Puebla del Príncipe - Ciudad Real

ESCRITO DE MALATESTA.
EL CASTILLO.....

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“……….Lo mío es suerte, todos los días cuando me levanto, la ventana de mi habitación me deja ver, casi tocar el campanario de la Iglesia y….. EL CASTILLO, esa pila de piedras atesoradas una encima de otra, de forma perfecta y que acaban formando el cubo más misterioso y bello que jamás he conocido.
Mi abuela, dice que siempre estuvo ahí y, que su abuela le contaba que igualmente estuvo ahí. Advirtiendo del paso del tiempo pero sin percibirlo, haciéndose valiente a terremotos, vigilando a bandoleros en las cabezas y maquis en la guerra, resistiendo al final de fiesta de los mozos y quintos resacosos, acogiendo parejas que furtivamente buscaban un lugar donde besarse o tocarse y, ocultando y disimulando a aquel que quería hacer sus necesidades a sus pies.
Allí estuvo él suspirando y despidiéndose de todos aquellos que nos tuvimos que ir, aceptando este castigo con humildad y resignación observando la carretera de Terrinches, y aquí sigue él preparado con la esperanza siempre viva de nuestro regreso.

He de reconocer que el solo hecho de asomarme por el agujero de su puerta grande y pesada, me causaba sospecha y respeto, siempre me imaginaba que iban a salir por aquella puerta: malhechores, forajidos, desterrados, proscritos, hombres del saco y hasta dragones. Si alguna vez entré lo hice con mi primo, el que siempre me defendía, con cuidado donde pisaba, cogido de su mano y aún así con desconfianza, luego lo que me encontraba dentro aunque feo y descuidado no hacía que perdiera nada de su hechizo y, embelesado miraba sus paredes imaginando sarracenos luchando contra cristianos.

El camino hacia el Castillo, desde la casa de mi abuela era el callejón de los postes, veinte metros de muy cuesta abajo, peligroso y resbaladizo, un camino tortuoso o tal vez un presentimiento de que allí nada se me había perdido, pero era magnético, me dominaba el ir al Castillo y pasar delante de el apresuradamente, corriendo con la mirada hacia abajo, sin mirarle fijamente, con respeto por si de allí se escapaba algo o alguien. Fueron muchos años oyendo “-No bajéis al castillo”.

Ya de más mayorcito, allí descubrí el placer y la pasión, ir al Castillo era sinónimo de fogosidad, una guarida donde todo era secreto y donde más de una pareja no muy bien vistas se veían a diario y se prometían amor eterno.
Aunque esa situación se fue haciendo cada día más difícil, porque el amor no se puede esconder, el Castillo nunca deja de mantenerse firme en sus sentimientos y continúa esperando noche tras noche el regreso de los amantes prohibidos, día tras día el regreso de sus seres queridos, y casi siempre a la chiquillería para que jueguen entre sus piedras…… “

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