Atreverse a cambiar andalucia PEDRO TENA “Don Alfonso visitó con material velocidad, pero con detenida inteligencia, una magnífica fábrica de tejidos llamada La Industria, Malagueña, propiedad de los señores Larios, la cual hace honor á Málaga; sostiene miles de individuos y se halla perfectamente organizada hasta en sus menores detalles. Aquel ruido atolondra por el momento, pero satisface en seguida; es el ruido del trabajo; es la expresión de la vida que penetra hasta en el hierro, para dársela después á las naciones simbolizada en el comercio.” Inocencio Esperanza (José C. Bruna) “Impresiones de un viaje a Andalucía con S.M el rey don Alfonso XII” CONCLUSIÓN: ATREVERSE A CAMBIAR ANDALUCÍA Ha llovido mucho desde aquel sueño ilustrado, reformista y liberal de una Andalucía próspera que logró ser la primera región de España en disponer de un alto horno, precisamente en Marbella, o cuya banca gaditana fue la más importante de la nación. También ha llovido mucho sobre los programas totalitarios que, supuestamente fundados en el deseo de libertad y justicia social, unos y otros, condujeron al abismo a la sociedad española y, muy especialmente a la sociedad andaluza, que se empobreció como nunca antes. Y ya ha llovido demasiado desde la transición política española y el deseo de autonomía de los andaluces que se aupaba sobre la reclamación de la equiparación económica, social y cultural con las mejores regiones de España y Europa. Ni aquel liberalismo primitivo, ni el régimen de la restauración, ni la república, ni las dictaduras ni, como se ha demostrado, el socialismo de Suresnes han logrado dicha equiparación. Andalucía necesita atreverse a cambiar si quiere ser una gran región europea, no sólo para vivir en ella, sino para trabajar y prosperar en ella. El régimen andaluz y cambio como atrevimiento Cuando el PSOE llegó al poder municipal subida a los hombros de la izquierda comunista en 1979, no tenía otro discurso que el generalista del socialismo rampante heredado de un marxismo nunca bien estudiado en el socialismo español desde los tiempos de Pablo Iglesias. Pero aquel grupo de injertados en el tronco socialista llamado entonces “el clan de la tortilla” demostró su ambición y capacidad organizativa triunfando en Suresnes y desplazando a todo un socialismo histórico que, aunque incapaz de oponerse a la dictadura de Franco, contenía la sabiduría de la experiencia del por qué se había producido la guerra civil y los errores cometidos. La ausencia de raíces definidas –en el PSOE la E de español fue sido siempre natural -, y el desparpajo ético de sus primeros dirigentes condujeron al PSOE andaluz a abrazar, si se quiere de manera oportunista, el andalucismo enarbolado por un partido competidor, por socialista y andaluz. Era el Partido Socialista de Andalucía de Alejandro Rojas Marcos. Desde ese andalucismo, táctico y nunca de principios, que les obligó a aceptar a regañadientes la figura de Blas Infante y otros símbolos nacionalistas, lograron reeditar en Andalucía lo que el PNV y Convergencia i Unió hacían ya en el País Vasco y Cataluña: un régimen cuasi nacionalista fundamentado aquí en el discurso socialista. La combinación de los símbolos del nacionalismo andalucista, la creencia en la superioridad intelectual y moral heredada del marxismo y una idea de la organización más próxima al leninismo (“el que se mueve no sale en la foto”), estructuró del discurso del régimen. Como todos los partidos nacionalistas, el PSOE andaluz no podía compartir la identidad andaluza que decía representar con nadie. Por ello, su primer paso hacia un régimen que degeneraba la democracia constitucional incipiente fue la negación del papel complementario y enriquecedor de la oposición. A su alrededor, fue sembrando al contrario de lo que quiso Stuart Mill, menosprecio por la dignidad democrática de la oposición. La UCD y el PA fueron, a las primeras de cambio, tildados de traidores al proceso de establecimiento de la autonomía andaluza, independientemente de la verdad de los hechos. El PP, entonces AP, fue identificado con el franquismo y, posteriormente, con el empresariado explotador. IU, la inteligente aventura regeneracionista de