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26-11-10 11:30 #6596027
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Un Estado en quiebra y una sociedad postrada
Un Estado en quiebra y una sociedad postrada

Denunciaba el autor teatral José Luís Alonso Santos “la mentira alucinada de una falsa democracia”, que “el alucinado mayor del reino es el actual presidente del Gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero”, y que cuando “el país lo dirige un alucinado, es como en “El flautista de Hamelin”.

Es de sobra conocido que el flautista de Hamelin encantaba a una masa informe de ratas y las arrastraba hasta zambullirse en el río Wesel y morir, sin que los habitantes del pueblo liberado de las ratas le pagaran luego la recompensa prometida. Pero el simbólico flautista de Hamelin esconde otra intencionalidad a la que no sé si también se refiere Alonso Santos. Aludo a la ópera de Mozart de este nombre, escrita para la aristocrática logia Beneficencia, de Viena, a la que pertenecía y que, según los estudiosos de la misma, escondía bajo sus aspectos populares “una cosmografía de símbolos masónicos que no pasan desapercibidos a los avezados en esta iconografía”. Catherine Thomson identificaba la ideología racionalista de la logia Beneficencia con la Orden de los Illuminti, fundada por Adam Weishaupt, amigo de Mozart, y acerca de cuyos orígenes, desarrollo y operatividad he escrito en más de una ocasión. Ni a Weishaupt ni a Mozart se les puede calificar de alucinados. Pero es evidente que un alucinado seducido por la flauta masónica de Hamelin puede conducir a un pueblo hasta ahogarse de manera irremisible. No ya en un río Wesel, sino en un ciénaga putrefacta.

El alucinado es mucho más que un iluso. Su ofuscación y su inclinación incurables a engañarse y a engañar, también la propensión a satisfacer sus delirios sin parar en medios, lo convierten en sujeto dañino para quienes lo rodean. El más razonable destino de un alucinado es el manicomio. Pero desde que la psiquiatría postmoderna decidió que los mejor para los locos es que anden sueltos, se han multiplicado los desahogos de las alucinaciones con los suyos y con ajenos, tantas veces mortales.

No era por ahí, sin embargo, hacia donde encaminaba la crónica, aunque tampoco resulte inconveniente esta breve síntesis sobre la índole del alucinado. Pretendía, en seguimiento de José Luís Alonso Santos, resaltar el riesgo para un pueblo de que uno de esos alucinados que andan sueltos se instale en la mesa de mando de un Estado, cualquiera que sea su forma de gobierno. Ejemplos los hay de sobra como referencia histórica. Pero vayamos a lo nuestro. A lo que entenebrece nuestro futuro.

LA MASCARADA DEL ALUCINADO EN LA TENIDA DE LA FAMILIA

YA no caben dudas de que Rodríguez es un alucinado en que se mezclan la sobrestimación de sí mismo, característica de un mediocre e insolvente que llega a lo que nunca lograría por propios méritos, audacias extemporáneas seguidas de retrocesos amedrentados y fantasías de gloria a lo Walter Mitti. Su sonrisa estereotipada lo delata. Esa sonrisa lela exhibida en Davos, mientras le llovía el chaparrón de críticas, sentado al lado de los representantes de Grecia y Letonia, cabizbajos como corresponde a quienes se saben perdedores y llamados a rectificar. O la de arrobo enamorado hacia Obama, el ídolo del que se cree su gemelo llamado a salvar a Europa, durante el Desayuno Nacional de Oración.

El obamanita llevó consigo al Desayuno una nutrida y variada tropa de notables del dinero y de la comunicación. Una corte para la ocasión que, a juzgar por sus resonancias, quedó influida por el espectacular escenario, el poder real que atesoraban los tres mil invitados y esa difusa alucinación inherente a la gratitud hacia quien los invita y el ocasional sentimiento patrio de que su presidente de gobierno fuera designado como ponente, pese a estar convencidos de su valetudinaria condición.

