La teología sirve para adaptar a los nuevos tiempos los dogmas heredados. Los católicos la han necesitado mucho porque la historia de la Biblia está condicionada por su dependencia de los poderes de turno y está llena de reescrituras, añadidos y refundiciones interesadas. La mayoría de lo que se conoce como “palabra de dios” está copiada, literalmente, de otras religiones: el diluvio universal, el nacimiento de Jesús, la virginidad de María… Jesús es un personaje del que se cuenta con pocas informaciones fidedignas que no resisten la historia crítica moderna. Los apóstoles no tuvieron a Jesús por Dios (hubo serias disputas dentro de la Iglesia hasta el 680) ni se instauró ninguna iglesia, ni sacerdocio ni estructura oficial alguna; el dogma de la “Asunción de María” no fue proclamado hasta 1950 y hasta el siglo V era completamente desconocido… pero la dimensión teológica les resbala, basta con la obediencia, pues lo que importa son los mecanismos de poder.
Y esta obediencia ciega nos aporta conductas que reflejan la lejanía vital de los seguidores de la Iglesia con la sociedad actual. En “La Razón” (29-12-200

, un extenso reportaje sobre la manifestación realizada en Madrid con motivo del Día de la Familia, exponía el caso de la familia Ruiz Pons que desde Valencia acudía disfrazada de “belén” para dar testimonio de su fe. La familia en cuestión estaba compuesta por los padres y doce hijos, ocho de ellos minusválidos, ante lo que el jefe de la prole declaraba: “dios hace milagros, pero a su manera y somos muy felices”. Entre quienes acudieron a la consagración de España al Sagrado Corazón, ceremonia oficiada por Rouco, (junio 2009), estaba Arantza Díez, con su marido y diez hijos, “educados en casa pues son defensores del “Home schooling”, corriente cada vez con más adeptos dentro de la propia Iglesia, que desconfía del “laicismo y relativismo” reinante en la enseñanza pública. El laicismo mina los cimientos de una religión acostumbrada a educar a través del miedo y el sometimiento.
La Iglesia apoyó con vehemencia el régimen franquista porque ya entonces denominaban a la escuela laica, establecida por la República, como “secta infernal y anticristiana de ateos y apóstatas”. Y también por el creciente prestigio social del maestro que amenazaba con oscurecer la figura del párroco, disminuyendo su influencia en la comunidad. La depuración de los maestros constituyó un objetivo primordial para el franquismo y el control de la enseñanza representó un pilar básico en la construcción del nuevo régimen nacional-católico.