Villaescusa de Haro - Cuenca

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Mi tío Alfredo era alto y delgado. La cara alargada y la frente despejada como la de don Quijote aunque no llevara barba. “era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza”. No en vano se sabía esta obra de memoria. Tampoco es que hubiera perdido el juicio leyendo novelas, había leído muy pocas en comparación con el ingenioso hidalgo, pero estas muy bien seleccionadas. Podemos hacer el escrutinio de sus lecturas por los libros que tenía en su Biblioteca. Uno esa sobre la masonería que había heredado de su padre, que a su vez lo heredó del suyo, maestro albañil como él. Aunque la palabra suene a enigmas y misterios, el manual de masonería se trataba de un manual práctico de construcción en el que había aprendido los gajes del oficio: la importancia de nivelar con la escuadra, la necesidad de cubitar antes de hacer una escalera de caracol, etc. También estaba “Merlín y familia” –sería por su relación con el Quijote- de Alvaro Cunqueiro, “Un millón de muertos” de Jose María Gironella y, claro está, muchas de las obras de Cervantes.
Además del Quijote, que solía citar al tres por dos en su conversación, era entusiasta de dos entremeses, uno el ya citado y el otro “El juez de los divorcios”. Sacaba de estas obras aplicaciones prácticas para la vida. Hacía comentarios sobre la realidad usando ideas e incluso frases de Cervantes, muchas veces sin citar la fuente, pero no porque quisiera que parecieran suyas (que ya lo eran puesto que las vivía como propias) sino por no resultar pedante. Porque a mi tío Alfredo, a pesar de su erudición, pasaba por ser una persona sencilla a más no poder. Aunque tuviera sus ribetes de orgullo y de ironía, no se lo vamos a negar.
En el casino solía ocupar un lugar alrededor de la estufa de leña. Junto a él se formaba un corro de hombres que le escuchaban: Casildo, Angel, el Notario, Paco el de Licinio, Paco el Pelao, ….Solía decir que los matrimonios deberían durar solamente cinco años. Que después de ese tiempo, los casados, si querían seguir estándolo, tendrían que ir al juez a solicitar otros cinco años de matrimonio y acreditar que eran merecedores de la prórroga. Si el juez veía que no lo eran, el matrimonio quedaba disuelto. Esto lo decía mi tío Alfredo en una época en la que no existía la ley del divorcio, Ni que decir tiene que los que lo escuchaban se lo tomaban a risa, como si aquello fuera un disparate, “una ocurrencia más de Alfredo”. Fue mucho más tarde, cuando ya estaba en la universidad y estudié el teatro barroco cuando caí en la cuenta de que lo que contaba mi tío estaba sacado de una obra clásica de su adorado Cervantes.
Como ya dije, las obras de este autor, sobre todo el Quijote eran el libro de cabecera, guía de vida y catecismo de mi tío. A su hija le puso el nombre de Luscinda por este personaje del libro. Como ella dice, menos mal que no me llamó Dulcinea. A su hijo le quiso poner Cardenio pero el cura no le dejó porque la conducta de ese personaje no era muy ejemplar. Al fin y al cabo se suicidaba por amor y él no estaba dispuesto a bautizar a nadie con un nombre de un suicida. Por eso se salvó mi primo y le pusieron Alfredo.
Con el curra tenía una relación un tanto peculiar. Hablaba con él , por eso de las tertulias del cura y el barbero con don Quijote , pero creo que, como en el libro, mantenía las distancias. También el cura de Villaescusa, como el de “el lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, intentaba en vano imponer su criterio y obligarle a seguir el camino trillado, el que es así “porque así ha sido siempre”. Pocas veces discutían aunque no estuvieran de acuerdo, pero mi tío ante algunas posturas intransigentes solía decir: “Con la iglesia hemos topado, Sancho”
Al menos una vez sí que llegaron a un enfrentamiento. Ocurrió en un baile en el casino que el cura había prohibido y que llso jóvenes, saltándose la prohibición, habían organizado. Llegó el cura a parar el baile y mi tío Alfredo se plantó en la escalera y no le dejó pasar. Le dijo que aquel no era un lugar para un sacerdote, que se fuera de allí porque no le habían invitado. Qu cada uno en su casa hacía lo que quería y que no le iba a dejar pasar. Entonces el cura se enfadó mucho y amenazó con llamar a la guardia civil.
-Bueno, dijo mi tío. Llame a quién quiera. A ver quien puede más. Porque aquí tenemos el Ejército que como no tiene sotana si está invitado al baile.
Era verdad. Estaban Santiaguillo Madrid que era capitán o no sé que otro cargo militar y otros compañeros suyos bailando con las chicas del pueblo.
Al día siguiente, don José que así se llamaba el cura, con su voz atronadora, arremetió desde el púlpito contra los jóvenes blasfemos que se atrevían a desafiar a la iglesia. Pero no pasó nada. Las aguas volvieron a su cauce y los bailes se siguieron celebrando en el casino con el beneplácito de la guardia civil.
También me contaron que en el Casino se jugaba clandestinamente a la Banca. Y que un día llegó la guardia civil y estaban jugando. Entonces, mandaron a un chiquillo a avisarles y salió Casildo a entretener a la pareja de la Benemérita. Y para que vieran que si estaba Casildo fuera es que no podía haber Banca porque él era uno de los que más jugaba.
El guardia hizo intención de pasar adentro, a las habitaciones, que era dónde estaban jugando. Caildo lo cogió del brazo y le dijo:
-Hombre, no entres ahí que están las actrices.
- ¿Es que hay teatro esta noche?
- Esta noche no. Han venido a ver si lo hacen.
-Pero tú has salido de ahí.
Sí, he ido a fisgar un poco.
-¿Y que has visto?
- Pues a la chica medio desnuda echada en la banca. Pero no pases tú porque ya ha llegado el marido…
Esas eran las habitaciones que ocupaban las compañías de teatro ambulante que pasaba por el pueblo. Una vez o dos al año, generalmente en invierno, venía una familia d comediantes: dos hombres y dos o tres mujeres, dependiendo de la obra. Solían ser un matrimonio de edad, los padres, que hacían los papeles de más edad, y los hijos chica y chico, que aunque fueran hermanos hacían de galán y de dama. A veces incluso alguna de las chicas hacía un papel de chico.
Dormían todos juntos en la misma habitación. Allí también cocinaban, comían y pasaban el tiempo que no estaban ensayando o preparando los decorados.
Estos eran muy simples: unas cortinas rojas, unos papeles en los que se pintaban ventanas puertas e incluso muebles; otro papel en el que se pintaban árboles y una fuente para que pareciera el patio, o casas y farolas para que pareciera la calle.
Ellos mismos se ponían en la puerta del Casino a cobrar las entradas antes de que empezase la función. Después de la obra de teatro, se cambiaban de ropa y ellos mismos también bailaban y cantaban.