Pedro Abad - Cordoba

Estoicismo y bravura.

29/06/2011 RAFAEL Mir

En esta hora, que los largos de lengua se apresurarán a calificar de mala, sin parar en otras consideraciones, debemos utilizar como cualidad una característica que comúnmente se nos atribuye a los cordobeses como defecto: la apatía. La apatía que definían y patrocinaban los filósofos estoicos, de los que nuestro Séneca fue estrella en Roma. Ellos consideraban la apatía como una disposición de ánimo según la cual el sujeto permanece indiferente emocionalmente ante los avatares de la vida, especialmente si son desgraciados. Se suele citar a este respecto a Marco Aurelio que dijo: "Has de ser como una roca en la que se estrellan todas las olas". La persona granítica verá cómo las olas se aquietan, la marea baja y el sol sale un nuevo día para todos.

Pero no se trata simplemente de dejar pasar, de aguantar. Se trata de asimilar, de aprender y de subir un escalón más en la escalera de los dos que nos han bajado. Ya sé que esto suena a fraseología culta y taimada defensa. Pero concédase que debajo de cada una de estas frases hay una idea, y piénsese que no hay nada ni nadie que defender, porque quienes predicaron el proyecto de Córdoba 2016, lo hicieron bastante bien, aunque naturalmente todos podemos decir que en el equipo se notaban sensibles ausencias.

En mi cuarto de estudiante universitario colgaba un cartel aleccionador con una cita, que aún conservo, si bien oculto, colgado detrás de la puerta de un armario biblioteca. La cita es de T.S. Eliot y dice: "Para nosotros solo existe el intento". Córdoba lo ha intentado y lo ha intentado bien. Pues ya está. ¿Qué hemos de aprender o rectificar? Lo malo que hemos hecho y lo bueno que hemos dejado de hacer. Ejemplos negativos: que un candidato a la Alcaldía que alardeaba de no haber leído un solo libro en su vida obtuviera el quince por cierto de los votos; que se trate de oscurecer a nuestro primer monumento, a nuestro monumento de valor universal, la Mezquita, con la sombra de una catedral que no es ni siquiera de primera división...

Entre lo bueno que hemos dejado de hacer, valga el ejemplo del Palacio de Congresos, sobre el que nuestros políticos han mantenido el diálogo de sordos de los galgos y podencos durante años. ¡Durante años!

Pero como el título anuncia, tras el comienzo filosófico --o seudo filosófico-- habrán de servir, para concluir, consideraciones taurinas, porque nuestro lenguaje y nuestra cultura están repletos de ideas y términos de la fiesta, ¡ay! , nacional. Hasta el punto de que a nuestro solar se le llama piel de toro. Pues bien, el toro bravo cuando recibe la puya, empuja y mete los riñones, crecido ante el dolor. No hagamos como el toro manso que al sentir rozarle la puya sale huyendo hacia los chiqueros en busca de la madre que lo parió.

* Abogado y escritor

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