A los salvadores de Navalpino En Vallejo turbio una violeta había encorvada y perdida entre la hierba, con todo y ser una gentil violeta. Una linda borra de un pastorcillo, con leve paso y desenfado alegre, llegó cruzando por el prado verde, y este canto se escapa de su boca: —¡Ay! Si yo fuera—la violeta dice— la flor más bella de las flores todas..., pero tan solo una violeta soy, ¡condenada a morir sobre el pezuño de una oveja loca! ¡Ah, mi reinado es breve en demasía; tan solo un cuarto de hora! En tanto que balaba, la ovejita, sin fijarse en la pobre violetilla, hollóla con sus pezuños hasta aplastarla. Y al sucumbir, pensó la florecilla, todavia con orgullo: —Es ella, al menos, quien la muerte me da con sus pies lindos, no me ha sido del todo el sino adverso, morir en el pequeño pueblecito- |