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13-06-15 20:01 #12686841
Por:otromas5

Alcald@
Diario Cordoba
El alcalde
JOSE JAVIER Rodríguez 12/06/15
Para ser alcalde o alcaldesa se precisa entender lo importante que tiene el sentido de la proporción, el simbolismo del escudo de la ciudad (su puente para entablar contactos y su rueda de molino para mantener el ritmo perseverante del agua que siempre es río) y las fórmulas para lograr mágicamente cuadrar el presupuesto. Se debe tener el deseo de construir, sabiendo de la sorprendente complejidad de la organización municipal, del desafío intelectual que representan los plenos municipales, la imponente grandiosidad de los proyectos acabados. Una ciudad es un caos organizado, ruidoso y de gran colorido; es una rivalidad disimulada, unos titiriteros, una noche en blanco; debería ser un lugar hospitalario y no la jungla; un emporio de emprendedores capaces de desarrollar ideas y generar empleo cooperador. Todos esperan del alcaldable que sepa construir una gran ciudad, capaz de recuperar la armonía en cada distrito municipal, que el número de los que se sienten desgraciados se consiga aminorar. Debe evitar las caras crispadas en los plenos como si un zorro hubiera entrado en el gallinero. La prudencia y la amabilidad junto al saber son virtudes a esperar en quien gobierne la ciudad. Además durante su mandato debe firmar la paz con sus propias pasiones; que son encarnizados enemigos de una buena gobernanza y amigos de la lujuria y de la corrupción.
El nuevo regidor de la ciudad tendrá que ganarse el respeto y la confianza de los funcionarios, sobre todo de aquellos que se pueden sentir miedosos por su designación. No debe anteponer sus intereses a los de la ciudad ni tampoco los de su partido político, pues vivirá siempre como un azor. No se le recomienda que practique la arrogancia, la codicia, la impiedad ni que soslaye la corrupción. La amabilidad no es una capa que fácilmente se pueda poner y quitar, sino que debe ser la esencia del regidor municipal.
Todos desean un alcalde o alcaldesa, lleno de aplomo, con seguridad y capacidad nada peligrosa, repleto de honradez, tan obligada como lo es la castidad en el monje cisterciense. Desean que los funcionarios no se hagan los remolones y que cumplan no solo horarios sino obligaciones, pues el ciudadano juzga por las apariencias y en ausencia de diligencia pensarán que el regidor municipal es insensible e indiferente. Los ciudadanos contribuyen al sustento de los políticos y funcionarios con el sudor de su esfuerzo y no quieren verse recompensados con lasitud y prepotencia. Un alcalde no puede ser alguien indeciso, falto de voluntad, director de mano inerte, débil. Llegar a la Alcaldía es dar la espalda al mundo de la complacencia y la lujuria; es empezar la negación de uno mismo; es saber limpiar el bosque de la corrupción y secar los pantanos de la holgazanería; huir de la arrogancia, del mal humor; del distanciamiento al ciudadano. Es lograr la sabiduría colectiva.
El Ayuntamiento no es mero instrumento para llevar una vida de abundancia personal, no puede ser una organización relajada, descuidada, indulgente con la norma. A la Alcaldía no se debe acceder por el trueque como si se tratara del negocio de tratantes de ganado. La Alcaldía da ciertos privilegios, poder, pero demanda mayor responsabilidad para hacer el bien. Una alcaldesa no puede ser mandona, cabezota, agresiva; tampoco un alcalde. Tendrá que olvidarse de quienes se encontraban antes en el partido bajo su férula. En la Alcaldía un día no es igual al otro, las preocupaciones cambian rápidamente; casi no da tiempo a pensar en el día siguiente, pero el regidor de la ciudad debe mostrarse tranquilo, competente, seguro de sí mismo, experto, digno de confianza, maestro en la conducción de la sociedad. No debe intentar volar demasiado alto, pues al fin y al cabo procede de familia modesta que ha tenido la fortuna de llegar a ocupar el sillón de la Alcaldía. Si se analiza puede hasta sentirse una impostura, un don nadie con ínfulas, corriendo el riesgo de acabar desacreditado, como persona ingenua, conformista, sumisa a la oposición y a los cuadros de mando de su partido. Es fácil, alcanzado el poder, perder de vista la propia escala de valores, dejar en suspenso la facultad de autocrítica y quedar depositada su confianza en el secretario de organización de sus conmilitones. Ser alcalde es ser exigente, receloso, insistente.
Todo alcalde que gobierna en minoría vivirá tenso como la cuerda de un arco, ansioso, esperanzado en no desesperar ante la posibilidad de perder apoyos. Un alcalde sin mayoría es criatura del momento, bajo la amenaza de la rebelde oposición dentro del propio Ayuntamiento y de los secretariados de los partidos políticos. Se debe reconocer que ningún alcalde es perfecto.
* Catedrático emérito de la
Universidad de Córdoba
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