Los papis van al cine.
Cincuenta sombras de Grey, La tormenta perfecta o Los papis van al cine: dudé del título de este post pero quedó así porque, en definitiva, de lo que se trata es de contar que fuimos al cine. Sí, un día que papi no tenía que salir a vender llaveros -porque no tenía ganas- se ofreció a llevarme al cine, ¡nada más y nada menos que Cincuenta sombras de Grey! y, claro... le dije que sí. Después de haber leído la trilogía me moría de ganas por ver a ese Christian Grey en la gran pantalla, ese hombre tan... tan. Y nos pusimos a mirar la cartelera para elegir cine, y a papi solo se le ocurre ir a un cine en Cuenca. ¡Que no había uno más cerca!. No sé que tiene Cuenca que le gusta tanto; bueno sí: las casas Colgadas, la Catedral, las iglesias -aunque una tiene a un Cristo que da pena verle crucificado allí fuera, oye... que parece que se le han comido los buitres- los conventos, la plaza mayor, los puentes..., y su gastronomía, claro. De modo que, a las once de la mañana nos metimos en la furgoneta y pusimos rumbo a la ciudad que me mostraría el rostro de mi Christian Grey. Y fuimos derechos al cine; lo primero era ubicar el lugar y aparcar cerca porque amenazaba tormenta y, después de estar hora y media con los rulos puestos no me apetecía que mi pelo se estropeara, tenía que estar decente para presentarme ante mi ídolo.
Aparcada la furgoneta y localizado el cine y la hora de la primera sesión, nos pusimos en camino hacia un restaurante que había visto papi paseando con su muñeco por el google maps. Esto nos llevó unos quince minutos y, cuando llegamos yo tenía más hambre que ese niño gitano que no comía caliente desde que se cayó de boca en el brasero. ¿Qué comimos? Pues... ni me acuerdo, con la emoción que me embargaba no recuerdo lo que comimos, pero sí recuerdo que papi pidió un buen vino y que comimos muy bien y barato (ya os mandaré una tarjeta), y que ya en los postres nos dió la risa. Nos pusimos a contarnos chistes y ¡nos pegamos una pechá a reir!. Vamos, que dimos la nota, pero cuando yo veía las caras con las que nos miraban los demás comensales, aún me daba más risa. Es que con papi me lo paso muy bien, especialmente cuando salimos a comer fuera; no hay vez que no nos pase algo. ¿Os acordáis del camarero-hombre-bala del restaurante donde celebramos el bautizo de Frutis?, aquello fue una pasada. Bueno, a lo que iba... Terminada la comida -con su café y todo- nos pusimos en pie para marcharnos tranquilamente (yas habíamos pagado... ¿qué estáis pensando?) y papi miró la botella de vino: media botella que había sobrado. -Me la llevo, dijo. -Ni se te ocurra -esa soy yo-. Y funcionó. ¡Es más obediente!
Hicimos el camino de vuelta al cine, tranquilamente, paseando y disfrutando de esa sensación de tener la tripa llena, el calorcillo que te aporta el vino, y el amor. Porque papi y yo estamos aún muy enamorados, aunque digan las malas lenguas que va a buscar un pisito en Lugo para otra, y que por cierto, no sé de dónde se ha sacado eso la niña... Pues así caminábamos, cogidos de la cintura. A veces nos besábamos -también es besucón- y algunas personas nos miraban con cara de envidia, porque la gente no se quiere como nos queremos nosotros y son unos envidiosos.
Ya se nos estaba haciendo un poco largo el camino y decidimos preguntar si había algún otro camino para acortar hasta llegar a nuestro cine, y había dos señoras mayores sentaditas en un banco a las que papi se acercó y preguntó. Cuando las señoras levantaron la cara me asusté: una iba pintada casi como el payaso de It, y la otra... la otra parecía estar en otro mundo; la mirada perdida, pálida como una muerta y con una estabilidad de alto riesgo, pues cuando se puso en pie casi se me viene encima. Y no, no había ningún atajo, teníamos que seguir por dónde habíamos venido. Pues hala, a seguir caminando hasta que por fin vimos el bar "la esquinita" que estaba en la esquina, claro, frente a los cines. Miramos la hora: 17:20. Entramos a tomar otro café para hacer tiempo. Yo miraba la puerta del cine esperando ver la larga fila que se formaría y me ponía nerviosa pensar que nos podríamos encontrar sin entradas. Nadie. En la puerta no había nadie. La taquilla permanecía cerrada. Papi me enseñaba unos vídeos en su móvil pero yo no los veía, yo solo tenía ojos para la taquilla esperando que abrieran para correr y sacar las entradas. A las 5:45 ya no aguanto más y le digo a papi que ya es hora de ir a ponernos los primeros, por si acaso. Y allí estuvimos, los primeros, los últimos y los únicos hasta las seis de la tarde que abrió la taquilla. Barato... 