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Pinarejo - Cuenca

Poblacion:
España > Cuenca > Pinarejo
16-04-11 19:07 #7553417
Por:246801357924

Pinarejo el mejor pueblo (que tiempos aquellos)
DEL AUTOR DE PINAREJO EL MEJOR PUEBLO

Que tiempos aquellos de Pinarejo en que el frío reinante de la calle entraba a través del tiro de las chimeneas de las casas e iba inundado poco a poco todas las estancias como si su sagrada misión consistiera en anidar en lo más hondo de nuestros cuerpos y quedarse recogido junto al íntimo hueso.

Eran nuestras casas acogedoras y pequeñas y tenían lo esencial como para que las personas pudieran sobrevivir. Pocas tuberías de cobre, que decir de grifos, algún que otro enchufe de luz y allí donde se podía retrete, patio, comedor, cocina, a lo sumo dos habitaciones, cámara y como no, cueva donde conservar los alimentos y pisar la uva para convertirla en vino, cuadra, pajar y gorrinera.

Se vestían las casas con escasos muebles y otros útiles que adornaban las habitaciones y les daban aire de austeridad. Media docena de sillas, una banca, una mesa, cómoda, cama y a lo sumo una radio que hacia las delicias, un buen botijo provisto de agua fresca traída desde alguno de los pozos que rodeaban el pueblo, una vieja bota de vino de cuero curtido por el sol y por la pringue de los dedos de las manos al abrazarlas amorosamente en los hatos, pocos cubiertos, cántaros cantarillas, escasos vasos y platos, alguna que otra sartén con trébedes incluida, y viejas fotografías de los abuelos, matrimonio, servicio militar y para de contar, que colgaban, a media altura, de las paredes encaladas de las casas.

Heredadas de padres a hijos, las casas se subdividían y el pueblo iba creciendo al mismo ritmo que su población se iba incrementando y como si hubiera un pacto secreto entre pueblo y población se mantenía un perfecto equilibrio demográfico y de esta forma la fotografía del pueblo no ha variado durante muchas décadas. Pueblo de blancores perpetuos relucían las paredes y las calles se inundaban de luz cuando los rayos de sol caían de pleno sobre las paredes y venían a recogerse en esos lugares donde los guijarros medio adormecidos entierran parte de su cuerpo en el seno fresco de la tierra.

Días de luz y de esperanza para tantos y tantos campesinos, madres, abuelos e hijos, el campo, tan ingrato casi siempre, era el único remedio con el cual poder llenar las despensas con aquellos productos alimenticios que servían para adornar las mesas en esas horas marcadas por el reloj y llamadas mediodía y atardecer casi ya anocheciendo. Era por eso que en los amaneceres de los días se oían las voces templadas y secas de los hombres y mujeres del pueblo en edad de trabajar salir hacia los cuatro puntos cardinales del término para comenzar la jornada de trabajo entorno a las indomables tierras que a sabiendas de que serían mimadas y queridas se ofrecían caprichosamente para ser labradas y sembradas y no digo regadas porque ya sabemos lo que ha sido el tema del agua en nuestras vidas y como las cosechas florecían cuando el agua llegaba a tiempo y como éstas se arruinaban cuando los hielos acompañados de fríos extremos y la sequedad, buena compañera de calores malditos, caía de pleno sobre las siembras y arbolados y convertía al fruto en un cadáver anunciado.

Y a pesar de todo en aquellos días de recogidas de aceitunas se oía, como si fueran trinos de alondras, las voces endulzadas por un buen trago de vino lanzar al aire alguna que otra melodía de rancio sabor a copla, fandango o seguidilla que servía para olvidar las penas y en medio de los campos de olivos y de los sembrados de cereales y de las viñas se veían las siluetas de los hombres y mujeres de cualquier edad alzar las espaldas y secarse el sudor de la frente con la manga de la camisa para después volver, como si fuera una vergüenza el levantar las rodillas del suelo, a confundirse con la misma naturaleza.

¡Cuantos costales de aceitunas acarreados hasta el pueblo llegaban y se dejaban caer sobre el suelo de los patios de las casas! y así, de esta forma, día tras días hasta que terminaba la campaña y la madura aceituna se convertía en otro tipo de mercancía, en menguantes pesetas, y en rico liquido y como no esencial elemento de nuestras cocinas.

