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Mestanza - Ciudad Real

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España > Ciudad Real > Mestanza
15-02-13 13:02 #11071577
Por:Flashback

Flashback
Seres gigantes y deformes que aparecían de entre las sombras, inundaban mi habitación. Pesadillas que últimamente ganaban la batalla a los sueños más dulces y reconfortantes. Noche larga de miedos pero corta de sueño inconsciente y placido.
Ya era de día, me levante, me vestí y me lave la cara como los gatos, mejor dicho, peor que estos; con la yema de los dedos índice, justo para quitarme las legañas, y es que la temperatura del agua del grifo no animaba a darse un buen “jabonéo”.
El desayuno, lo tenía sobre la mesa; mi madre me había preparado como de costumbre un buen vaso de leche condensada la lechera con cuatro galletas Maria de las gordas. No me apetecía ir al servicio, o lo que es lo mismo, al corral, por lo que me dispuse a salir de casa y enfrentarme al culpable de mis terrores nocturnos.
El día no se presentaba mejor que la noche; un cielo gris plomizo, suelo húmedo de niebla áspera, frío que se mete en las entrañas, se extiende a las extremidades y que sin saber por que, se aloja en la mandíbula inferior creando un movimiento involuntario que se traduce en castañear de dientes.
De camino, la temperatura y mis nervios se fueron apoderando de mi cuerpo, y a la altura del kiosco de caramelos los temblores y la angustia, no me dejaban continuar. Con gran esfuerzo, conseguí reponerme y llegar a mi destino. El vetusto edificio, se mostraba ante mi amenazante, implacable. Me quede paralizado delante de las impresionantes puertas de hierro forjado. A los lados, muros de piedra, ladrillo, barro y cal, rematados con barandillas en la parte superior. A continuación de los muros, las naves que conformaban el edificio, una a la derecha, lado norte, y otra a la izquierda, lado sur. Remataban la fachada con orientación al saliente, dos grandes ventanales con arco de medio punto que parecían los ojos del monstruo de mis peores pesadillas, y la puerta de hierro, sus fauces con grandes dientes afilados, por donde yo, si nada ni nadie lo impedía, debía entrar. En el aire se mezclaban olores que en aquel preciso momento se me antojaban fétidos; hojas secas, leña quemada, carbón… incluso el inconfundible olor del patio o corral situado en la trasera del edificio y que servia como letrina. No podía entrar, no quería pasar, las piernas me temblaban, me negaban el sustento.
Tenía que tranquilizarme, no había opciones. Bueno, si que la había; salir corriendo, pero o mucho me equivocaba o a buen seguro que este hecho traería peores consecuencias.
Me preguntaba, qué era lo que tanto temía, ¿el edificio o lo que este significaba?
A pesar de todo, llegué con tiempo suficiente y me puse a recordar lo que dos días antes e incluso ayer mismo había ocurrido. .......
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15-02-13 14:25 #11071765 -> 11071577
Por:Mesta

RE: Flashback
"El vetusto edificio" a mi me trae grandes recuerdos!!!
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21-02-13 13:55 #11086426 -> 11071577
Por:Uther1200

RE: Flashback
Sonriente Sonriente
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21-02-13 14:03 #11086455 -> 11086426
Por:Uther1200

RE: Flashback
Las sonrisas son para ti, señor de la
analepsis
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21-02-13 20:00 #11087331 -> 11086455
Por:Flashback

