Torrenueva - Ciudad Real

Hace unos años en la Revista Adelante publiqué este artículo y hoy se me antoja publicarlo en este foro.


LA EDAD DORADA DE TORRENUEVA, MI PUEBLO

Decía D. Quijote, en uno de los muchos elogios a la Edad de Oro: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados (…), porque entonces los que en ella vivían ignoraban las palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes (…). Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia”.

Mi pueblo también ha tenido su Edad de Oro, cuyo comienzo podemos situarlo allá por el S. XV, cuando el Infante de Aragón le concedió “Carta Puebla o de Población”, de cuyo contenido se desprende, entre otras cosas, el repartimiento de tierras en propiedad a los colonos, la concesión a los moradores de aprovisionamiento de pastos para su ganado, así como la concesión de otros muchos privilegios. Otorgado todo ello con la correlativa garantía de tranquilidad, convivencia y bienestar y donde la naturaleza, los animales y las personas formaban parte del suceder constante de las estaciones con plena naturalidad. Ha sido tierra de tránsito y hospitalaria, puesto que sirvió de refugio a los caminantes, ya que cerca del emplazamiento del pueblo, pasaba el camino que, desde Cádiz, se dirigía a Roma.

Mas esa Edad de Oro no fue efímera, perduró en el tiempo, si bien sin la ausencia de los posesivos tuyo y mío, al parecer términos condenados a vivir juntos. Aún así, en mi memoria albergo hermosos recuerdos y vivencias de mi pueblo, de ese pueblo manchego con unos perfiles tan especiales de pureza, de honradez, de gente trabajadora, de grandes y extensas familias. De esos vocablos entrañables y tiernos que representan una esencia tan arraigada a nuestro pueblo, y que ya se han perdido, como es el de la palabra “hermano”, muy utilizada cuando cariñosamente nos dirigíamos a las personas mayores. Palabra que, siguiendo evocando al Quijote, figura en varios de sus capítulos y empleada con el mismo sentido que en nuestro pueblo. Hasta tal punto que incluso me atrevería a sostener que cuando CERVANTES escribió la magna obra pensó en Torrenueva. De esas reuniones que se hacían en la casa del amigo, convidando a los reunidos con la sempiterna “limoná”. De esas charlas tranquilas, sin prisas, con las amistades, cuando terminaba la jornada de trabajo, en la esquina de La Encomienda, por un instante convertida en el centro neurálgico del pueblo. De esas reuniones en las noches estivales en las puertas de la calle donde nos solíamos reunir los vecinos hasta altas horas de la noche, con esa sana conversación de todo cuanto en el pueblo acontecía. De las recolecciones, cuando a la sombra de un olivo nos juntábamos varias cuadrillas y compartíamos el hato y al final de la recolección se celebraba, junto con familiares y todos los que habíamos intervenido en la misma, la “tortillá”. De esas comidas familiares con motivo de la matanza del cerdo. Y así podría seguir hablando de tantas y tantas cosas...Éramos como una gran familia, en la que todos sus miembros se visitaban, compartían su tiempo y eso hacía que se conociesen más profundamente, hasta tal punto que no era menester la existencia de catastro porque cualquier persona tenía el término municipal en su mente, sabiendo en cada momento quien era el dueño de cada finca y cómo fue adquirida. Como tampoco hacía falta padrón, puesto que todos eran conocedores del linaje de sus vecinos, pudiendo dar cada uno información veraz de la situación de cada familia.

Pero sucede que cambian los tiempos y nosotros con ellos. Estamos inmersos en una sociedad más individualista, donde los valores morales están en crisis, pues criticamos al vecino, incluso con maldad; hay brotes de envidia, ya que a veces en vez de alegrarnos de los éxitos y la prosperidad del vecino nos preocupamos en despotricar al que vive momentos adversos, recurriendo al insulto, al ataque personal, a la descalificación, agravando con esa actitud su dolor y el de su familia… Y con todo ello lo que conseguimos es el desmoronamiento, la decadencia y la rotura, en definitiva, de ese concepto de unidad en el que se fundamentaba nuestro pueblo.

