¿Era poder o simple pasión por el dinero? La herencia de una derecha antiliberal Rato regresó a Madrid para sentarse de golpe en “consejos asesores” (¿?) de las dos grandes multinacionales españolas, Santander y Telefónica, y de la primera caja de ahorros, La Caixa, amén de algún otro de menos rumbo. Con un par. Solo en un país como España, donde sigue sin abordarse esa elemental separación exigible entre lo público y lo privado –la característica más relevante de la pobre calidad de nuestra democracia- es posible comprender unas canonjías que no solo suponían la exaltación de las llamadas “puertas giratorias”, sino que hacían añicos la simple apariencia de autonomía del poder político frente al financiero. El ministro de Economía de los Gobiernos de Aznar era recibido con los brazos abiertos por aquellos a los que había tenido que gobernar, fijar y vigilar. Vigilar es un decir, porque ya se había encargado él de cortar las alas, negar la autonomía de unos órganos de control –CNMV, CNC, CNE- encargados en teoría de evitar los desmanes de los grandes grupos. Es la peor herencia de esa derecha antiliberal que encarna el dúo Aznar-Rato: una economía que sigue intervenida por una clase política extractiva que se niega a separar lo público de lo privado y a sacar las manos de los organismos de regulación y control, porque de ello dependen los favores ajenos, la financiación propia y del partido, y la colocación postrera cuando se sale de la política. El ministro de Economía de los Gobiernos de Aznar era recibido con los brazos abiertos por aquellos a los que había tenido que gobernar, fijar precios y vigilar. Vigilar es un decir... De inmediato se acomodó también en el quicio de la mancebía del banco de inversión Lazard, con un salario, se dijo entonces, cercano a los 3 millones. Figurar en nómina de tres grandes entidades financieras al tiempo no parecía suponer ningún obstáculo para el magnífico Rato. Todo, con todo, le pareció poco. Peanuts. Casi nada para sus merecimientos. Solo el ansia de dinero puede explicar su empeño por hacerse con la presidencia de una Caja Madrid que medio mundo sabía víctima del estallido de la burbuja inmobiliaria. Solo a un cínico obsesionado con el dinero, además de osado y lego en cuestiones financieras, se le puede ocurrir fusionar Caja Madrid con Bancaja, una especie de Puerto de Arrebatacapas donde el PP valenciano se había desempeñado con enorme éxito durante años con todo tipo de tropelías, gracias a los buenos oficios de José Luis Olivas. Que dos Cajas malas solo podían dar como resultado una tercera pésima es algo que sabe hasta un tonto: Bankia. Todos menos Rato y su cohorte, que a continuación se embarcaron en una salida a bolsa para intentar lavar tanta mierda con el dinero del pequeño ahorro, algo que devino en estafa para quienes acudieron a ella. Y con el Banco de España mirando hacia Albacete. La codicia y el dinero, capaz de hacer a los hombres “arder en púrpura de Tiro y no alcanzar descanso verdadero”, que decía Quevedo, le llevaron a despreciar la posibilidad que, desde Barcelona, se le ofreció para fusionar Caja Madrid y La Caixa y crear la gran Caja de Cajas. Rato hubiera sido el número dos de esa fusión con todas las cartas en la mano para, por una pura razón de edad, suceder un día a Isidro Fainé como número uno. “Ahora hemos comprendido por qué no quiso avanzar en las negociaciones: tal vez quería operar por su cuenta sin tener que dar explicaciones”. Encomiable, o tal vez patética, la obsesión del personaje por aparecer en público y hacer vida social, ser aceptado por sus pares, gozar del abrazo de los poderosos, que durante meses mostró en Madrid dejándose ver en desayunos, actos y saraos varios a pesar de que el escándalo de las tarjetas black ya había arruinado su techo de cristal y mucha gente principal rehuía su compañía. La aparición en este diario de la noticia de que la Agencia Tributaria le estaba investigando por blanqueo de capitales significó su muerte civil sin remedio. La historia de un apestado Hoy, Rodrigo Rato Figaredo se ha convertido en un apestado contra el que disparan muchos de los escribidores que durante años se arrastraron ante él cual alfombrillas, un candidato a pagar las cuentas pendientes de un régimen carcomido por una corrupción que durante décadas se extendió como una mancha de aceite del Rey abajo todos, con ejemplos tan llamativos como el antaño todopoderoso vicepresidente y ministro de Economía de los Gobiernos de Aznar o el de Jordi Pujol, por citar solo tres de los más prominentes. Sensación de que apenas hemos visto la punta del iceberg de una corrupción que atenaza a buena parte de la clase política, de la judicatura y de la profesión periodística. ¿Qué hubiera pasado si en 2003 el dedazo de Aznar se hubiera inclinado por este personaje, en lugar de Rajoy, a la hora de nombrar candidato a la presidencia del Gobierno? ¿A qué barbecho de ignominia hubieran ido a parar las instituciones? Asombra, por eso, ver los esfuerzos del PP por mirar hacia otro lado, por aparentar que ellos no tienen nada que ver con el vía crucis del asturiano. Pero Rato, quizá el mejor amigo de Luis Bárcenas –de quien decía que era “un caballero”- en la sede de Génova, era y es la aristocracia del PP, uno de “los cinco de Perbes” que en agosto de 1989 forzaron la nominación de Aznar por parte de Fraga, miembro del cogollo fundador de un partido obligado a refundarse, contaminado como está hasta las cejas por la avaricia de este representante de la derecha conservadora española, una derecha que, ayuna de cualquier fibra liberal, ha fracasado en la tarea de enterrar de una vez el franquismo, acabando con la relación de dependencia del poder político frente al poder económico-financiero, dando luz a una España próspera y moderna, y transformando el capitalismo de amiguetes que soportamos en una economía abierta y de verdad competitiva, con organismos de control independientes, capaz de cortar en seco los abusos que comete una pequeña elite que sigue teniendo al poder político bien sujeto por el ronzal del dinero. . Jesus Cacho |