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14-05-10 13:46 #5311221
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El 'sheriff' Anglada en Salt City, la ciudad sin ley

Una pareja de sudamericanos gritándose en la avenida Francesc Macia el viernes por la noche, escupiéndose frustraciones. Un grupo de magrebíes quemando contenedores en la calle Torres y Baguez. Otro de argelinos alerta a los vecinos durante una gresca que mantienen en una habitación compartida de la calle Tren, apoteosis de recriminaciones e inquina. La droga que circula libremente por las calles de Salt; las mujeres que no pueden salir solas a la calle; las puertas con triple candado; los delitos que se desbordan por las aceras; las ayudas sociales que se destinan a seres casi humanos que luego la revenden en improvisados mercadillos ambulantes.En la imagen, Josep Anglada firma un autógrafo a una comerciante de Salt.


¿Qué puede haber pasado para que un municipio otrora feliz y próspero se degrade tanto como Salt en tan poco tiempo? ¿Es la inmigración el antídoto perfecto que se nos anunció frente a la merma de cotizantes autónomos? Los vecinos de Salt lo ven de otra forma. Tanto que maldicen a diario un sistema que premia al delincuente extranjero y discrimina al catalán autóctono. Es el sistema de Salt, la localidad gerundense que reduce a sus hijos autóctonos a la tarea de servir de cobayas en todos los fallidos experimentos multiculturales que la casta política ha puesto en marcha en la localidad. En ese ambiente, degradado y siniestro, llegó a Salt Josep Anglada, el admirable y corajudo presidente de Plataforma per Catalunya, al que se aferran los lugareños como su última gran baza frente al caos, como los viejos pioneros del Oeste se aferraban a la autoridad moral del sherif. No en vano Salt tiene un topónimo idéntico en la norteamericana Salt City, capital del estado de Utah y protagonista de algunas de las mejores historias del género western.

Nuestra Salt, sin embargo, no está para muchos trotes cinéfilos. Su realidad es mucho más compleja que una calle desierta en medio del polvo, una partida de póquer y un tiroteo en los establos. Aquí no se podría recrear una historia como lo hacían Hawks o Mann, porque los 'indios' del lugar no se avienen a razones y tienen de su parte al general Custer. Me temo que el 'sheriff' Anglada tendrá que hacer el trabajo solo. Lo tendrá más difícil que Jhon Ford en su retirada al Wyatt Earp en 'Pasión de los fuertes'. Y la relación entre los buenos y la ley no es clavadita a la de Anthony Quinn y Henry Fonda en 'El hombre de las pistolas de oro'. Para Anglada habrán caminos distintos. El sistema ya ha elegido para él la coartada empleada por Andrew Dominik en 'El asesinato de Jesse James' por el cobarde Robert Ford: dioses con pistolas devorados por la mala conciencia, justicieros infames, adalides del tiro a traición. Casta política catalana.

¿Tanto cuesta reconocer que Anglada lo que pretende es liberarnos de los que ponen cerco a nuestro fuerte' para integrarnos dentro de un sistema que premia la ilegalidad frente al sentido común que en Cataluña dejó hace tiempo de ser imperio? Esa campaña de criminalización contra Plataforma la gente decente debería tomarla como algo personal. Los malos siempre se conjuran. Y los buenos casi siempre callan, para terminar de sobresalto en sobresalto. Hace unos días, la gente de Plataforma que celebraba en plan campestre la fiesta del partido, fue acosada, zaherida e insultada por un grupo de extremistas. Entre los ‘camisas pardas’ se hallaban algunos extranjeros.

Esta espiral de odio tuvo su corolario hace unos meses, cuando Josep Anglada tuvo que aprender en carne propia cómo se las gastan los que en Cataluña no admiten un punto de vista bajo otras formas que no sean las que ellos defienden. Los asaltantes pretendían reventarle un acto político y terminaron dejando su firma ostensible en el rostro del líder identitario, todo un poema a la intolerancia que vive Cataluña. Entre los violentos, una vez más, se hallaba un grupo de inmigrantes. Y no pasó nada.