Como he dicho pocas comodidades eran las que ofrecían nuestras casas, pero a pesar de todo en ellas se vivía y de todo esto nos quedan aquellos recuerdos que de vez en cuando nos llegan y nos dejan ciertos sinsabores que tienen que ver con paginas todavía no pasadas o quizás con algún resquicio que nos acompañará mientras estemos en vida.
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16-04-11 20:06 #7553746 -> 7553417
Por:No Registrado
RE: Pinarejo el mejor pueblo (que tiempos aquellos)
Desde Ibiza que recuerdos.

¿como te llamas?
Puntos:
17-04-11 14:14 #7556982 -> 7553746
Por:246801357924

RE: Pinarejo el mejor pueblo (que tiempos aquellos)
Ya lo he repetido algunas veces soy hijo de Tomás y de la Hilaria y mi nombre es José Vicente Navarro Rubio
Puntos:
17-04-11 17:55 #7557955 -> 7556982
Por:246801357924

RE: Pinarejo el mejor pueblo (que tiempos aquellos)
DEL AUTOR DE PINAREJO EL MEJOR PUEBLO

Dulce arrullo y elevada poesía nos transmitía las campanas a esas horas en que las chicharras buscan la sombra y desde las elevadas ramas de los olmos lanzaban sus serenatas repetitivas y no lejos de ellas en cualquier entrante al lado del carro y no lejos de la mula, macho o borriquilla se oía otra música y era ésta la que salía de los calderos cuando el aceite, en su punto justo, se esforzaba en convertir al trozo de magra o de tocino en fritura y al huevo dejado caer sobre el dorado liquido en manjar exquisito. Y era normal ver, como si fuera una escena ya en otros momentos vivida, al galgo correr allá por la Romera, Los Maciscos, Las Zorreras detrás de alguna liebre, conejo o perdiz y en esas que estaban los animales jugando a ser uno cruel asesino y el otro no víctima sonaba la llamada a rancho en forma grito y hacia el hato acudían, zoqueta y hoz en mano, sombrero de paja, albarcas y tomiza los hombres y mujeres de nuestro pueblo a saciar su hambre de vida con una escasa comida.

Llorando quedaban los campos pues después de haber dado entre los surcos nuevas vidas veían como en los veranos llegaba la hora de la siega y como se acarreaba la mies hacia esos lugares llamados eras construidas de tal forma que el aire "entrase encañonado" a la hora de aventar. Era allí donde las trillas se encargaban de convertir al tallo en paja y a la dorada espiga en grano con el que hacer blancas harinas y era allí donde acudía toda la familia ya fuera de noche o de día a la espera de ese viento casi divino y así año tras años se iban consumiendo las vidas.

Cuantas horas de esperas de esas madres caritativas a la puerta de las casas para ver como pasaban los carros y galeras colmados hasta arriba y tras el paso del carro y la descarga en las eras de la tan celebrada mercancía llegaba la espera y las rogativas, pues una mala tormenta era lo peor que podía ocurrir en esos días en que las bocas se llenaban con lo poco que se recogía en los áridos campos y en las escasas huertas que se abrían junto a las esporádicas aguas que bajaban camino del Charcón y de la Veguilla.

Y llegaban los domingos con el casino a reventar entorno a la partida de cartas y distendidas tertulias en la barra que terminaban entre chato y más chatos de vino en alguna que otra chispa y de misa obligada y como de momentos de gloría de nuestros mayores en el poyo de la puerta contándonos pequeñas aventurillas y ya dentro de casa venía la consabida tertulia entorno a un fuego eterno que como si fuera una enciclopedia de la vida ayudaba a que las palabras salieran de la boca y se convirtieran, en ese ambiente tan cálido y querido, en preciada memoria selectiva, que después, ya pasados los años, nos ha ayudado a coger de todo aquello que nos da la vida, lo bueno y desechar lo malo, como si fuéramos campesinos, allá en las eras, aventando primero con la horca para eliminar la paja más larga y después con aquellas palas de una sola pieza en que la cuchara lanzaba al viento: el polvo, los granzones, la paja y el grano. No me olvido de nuestras madres y en medio de esta memoria tan raída creo verlas todas de negro, pañoletas en la cabeza y sonrisas apartando los granzones con la escoba de abalear y meneando las cribas y trigueros y junto a ellas a la sombra del Molino un botijo y una cuba con los que mitigar la sed que producía aquel duro trabajo y las pesadas calinas.
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