La crónica de Pedro J. Ramírez sobre el evento discurre con habilidad entre el halago y la denuncia. Confirma con sutileza lo que escribí acerca de la Familia como grupo mundialista de poder económico y político bajo la capa del cristianismo siempre equívoco de la Iglesia evangelista. Pero, poniéndolo en boca del propio Rodríguez, contumaz en la imprudencia, desmonta la mentira oficial de que la invitación y la designación como ponente fue iniciativa de Obama: “Resulta que le hicimos (el gobierno) una favor a un señor. Algo que para nosotros no tenía ninguna importancia pero que para él si la tenía y mucha…Algo humanitario relacionado con un tercer país. Y, mira por donde, este señor era el íntimo amigo de Doug Coe…”. Doug Coe, recuerdo, es el jefe supremo de La Familia. ¿Ayuda humanitaria a un tercer país, acaso Uganda, citada con énfasis por Obama? Musevine, invitado relevante al Desayuno, es el enriquecido cacique de La Familia en Africa. Parece como si leyéramos “Milenium”.

CUANDO LA ALUCINACIÓN SE HACE CONTAGIOSA

YA en el Airbus y luego de aterrizar en España se hizo perceptible la capacidad de alucinación del alucinado sobre sus invitados. Unos u otros elogiaron con más o menos comedimiento la pieza oratoria de Rodríguez. Una suerte de jarapa tejida a la manera espasmódica de Rodríguez con retales, untuosos unos y equívocos otros, suministrados por su ejército de asesores. El alucinógeno patriotero parece que hizo su efecto en Carlos Herrera, orgulloso de haberle metido a Rodríguez en un bolsillo y en trance de beatería una estampita de Nuestra Señora de la Candelaria en la seguridad de que le iluminaría. Algo tan esperpéntico como pasarle por el lomo a Pepino Blanco las obras completas de Ortega y Gasset o la República de Platón, las Espístolas de San Pablo a Pérez Rubalcaba o a Carmen Chacón “Genio de España” de Giménez Caballero.

Todavía al otro lado del Atlántico le dieron la noticia a Rodríguez del hundimiento de la Bolsa y de las denuncias que llovían desde todas partes, Comisión Europea incluida, sobre la gravedad de la recesión española. Se tomó un tiempo para consultar con la momia de pasarela, su oráculo. Y retornó con la explicación colgándole de la impostada sonrisa, igual que si le rebosaran de la boca unas natillas recién ingeridas: ”Estamos siendo víctimas de un ataque especulativo contra la moneda única, orquestada desde fuera de la zona euro”. No tardaron Blanco y la Pajín en subirse al proscenio para desplegar la pancarta, mientras la Salgado y Campa se iban de gira por Europa para vender a los “conspiradores” la mula escuálida de España como si fuera un bellísimo ejemplar de caballo jerezano.

¿Hasta dónde alcanza la capacidad alucinógena del alucinado? La devoción pastueña del gran rebaño de la cargocracia se da por descontada. También la de UGT y CC.OO., rebosantes de subvenciones y gabelas. Y de la COE, cogida por los corvejones de su asediado presidente y por el sustancioso intercambio de suculentos favores de sus grandes con el partido en el poder. ¿O no es lo bastante expresivo que el Santander le haya condonado al PSOE 33 millones de euros, importe de los intereses no devengados de un antiguo préstamo? Y de esos y otros podridos cestos hay cientos. Pero lo que importa conocer es el calado de la alucinación en las masas electorales. Y para saberlo hay que leer e interpretar al trasluz los sondeos de opinión.

EL EQUISTAMIENTO PARTIDISTA EN EL ELECTORADO

EL hundimiento del P(SOE) sería abrumador si en la sociedad primaran la racionalidad y el instinto de defensa. Sus expectativas electorales serían ridículas. Pero mantiene un sólido suelo electoral, impermeable a la onerosa realidad de su condición de sufrido sujeto de la recesión económica. Parece haber hecho suyo el pintoresco lema futbolístico de “¡Viva el Betis aunque pierda!”. Algo más profundo que obtuso masoquismo partidista. El partido socialista italiano, con Craxi a la cabeza, despareció de la escena política por mucho menos. Sería estúpido caer en el tópico machadiano de las dos Españas para explicarlo. Lo que existe es una cosificada alienación partidista entre dos figuraciones ideológicas, izquierda y derecha, en torno a las cuales se mueven como sanguijuelas un conjunto de minorías que del chantaje sacan provecho.