Pensemos en retornar de vez en cuando a la placidez de esos tiempos dorados y por unos instantes imitemos el idealismo de ese hidalgo manchego preocupado por deshacer agravios, enderezar tuertos, enmendar sinrazones y mejorar abusos. Pero sobre todo, apartemos los odios y antagonismos y contagiémonos de alegría y compartamos la felicidad, abriendo nuestro corazón y amparando al vecino en sus lamentaciones y sufrimientos. Nos ayudará a sentirnos más próximos, a ser más solidarios y más humanos. Porque, y en palabras del filósofo griego PLATÓN: “buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro”.

Todo ello, se traducirá en respetar y aprender a querer a nuestro pueblo, a que camine y avance, a que sea más próspero y más grande. Pues parafraseando al novelista francés VÍCTOR HUGO: “Los pueblos son grandes, no por el tamaño de su territorio, ni por el número de sus habitantes. Ellos son grandes, cuando sus hombres tienen conciencia cívica y fuerza moral suficiente, que los haga dignos de civilización y cultura”. Así pues, hagamos grande a nuestro pueblo y amémosle por ser el nuestro.

María Reyes Hellín Cruz
Agosto 2007

Eso es cierto hay que poner todos de nuestra parte para que nuestro pueblo sea uno mas dentro de su comunidad , y no decir que es un pueblo muerto.
Tenemos que mover los hilos de la cultura local y recuperar todo aquello que se realizaba en anos atras.

Un pueblo que recupera sus tradiciones es un pueblo vivo.

Incluso la edad dorada, tiene sombras.
Cuidado con las tradiciones, no todas son saludables y, otras, habría que pasarlas por el tamiz de la educación, cultura, respeto a las personas. Incluso, algunas, acomodarlas a las normativas que hoy rigen.

Ejemplos que se me ocurren: relativas a las personas (los usos de apodos, cuando el interesado no le haga gracia o, incluso, los rechaze. Porque hay motes -la mayoría- que se ponían de aquella manera más hiriente, con muy mala intención. Creo que usted ha puesto el límite, en alguna ocasión, cuando se habló de la publicación de los que aparecen en este foro, solicitar el permiso del interesado. Yo, prondría el límite, mucho más bajo, no utilizarlos (salvo de los que se sepa que no le sienta mal). En muchos de ellos se atenta al honor de la persona, por un hecho que realizara o no, y lo malo de los apodos es que se heredan y ¿qué culpa tiene el hijo, para que le llamen fulano, sí hombre, el hijo del "cascarrias" o el del "ladrón de palomas".
Somos Fulano con dos apellidos, hijo de Mengano y Zutana. No el hijo de "mataniños". Entiendo que el respeto al individuo, no puede verse menoscabado con un apodo. También, entiendo que aquellas personas que utilizan su propio mote, están autizandolo para su uso.

Respeto a las cosas. Ejemplo, pintadas en las fachadas de las casas.Se suprimió el servicio militar y con ellos pintadas en fachadas. Quedsn las pintadas de los tradicionales "mayos", en la actualidad se ponen en el suelo y con pintura que se pueda eliminar fácilmente. Sin embargo, te recorres las casas más alejadas del centro y los mayos están pintados en las paredes.
Otra cosa, es el contenido de la pintada que, además, de no respetar la propiedad privada, no respeta al buen gusto de los vecinos y los que no son vecinos, que tienen que aguantar lo que aguantamos.

Hay otros muchos ejemplos en que tradición no es compatible con la vida actual y otras que están en ese campo intermedio entre lo admisible o tolerable y lo intolerable e inadmisible, en algunas ocasiones entran de lleno en alguna infracción penal.

El resto de las tradiciones que no participan de estas características y que son sanas, culturales, medios de conocimiento del pasado, artísticas, ADELANTE CON ELLAS.