ELEGÍA AL HERMANO FLETA. Luisa Arias y Juan Villarreal la gente que realmente siente tu dolor te lo hace sentir solo con darte un abrazo, como no estamos cerca (o tal vez si) sirva esto como abrazo para los dos. Hace años, una servidora pasó uno de sus mejores veranos, y fue, en la Puebla, allí me enamoré, allí descubrí sentidos, aromas, ....me encantaba ir a meditar al calar, sentarme en una piedra mirando hacia Almedina y hacer desfilar por mi cabeza imágenes del pasado, me encantaba el silencio, hasta el aire parecía afónico. Otro de mis sitios preferidos era la Ermita, sin ser muy católica (como todos sabéis) allí en aquel recodo se respiraba paz, y por allí con un mutismo que estremecía, siempre rondaba un hombre que cuidaba de la Ermita mejor que lo haría san Pedro, pregunté quien era, y me contestaron que era el Hermano Fleta, le salude, - ¿y tu de quien eres? No te saco por la pinta- me dijo, y ese mismo saludo dio pasaporte para que me pudiera contar alguna que otra historia, me senté a su lado y a parte de las atrayentes historias típicas que te suele contar una persona mayor, me sorprendió cantando una jota y...... tocando con dos trozos de teja, como si fuesen una castañuelas. Prodigioso, pero me acuerdo de aquel hombre.... y resulta, casualidades de la vida que ES tu abuelo Luisa. ¿Quién va a cortejar ahora a la virgen, esa dama tan querida por el? Un poema dedicado a la muerte de alguien se llama elegía. Hay hermosos poemas elegíacos pero no creo que vengan al caso en esta situación... quizá algunas partes de un poema de Jorge Manrique... Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos, descansamos. Luisa no os preocupéis porque el Hermano Fleta, estará siempre en vuestra memoria, a vuestro lado. Yo solamente te acompaño y no me gustaría nunca estar en tu lugar. Piensa que estoy al lado tuyo, solo con una intención amortiguar tu pesar. Mi elegía preferida: la elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández, la más bella elegía que se ha escrito en español. Ojalá te sirva, no la voy a mutilar, enteretita. Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano. Alimentando lluvias, caracolas y órganos mi dolor sin instrumento, a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se agrupa en mi costado que por doler me duele hasta el aliento. Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida. Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos. Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes sedienta de catástrofes y hambrienta. Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes. Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte. Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores. Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irá a cada lado disputando tu novia y las abejas. Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado. A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero. Un abrazo.
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