casi uno de cuatro trabajadores españoles está con los brazos cruzados o, en el mejor de los casos, buscándose la vida engordando la economía sumergida.
Entre enero y el citado mes de junio más de 419.000 personas encaminaron sus pasos a las colas de las oficinas de (des)empleo. Entre los jóvenes en edad de trabajar la cosa adquiere aún un carácter más dantesco: el porcentaje de desempleados se eleva a un 53,27% o, lo que es lo mismo, de cada dos jóvenes de hasta 24 años en edad de trabajar uno está parado.
El pasado 13 de julio el consejo de ministros del gobierno «popular», más atento a las pulsaciones de la banca y los apetitos —y las voces de mando— de los «mercados», se descolgó con medidas como la subida salvaje del IVA, los recortes a los sueldos de los funcionarios, las privatizaciones de empresas públicas y las reducciones a entidades menores como los Ayuntamientos, pero, eso sí, sin tocar los diecisiete caballos desbocados que son las «taifas» regionales. Y todo ello orlado con una galopante pérdida de derechos laborales y civiles que sitúan a España en la categoría de democracia vigilada, donde el poder no está en manos del pueblo, sino usufructuado por unos partidos políticos que, a su vez, tienen amos a los que servir. La soberanía nacional es ya una ficción. España está intervenida y recibiendo órdenes del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la cúpula merkeliana de la Unión
Europea. Las medidas adoptadas por el PP no van a servir para crear empleo sino que van a provocar un retraimiento del consumo y, en consecuencia, el cierre de empresas y de negocios de trabajadores autónomos. Y todo ello, sin contar con esas dos bombas de relojería que son las deudas contraídas por el Estado español a medio y largo plazo, al que hay que sumar el rescate bancario del que dicha institución es, al fin y a la postre, garante y, por supuesto y aunque nadie quiera hablar de la cuestión, el letal invierno demográfico en el que se ha embarcado a la sociedad española.
Llegados a este punto, conviene fijar de manera muy clara dos conceptos que debemos interiorizar y airear si es que queremos romper con el círculo vicioso que atenaza todavía a no pocos cerebros en nuestro país:
A) Votar al PP el pasado 20 de noviembre fue exactamente lo mismo que si hubiéramos depositado el voto en el contenedor de basura más cercano.
Ciertamente, quien más y quien menos, cuando ha comunicado a un amigo o un familiar que va a votar a un partido minoritario —caso de FE de las JONS—, ha escuchado aquello de «eso es tirar el voto». Tras las elecciones que encumbraron a Rodríguez Zapatero en 2008 y las últimas que llevaron a Mariano Rajoy a La Moncloa, ha quedado demostrado que votar al PSOE y al PP es «tirar el voto». Pero esta vez sin chascarrillos, elucubraciones o metáforas alrededor de una caña de cerveza.
B) El PP está incapacitado para hacer otra política económica distinta del «zapaterismo».
La oposición entre izquierda y derecha, entre PSOE y PP es una ficción para engañar bobos. Eso es algo que los falangistas, desde hace décadas y décadas venimos diciendo como quien predica en el desierto y, sin embargo, le ha correspondido al «15-M» el honor de haberlo popularizado. Ambos partidos, PP y PSOE u organizaciones que pudieran tener la tentación de travestirse para suplantarlas, son estructuras que conforman el haz y el envés de un mismo régimen, de un mismo sistema, de una misma mentalidad, de una misma cosmovisión: la liberal-capitalista.
La cuestión, en consecuencia, no es dejarse arrastar por los paralizantes discursos del «quien puso más» o a quién hay que endosarle o sustraerle determinadas cifras. Se trata de acabar con el paro. Pero para acabar con el paro no podemos ya operar con mentalidad de pasado, bajo esquemas partitocráticos, de división. Ni el PP de Rajoy ha sido la alternativa al PSOE —el PP ha demostrado durante estos meses ser más de lo mismo— ni el PSOE de mañana se podrá vertebrar como la alternativa real a las políticas económico-sociales del PP. La crisis es sistémica; esto es, es el sistema el que está quebrado. Urge salir de él y urge construir uno que no puede ni debe calcar o heredar los restos de sistema enfermo. Dicho de otra manera: la voluntad de acabar con el paro no puede venir lastrada por el culto a estructuras estatales y partidistas o a estructuras supranacionales en las que el país ha estado sumergido durante los últimos 35 años.
Para ello se precisa de una novedosa forma de hacer política, que es lo mismo que decir que se necesita un proyecto de Estado radicalmente distinto al actual.

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