Julio Anguita, fue calificada de locura extraterrestre. El PSOE andaluz ya estaba en condiciones de considerar que lo público sólo podía ser bendecido y administrado en el altar socialista, arteramente identificado con “lo andaluz”. Consecuentemente, que el PSOE ganara las elecciones era el modo normal de vivirse la democracia en Andalucía y el arrinconamiento, e incluso ensañamiento con la oposición, era de justicia porque no ser del PSOE en Andalucía era propio, no de la libertad, sino del pecado. Es más, se ha llegado a inyectar en la opinión pública andaluza que sólo las victorias del PSOE son legítimas. PP, IU y PA eran, esencialmente, transgresores del código nacionalandaluz- socialista instrumentado por Rafael Escuredo como treta para ganar unas elecciones y consolidado después como elemento vertebral del régimen cimentado sobre dicha falacia. Aquel falso pero insistente pregón del socialismo andaluz, repetido hasta la saciedad por muchos profesores aupados por el régimen a una estructura educativa partidista y martilleado de manera inmisericorde por los medios de comunicación públicos(usados como si fueran propiedad del PSOE) y los privados afines, llegó a calar en los ciudadanos andaluces. Por eso el cambio, que no es otra cosa que el sentido común político y democrático aplicado a la gestión de un gobierno elegido, se ha convertido en un atrevimiento, en un esfuerzo moral por superar la mordaza intelectual aplicada por el PSOE andaluz. Atreverse a cambiar es como un desafío al dogma socialista según el cual quien no es socialista es de extrema derecha o loco, pero nunca demócrata. La tela de araña socialista y la dificultad de la alternancia La alternancia democrática que es la regla de oro de toda democracia que se precie de auténtica, nunca ha sido posible en el conjunto de Andalucía desde 1979, puesto que ya la Junta preautonómica fue presidida por socialistas. Desde 1982, elección tras elección, el PSOE andaluz, usando a su antojo todos los medios disponibles, fue ganando elecciones. Pero si la primera de ellas, la que hizo presidente a Rafael Escuredo, fue ganada legítimamente en las urnas, las demás se vieron contaminadas por la erección de un régimen que pretendía consolidar un partido único al frente de Andalucía, parecido al PRI mejicano y fundamentado en la degeneración democrática del “despotismo blando”, el régimen ya anticipado por Alexis de Tocqueville en La Democracia en América. Lo describía el francés de esta manera: Sobre éstos [los ciudadanos] se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga sólo de asegurar sus goces y vigilar su suerte. Absoluto, minucioso, regular, advertido y benigno, se asemejaría al poder paterno si como él tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, al contrario, no trata sino de fijarlos irrevocablemente en la infancia y quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar. Trabaja en su felicidad, mas pretende ser el único agente y el único árbitro de ella; provee a su seguridad y a sus necesidades, facilita sus placeres, conduce sus principales negocios, dirige su industria, arregla sus sucesiones, divide sus herencias y se lamenta de no poder evitarles el trabajo de pensar y la pena de vivir.” Tal despotismo blando fue posible, asimismo, por la inexistencia de una oposición de centro derecha articulada en los primeros años. La desaparición de UCD y la división entre PDP, CDS y AP impidió la alternancia. Posteriormente, desde 1990 el recién refundado Partido Popular comenzaba a escalar posiciones a nivel nacional. En Andalucía, la digna resistencia ante los ataques del régimen socialista y la nueva dirección encomendada a Javier Arenas comenzaron a dar frutos. Pero la tela de araña tejida sobre la sociedad andaluza era tan densa que parecía imposible el cambio. Sólo en tiempos de confluencia de crisis y corrupción el PP se acercaba al gobierno. Así ocurrió en 1994, cuando quedó a cuatro diputados de un PSOE que perdió la mayoría absoluta por vez primera. El PSOE, centrado en el gobierno de la Junta y convirtiendo a la administración autonómica en una especie de “estado” propio desde el que controlar desde la función pública a la