5 pavos, tal vez por eso papi quería ir a Cuenca. Con nuestras entradas pasamos, yo estaba ya nerviosita perdía, y resulta que nos tienen puesta una valla para que no pasemos. Quitamos la valla- se ofreció papuchi. -No, que tiene que venir el que nos rompe las entradas -yo. Y me dió otro ataque de risa porque me acordé de un chiste de leperos. En eso que un chico y una chica retiran la vaya y a mi no se me ocurre más que contarles el chiste: "Ese lepero que va al cine y, al pasar la quinta vez por taquilla, le dice la taquillera: oiga... es la quinta vez que saca usted la entrada. -Sí, pero el que está en la puerta me la rompe. Yo lloraba de la risa cuando la chica me dice: yo soy de Lepe. ¡Qué bochorno!, y ya no era por el vino. Mi risa cesó de golpe y, con toda la seriedad que puede, le dije: ¡que graciosos sois los de lepe!. Y nos rompieron las entradas, no sé si por venganza o por seguirme el juego. Pero bueno... nosotros nos hicimos los locos y pasamos a la sala 5. Un pedazo de sala. ¿Dónde nos ponemos? -Por atrás... como cuando éramos jóvenes -papi-. Yo prefiero centro. Y al centro fuimos. Nos acomodamos, sin palomitas ni nada, y nos centramos en la pantalla. Nos tragamos algunos anuncios mientras la sala se llenaba y, como no se llenó, nos pusieron la peli. Miré a mi alrededor y no daba crédito. ¡Estábamos solos! Eso da hasta miedo. Un cine solo para nosotros. Vamos, que si llega un asesino de esos de las pelis de terror teníamos un 50% de posibilidades cada uno para ser el muerto. Lo único que se me pasó por la mente fue: que no me entren ganas de hacer pis, por favor... ¡Mira que si cuando vuelva me lo han matado! Matado de esos que parece que están viendo la peli hasta que le das un toque en el hombro y se le cae la cabeza. ¡Puajjj! ¡Que asco!. Pero, de repente, allí está mi Christian Grey, llenando toda la pantalla... con su ropa cara, envuelto en un lujo que parece exajerado y... y no me gustó. Ese no era el Christian Grey que yo había forjado en mi mente. Papi no decía ná. Me miraba con cara de preocupación al ver mi decepción, decepción que fué creciendo a medida que la película iba avanzando. No me gustó, no. Ni si quiera el cuarto de juegos: para eso me gusta más el de las niñas. ¡Anda que no hay allí cosas para jugar y pasarlo bien! Por eso Satary se pasa tantas horas allí encerrada.
Cuando se terminó la peli yo no sabía si había que aplaudir a la persona que nos puso la peli, así que no lo hice porque enseguida iba a saber quién aplaudía y a mi me da mucha vergüenza dar la nota, así que me agarré al brazo de papi y salí del cine con toda la dignidad que pude.
Pensábamos cenar por allí antes de volver a casa, pero tal como estaba el cielo decidimos volver antes de que se nos hiciera de noche. Y nos pusimos en camino de vuelta. Un cielo negro cubría todo lo que la vista alcanzaba, a los lejos se veían rayos. La carretera estaba como el cine, sola. Para nosotros solos. Ibamos comentando la peli cuando, de repente, unos pedruscos se nos vienen encima y rebotan contra los cristales. Yo me cubro la cara con los brazos temiendo que se rompan, subo los pies al asiento y me coloco en posición fetal. No se ve nada. Granizos del tamaño de pelotas de ping pong nos bombardean por todas partes, y el viento los lanza de un lado a otro. Los rayos se acercan... -papi..., despacito, no veo nada. Y papi agarrado al volante intentando mantener la dirección. Yo estaba ya casi dejando de respirar cuando, por fín, aquello pasó. Una lijera lluvia y un fuerte viento nos acompañaba, pero ya podíamos ver. Pero duró poco... al momento todo volvió a quedar completamente a oscuras y el granizo -como cocos de feria- se lanzó contra nosotros. -Papiiiiiii, tengo mucho miedo. ¡Mira.... un camión. Acércate a él para que podamos ver algo! Pero no hubo modo, el camión desapareció de nuestra visión y papi seguía conduciendo, muy despacio porque no se veía nada de nada, era como si estuvíeramos en medio de la nada, atrapados por una tormenta como nunca en mi vida había visto. Entonces vemos una indicación de un área de descanso y papí no lo pensó: nos quedaremos ahí hasta que la tormenta pase. Y salimos de la carretera, no metimos a la derecha y.... nada. Solo oscuridad. Ya no sabíamos dónde estábamos, si en una carretera o en medio del campo. A esa estación de servicio se la debió tragar la tierra y olvidaron retirar el cartel. Afortunadamente, papi que también es muy listo, salió de allí y volvimos a la carretera. Y así, entre una tormenta tras otra, llegamos a casa.
¿Os gustan las emociones fuertes?
Pues os recomiendo ir a Cuenca a ver Cincuenta sombras de Grey un día que amenace tormenta.
