Estelas del cielo Llega el buen tiempo, y el cielo tiene esa tonalidad de alfombra celeste tan propia del Mediterráneo. Quizás por eso se vive en mayor contacto con el cielo, ahora alejado de los meses más frios y oscuros. Al reparar en las alturas atmosféricas, se puede apreciar con detenimiento el paso de esas nubes filamentosas y artificiales de las estelas. Como dibujos de bolígrafo, como rastros de gusanos de seda que inspiran una extraña sensación de serenidad, una ralentización del transcurso de nuestras vidas minuteras. Con la cabecita plateada de pececillo que adquiere el avión causante, aparece esa estela algodonosa y rectilínea en el firmamento. Sensación de altitud, de lejanía, de ausencia de los más cotidianos y engorrosos problemas. Luego, cuando el avión se ha perdido ya a lo lejos, queda la estela como una memoria de su paso fugaz por la parcela de cielo que nos corresponde. Finalmente, se van dilatando, perdiendo la forma, deshilachando, hasta quedar ligeras y leves como plumas de un almohadón vaciado sobre el abismo. Durante mucho rato, parecen dejarnos escrito algún mensaje en el cielo que no acabamos de entender. |