Relato para pensar Pájaros huídos. Fugaces como un presentimiento, aparecen los pájaros fugados. Por accidente escapan de su prisión y se pierden en un desconocido mundo hasta entonces vedado, y del que nunca ya regresarán. Al tropezar con esas aves, no podemos evitar un sentimiento de desamparo, de indefensión. Generaciones en cautividad han hecho perder energía a su vuelo y certeza a su orientación. Vagan entre saltos y vuelos bajos, golpeándose contra los vidrios, reposando con ojos asustados en cualquier alféizar. Si los comparamos con los gorriones que corren en libertad, parecen seres insólitos, de fantasía. Sus vivos colores los hacen presa fácil, y su torpeza contrasta con la agilidad de los seres alados que sí pueden remontar el cielo. Parece imposible que un día corretearan libres y salvajes por las selvas. Como si siempre hubieran sido ese objeto casi de adorno, recluído tras las barras de jaulas a veces diminutas, rejas que aún las codornices o los jilgueros parecen contar desesperadamente intentando encontrar el hueco por el que escapar. Encontrar uno de esos pájaros fugados es siempre algo triste, pues se sabe que les queda ya apenas horas antes de perecer por frío, inanición o cazados por cualquier depredador. Dicen que, asustados, buscan de nuevo el camino de su jaula, de su prisión. Porque estos pájaros multicolores, huídos, nos ponen en el fondo una irresoluble cuestión: ¿Vale más un día en libertad que toda una vida en cautiverio? |