RE: Flashback
…….D. Tomás era mi maestro, un tipo de carácter afable y simpático, de mediana estatura y por su edad, unos 25 o 30 años, constitución casi atlética si lo comparamos con los demás maestros y maestras. Tenía el pelo castaño oscuro algo rizado, solía llevarlo largo y peinaba abierto al medio. Lucía mostacho más o menos poblado, en una cara medianamente estirada. No es que fuera excesivamente duro, pero le encantaba aplicar la “técnica de la regla”. Esta técnica la empleaba en la mayoría de las veces, en plan jocoso, pero otras...
Yo me sentaba en el lado izquierdo; a la derecha desde la posición del maestro, segunda fila y junto a la pared, bajo una de las ventanas que daban a las letrinas de los niños. Detrás de mi, se sentaba “el tuerto”.
El tuerto y yo éramos amigos y le llamábamos así, no por que le faltara un ojo, sino por que tenía una oreja más despegada de la cabeza que la otra, aunque lo que motivó el apodo fue que cierto día, D. Tomás le llamó por su nombre en dos ocasiones y como era distraído, no se enteró. A la tercera, se dirigió hacia el por detrás, se inclinó a la altura de su oído y le grito: _ ¡que pasa!_ ¿Eres tuerto de oído? El susto que se dio fue tal, que apunto estuvo de caer de la silla. Las consiguientes risas que provocó la situación, casi nos cuesta algún que otro disgusto. Desde entonces y para abreviar se quedo con “el tuerto”.
Bueno, la cuestión es que todo empezó por culpa del tuerto.
D. Tomás se ausentó unos minutos de clase, no sin antes avisar de lo que le esperaba al que hablara o se levantara de su pupitre. Le faltó tiempo al tuerto para aprovechar la ocasión para darme tobas en las orejas y llamarme por mi “mote”, algo que yo odiaba. No tuve mucho aguante, y ni corto ni perezoso, me levanté para arrearle una patada en las espinillas. Todo hubiera quedado así, si no hubiese sido por que esquivó la primera patada y no le dio de lleno. La segunda, dirigida con peor intención, se estrello contra la pata de la silla del tuerto, desplazándose esta lo suficiente como para verse desprovisto este, del apoyo necesario para mantenerse sentado. Al darse cuenta de la inevitable caída, se agarró a lo que más a mano tenía, la mesa, pero era demasiado tarde, por lo que para lo único que le sirvió el intento de no caer, fue para arrastrarla tras de sí en su caída y quedarse atrapado bajo ella, provocando tal estruendo que hasta a mi me sorprendió. En ese instante sentí como D. Tomas desde atrás, por que al maestro le gustaba mucho sorprender a hurtadillas, me tiraba de las orejas asta el punto de hacerme volar por los aires. Lo siguiente que recuerdo es su voz atronadora diciendo: _ ¡que os he dicho! _ ¡os voy a poner el culo como la regla y las manos peor!
Esto quería decir, que D. Tomás aplicaría “la técnica de la regla”, y en esta ocasión, era evidente que no iba a ser divertido.
Esta técnica tenía dos modalidades: La primera, culo en pompa, en la que el intercepto arqueaba la espalda a modo de jugar a la pídola y recibía el reglazo en semejante parte. La segunda, la mano abierta, que producía un sonoro chasquido al chocar esta con la mano. Para mi gusto, esta era la más desagradable y teniendo en cuenta el enfado de D. Tomás.... Le llamábamos regla, por que quizás la regla, era ser obedientes, pero realmente la herramienta utilizada era una tabla roja de aproximadamente medio metro de larga, que apuesto que era algún trozo de jamba de alguna puerta. Los mayores decían que las fabricaban en una casa cercana a la plaza y que también las hacían de hierro, pero ya se sabía que estos por naturaleza eran mentirosos.
Después de dar las oportunas e inútiles justificaciones, D. Tomás procedió a aplicar el castigo y eligió la mano abierta; las dos para ser exactos. Bien mirado, pensé, no iba a dolerme más de lo que ya lo hacían mis orejas.
El primero fue el tuerto y por los, ¡uff!... ¡ay!... ¡uff!...¡ay!... que daba y la cara que ponía, le debía escocer. Cuando me toco el turno, sucedió lo inexplicable.
Puse la mano izquierda y ocurrió, lo que tenía que ocurrir. Dolor y escozor, lo esperado. Al poner la mano derecha, instintivamente la retire al comprobar por el anterior golpe, la mala idea que llevaba. Esto sirvió para aumentar el enojo de D. Tomás, que dijo: _ ¡Como quites la mano, te doy cuatro más en cada una!
Cerré los ojos, aunque no pude evitar mover la mano. Note el golpe, sin embargo, tanto el dolor como el sonido fueron diferentes. Cuando abrí los ojos, D. Tomás estaba con la cara roja, inclinado hacia adelante con la mano izquierda a medio camino entre el bolsillo del pantalón del mismo lado y la entrepierna y en la derecha, solo una cuarta parte de lo que quedaba de regla. Me miraba con los ojos desorbitados y como queriendo decir algo. A mis espaldas escuche algunas risas. Al cabo de un rato y con voz trémula, D. Tomás acertó a decir: _ ¡siéntate! ……………..
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28-02-13 10:22 #11103666 -> 11087331
Por:Uther1200

