Mi Primera Comunión Cuando son muchos los recuerdos, por ser muchos los años, empujan en la mente para abrirse camino hacia el presente. Cada día leo este foro, a pesar de mi no obligada, pero sí voluntaria ausencia; y a veces la nostalgia se apodera de mí, martilleándome con vivencias pasadas, por otro lado dulces y queridas. Es un vínculo etéreo, que me une a mi tierra y me da vida y esperanza. Os conté en otro tiempo, cómo era mi pueblo y quienes habitaban sus ahora casi desiertas y viejas casas. Hoy os traigo mi recuerdo de una significativa fecha para cualquier niño, como es el día de la Primera Comunión. Por culpa de una inoportuna gripe que me dejó en mi casa, no recibí, con los demás niños de mi edad la Comunión, sino que fue fechas más tarde, el día de Corpus Cristi, un día lluvioso, era exactamente el nueve de junio de mil novecientos cincuenta y siete. Oficiaba la Misa, quien en aquel entonces era el párroco de Mestanza, Don Matías Pérez Baños. Después de la ceremonia, como en aquella época, para comulgar era precepto estar en ayunas, desayunamos todos mis hermanos, tíos y primos en mi casa y a aquella fiesta se unieron mis abuelos y mis maestros Don Manuel Acero Lillo y Doña Carmen Pastrana Magariños, además del cura claro está y algunos vecinos. Fueron mis regalos ese día una pluma estilográfica, una caja de bombones, un cuento y una cadena con su medalla (que solo la llevé puesta ese día); la pluma tampoco creo haberla usado, antes de ser pasto de la caja de los recuerdos. Con el traje de marinero, (Teniente de Navío, que para algo hice la mili en Infantería de Marina) y acompañado de mi madre, hicimos las visitas de rigor a la familia y amistades para llevarles un recordatorio y recibir una propina, además de los agasajos pertinentes. Por ir jugando, uno siempre fue algo trasto, se me perdió la medalla en la puerta de Don Gerardo, y quiso la fatalidad que cayera en un charco; la buscamos hasta dar con ella y a aquella escena cómica sucedió de inmediato otra trágica, porque excuso deciros los pellizcos y cachetes que me propinó mi madre, pues lo de los malos tratos no se estilaba entonces, cuando apareció, se calmó un poco. Después como digo, fuimos a casa de mi tía Cándida, casada con Serafín Clemente, que vivía frente a la casa de Sergito. Fuimos también a casa de la tía Primitiva, casada con Pedro Rodríguez, en la esquina al lado de la botica que entonces regentaba Don Manuel Gómez-Rico, a quien también visitamos y en cuya casa saludamos a José Luis Orduña, Lorenzo Plaza y Federico Díaz. Visitamos también a la madre de mi maestra Doña Dolores Magariños, que vivía frente a la casa de Viñas, más arriba de la tienda de Sarapio. A mis vecinas Herminia de León, Isidora Rodríguez, Vicenta Ruiz y Benita Núñez que vivían, más arriba de mi casa, en la misma calle; y a Modesta y Agustina parientas y amigas de mi madre que vivían frente a la casa de Getulio, casado éste con Alejandra, que era parienta de mi padre. Fuimos también al pozo nuevo, a casa de Adoración, madre de Francisca Bastante que cuidaba de mis hermanos pequeños y que es hermana de Teodora. Por supuesto dejo de citar a mis tíos y familiares más directos quienes por supuesto me habían acompañado en el trance. Después de comer, ya despojado de mi atuendo marinero, fui como cada domingo o festivo al casino, allí daba las buenas tardes y un beso a mi abuelo y esperaba a su lado a que terminara la mano del tute, cuando esto sucedía él tomaba un real de su montón y me lo entregaba casi siempre sin decir palabra, repetía la misma operación con mi padre y mi tío y de esta forma reunía una peseta y algún patacón más, lo que era suficiente para acudir a la casa de “la campanaria” a comprar lo que los niños de hoy llaman “chuches” y algún cigarro de “matalauva” y con mis amigos, Ángel, Álvaro, mi hermano…,nos íbamos a los portales a jugar a la taba. He aquí cómo fue, ese soñado día, si no me engañan los recuerdos que guarda en sus archivos mi memoria. |