economía andaluza, los agentes sociales, la comunicación, la educación, la salud, las ONG o la cultura, por parar ahí, dejó de lado a los Ayuntamientos y a sus municipios, hueco aprovechado por el PP andaluz para desarrollar una oposición local y concreta cada vez más eficaz conquistando desde 1995 los grandes municipios mejor informados y más desarrollados Finalmente en 2011, el PP andaluz ganó las elecciones municipales propiciando con ello el cambio general en una Andalucía cansada ya del régimen y sus abusos, sorprendida por los niveles de corrupción alcanzados por unos dirigentes que presumían de honradez y honorabilidad. Por tanto, a la pregunta del por qué no ha producido la alternancia democrática en Andalucía cuando en otras muchas regiones de España sí se produjo (salvo Extremadura y Castilla la Mancha, donde el PSOE impulsó regímenes regionales parecidos) hay que responder que la tela de araña tejida desde el gobierno concebido como propiedad política, ha sido la principal causa del largo período de permanencia socialista. Cuando un gobierno ocupa la sociedad en beneficio de su partido en lugar de gobernar en beneficio de todos sus ciudadanos, se está ante un obstáculo muy grave para el desarrollo normal de la democracia. Pero no debe olvidarse la colaboración de los pequeños partidos en la perpetuación del régimen socialista. Tanto Izquierda Unida1 como el Partido Andalucista se han brindado a proporcionar “muletas” al régimen antes que ayudar a su eliminación. Muy especialmente el Partido Andalucista contribuyó al sostenimiento del régimen instalado en el interés propio y en la fatua creencia de que tal contubernio acabaría beneficiando al andalucismo. Lamentablemente para ellos, aquella colaboración ha llevado casi a la desaparición política de andalucismo nacionalista, fagocitado por la capacidad propagandística del régimen con el que colaboraron. Izquierda Unida, colaboradora del régimen en municipios y Diputaciones, siente ahora la misma tentación. Tras los discursos de su máximo dirigente actual, Diego Valderas, late cada día más claramente su decisión, y de la mayoría de la organización,de apoyar el reflotamiento del régimen del PSOE andaluz a cambio de parcelas de poder antes que la regeneración de la democracia andaluza y el desarrollo económico y social. Sólo UPyD, partido recién llegado con sorprendente fuerza a la realidad política andaluza, se ha atrevido a decir que si la sociedad andaluza quiera un cambio, no lo obstaculizarán. 1 Desde la desaparición política de Julio Anguita y Luis Carlos Rejón, firmes creyentes de que, desde la legalidad democrática, podría desarrollarse una política social amplia y profunda La responsabilidad histórica del Partido Popular Fue en las elecciones municipales de 1979 cuando el PSOE de Andalucía llegó al gobierno de la inmensa mayoría de los municipios andaluces, aupado por la pinza de izquierdas con los partidos comunistas, desde el de Carrillo hasta los más radicales. Luego logró hacerse con la presidencia de la Junta preautonómica y finalmente, en 1982, tras someter a centristas y andalucistas a un acoso sectario y a descalificaciones sin precedentes, con la presidencia de la Junta de Andalucía. 32 años después, el PSOE todavía gobierna en la Junta de Andalucía con mayoría. Pero todos los despotismos cometen errores y por ello, pueden ser derrotados. El primero de ellos fue traicionar la autonomía querida por los andaluces desde 1977, que no era sólo la autonomía administrativa de la Junta de Andalucía, la única importante para el PSOE, sino la autonomía personal de cada andaluz con base en el trabajo y la libertad, la autonomía de una sociedad civil postergada y la autonomía de unos ayuntamientos empobrecidos y marginados. El segundo error es no haber logrado sacar a Andalucía de los últimos lugares del desarrollo económico y el bienestar social en más de un cuarto de siglo y no haberla convertido en una región próspera, equilibrada y cohesionada. A pesar de la inmensa maquinaria de propaganda del PSOE y de la Junta de Andalucía, no podrán cambiar el hecho de que Andalucía está entre las últimas regiones de España en empleo, PIB, renta disponible, salarios, pensiones