RE: Flashback
EL MAESTRO
Por treinta pesos mensuales el señor Cuadrado, a las cinco de la mañana, incorporaba sobre el sucio lecho sus sesenta años de miseria, y empezaba a sufrir. Levantar los niños de primer grado, vigilar su desayuno, meterles en clase, darles tres horas de aritmética y de gramática, llevarlos a almorzar, presenciar su almuerzo, cuidar el recreo, propinarles otras tres horas de gramática y de aritmética, conservar orden en el estudio, servirles la cena, conducirles al dormitorio, estar alerta basta las 10 de la noche, dormirse entre ellos para volver a comenzar al día siguiente... todo eso hacía el señor Cuadrado por treinta pesos al mes.

Y lo hacía bajo humillaciones perpetuas, obstinadas; los niños de primer grado eran un enjambre de mosquitos en cuyo centro el señor Cuadrado pasaba la vida. Cada instante estaba marcado por un pinchazo o por una puñalada, porque si el señor Cuadrado era blanco constante de las risas bulliciosas de los pequeños, también lo era de las risas malvadas de los grandes, de los que ya saben ¡ay! herir certeramente. El profesor interno era el lugar sin nombre donde quien quería tenía derecho a descargar, a soltar su mal humor, su impaciencia, su deseo de hacer daño, de martirizar, de asesinar. Y el señor Cuadrado vivía entre el dolor del último salivazo y el terror al salivazo próximo. En su corazón no había más que odio y miedo. Se sentía vil. Era el maestro de escuela.

Menudo de cuerpo y de alma, flaquísimo, blando, vacilante, tiritaba, siempre bajo su antiguo chaqué sin color y sin forma, famoso en las conversaciones burlonas de los muchachos. La cara del maestro, roja y descompuesta, parecía de lejos una llaga. Las innumerables arrugas, profundas y movedizas, que se entreabrían para mostrar dos ojillos de culebra, atraían de cerca y provocaba aun estudio interminable. Tosía y su voz cascada se rompía con sonido lúgubre. Sacudía a cada momento los hombros, como si su raído chaqué fuera una piedra abrumadora, y temblaban sin causa sus endebles miembros.

Al señor Cuadrado se le había escapado su mujer, dejándole cinco hijos de poca edad. El no los veía porque no tenía tiempo. Disponía de dos horas por semana. Una vez en la calle, el señor Cuadrado se erguía, respiraba. ¿A dónde ir? ¿A visitar a los chiquitos? Repartidos por los oscuros rincones de Buenos Aires, las distancias sin fin de la implacable ciudad agobiaban al señor Cuadrado. «Podía ver a uno. ¿A cuál? ¿Iremos a pie? Los botines se me están cortando... ¿Tomaremos el tranway? Con los treinta centavos me echaría entre pecho y espalda un té bien caliente... Hace frío...» Y el señor Cuadrado se deslizaba en el establecimiento de la esquina, se acurrucaba en un ángulo, delante de la taza humeante, gozaba con delicia del ambiente tibio, de la soledad. Los hombres cruzaban sin ocuparse de él. No sufría. No pensaba en nada.

