PAJARICA DE LAS NIEVES Te recuerdo muy bien, qué bien!!. Delgada, aparente aspecto frágil y delicado, voz suave y dulce. Contrariamente a tu aspecto y poseedora de una fortaleza inmensa, una vitalidad envidiable y un fuerte carácter, reunías todos los rasgos necesarios, que complementados en su justa medida te hicieron ser mujer de Honor. Sendero duro el que iniciaste quedándote huérfana muy joven. Tu destino, ser esposa, madre y abuela. Criar hijos en tiempos de guerra, malos tiempos. No había para comer. Amamantando los hijos propios y los ajenos al mismo tiempo, a cambio de algún alimento. Cuando enfermaban tus hijos, el amor, el cariño eran el único medicamento que podías proporcionar. Qué sufrimiento tan grande, el mismo día ver nacer un hijo y que Dios llamase a tu primera niña a su lado. Cuánto dolor soportaron tus manos, tus pies, todo tu cuerpo, tu gran corazón, tus ojos, esos ojillos negros empequeñecidos, casi atrofiados por las humaredas constantes de la lumbre y la pobre y tenue luz de los candiles. Te recuerdo muy bien, qué bien!!. Tan menuda, tan contenta, cómo me gustaba acariciar tus manos arrugadas y darte besos. Peinilla en mano y haciéndote el moño me encantaba mirarte, que me enseñaras cosas(menos tu costumbre de enseñarme cada año la mortaja que guardabas encima del armario, te empeñabas en que la viera y no me gustaba nada, como queriendo negar que algún día fueras a marcharte). En esos momentos siempre me embargaba una tremenda tristeza, propia de la edad infantil en la que desconoces porqué la gente se tiene que morir. Me contabas historias preciosas, también historias penosas y tristes, de pasar hambruna, necesidad. Pero que me parecían extraordinarias porque yo las escuchaba en primera persona, a pesar de que yo era una niña y no entendía el porqué de muchas cosas. Efectivamente llegó un día y te fuiste, ya mayor, dabas por cumplida tu misión aquí. Te ví así, sin vida y volví a acariciar tus manos arrugadas y a besarte en la frente y las mismas lágrimas que salieron entonces siguen acordándose de tí ahora, sólo que ahora yo ya tengo casi los treinta y ocho. Han pasado veinte. Te quiero abuela. |