e incluso prestaciones por desempleo. No digamos nada de educación, la peor de España e incluso de la sanidad. Tampoco es moco de pavo la división interna de Andalucía entre zonas pobres y ricas. Que un 90% de sus municipios no llegue a la renta andaluza media es socialmente inquietante e injusto. Y el tercero, haber renunciado al mensaje de la España unida y común, de la España compartida que no partida, y haberse rendido a los festejos del nacionalismo-socialismo catalán, especialmente, aceptando las teorías disgregadoras y asimétricas de Maragall ahora escondidas bajo las faldas de Carme Chacón, aliada policía de José Antonio Griñán. El PP, aun careciendo todavía de una estricta igualdad electoral de oportunidades como reconoce todo el mundo, tiene, a pesar de todo, una misión histórica: contribuir al enderezamiento del rumbo de España mediante la consecución del cambio en Andalucía. Tiene tres banderas básicas: la de las libertades y la autonomía cabal en el seno del proyecto de España, la del progreso real y la igualdad de oportunidades frente al progresismo de pacotilla y la de la ética civil y política en un estado constitucional. El PP tiene la oportunidad de ennoblecer el debate político andaluz con una propuesta de potenciación de la autonomía personal, civil y municipal en el seno de una Andalucía concebida como sociedad abierta; con un programa de desarrollo económico realista y acelerado con mucho menor grado de intervencionismo y más vigor de la competencia y la eficiencia; con un proyecto anclado en la idea liberal de una Administración Pública de moderado peso, políticamente neutral, regida por el más estricto derecho administrativo y capaz de prestar servicios eficaces y de calidad; con una estrategia de igualdad real de oportunidades –sobre todo educación de calidad, sanidad y atención social, -, en el marco de una sociedad dotada de estructuras solidarias2; con un plan fiable de regeneración ética y democrática de prácticas e instituciones acostumbradas a servir a un partido antes que a los ciudadanos y con un proyecto de desarrollo científico y cultural, tanto creativo como productivo. 2 La palabra “solidaridad” sigue siendo malentendida deliberadamente por muchos prebostes del régimen. Solidaridad no es sinónimo de caridad cristiana a fondo perdido ni de apuesta por el clientelismo. Solidaridad es un camino de ida y vuelta entre quien da y quien recibe, ambos socios solidarios de un proyecto común que exige reciprocidad. No hay otro partido capaz de conseguir el cambio. Toda la responsabilidad histórica es, pues, del Partido Popular. No es fácil, pero como le dice el perro al hueso: "Tú eres duro, pero yo no tengo otra cosa que hacer". Y, además, es urgente si se quiere evitar la consolidación definitiva de un régimen que ya ha extendido su tela de araña de manera inmisericorde y si se quiere salir del sufrimiento social derivado de la pésima labor de gobierno y de la gestión infame de una crisis económica nunca reconocida. Las elecciones andaluzas de 2012 La campaña electoral andaluza de 2012, bicentenario de unas Cortes que se celebraron en Cádiz y dieron a España la buena nueva de la democracia liberal, única democracia coherente, va a ser la campaña autonómica más importante de la historia de España desde la transición. Ni las primeras catalanas y/o vascas tuvieron tal trascendencia histórica. En ellas se decide el futuro del conjunto de España por dos grandes razones: a) El cambio en Andalucía hacia el desarrollo podría traer como consecuencia un equilibrio regional desconocido hasta ahora en la España democrática con el consiguiente fortalecimiento de un gran Sur español desde Madrid a Andalucía incluyendo a Castilla la Mancha, Extremadura, Murcia y Valencia b) Como consecuencia de dicho cambio y del naufragio nacional de un PSOE contaminado por los excesos del radicalismo, podría producirse la refundación ética y política de la socialdemocracia española degenerada por la oligarquía filo totalitaria, nada ejemplar y a-ética consagrada en Suresnes. En mayo de 1988, hace nada menos que 24 años, se escribía en El País: "Andalucía está a punto de cumplir nueve años como comunidad