Eran dos horas de ensueño, toda la poesía del señor Cuadrado.

Aquella noche, después de roer su miserable alimento, el señor Cuadrado se metió en la cama. Contra su costumbre, se durmió pesadamente! Los doce o quince diablillos de primer grado se acostaron también; guardando una compostura de mal agüero. Dieron las diez, las once...

Las horas sonaban en los relojes lejanos, y detrás de ellas caía el silencio más profundamente. El dormitorio, mal iluminado por una vieja lámpara, hundía su hueco en la sombra donde blanqueaba, como en los hospitales, la doble fila de camas estrechas. En la última, junto al umbral, se distinguía apenas el bulto del señor Cuadrado, y un débil reflejo brillaba tristemente sobre su calva amarilla.

Rumores de pájaros, cuchicheos, carcajadas mudas, alguien camina... Las cabezas rizadas se agitan, los cuellos se alargan. Desde la penumbra todas las miradas se tienden a la puerta y al cuerpo inmóvil del señor Cuadrado...

Y a la entrada del aposento surge cautelosamente una aparición celestial. Desnudas las rosadas piernas, revueltos los rubios bucles sobre una frente de ángel, muy abiertos los dulces ojos azules, sonriente la boca fresca y pura como una flor, el más lindo de los alumnos de primer grado espía a su maestro.
Convencido de la impunidad alza la mano, de donde cuelga por el rabo el cadáver sangriento de una rata, y deposita delicadamente el inmundo animal sobre la almohada, a dos dedos del raro bigote del señor Cuadrado...

Desde el amanecer está sobresaltado el dormitorio. Al resplandor lívido del alba se ve la rata manchada de sangre al lado de la faz marchita del maestro de escuela. Pero el señor Cuadrado sigue durmiendo. Son las cinco, las cinco y cuarto, y el señor Cuadrado no se despierta. Los demonios hacen ruido, derriban sillas, se lanzan libros de un lecho a otro. El señor Cuadrado duerme. Los demonios le disparan bolitas de papel, pero es inútil. El señor Cuadrado descansa.
El señor Cuadrado está muerto...
Puntos:
07-03-13 15:49 #11122603 -> 11103666
Por: Flashback

