Llanos del Caudillo - Ciudad Real

Dejar demirar atrás no es cosa fácil, y creo que todos lo sabemos.
Pero los primeros días sin juego son el clavo ardiendo al que todos nos hemos agarrado para prolongar nuestra abstinencia. No hay abstinencia sin unos primeros días sin juego.
Esos primeros días sin juego son los que nos hacen darnos cuenta de que es posible vivir sin el juego, aunque si nos tiramos demasiado tiempo pensando sencillamente en que como ya llevamos tiempo sin jugar no volveremos a hacerlo, lo más probable es que volvamos a hacerlo.
Esos primeros días sin juego son críticos. Quien adopta férreamente las medidas preventivas y acude a su asociación, tiene muchas razones para sentirse contento, más que por otra cosa porque el buen camino enseguida nos premia.
Quien se limite a sentirse feliz por llevar unos días o unas semanas sin jugar, y tan sólo se recree con ello sin tomar otras medidas, fracasará y volverá a jugar.

JOSE HERRERA RAMIRE Z ATEJ MANZANARES
Publicado por José Herrera Ramirez
LA VIDA SIN JUEGO ES MAS VIDA

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Cuando la ludopatía “toma por asalto” a alguien, la víctima es empujada por un abrumador e incontrolable impulso de jugar, que persiste y progresa en intensidad y urgencia, consumiendo cada vez más tiempo, energía y recursos emocionales y materiales. Finalmente, invade, socava y a menudo destruye todo lo que es significativo en la vida de la persona.


Por lo general, el adicto tiene contacto con el juego a una edad temprana y se inicia de forma casual hasta que llega a perder el control. El proceso más frecuente distingue tres fases: ganancia, pérdida y desesperación. En la primera es común que exista una racha de ventura y el jugador haya obtenido una gran cantidad de dinero; la persona cree que es un gran tahúr o que la suerte lo acompaña y que puede repetir la hazaña apostando más dinero indefinidamente. No es así. Porque indefectiblemente llega la etapa de pérdida y este es el momento clave. Si consigue darse cuenta y retirarse a tiempo, aun con grandes erogaciones, es muy probable de que se haya salvado y recuerde ese día como uno en que hizo una tontería.


En cambio, si cae en la falacia de que recuperará su dinero por la misma vía, está perdido antes de empezar a jugar. Entonces surgen los préstamos para seguir apostando y en este período el jugador empieza a verse sometido a una gran presión por parte de su entorno afectivo, del que trata de escaparse con excusas y engaños. Al aumentar su preocupación por el juego se deteriora su relación con la pareja y disminuye su productividad en el trabajo. En la última fase el riesgo es mayor, ya que suelen recurrir a vías de préstamos ilegales. En muchos casos abandonan el empleo y sufren depresiones y ansiedad. Están irritables, nerviosos y aparecen trastornos del sueño y la alimentación; en esta situación si no se pide ayuda se puede llegar a la cárcel o a la muerte.