autónoma con los mismos problemas que sirvieron de argumentos para las ya lejanas elecciones de mayo de 1979: un desempleo casi 10 puntos por encima de la media nacional y una infraestructura de servicios públicos y comunicaciones con niveles más bajos que el conjunto del país. Esta situación se mantiene pese a que la economía andaluza ha crecido más que la media de España en los últimos años. Ésta es también la comunidad que maneja un presupuesto mayor: casi 800.000 millones de pesetas este año". Treinta y dos años después de 1979, el PSOE ha mantenido a Andalucía en una situación semejante pero ha dispuesto de presupuestos altísimos asentados en la solidaridad nacional (más de 32.000 millones de euros este año) y la inmensa ayuda de la Unión Europea(casi 70.000 millones de euros desde 1986). Sólo estas circunstancias, el fracaso de este socialismo como factor de progreso real, harían natural un cambio político en Andalucía. Pero además, el bendito Sur ha sido escenario de un estallido de corrupción que ha dejado entrever con claridad la espesa, pegajosa y terrible tela de araña que se ha extendido sobre la sociedad andaluza desde 1982. Si el próximo día 25 de marzo, ambos vectores consiguieran el éxito electoral del PP andaluz como resultante político, el proyecto político de reformas que inspira a Javier Arenas podría poner término al régimen que ha obstaculizado, y de qué modo, el desarrollo de Andalucía como sociedad abierta y podría poner los cimientos de un renacimiento económico, social, cultural y político que Andalucía espera desde la segunda mitad del siglo XIX. Una Andalucía fuerte en un Sur de España fuerte hará imposible la hegemonía de los regionalismos separatistas que tan cara cuesta a los ciudadanos de esta democracia y haría posible que, por fin, los andaluces, no en la propaganda sino en los hechos, esto es, empleo, PIB, renta, servicios, etcétera, fueran ciudadanos de primera en la España común. Además, el cambio en Andalucía tendría que producir como corolario el fin de la oligarquía monipodiana gestada en Suresnes que desplazó a lo más razonable y ético del socialismo español dando paso a una refundación sólidamente socialdemócrata en la que los valores democráticos estuvieran por encima del partido como fin en sí mismo, modelo totalitario propio del leninismo y el nazismo. Cada persona, cada ciudadano es el fin en sí mismo, como quería Kant y la mejor socialdemocracia europea y esa asunción es la asignatura pendiente de un socialismo hispano que predicó el cambio y nos dio a todos el cambiazo desde 1982, que ese sí que fue un cambiazo. Si Javier Arenas gana en Andalucía, la izquierda española podrá tener la esperanza del futuro abierto y Andalucía saboreará la esperanza de cumplir sus sueños de equiparación con las mejores regiones de España y de Europa desde la práctica de una democracia respetuosa con el Estado de Derecho y el control de la oposición. Por ello, Andalucía es testigo de una importante batalla. Un PP que lleva perdiendo elecciones sin levantar la voz ni descalificar a nadie desde 1982 tendrá oportunidad de demostrar la madera ética y política de la que está hecho en una región que necesita su impulso y cumplir con un papel histórico que ningún otro partido puede cumplir en este momento. Un PSOE andaluz, carcomido por la herencia de Suresnes y ahogado en su propia degeneración e ineficacia, buscará en una Izquierda Unida, que no tiene la talla de la que alumbraron Anguita y Rejón, perpetuar unos años más su poder y su aparato logístico nacional que sólo en los fondos andaluces podría encontrar financiación adecuada. El 23 de marzo termina una de las campañas más importantes de la historia democrática de España. La ilusión por unas metas de desarrollo y dignidad regionales y por la ejemplaridad en el comportamiento político, podrían terminar el trabajo comenzado hace años por Javier Arenas. El día 25 la libertad y la razón pueden lograr que los andaluces se atrevan a hacer lo que necesitan hacer por sí mismos, por España y por la Humanidad3. Contra el fatalismo de cualquier signo, nada está escrito. Lo escribirá la libertad de cada andaluz y andaluza en la papeleta de voto. |