Villafranca de Córdoba - Cordoba

Cuando alguien familiar y cercano se nos va se hace necesario expresar el duelo y las emociones. Sin embargo, cuando la persona es pública y ajena a nuestro ámbito familiar es difícil que esos mismos sentimientos se sientan afectados.
El caso de Adolfo Suárez es, sin duda, de esos escasos y contados ante quienes pocos puedan permanecer indiferentes, menos aún los que vivimos más de cerca aquellos intensos años de la transición.
Ciertamente, aquellos cinco primeros, escasos para un mandato y sin embargo extraordinarios por su enorme valor político bien pueden representar el legado sobre el que se asienta la estructura actual de nuestro estado de derecho y llama la atención que en sólo ese período se acometiera todo un complejo cuerpo de ley: Ley para la Reforma Política, Ley para la Reforma Electoral, Reforma Laboral, Pactos de la Moncloa, Reforma Tributaria...,todo un conjunto de leyes y auténtico baluarte para la convivencia en una sociedad ntodavía muy fraccionada.
Hablar por tanto de sus méritos y de su figura, más ahora con las emociones encendidas, no es si no redundar en su talla como hombre grande de estado.
Y en esta sociedad mediática actual, en donde la imagen cobra especial relieve y cualquier detalle por nimio que sea dice tanto como el análisis más profundo yo escogería, entre todo lo visto y oído estos días, un momento: aquel día en Las Cortes cuando, tras la aprobación de La Leey para la Reforma Política, deja escapar un suspiro reclinándose sobre el asiento, un detalle que sin duda refleja el resultado de su apuesta y que en aquel momento no era otro si no ganar el pulsso al camino de las libertades, máxima fundamental entonces en el orden de prioridades.
Es cierto que no rsulta fácil establecer analogías en el tiempo pero también se advierte en gran parte de la opinión pública el recuerdo de aquellos años de esperanzas despertadas y proyectos definidos frente a la actual realidad rocosa y bronca y es que en el panorama actual son muchos los interese encontrados, puertas giratorias, bocas que callar...para calmar la marejada y ver a capitanes con gestos sinceros y elocuentes que transmitan su oficio.
Es una incógnita saber si hasta el final de su etapa hubiera cabido añadir algún capítulo más en materia política, pero difícilmente: al retirarse se sintió solo, cuando lo hizo fue con la dignidad (tan esquiva en estos menesteres) de quien sabe apartarse y, por último, una enfermedad cruel que apaga prolongadamente.
Son circunstancias estas, entre tantas otras, que contribuyen a destacar más su reconocimiento y como a tal efecto ningún grano ha de estar de más, vaya pues este mío también y aunque insignificante entre la multitud sirva además para confirmar su figura como referente poíticoy referencia en el buen hacer política.
Adios, Suárez.

La única persona que bajo mi humilde opinión merece reconocimiento dentro de la política. Persona íntegra y con auténtica vocación y por eso será recordado, por su buen quehacer y no por lo que el resto de políticos.