RE: Flashback
……Dolorido y desconcertado, volví a mi asiento. D. Tomás, también ocupó el suyo aunque con dificultad. Un silencio incomodo se instaló en el aula. Debían ser cerca de las cinco de la tarde por el murmullo que se oía procedente del aula de al lado. Fueron diez o quince minutos de expectante tensión al final de los cuales, D. Tomás, con la voz algo más recuperada dijo:
_ Podéis marcharos a casa.
El alivio que por un segundo experimente, desapareció de inmediato al ver como su dedo índice señalaba al tuerto y a mí, a la vez que nos decía:
_ ¡Vosotros dos, no!
_ ¡El ultimo que cierre la puerta! _ Dijo dirigiéndose al resto de la clase.
Estaba claro que el peligro no había pasado y lo de cerrar la puerta era mal augurio.
Me esperaba cualquier tipo de castigo; copiar para mañana cien veces alguna frase ocurrente para no olvidar lo que no se hace en clase, castigarnos sin recreo para el resto del curso, ponernos de rodillas con los brazos en cruz hasta que se hiciera de noche….
Sin embargo, por suerte para nosotros, nada de eso ocurrió.
El… malestar instantáneo que experimentó, posiblemente le dejo con pocos ánimos para imaginar un castigo apropiado o simplemente no era su intención. La cuestión es que solo nos cayó una buena reprimenda.
Sin embargo, antes de dejarnos salir, dirigiéndose a mí, dijo:
_ ¡No te preocupes por la regla, la próxima que traiga te aseguro que no se partirá!
Esta enigmática frase, me hizo pensar si seria verdad lo que decían los mayores sobre las reglas de hierro. ¿Seria cierto eso de que también las fabricaban de este material?
Cuando salimos al patio, nos esperaban Poli y Salvita, dos de los amigos de la pandilla.
_ ¿Qué ha pasado; os ha castigado? _ Pregunto Salvita.
_ ¡Por culpa de este! _ Dije señalando al tuerto.
_ ¡No, por tu culpa! ¡Me has tirado de la silla y me he dado en la cabeza; seguro que tengo un chichón!
_ ¿Os ha castigado, o que? _ insistió Salvita.
_ ¡No… no nos ha castigado, pero por su culpa, por romperle la regla, seguro que se trae una de hierro! ¡Ya veras la próxima vez que nos arree! _Señaló el tuerto enfadado.
_ ¡Yo no le he roto nada! _Protesté. _ ¡Y en todo caso, tu empezaste!
_ Por cierto; ¿Qué le ha pasado a D. Tomás? Tenía los ojos cerrados y no he visto nada.
_ ¡Ja, ja, ja, ja,…! _ ¿Seguro que no has visto nada? _ ¡Ja, ja, ja, ja,…!
Las carcajadas de los tres, por que yo no le encontraba la gracia por ningún lado, fueron disipando nuestro enfado, y mientras bajábamos por la calle de las escuelas en dirección a la fábrica, entre mil interrupciones, me fueron contando lo que había pasado. Cuando terminaron, los cuatro nos partíamos de risa.
Lastima que me lo perdí, por que me hubiera gustado ver la cara de D. Tomás cuando recibió el reglazo, y es que tal como sucedió, era para partirse.
Resulta que el maestro adivinó mis intenciones de retirar la mano, pero al darse cuenta que cerraba los ojos, aprovechó la ocasión para colocarse detrás de mi, concretamente detrás de mi codo derecho, de esta manera, si yo retiraba la mano hacia tras, la trayectoria de la regla se encontraría con la mano de todos modos. El problema surgió al no calcular que al desplazar la mano hacia tras, el punto de encuentro de esta con la regla, seria el más cercano a su propia mano, o sea el punto de sujeción de la propia regla, dejando el otro extremo en el momento del impacto en vano. El resultado fué que la regla se partió y para colmo con efecto de bisagra; es decir, que la parte pequeña que sujetaba su mano quedo unida a la grande por algunas astillas, girando esta sobre si misma y dirigiéndose fatalmente a la entrepierna de D. Tomás, antes de desprenderse.
Estaba bien que D. Tomás, aunque de forma fortuita, recibiera parte de su propia medicina. Que conociera de su propia mano, nunca mejor dicho, los efectos de la regla roja. Pero a parte de ese rato de risas que estábamos pasando, ahora nos quedaba la incertidumbre, almenos a mi, de conocer o no la regla de hierro, por que la verdad sea dicha, de una u otra manera, terminaríamos conociéndola. “En nuestro interior había cierta predisposición, atracción e interés por ver y sentir este tipo de herramientas”.
Estábamos en la fachada de la abandonada y semiderruída fábrica y aun nos quedaban risas para rato, cuando Poli interrumpió las carcajadas diciendo:
_ ¡Vamos a entrar! Se donde hay un nido de paloma, por que ayer vi como se colaba en un agujero.
_ ¡Yo no entro! Siempre que venimos aquí, llegan los mayores y nos apedrean._ Me apresuré a decir.
_ ¡No seas gallina! A demás hoy no vienen, les he oído decir que se iban a las eras._ Dijo Salvita.
_ ¿Y para que quieres el nido, si no es época de cría? _ Apunto el tuerto.
_ ¡Solamente para enseñároslo! ¡Venga, vamos!
Con no pocas reticencias y disimulando el inevitable desasosiego que me producía el recuerdo de otras ocasiones, me vi en semejante tesitura. Pero estaba claro que la otra opción era añadir otro calificativo a mi lista de “motes”, algo que no podía consentir de ningún modo, con lo cual, me arme de valor y recé para que no nos sorprendieran los mayores.
Cruzamos la desvencijada puerta en silencio para no espantar a la supuesta paloma. Aprovechando un montículo de escombros, de lo que un día fueron parte de tapia o pared del viejo caserón, Poli nos invitaba a subir para ver desde allí el agujero donde, insistía, era su nido. Seguíamos en silencio, absortos y agudizando el oído por si escuchábamos algún sonido que delatara su presencia. Por un momento pensé en el inquietante, sospechoso e irreal silencio. De pronto, una piedra se estrelló cerca de lo que podía ser el inaccesible nido. Desconcertados, nos miramos unos a otros tratando de averiguar quien de nosotros había sido. Al instante, varias voces procedentes de la parte trasera de la fabrica, o mejor dicho, del pedazo colindante y accesible con esta, por falta de pared divisoria, nos sacó de dudas.
_ ¡PEDREA, PEDREA, PEDREA, PEDREA! ……………..
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19-04-13 12:30 #11244530 -> 11122603
Por:Uther1200