Algunos pretenden explicar el fenómeno del enquistamiento partidista como consecuencia del arraigo en la sociedad de un ya lejano proceso histórico entre liberalismo y progresismo y sus consecuencias sociales de lucha de clases, tantas veces virulentas. Pero resulta anómalo que se produzca en una sociedad de clases medias, proveniente de cuarenta años de franquismo, la cual debería ser conservadora por su propia naturaleza.

Lo llamativo del caso reside en que el denominado “franquismo sociológico” ha beneficiado más al gregarismo de la llamada izquierda que al de la tenida como derecha. Traté de esta paradoja en alguna ocasión y la complejidad del fenómeno me excusa de un apurado análisis. Pero vale la pena anotar que el partido socialista no existió como fuerza opositora atendible durante el régimen de Franco y que la del partido comunista fue minoritaria, aunque activa merced al respaldo soviético. Ni uno ni otro alteraron la marcha del sistema hacia su evolución y ocaso. Sucedió en realidad, y Antonio Castro Villacañas lo ha explicado en varias de sus Apuntaciones, que el “socialismo del interior”, creado por el propio régimen con vistas a la inevitable democratización tras la muerte de Franco, se nutrió en su soporte electoral y militante de lo que algunos han denominado la izquierda nacional. Me refiero al sentimiento crecido al amparo de la política de progreso social encomendada por Franco a ministros falangistas como contrapeso al poder financiero y al conservadurismo democristiano. Aunque parezca paradójico, el “franquismo sociológico” está más arraigado en el electorado de la izquierda que en el de la derecha.

Oro factor a tomar en consideración radica en el desfondamiento de las ideologías, suplantadas por figuraciones arcaicas bajo cuya carcasa no hay otra cosa que una amalgama de intereses y el sometimiento a la estrategia mundialista de alternancia en los gobiernos para mantener el tinglado de la ficción democrática y alienado al hormiguero. Izquierda y derecha son a tales efectos como un motor de dos tiempos. Uno sube y otro baja al ritmo establecido, si bien en nuestro caso su funcionamiento chirría a causa de la combinación perversa derivada del Estado de las Autonomías y de un retorcido sistema electoral ideado para favorecer la inestabilidad centrifugadora. En ningún caso para consolidar la estabilidad y la fortaleza del Estado. Tampoco para preservar la unidad de España. Pero la conspiración precisaba de cobertura enmascaradora. Y se encontró en el antifranquismo, pese a la contradicción de que fue el franquismo el que hizo posible la democracia de partidos desde sus propia norma constitucional, además de transferir sus bases a los dos partidos mayoritarios.

EL CORRALITO DE LAS FALSIFICACIONES

ASISTIMOS en la actualidad al rescate político y mediático de Felipe González incluso por columnistas alineados en el ya muy limitado periodismo conservador. Se habla y escribe de él como estadista. ¿Estadista el sujeto que dinamitó los cimientos del Estado, ya cuarteados por Adolfo Suárez? ¿Estadista el político que desmanteló la independencia de la Justicia y convirtió al Tribunal Constitucional en agente de sus veleidades? ¿Estadista el personaje que hizo de la corrupción instrumento de poder y de enriquecimientos fulgurantes, entre ellos el suyo? ¿Estadista quien dejó la economía nacional hecha unos zorros y con pavorosos índices de paro? Sólo cabe una explicación para tamaña desmesura: el muy superior desastre que en todos los órdenes ha supuesto este segundo periodo socialista de forzada alternancia.

El cotejo de los resultados electorales desde 1977 hasta hoy, con los recientes sondeos de opinión, ratifican la petrificación de un fondo de saco de votantes para unos y otros partidos a que antes me refería. La mayoría de quienes se sienten frustrados optarán por la abstención o el voto en blanco. Pero se mantiene la inflexión porcentual entre presunta izquierda y presunta derecha. No existen vasos comunicantes entre los respectivos electorados. Ni visos de ocasionales e inconvenientes mayorías absolutas como las transitorias de González y de Aznar.

