Encinarejo de Córdoba - Cordoba

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la palabra epíteto designa un adjetivo o participio cuyo fin principal no es determinar o especificar el nombre, sino caracterizarlo. Es decir un epíteto resalta las características propias e inherentes del un sustantivo, aquellas que el sustantivo tiene por el hecho de ser lo que es, por ejemplo nieve fría, fuego caliente, agua húmeda…

De tal manera que, si ponemos el adjetivo opuesto, tenemos una curiosa figura literaria, cuya base es la inexistencia de ese elemento: nieve negra, fuego frío, agua seca.

Creo que el que discurrió cómo llamar al banco que se hiciera con los activos inmobiliarios devaluados, tuvo una brillante idea con resultado doble que paso a explicar. En primer lugar, poniendo el calificativo de malo al banco al que irán a parar esos activos inmobiliarios devaluados se consigue que la opinión pública tenga un juicio más benévolo sobre ese banco, considerando que se sacrifica, llevándose unos activos que nadie quiere. Por otro lado el calificar a un banco como `malo´, supone absolver de ese calificativo al resto de bancos, que no es que pasen a ser `buenos´ automáticamente, pero que por lo menos quedan exentos del adjetivo de marras. ¡Qué engañado estaba!
Pues no señores, no. El adjetivo `malo´ referido a un banco, no puede ser más que un epíteto, es decir, simplemente resalta una cualidad inherente al nombre. Básicamente porque la palabra malo significa en su primera acepción `que carece de la bondad que debe tener según su naturaleza o destino´, y en la segunda `dañoso o nocivo a la salud´, cosa muy aplicable a cualquier banco en general. Así pues banco bueno es una contradicción en sus términos del mismo calado que tigre vegetariano.

No es que ese banco vaya a ser malo, es que no conozco uno sólo que sea bueno o regular. ¡Vamos la palabra ni lo permite: es su esencia!