RE: Flashback
Querido moderador Quito, siempre me ha gustado tu forma de escribir. Podrías escribir algo y así acompañar a Flashback antes de que se marche a las américas con Getrux. Al fin y al cabo ¡son tan íntimos!. ¿verdad? Guiñar un ojo
Puntos:
24-04-13 08:00 #11252856 -> 11244530
Por:Uther1200

RE: Flashback
En la escuela todos molestaban a Camilo, pues era un chico pequeño e indefenso, de esos que se dice no matan ni una mosca, constantemente lo golpeaban, le hacían bromas pesadas, y él nunca se quejaba, más extraño aun, ni si quiera su rostro se inmutaba, no expresa emoción alguna, parecía que todo le daba igual, por lo cual empezaron a correr el rumor de que el chico no tenia alma y por eso no sentía nada.

A Camilo seguía sin importarle, más le importó a su madre, quien exigió a los docentes terminar con la situación. Los burlones se ganaron un simple regaño y nada más. Pasaban los días y Camilo veía a su madre muy triste, pero no sabía cómo darle fin al asunto.



Un día al terminar las clases, los bravucones lo siguieron camino a su casa y soltaron sus bocas, entre tantos ataques Camilo dijo: –Y ¿cómo sabes que no tengo alma?-,-Lo puedo asegurar- le respondía su acosador -Demuéstramelo- replicó firmemente Camilo, retándolo ante sus seguidores, a punto de empezar los golpes, un vagabundo que había escuchado todo los interrumpió para decirles: –Todos tienen alma, lo que hace la diferencia es el valor-,-Puedo apostar que la mía vale más- presumió el bravucón con una enorme sonrisa sínica, el mendigo de nuevo intervino: -Pues es fácil saberlo,llamen al señor de las tinieblas y pregunten por qué alma ofrece mas- todos echaron a reír tachando de loco al vago, pero este no desistió: -No lo hacen porque son cobardes, solo tienen que preguntar “Señor de la oscuridad ¿qué es lo que por mi alma das?, entonces aparecerá frente a ti lo que él te ofrece-. Tratando de no quedar como cobarde ante sus compañeros, el bravucón de inmediato dijo la frase y apareció frente a él una moneda de oro, y así para cada uno, hasta que llegó el turno de Camilo, que sin titubear dijo; -Señor de la oscuridad ¿qué es lo que por mi alma das?- una enorme mano salió de la nada, agarrando a los cinco chicos que molestaban a Camilo y una voz ronca y rasposa le respondió –A todos a ellos-.

Desde entonces, los cinco chicos van detrás de Camilo haciendo su voluntad, no hay duda ahora de que su alma valía mucho más…
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