El partido de Rosa Díez es tan monolítico como los demás. Una formación rígidamente personalista que aplica sin contemplaciones, a quienes desde dentro se le enfrentan, la máxima guerrita de que quien se mueve no sale en la foto. Rosa Díez ha hecho pancarta de la defensa de la unidad de España con la que al comienzo rebañó adhesiones en sectores de la derecha a los que desconcierta e irrita la falta de vigor del PP en este aspecto, en exceso condicionado por el federalismo inconfeso de sus brazos taifales. Los sondeos aclaran, no obstante, que Rosa Díez pesca sobre todo en el área socialista, su espacio natural. Salvo en lo concerniente a la unidad de España y a la necesaria solidez del Estado, abraza fervorosamente las posiciones de la izquierda en aspectos esenciales que, como el aborto u otros conexos, vulneran fundamentos morales de la sociedad. Y dado que en la alucinada izquierda electoral todavía quedan patriotas o visceralmente contrarios a los separatismos, es consecuente que entre los suyos crezca. Un dato más sobre cómo de manera soterrada y equívoca existe un fermento de socialismo españolista. O si se quiere, de nacional socialismo. Su función en las actuales circunstancias estriba en alimentar la estrategia de la alternancia, una vez que Rodríguez se excedió en la misión para la que fue promovido y generado una situación caótica que incide negativamente en la estabilidad de la Unión Europea y más allá.

BROTES CRECIENTES DE PROTESTA, PERO SÓLO INCÓMODS PARA EL SISTEMA

SE registra al propio tiempo un creciente bullir de fenómenos reactivos frente a la degradación del sistema, el cual se traduce en la aparición de movimientos de protesta relacionados con aspectos concretos del desmadre que nos asfixia. Una suerte de asociacionismo espontáneo en defensa de valores o de intereses conculcados en los que se integran descontentos de partidos encontrados. Son cada vez más numerosos y con creciente poder de convocatoria. Molestos para el gobierno por cuanto contribuyen a empañar su imagen así como para el PP, del que ponen en evidencia conocidas carencias heredadas de la derecha tradicional.

Ningún temor entrañarán para el sistema esos “brotes verdes” de la protesta mientras cada uno de ellos vaya a su avío. Otra cosa sería si se coordinaran para definir una estrategia común de protesta. O si se integraran en un movimiento unitario de ámbito nacional con estructura participativa y en el que cada una de las partes asumiera funciones específicas. Podría convertirse en una fuerza nada desdeñable. Se dan ahora entre nosotros condiciones similares a las que favorecieron décadas atrás en algunos países fenómenos similares al “uomo qualunque” italiano. O en fechas más recientes a partidos nacionalistas en algunos países europeos. Pero populismos de una u otra índole no son los que precisa España. Son suficientes y asfixiantes los que sostienen el tinglado del totalitarismo partitocrático y nos han metido en un callejón sin salida visible.

Otro de los hallazgos que muestran los sondeos de opinión es la desconfianza de la sociedad hacia la clase política, especialmente aguda entre los jóvenes. Aunque parezca contradictorio, esa desconfianza juega a favor del sistema. La despolitización, añadida al desfondamiento moral, convierte al pueblo en masa invertebrada, incapaz de ver más allá de sus intereses individuales más inmediatos. En sociedad postrada y en permanente evasión que absorbe sin resistencia los alucígenos que le suministra el agit-prop del sistema, el cual acusará de inmediato, y con éxito, de políticos ambiciosos y suplantadores de la corrección democrática a quienes encabecen cualquier movimiento reactivo que pueda suponer una amenaza para el andamiaje de la farsa. Por absurdo que parezca el argumento, el tópico de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer se ha instalado en la mentalidad de unas masas aviesamente desfondadas en su formación y sin defensas morales frente a la estrategia de su perversión.