Fuentes de los Mossos estiman que sólo en Salt se perpetran cada fin de semana alrededor de veinte acciones violentas provenientes de inmigrantes. Los ataques de estos grupos contra el mobiliario urbano superan cada año el millón de euros. Sólo el pasado año murieron en Barcelona más de medio centenar de españoles de manos de delincuentes de procedencia extranjera. Nadie pone el grito en el cielo cuando un español, padre de familia, muere acribillado a balazos por el miembro de una banda latina o el delincuente de origen magrebí. La noticia se camufla apenas en la sección de Sucesos y pasa a engrosar la estadística de muertos que mueren violentamente en España de la peor manera posible: en la absoluta irrelevancia. Cuando se produce uno de estos casos y se descubre que el homicida procedía de otro país, pocos son los que se atreven a establecer una relación causa-efecto a la hora de exigir mayor controles a la inmigración. Sencillamente no interesa la víctima bajo otras formas que no sean el crimen racista, político o pasional. Porque si un ecuatoriano destroza un cajero automático, si un marroquí mata a un catalán por arrebatarle veinte euros, si un albanokosovar desvalija un chalé de Sitges y propina una paliza de muerte a su propietario, en ningún manual de lo políticamente correcto está escrito que eso tenga que ser llamado un acto racista. Se trata simplemente de un desgraciado incidente.

A esos inmigrantes que el día 29 tomarán las calles de Vic para intimidar al líder de Plataforma, y con él a los cientos de miembros de su partido, alguien tendría que pedirles sólo una cosa: si no les gusta la opción de Plataforma, ni lo que piensa una mayoría social es lo que ellos piensan, entonces Cataluña no es para ellos.

Si ustedes no pueden convivir al lado de nuestras normas y prefieren la ley islámica, ustedes tienen la oportunidad de irse a otro país. Nadie está en contra de la inmigración ordenada y controlada. Sin embargo, hay algunos temas importantes que se tienen que entender. Tenemos nuestra propia cultura, nuestra propia sociedad, nuestra propia lengua y nuestra propia forma de vida. Esa cultura ha sido el resultado de siglos de vida en común compartiendo reglas e ideas civilizadoras. Eso es lo que defendió alto y claro Josep Anglada durante su visita a Salt, con el entusiasmo que en los viejos colonos de Salt City, Utah, despertaba el fulgurante sonido trompetero del séptimo de Caballería.

Lo que dice Anglada a los inmigrantes lo suscribiría cualquier persona sensata. Este es nuestro país, nuestra civilización y nuestra forma de vida, y no les prohibiremos que tengan ustedes la oportunidad de gozar de otra vida mejor en cualquier otra parte. Si ustedes no están de acuerdo con lo que propone el líder de Plataforma con respecto a sus deberes y compromisos dentro de Cataluña, si ustedes no son felices aquí, ni les gusta nuestra forma de vida y nuestra manera de pensar, por favor: ¡váyanse! No les forzamos a venir aquí. Ustedes eligieron vivir aquí.

Mientras no se haga un diagnóstico certero de cuál es la pandemia que nos amenaza, al final la pandemia va a seguir extendiéndose. La historia está repleta de ejemplos de cómo a base de ignorar los problemas sobreabundan las soluciones dramáticas. Las anteojeras morales de muchos no están graduadas para alcanzar un ángulo de visión tan amplio. No es extraño que la Comisión Islámica se lleva tan bien con los del tripartito.

Josep Anglada habla de eso y de alguna que otra cosa más. De las utopías que funcionan a golpe de creer en ellas, de los desencuentros vitales entre dos culturas, de sus razones… y de las tuyas. Las de Jordi. Las de Dolors. Las de Josep Lluis. Las de August. Las de Montserrat... De todo este doloroso momento donde hay catalanes que están dispuestos a renunciar a su su cultura con tal de no saltarse el luciférico guión de lo políticamente correcto, vivaqueando como fantasmas por entre las ruinas de una Pompeya construida hace siglos a través de los primeros condados catalanes.

Anglada invoca el país que dejó de serlo, reivindica el sabor entrañable y familiar de una masia, para hacerle una crema catalana a su amada gente de Cataluña, toda ella junta. Al menos la de Salt dejó claro su propósito de sentarse en esa mesa. Prefieren nadar a contracorriente que ser los conejillos de India de una Cataluña mestiza: más insegura, más pobre, casi acogotada por una batería de miedos extraídos de una relato de Frank Cappa.

Conocemos dónde está el problema, (¡y hasta su código postal!) pero preferimos rodearlo antes que atrevernos a otear el horizonte. Y ese horizonte dibujado por la casta no puede ser más lúgubre ni menos esperanzador.

Anglada habló de todo esto y de mucho más a su gente de Salt. A diferencia de la mayoría de líderes catalanes y españoles, el vicense no es un gualtrapas ideológicamente recauchutado, ni un pelele formado por partes, trozos y tramas ya vistas. El western que se merece Cataluña es el que recorrió las calles de Salt, insuflando optimismo a una población reducida al papel de figurante. Y en esto, hasta los ayer equidistantes parecían estar de acuerdo: "Yo de usted, forastero, me iría a su p..o país".

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