¿SÓLO CABE ESPERAR EN EL CAOS COMO TABLA DE SALVACIÓN?

ESCUCHO alguna vez que sólo una voz potente, sugestiva e integra que clame contra la indignidad y la mentira, que saque al sol toda la mugre que el sistema esconde y que abra ventanas a la luz de tentadoras empresas de futuro, que sólo una voz así podrá agitar las aguas estancadas del conformismo agónico y despertar la voluntad colectiva de regeneración. Atractiva hipótesis para soñar. Pero hoy, cuando los líderes se diseñan para responder a un consumo previamente configurado, cuando sus fabricantes son los dueños del dinero, cuando éstos controlan casi el entero aparato mediático, cuando redes subterráneas a su servicio no conocen límites a la hora de abatir obstáculos incómodos para el triunfo de la marioneta elegida, esa posible voz de redención será ahogada sin conmiseración en sus primeros balbuceos. Líderes de ese calibre sólo insurgen cuando el caos ha fracturado la osamenta del sistema, las instituciones son como trastos desvencijados tirados a la calle, la miseria se hace insoportable y la anarquía se adueña del paisaje. Sólo entonces, rotos los grilletes de la alucinación, el pueblo buscará un hombre guía al que seguir, en vez de al flautista de Hamelin.

Mientras el caos irrefrenable no llegue, proseguirá la farsa. Se apuntalará al alucinado llamando a la unidad para salvar la democracia si todavía es útil para consumar el destripamiento del Estado y de la Patria. O se le arrojará del poder si se resiste a dejarlo. Es la coyuntura que ahora afrontamos en España. Se especula en los últimos tiempos con la posible sustitución de Rodríguez por Solana. Hipótesis plausible pues Solana es el hombre aupado por Washington a los engranajes de la OTAN y de la Unión Europea.

Pero no van por ahí los tiros, al menos por ahora. Lo evidencia el llamamiento urgido del monarca a una suerte de pacto de salvación entre todas las fuerzas políticas. Una coacción, en realidad, a Rajoy y al PP para que pasen de la oposición a la coyunda. A la claudicación en realidad, pues difícilmente el alucinado cederá en la vesánica encomienda de destruir lo que verdaderamente importa y para la que se siente respaldado: la supervivencia de España como Nación y de su soporte cristiano.

¿Caerá Rajoy en la trampa tendida por el monarca? Urge sin duda un gran esfuerzo, no sólo de los partidos, para sacarnos del despeñadero económico a que nos ha llevado el alucinado. Pero la economía y sus letales efectos sociales son sólo una parte del problema y no la sustancial. Si no se da un volquetazo al sistema serán inútiles las recetas convencionales que reclaman los economistas. Hay que comenzar por reconstruir un Estado fuerte y unitario, liberado de los monstruosos lastres de clientelismo y corrupción que lo enferman y prostituyen. Vana ilusión esperarlo del totalitarismo partitocrático.

Escribía días atrás Herman Tertsch que “España está probablemente en la peor situación desde el final de la guerra civil”. No creo que aludiera a las tremendas carencias económicas de entonces, sino al espíritu de lucha nos movía para superar los efectos devastadores de la contienda y de sus antecedentes. Para asumir sacrificios y trabajar sin desmayo con la firme voluntad de labrar un futuro mejor para todos y para las generaciones venideras. Un esfuerzo sobrehumano cuyo secreto estaba en la asunción generalizada del heroísmo de lo cotidiano al que, ya pasado el tiempo del heroísmo combatiente, reclamaba Laín Entralgo a una juventud ardorosa y esperanzada desde su magisterio joseantoniano.

Los supervivientes de aquellas generaciones, ya muy pocos, sí sabemos que España está ahora peor que entonces en lo esencial. También conocemos lo que se requiere para la remontada. Pero no tenemos voz. Y alucinados y alucinadores nos descalificarán con el sambenito de fachas si escandalizamos con la verdad y con un insobornable amor a España.

https://ww.alertadigital.com/2010/11/26/un-estado-en-quiebra-y-una-sociedad-postrada/
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